Sentados todos alrededor de una mesa de piedra, el ambiente se volvió solemne. Lo que, en otras circunstancias, podría haber sido una reunión de viejos amigos longevos, era ahora un concilio para decidir el rumbo de la Tierra Media.
"Y bien… Círdan, ¿qué te trae por aquí?" rompió el silencio Saruman, su voz cargada de escepticismo. "Es raro verte fuera de Lindon… más aún verte llegar con tanta premura."
El anciano elfo asintió lentamente, sacando su propia pipa. Encendió la hierba con un gesto mecánico, inhaló, y al exhalar el humo dejó ver la gravedad de sus pensamientos.
"Vengo con noticias…" dijo con calma. "Los Puertos Grises están, en la práctica, cerrados."
Un silencio sepulcral recorrió la sala. Las expresiones de los presentes —seres milenarios, templados por incontables pruebas— se quebraron en un instante. El golpe era demasiado grande para disimularlo. Solo los Eldens permanecieron imperturbables, sin comprender aún el peso de lo que escuchaban.
"¿Qué?" fue lo único que logró articular Gandalf, incrédulo.
"¿Cerrados?" repitió Elrond, entrelazando los dedos y echándose hacia adelante con un gesto cargado de tensión. "¿Qué quieres decir con 'cerrados'?"
Todas las miradas se fijaron en Círdan, aguardando su explicación. La noticia había caído como un rayo: ¿había ocurrido algo en Lindon? ¿Un ataque? ¿Alguna catástrofe? Nadie tenía respuesta
"Tal cual lo digo" respondió el carpintero, tras otra lenta calada. "Salvo unos pocos barcos destinados a casos particulares… enfermos sin cura, heridos sin remedio… los viajes han cesado. Los elfos ya no pueden marchar a Lindon con la esperanza de embarcar rumbo a Valinor."
Elrond palideció. Sus ojos, que rara vez mostraban emoción, brillaron con una ansiedad difícil de ocultar. "¿Qué sucedió? ¿Hay enemigos bloqueando el paso? ¿Siervos de Sauron, corsarios del sur, algún cambio en las aguas?"
"¿O acaso los problemas… vinieron de más lejos?" Galadriel, hasta ese momento callada, desvió su mirada hacia Miquella y los Eldens, con una chispa de sospecha en los ojos. Habiendo visto parte del futuro, sus palabras estaban cargadas de una sutil deducción.
"Esto es inaudito" dijo Saruman, alzando la voz con tono áspero. "¿Cómo es posible que Lindon cierre sus viajes a Valinor? ¿Acaso te cansaste de construir barcos y ahora esperas que cada elfo haga el suyo propio?"
La crítica fue directa, casi insultante, aunque en el fondo era reflejo de su propio desconcierto.
Círdan no se inmutó. Exhaló otra nube de humo, más como una pausa para sus interlocutores que como un disfrute personal.
"No ha sido mi decisión…" dijo por fin. "Hace poco, Lindon tuvo trabajo, sí, pero no como puerto de salida… sino como puerto de entrada."
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como un trueno. Las reacciones fueron inmediatas: rostros endurecidos, miradas que buscaban confirmación en los demás. Gandalf y Saruman fueron quienes más se agitaron: la última vez que un barco llegó desde Valinor había sido para traer a los Istari. Un suceso irrepetible, o eso habían creído.
Incluso los Eldens, aunque no comprendían del todo, percibieron la magnitud del anuncio en la reacción de los demás presentes. El silencio en la mesa no era de ignorancia, sino de solemne preocupación.
"¿Quiénes llegaron?" preguntó Gandalf, incapaz de contenerse. Él había venido pensando que esta reunión giraría en torno a su viaje con los enanos, o a la amenaza de Smaug… jamás imaginó enfrentarse a algo de semejante escala.
"Mas elfos" respondió Círdan, con un brillo de nostalgia en la mirada. "Algunos que partieron hacia Valinor hace siglos… y otros nacidos allá. Han llegado unos pocos barcos, todos de una vez. Pero es posible que vengan más."
La mesa quedó enmudecida.
"Lindon ya no es la ciudad vacía que era" prosiguió el viejo carpintero. "Las calles vuelven a llenarse, los negocios reviven, los talleres resuenan, las barracas militares se reactivan. He dejado la regencia en manos de un allegado, mientras yo me dedico a construir barcos junto con los nuevos artesanos que llegaron."
Se recostó en el asiento, dejando la pipa descansar entre sus dedos, mientras todos intentaban asimilar lo que acababan de escuchar. El mundo había cambiado… y lo había hecho en silencio, sin que nadie más lo notara hasta ahora.
