Sonidos estridentes de hueso y metal comenzaron a resonar, entrechocando en una extraña y retorcida melodía que se propagaba por toda la ciudad subterránea. En una de las plataformas, una banda trasga soplaba en cuernos huecos y golpeaba tambores rudimentarios, produciendo un ruido tan caótico como inquietante. Para los trasgos aquello era música; para todos los demás, solo aumentaba la sensación de estar atrapados en una pesadilla.
La compañía fue empujada hasta un gran puente, el principal que conducía a su destino. A medida que avanzaban, un canto arrollador comenzó a hacerse más claro, áspero y desagradable, tanto por sus letras como por la voz gutural que lo entonaba.
El puente los llevó a una enorme plataforma circular, tan vasta que podía contener no solo a la compañía, sino a decenas de personas más. A Miquella le llamó la atención de inmediato: no se parecía en nada a lo que recordaba de la película, aunque ya no le sorprendía; todo en este lugar parecía distinto, más crudo… más aterrador.
Alrededor del borde de la plataforma, equidistantes entre sí, se alzaban trasgos corpulentos, mucho más altos que el promedio. Sus torsos y cabezas estaban cubiertos con lo mejor que su pueblo podía arrancar de la herrumbre: fragmentos de armaduras dentadas, cotas mal remendadas, escudos deformes. Blandían largas lanzas y se mantenían firmes en una formación rígida, actuando como la guardia real.
Y allí, en el extremo opuesto, apoyado contra una colosal estalagmita que servía de columna central, se erguía un grotesco trono. Sentado sobre él, un trasgo descomunal —enorme, obeso hasta lo deforme, con una papada colgante y un cetro hecho de un palo coronado con el cráneo de alguna bestia— terminaba su número musical. En su frente brillaba una corona improvisada, mezcla de oro y hueso tallado.
Con voz cavernosa y burlona, entonó los últimos versos
“…Round and round, far underground,Below, my lad!...Down, down, down in Goblin-town!”
El grotesco rey trasgo terminó su canto con satisfacción, relamiéndose como si hubiese interpretado una obra maestra. Observaba a sus víctimas amontonarse frente a él. Pese a que iban armados hasta los dientes, ni por un instante pareció intimidado.
"Por fin están aquí… mis invitados" dijo con un tono servicialmente burlón. "¿Que les parece mi canción? La compuse especialmente para ustedes."
"Eso apenas llegaba a canción…" murmuró un enano, incapaz de contenerse.
"Parece que no todos saben apreciar la buena música", replicó el rey, sin perder la mueca socarrona. Se rascó la papada con desgano antes de dejarse caer pesadamente sobre su trono. "Y díganme… ¿les gustó mi recibimiento allá arriba?" preguntó con malicia.
En ese instante, la compañía comprendió la verdad: el ataque previo no había sido una casualidad ni una desgracia fortuita. Había sido preparado de antemano… aunque la aparición de los gigantes de roca tampoco había estado en los planes del rey trasgo.
"¿Qué pasa? ¿El trasgo les comió la lengua?" se burló otra vez, regodeándose en su arrogancia—. ¿Qué sucede? Mago, Gandalf el Gris… Thorin, hijo de Thráin, el rey bajo la montaña que no tiene montaña ni reino, junto a su séquito de enanos… y los demás invitados, extraños y desconocidos… ¿Por qué no responden?
"Fue… todo un detalle" respondió Gandalf, adelantándose con una sonrisa cordial, como si no hablaran de una emboscada mortal. Pero mientras hablaba, sus ojos no dejaban de recorrer el lugar, calculando rutas de escape. Sabía que esa sala no era sino una tumba disfrazada de salón de audiencias.
El rey trasgo soltó una carcajada grave, un sonido tan repulsivo como el traqueteo de piedras húmedas.
"Jejeje… cuando me informaron de su llegada, pensé largo tiempo en cómo deshacerme de ustedes. Desollarlos… decapitarlos… quizá dejarlos como alimento para las ratas…" enumeró con deleite, hundiendo el cetro en el suelo con un golpe sordo. Luego extendió su otra mano hacia un costado del trono, buscando algo oculto en las sombras.
