"Yo solo tomé la misión de venir aquí para salir de Lindon una vez más, antes de que la situación me lo impida" explicó Círdan con calma. "Quería ver a algunos amigos y viajar un poco, pero será Glorfindel quien complete la tarea de informar a todos los reinos élficos."
"Será un viaje largo" intervino Glorfindel, "pero al terminar regresaré aquí o a Lindon para unirme a los ejércitos. Supongo que ya habrán notado la creciente presencia de orcos en estas tierras. Enormes números, demasiado organizados. Esto no es algo que un pequeño grupo de guerreros pueda contener. Los elfos debemos volver a tomar las armas y comandar tropas como en las Eras pasadas." Sus ojos buscaron los de Elrond y Gandalf, con la certeza de quien habla de algo inevitable.
"Sí…" asintió Gandalf, recordando la emboscada reciente. "Fuimos atacados por orcos y huargos en nuestro camino. Al principio pensé que los perseguían por Thorin, pero… la cantidad era excesiva, una simple caza de enanos no llevaría a mover tantas fuerzas sin razón..."
"Lórien también ha sufrido más incursiones" añadió Galadriel, y su voz ahora era fría y severa, desprovista de la serenidad habitual.
"Rivendel ha debido redoblar sus defensas" continuó Elrond, entrelazando las manos sobre la mesa. "Sospechábamos que algo ocurría, pero no imaginábamos que fuera de tal magnitud. Si decides volver aquí, Glorfindel, te dejaré al mando de las tropas."
El héroe de Gondolin inclinó la cabeza, aceptando sin una palabra.
"Parece que todo está decidido ya…" gruñó Saruman, incómodo al ver cómo la balanza se inclinaba sin que él tuviera control. Finalmente añadió: "Isengard dispondrá de lo que se necesite. Informaré a Rohan para que esté atento a cualquier enemigo. Quizás requiera de tu ayuda, Gandalf. Así podrías dejar de lado esa inútil empresa con los enanos y dedicarte a algo verdaderamente provechoso para la Tierra Media."
El mago gris abrió la boca para replicar, pero vaciló. Había dado su palabra a Thorin, y sin embargo… la magnitud de lo que estaba escuchando lo hacía dudar... reconsiderando sus prioridades
"De hecho" intervino Glorfindel, con voz firme, "creo que la misión de Gandalf debería continuar."
Saruman arqueó una ceja.
"¿Ah, sí? Tal vez no estés al tanto. Su 'misión' consiste en acompañar a una docena de enanos en una empresa desesperada: recuperar Erebor de las garras de un dragón. "Soltó una risa despectiva, sin molestarse en disimular el desprecio.
"Lo sé" respondió Glorfindel con una leve sonrisa. "Aunque permanezca retirado, los rumores vuelan, incluso los que intentan ocultarse." Sus ojos se desviaron un instante hacia los aposentos donde descansaban los enanos, y luego hacia Miquella.
El semidiós mantuvo la compostura, sin mostrar la menor vergüenza por haber dicho algunas palabras de más en su coqueteo con las elfas. No es que fuera de boca floja, simplemente nunca lo había considerado un gran secreto. Después de todo, las partes importantes ya lo sabían, y ocultarlo era inútil.
"Recuperar Erebor será difícil, pero no imposible, y creo que Gandalf podría lograrlo con la ayuda correcta", aseguró, con una mirada velada hacia los Eldens. "Así debilitaríamos ciertos peligros y fortaleceríamos puntos clave de la Tierra Media, en caso de que nuestros enemigos tengan planes para esas tierras".
Los ojos del mago gris brillaron; casi se levantó de la silla de la emoción.
"¡Eso mismo he pensado todo este tiempo!" exclamó, feliz de que alguien más lo comprendiera y apoyara.
"Además" prosiguió Glorfindel con serenidad, "los enanos forman parte de la Tierra Media, y no permanecerán al margen. Involucrarlos ahora es asegurar un aliado fuerte para el futuro." Asintió con firmeza, y Círdan lo respaldó de inmediato con un gesto grave. Galadriel y Elrond, aunque pensativos, también parecieron concederle razón.
"Yo también apoyo esa idea" afirmó Círdan. "Lindon necesitará de las Montañas Azules, y el comercio con los enanos facilitaría la obtención de materiales para la forja."