"¿Por qué han venido?" preguntó Saruman, aferrándose a su bastón con gesto rígido. "La situación en la Tierra Media está lo suficientemente bajo control como para que Valinor tenga que enviar refuerzos." Su tono rebosaba arrogancia, aunque en el fondo lo traicionaba el temor: que algunos de los recién llegados hubieran sido enviados a supervisarlo… o a reemplazarlo.
Círdan soltó una leve nube de humo antes de responder.
"Yo también creía que todo estaba en calma… hasta que vi aquellos barcos llenos de guerreros élficos atracar en mis muelles." Sus ojos parecían mirar más allá de la sala, como si reviviera el instante. "Y no solo desembarcaron: comenzaron a reactivar la ciudad, reforzándola como si Lindon fuera a convertirse en un bastión para una guerra inminente" El anciano elfo entrecerró los ojos. "Les dije que estaba construyendo barcos… pero ya no son naves de transporte hacia Valinor. Son barcos de guerra"
"Tiempos oscuros se avecinan" murmuró Galadriel, apretando con fuerza el tejido de su vestido, aunque su semblante seguía imperturbable.
En su interior, sin embargo, ardía la certeza de que lo que había contemplado en su espejo se volvía cada vez más real. Y lo peor de todo… la vía de escape que había imaginado para sí misma, un pasaje silencioso hacia Valinor antes del colapso, parecía cerrarse delante de sus ojos
"¿Nadie puede volver ya a Valinor?" preguntó finalmente. Su voz era serena, digna, pero la sombra de su preocupación estaba allí
"Cualquier elfo que pueda pelear en las próximas batallas debe quedarse. Ya no se puede ir a amán, esta ya no es una guerra solo de los hombres, esta vuelve a ser una batalla de nosotros los elfos y estamos obligados a participar en ella... esto me lo han dejado claro. nadie escapa de su responsabilidad, esto ya no es como antes" confirmo cirdan.
"Cualquier elfo capaz de sostener un arma debe quedarse." Círdan negó con un leve movimiento de cabeza. "Nadie escapa de su deber. Me lo han dejado claro: esta guerra no será solo de los hombres… también los elfos debemos luchar. No hay retorno posible, no como antes."
"¿Acaso hay indicios de que Sauron ha regresado? ¿Es tan sombría la amenaza que los Valar juzgaron necesario intervenir de este modo?" Gandalf carraspeó, con la mirada grave.
"Sauron sigue siendo un enemigo al que debemos vigilar" respondió Círdan, inclinándose hacia adelante. "Pero ya no es el único."
Sus ojos se posaron lentamente en Miquella. El semidiós, hasta ese momento, había permanecido callado. Leda y Ansbach tensaron la espalda al sentir todas las miradas dirigirse hacia ellos.
"Porque también han llegado extranjeros de tierras lejanas… ¿no es cierto, príncipe Miquella?"
El silencio pesó como una losa. Todas las miradas estaban fijas en el niño divino: algunas desconfiadas, otras inquisitivas, y unas pocas cargadas de simple curiosidad.
Miquella ladeó la cabeza, fingiendo inocencia.
"La verdad… no sé de qué hablas." Su tono era suave, casi ingenuo. "Sí, yo y mis seguidores hemos llegado a la Tierra Media, y he notado la presencia de otros… de nuestra tierra natal. Pero no soy consciente de que la situación haya escalado al nivel que sugieres."
"Aunque las aguas parezcan tranquilas, cada día se enturbian más." Círdan no se inmutó. Su voz se mantuvo serena, sin rastro de juicio ni de condena "Los Eldens, como os llamais, llevan tiempo apareciendo en la Tierra Media. Gota a gota, grano a grano, inclinando la balanza. Y no todos los que han llegado son aliados. Algunos son enemigos… y otros, aliados de nuestros enemigos."
El corazón de Miquella dio un vuelco. Golpeó con suavidad la mesa con el dedo, el eco del gesto resonando como un tambor.
"¿Quiénes han llegado?" preguntó, con la calma apenas contenida.
Ya tenía conocimiento de que una de sus "hermanas" había contactado a los Valar, pero aún había demasiadas cosas que ignoraba.
"No lo sé… ni siquiera los elfos de Valinor lo tienen del todo claro" confesó Círdan, con la mirada baja. "Si supieran más, en lugar de reforzar Lindon ya habrían comenzado escaramuzas contra el enemigo. Lo poco que sabemos es que grandes fuerzas han llegado al Este. No se han declarado ni aliados ni enemigos, pero solo porque están acumulando poder. Y cuando se muevan… tememos que no será algo menor."