Los enanos y eldens apretaron con más fuerza sus armas, los nudillos blancos, listos para lanzarse a una batalla a muerte en cualquier instante. Que los trasgos supieran de su llegada y hubieran tenido tiempo para preparar todo aquello era una pésima señal. Incluso Gandalf se irguió, sujetando su bastón con firmeza: estaba preparado para ejecutar el plan que había urdido. Pretendía invocar un destello cegador, una luz comparable al sol, a la que los trasgos temían y que les causaba dolor, y usar esos segundos de confusión para abrirse paso y escapar.
"Hay quienes los quieren muertos… y si el jefe pide sangre, es mi deber dársela…" gruñó el rey trasgo. En su mano, ahora alzada, blandía un tronco, de más de dos metros de largo, tan grueso como el cuello de un hombre. Cerca de uno de sus extremos tenía incrustada una banda metálica resquebrajada, de cuyos surcos emanaban destellos rojos, como si guardara brasas vivas en sus entrañas. El trasgo golpeó el tronco contra la palma abierta de su otra mano, como un verdugo mostrando el arma de ejecución.
"Bueno, solo puedo decir que…" empezó Gandalf, alzando su báculo con decisión.
Pero antes de que pudiera desatar su luz, el rey trasgo se movió con una rapidez inusitada, como si hubiese previsto aquel intento. El tronco descendió como un rayo. Gandalf alcanzó a interponer su bastón y, con la calma de siempre, confiaba en poder contenerlo, quizá incluso rechazar el golpe con su poder y desatar la confusión que tanto necesitaban.
El impacto llegó.
*swooosh*
La realidad se quebró en un instante. Los ojos de todos se abrieron con espanto al ver cómo el cuerpo de Gandalf salía disparado como proyectil, atravesando la formación de eldens y enanos, derribando incluso a trasgos en su camino, hasta perderse a lo lejos entre las sombras de la caverna.
Todas las miradas volvieron al rey trasgo, que sonreía satisfecho mientras acariciaba con delectación la banda metálica del tronco.
"Un obsequio magnífico…" ronroneó con crueldad. "Ahora… ¿quién será el siguiente?"
Sus guardias, enormes trasgos enfundados en las mejores piezas de armadura que su raza podía forjar o robar, bajaron sus lanzas al unísono. La compañía se vio rodeada.
El miedo trepaba como un veneno en el corazón de todos… pero ninguno de ellos era un cobarde.
"¡¡Todos, ataquen!!" rugió Thorin, poniendo en su grito toda la fuerza de sus pulmones, con la esperanza de insuflar valor a sus camaradas para la lucha que se avecinaba.
"¡Aaaaaaahhh!" le respondieron voces múltiples, de enanos y eldens, un rugido de guerra que vibró en la plataforma, cargado de furia y desesperación.
"¡Sobre ellos!" ordenó el rey trasgo, señalándolos con desprecio, y sus guerreros se lanzaron como una marea oscura.
Los trasgos, que aguardaban aquella simple orden, se lanzaron en tropel como una ola desbordada, una marea negra que amenazaba con devorar a la pequeña compañía. Eran cientos contra apenas una veintena. Justo en el instante previo al choque, Miquella, que había permanecido oculto concentrando su poder, fue alzado por Leda. Con las manos extendidas hacia lo alto, liberó un estallido de luz dorada que llenó toda la caverna.
*Gritos de trasgos*
En efecto, Miquella había concebido el mismo plan que Gandalf. Sin embargo, a diferencia del mago, él contaba con el momento perfecto, resguardado de cualquier ataque, y pudo canalizar el poder que necesitaba.
La oscuridad fue rasgada por aquel fulgor solar. Los trasgos chillaban, arrancándose los cascos, tropezando entre sí como animales cegados. Algunos, en su confusión, se precipitaron desde puentes y plataformas hacia el vacío. Solo unos pocos resistieron: los guardias reales, protegidos por sus yelmos, y el propio rey trasgo, que apenas se encandiló unos segundos antes de volver a erguirse con un gruñido furioso.