"Por cierto, Gandalf" añadió Glorfindel, sacando un pequeño pergamino sellado de la bolsa de cuero previamente obtenida de Círdan. "Podrías hacerme un favor más en tu viaje. Tu camino te llevará cerca del Bosque Verde. Infórmale a Thranduil de lo que ocurre. Todos los reinos élficos deben enterarse de la situación."
Gandalf tomó el pergamino con ambas manos. Estaba aliviado de recibir apoyo, pero la idea de atravesar el reino de Thranduil en compañía de Thorin y sus enanos le provocaba un dolor de cabeza inmediato. Conocía demasiado bien las viejas rencillas entre ambos pueblos, y aquella visita podía volverse algo más que incómoda. Aun así, inclinó la cabeza en señal de aceptación.
"Lo haré" respondió con solemnidad.
Las charlas continuaron largo rato. Ya no se trataba de grandes revelaciones, sino de opiniones compartidas: la creciente actividad de orcos y criaturas oscuras, rumores de bestias extrañas de la Tierras Intermedias, las medidas de cada reino élfico y las preparaciones necesarias para el futuro. Todos coincidían en que lo más urgente era descubrir a qué se enfrentaban realmente.
Miquella participó con calma, respondiendo a las preguntas sobre las fuerzas que podían haber llegado desde su tierra natal… aunque solo revelando lo que consideraba prudente. Sin embargo, la conversación se prolongó desde el anochecer hasta pasada la medianoche, y eventualmente el joven príncipe dejó de hablar. Se había quedado profundamente dormido sobre el regazo de Leda, respirando con tranquilidad, como si aquel concilio de potencias milenarias no le concerniera en absoluto.
Nadie se quejó. Despertar a un niño y obligarlo a seguir de estas discusiones prolongadas parecía un gesto cruel, incluso si sabían que, en el fondo, Miquella podía ser tan antiguo como algunos de ellos. Además, sus guardianes Leda y Ansbach cumplían bien su papel al suplantarlo, y en este momento los Eldens aún no tienen suficiente peso como para que su ausencia alterara las decisiones.
Cuando el primer resplandor del sol se filtró entre los arcos de piedra, Lindir apareció nuevamente, inclinándose con gran respeto antes de hablar:
"Disculpen…" su voz denotaba la tensión de interrumpir semejante reunión. "Mi señor Elrond, los enanos han partido"
Elrond asintió, y en seguida los presentes comenzaron a levantarse de sus asientos. Leda cargó con cuidado a Miquella en brazos.
"Parece que es momento de partir" dijo Glorfindel, despidiéndose con una reverencia ligera. "Emprenderé mi viaje. Que la suerte les acompañe."
"Yo también debo prepararme para regresar… aunque me quedaré unos días más en Rivendel, si no le incomoda, lord Elrond" anunció Círdan.
"Jamás serás un incordio aquí, viejo amigo" respondió Elrond con una leve sonrisa. "Quédate el tiempo que necesites." Luego se volvió hacia Gandalf. "Enviaré un escuadrón de caballería que escolte a los enanos hasta el pie de las Montañas Nubladas. Además, les daré provisiones adicionales."
"Te lo agradezco, Elrond… Thorin también lo hará" respondió el mago, aunque ni él mismo parecía muy convencido de esas palabras.
Uno a uno los presentes fueron retirándose, cada cual con sus propios pensamientos sobre lo que se avecinaba. Solo Leda y Miquella permanecieron unos instantes más, a petición de Galadriel.
A Leda le incomodaba que aquella dama, por majestuosa y glorificada que sea, insistiera en despertar a su señor solo para hablarle. Pero cuando el sol alcanzó su rostro, Miquella se removió suavemente, abriendo los ojos poco a poco al sentir su nombre en labios de la elfa.
"¿Ya es de mañana?" preguntó, aún adormecido.
Galadriel aguardó con paciencia a que se despabilara. Finalmente, cuando el semidiós se reincorporó con curiosidad, ella habló con la mirada fija en el amanecer.
"Miquella… ¿puedo preguntarte algo?"
"Por supuesto" respondió él, intrigado.
"¿Cuáles son tus planes… a largo plazo?" su voz sonó serena, pero cargada de un trasfondo más grave.