"¿Quieres decir que, además de Sauron, debemos preocuparnos por otro enemigo mayor?" intervino Saruman, clavando sus ojos en Miquella. En su mente, todos aquellos 'extranjeros' que nombraba Círdan debían ser juzgados con la misma severidad. La mera idea de que alguien rompiera sus esquemas lo ponía de mal humor.
"Sí" respondió Círdan con calma. "Pero los Eldens aquí presentes no deben ser vistos como enemigos… al menos por ahora." Guardó su pipa y la sostuvo entre las manos antes de añadir: "Más aún, desde Valinor llegó un mensaje: se espera que el príncipe Elden se convierta en aliado de los elfos en esta lucha."
"¿Esperan mi ayuda?" Miquella ladeó el rostro con gesto intrigado.
"Así es." La voz de Círdan sonaba firme, sin adornos. "Del mismo modo que llegan enemigos desconocidos, se esperan nuevos aliados. Y ya hay quienes creen que tú, por lo menos, podrías ser un aliado potencial… o una fuerza neutral. En estos tiempos, incluso la neutralidad es un respiro. Lo importante es que no seas un enemigo. Toda ayuda escasea, y cada brazo que se sume puede inclinar la balanza."
"Pero no soy más que un príncipe caído con unos pocos seguidores. Sí, tengo ciertas capacidades… pero considerarme una 'fuerza' de la Tierra Media parece apresurado, ¿no creen?" El joven ex-príncipe bajó la vista, encogiéndose de hombros.
Círdan lo observó en silencio antes de entrecerrar los ojos
"Eso no será así por siempre, ¿verdad?" dijo con voz grave. "Tengo órdenes de hacerte saber que Lindon espera establecer lazos amistosos con las nacientes fuerzas Eldens dispuestas a ser aliadas de la Tierra Media. Entre ellas, la tuya. Algunos creen firmemente que no permanecerás pequeño por mucho tiempo… y que te alzarás a lo alto."
Miquella guardó silencio. Las palabras del anciano eran certeras, aunque él no hubiese querido admitirlo. Con el poder de su anillo y la lealtad de sus seguidores, sabía que, con tiempo y energía, podría reconstruir un imperio incluso en esta tierra lejana. Lo perturbador era descubrir que otros también lo sabían… y lo vigilaban.
"No deseo hacer enemigos" dijo al fin, con un ligero asentimiento. "Acepto los saludos de Lindon."
Después de eso, no añadió nada más. Había quedado atrapado en sus propios pensamientos: la situación se volvía tan oscura y misteriosa que incluso él, con toda su calma, empezaba a sentir el peso de la incertidumbre.
La sala quedó en silencio. Miradas cruzadas, cálculos internos, todos midiendo el nuevo equilibrio que se estaba formando ante sus ojos.
Saruman resopló, intentando romper la tensión.
"Entonces… nuevas fuerzas llegan a la Tierra Media, Valinor envía refuerzos… y debemos prepararnos para otra gran guerra contra enemigos que ni siquiera conocemos." Su voz sonaba incrédula, pero era más un deseo de que todo estuviera exagerado que una convicción real. La crispación en su rostro lo delataba. Él también había sentido, al igual que Gandalf, que las cadenas de su poder se aflojaban ante el cambio de los tiempos
Fue entonces que una voz resonó desde las escaleras:
"Las cosas no están tan tranquilas como quieres creer. La turbulencia lleva tiempo gestándose en la Tierra Media."
Todas las miradas se volvieron hacia la entrada. Allí descendía un elfo de cabellos dorados, irradiando un aura heroica. Portaba armadura ligera, y a su costado reposaba una espada cuya sola presencia imponía respeto.
"¡Glorfindel!" exclamaron de inmediato quienes lo reconocieron.
El recién llegado inclinó la cabeza en señal de respeto.
"Saludos a todos. Es un placer reencontrarme con viejos amigos… y conocer algunos rostros nuevos." Sus ojos se posaron un instante en Miquella, deteniéndose con un interés difícil de descifrar
Círdan se levantó de su asiento y caminó hacia él. Tras un breve saludo, sacó de sus túnicas una pequeña bolsa de cuero y se la entregó en silencio. Luego ambos se sentaron lado a lado en la mesa.
"¿Has salido de tu retiro?" Elrond frunció el ceño, visiblemente sorprendido.
"Sí. Círdan ya lo explicó: todo el elfo que aún pueda blandir un arma debe volver a la actividad. Incluso yo." Glorfindel asintió con seriedad.