"Otro mago… ¡tú eres mío!" bramó, empuñando cetro y garrote a la vez mientras cargaba como una bestia desbocada.
La plataforma entera tembló bajo sus pasos. Era un monstruo de carne y grasa que se abalanzaba con una velocidad imposible. Los Eldens, leales, se interpusieron para proteger a su señor, pero con un simple barrido del garrote fueron arrojados a los lados como muñecos de trapo, golpeados con una fuerza abrumadora pero que no era comparable a la que había hecho volar a Gandalf.
Miquella apenas alcanzaba a creerlo: aquel ser no tenía nada del bufón grotesco de la película. Era un enemigo real, aterrador, y su poder era mucho más que mera fuerza bruta.
El rey trasgo levantó el garrote en lo alto y lo dejó caer con la intención de aplastarlo. Miquella conjuró un escudo dorado sobre sí, concentrando hasta la última gota de su energía. El impacto retumbó como un trueno. El campo protector se agrietó de inmediato, hundiéndose hasta casi alcanzarlo, a punto de romperse por completo.
El semidiós lo sintió: no era solo músculo. Había un poder más profundo, oscuro y abrasador impregnando aquel golpe. Algo que potenciaba cada movimiento del trasgo hasta límites antinaturales.
el rey trasgo no se rindio, y viendo como el escudo casi no pudo detenerlo, lanzo otro golpe, esta ves en horizontal, como si quisiera batear a miquella contra la pared a lo lejos.
"¡No puedo resistir otro igual…!" murmuró entre dientes viendo cómo el rey trasgo no planeaba darle ni un respiro.
El garrote retrocedió. Esta vez venía en horizontal, un golpe destinado a lanzarlo volando contra las paredes de la caverna. Y, en ese momento de preparación para el siguiente ataque, Miquella silbó a través de su anillo y dio un salto desesperado.
El tronco venía apuntando a su cintura justo cuando, entre sus piernas, surgió Torrente. El corcel emergió del aire mismo y dio un pequeño salto, en un movimiento perfecto, apoyó un instante sus cascos sobre el garrote para impulsarse y dar un segundo salto majestuoso por encima del rey trasgo.
Montado sobre su compañero, Miquella soltó un suspiro de alivio: se había salvado por un suspiro. Con lo poco de poder que le quedaba, desató un segundo destello solar, más débil pero suficiente para cegar de nuevo a la horda. Acto seguido espoleó a Torrente, que empezó a saltar de plataforma en plataforma para escapar.
"¡No escaparás, pequeña comadreja!" rugió el rey trasgo, recuperando la vista en apenas un parpadeo. Contra todo sentido, se lanzó tras él, su masa titánica moviéndose con agilidad imposible.
El rey trasgo dio un salto descomunal que lo llevó hasta las pasarelas superiores, haciéndolas estremecer bajo su peso, pero aterrizando sin dificultad. No tenía sentido, pero había sucedido.
Claro, ahora no era tiempo de mirar las destrezas físicas del aberrante trasgo, era el momento de actuar. Enanos y Elden usaron sus armas para perforar y cercenar trasgos mientras avanzaban por los puentes de madera, siguiendo la dirección de Miquella y esperando no separarse. La cueva ya tenía demasiados enemigos complejos; dividirse y terminar sin un compañero que les cubriera las espaldas, el destino de todos sería la muerte.
Miquella no entendía qué estaba pasando ni por qué ese lugar era tan diferente. No tenía más opción que usar la ventaja de Torrente para escapar, lanzando hechizos al Rey Trasgo para intentar frenar su avance lo más posible. Aunque Torrente era rápido, los trasgos tenían la ventaja de ser locales y conocer bien el camino.
El desafortunado semidios terminó dando vueltas en círculos, tanto por estar perdido como por las hordas de trasgos que le bloqueaban el paso. Al ver cómo la energía de su cuerpo se agotaba, comenzó a lanzar hechizos sobre los trasgos, asesinándolos y usando su anillo para absorber la energía de sus cadáveres y evitar quedarse sin poder. Por suerte, estaba funcionando; de lo contrario, su destino habría sido fatal.