"No estoy seguro de entender… A grandes rasgos, solo quiero establecerme, reunir a mi familia… vivir en paz. No deseo mucho más que eso." Miquella parpadeó, sorprendido por la pregunta.
Galadriel lo observó en silencio unos segundos antes de volver la vista hacia el horizonte.
"Pero puede que la paz no se alcance sin atravesar antes los estragos de la guerra… " murmuró, como si hablara consigo misma, recordando las visiones de su espejo. Luego giró lentamente hacia él, sus ojos iluminados por la aurora. "Cuando llegue ese momento… ¿los elfos seremos tus aliados, o tus enemigos?"
Miquella frunció el ceño ante semejante pregunta. Sabía que algo se ocultaba tras aquellas palabras, pero no recordaba haber dado jamás indicios de oponerse a los elfos. En su mente, ni siquiera era posible: los elfos eran seres reservados, demasiado distantes como para cruzarse con sus propios intereses.
"No creo que haya necesidad de ser enemigos. Nuestros caminos difícilmente entrarían en conflicto" respondió, buscando mantener un tono neutral.
"Eso espero…" suspiró Galadriel con los ojos cerrados, como si cargara con un peso invisible. "Espero contar con tu ayuda en lo que vendrá, y que eso nos libre de pérdidas innecesarias. Pero recuerda… puede llegar el día en que debas alzar la mano contra nosotros. Si llega ese momento, no dudes. Por el bien de los elfos, sacrificar a unos pocos puede salvar a muchos."
Dicho esto, la Dama de Lórien desapareció sin dejar rastro, como desvanecida en un acto de magia. Sin embargo, Miquella no mostró asombro, sino concentración. Aquellas palabras no eran un simple consejo: parecían un aviso, un presagio.
¿De qué sacrificio hablaba? ¿Qué elfos deberían caer? ¿Cuándo? Ninguna respuesta se reveló, y solo la voz de Leda lo arrancó de su contemplación. Decidió relegar esas inquietudes al silencio: había asuntos más inmediatos. Debían alcanzar a los enanos. Ya tenía bastantes problemas propios como para perderse en enigmas cuyo tiempo —en la escala de los elfos— podía no llegar jamás.
…
n los establos lo esperaba Torrent, preparado para partir. Con Leda y Ansbach montando caballos entregados por los elfos, Miquella siguió a Gandalf y al escuadrón de caballería que Rivendel había dispuesto como escolta.
El resto de los Eldens ya había marchado junto a los enanos, según las órdenes previas, pero lo inesperado era que —a diferencia de la historia que conocían— ahora contaban con la guía de jinetes élficos y con recursos adicionales para su viaje.
Cabalgando con rapidez, pronto alcanzaron al grupo de Thorin en los caminos que descendían de Rivendel.
Los enanos se sobresaltaron al ver a la caballería: por un instante pensaron que los elfos habían descubierto su partida y venían a cazarlos. La tensión se disipó recién cuando distinguieron a Gandalf y a Miquella entre ellos.
El mago tomó la palabra, explicando que no se trataba de una emboscada, sino de un ofrecimiento de escolta. Los elfos habían traído consigo los ponis que quedaban y más provisiones, para que la compañía avanzara con mayor rapidez y seguridad.
La confusión fue inmediata, y sobre todo en Thorin. El príncipe dudó de aquellas intenciones; le desagradaba profundamente la idea de deberle algo a los elfos, y no podía dejar de sospechar que quizás buscaban vigilarlos, incluso interferir en su misión.
Gandalf insistió con seriedad. Les dijo que había asuntos graves de los que debía hablar en privado con Thorin, pero que por ahora lo más sabio era aceptar la ayuda. El tiempo apremiaba, y esta escolta no solo aceleraría la marcha, sino que los protegería en caso de más ataques de orcos en el camino.
Thorin guardó silencio, luchando contra su desconfianza. Al final, cedió. No lo convencieron las palabras, sino la gravedad en la mirada de Gandalf. Si el mago estaba dispuesto a interceder de tal manera, era porque la situación era más peligrosa de lo que imaginaba.
Con cierta amargura, aceptó la ayuda élfica… aunque en su interior juró mantenerse alerta.
