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Chapter 27 - 27) Banquete

Al final, ni siquiera las elfas lo tuvieron fácil con Miquella. Tocaron y limpiaron su cuerpo con devoción, como si se tratara de lo más sagrado, mirándolo con pura admiración. Y aun así, no podían evitar sentir que estaban haciendo algo indebido: la forma en que el semidiós las miraba, los leves sonidos que escapaban de sus labios… todo las hacía dudar si, de alguna forma imposible, habían roto su propia seriedad médica y estaban acosando sexualmente al pobre y hermoso niño.

Leda habría cortado dedos sin titubear, de no ser porque sabía bien que las elfas no tenían culpa alguna: era simplemente su señor jugándoles una travesura, como solía hacer también con ella

Miquella sonrió con una gracia maliciosa al verlas retirarse cargadas de dudas existenciales, mientras él quedaba desnudo sobre la cama, cubierto apenas por una manta ligera. Leda, a su lado, suspiró resignada: otra pequeña maldad traviesa más de su señor.

Finalmente, los sanadores dejaron a los pacientes en paz… o más bien, los sanadores quedaron libres de los pacientes . Los enanos y los eldens descansaban tranquilos; los primeros mucho más sueltos de lengua ahora que no había elfos cerca con quienes discutir.

La charla fue animada: hablaron de la batalla contra los orcos, de la impresionante distracción creada por Miquella, de la masacre personal de Leda, de la eficacia de las runas de troll y del misterioso paradero de Radagast. El mago pardo introvertido, incapaz de tratar demasiado tiempo con otros, había desaparecido apenas terminó su labor. Aun así, todos sabían por sus palabras que tarde o temprano volvería a cruzarse en su camino

Tras un breve descanso, los enanos empezaron a impacientarse: no soportaban esas camas élficas demasiado amplias y, peor aún, sus estómagos rugían exigiendo alimento. Justo entonces llegó un mensajero anunciando que el banquete estaba listo, o bien que podían llevarles la comida allí mismo.

Nadie quiso quedarse. En cuanto escucharon la palabra banquete, todos se vistieron lo suficiente para asistir. Aunque los enanos odiaran a los elfos, la promesa de comida los entusiasmó tanto que juraban atiborrarse hasta reventar.

Miquella recibió la ayuda de unas cuantas elfas para vestirse. Claro que podía hacerlo solo, estaba débil pero no inválido. Y sí, Leda podía haberlo hecho por él… pero el semidiós parecía disfrutar de la compañía de la peculiar raza élfica, para gran fastidio de cierta caballera. Aquello desató algunas burlas entre los enanos, pero a Miquella no le importó: lo estaba pasando demasiado bien. Para colmo, decidió usar a una de las elfas como apoyo para caminar, abrazándola con tanta cercanía que la serena doncella terminó sonrojándose. Él parecía tan puro… pero sus manos apretaban con demasiada naturalidad, más de lo que un “niño” debería.

...

Elrond había organizado un banquete espléndido: carnes, verduras, cereales, frutas, vinos… nada faltaba en aquellas mesas. Y no, no fue como en cierta película, donde a modo de burla hacia los enanos no se sirvió carne. Aunque era verdad que los elfos consumían menos que los hijos de Durin, allí no escaseaba.

Los enanos casi no esperaron a que la comida diera inicio: saltaron sobre las bandejas con avidez, deseosos de un festín después de semejante lucha. La modestia y la etiqueta élficas les resultaban ajenas, y no pensaban practicarlas ahora ni nunca.

Enanos y eldens ocuparon mesas largas, cercanas entre sí para poder hablar sin levantar la voz… aunque, por supuesto, los enanos gritaban igual. En torno a ellos, algunos elfos servían diligentes, trayendo nuevas fuentes de manjares a cada rato.

En una mesa más elevada, Gandalf, Thorin y Elrond compartían un lugar de liderazgo. A Miquella también le correspondía sentarse allí: nadie negaba un asiento al líder elden. Pero él, con su habitual sonrisa, lo rechazó y envío a alguien mas en su lugar.

Prefirió una mesa intermedia, entre los eldens y los enanos, más cercana al bullicio. A cada lado lo asistía una elfa, en las cuales se recostaba mientras lo alimentaban con delicadeza, ofreciéndole trozos de fruta y carne con sus propios dedos. Las miradas de las doncellas bastaban para revelar la confusión que sentían: aquello no parecía estar bien… y sin embargo, nadie se atrevía a detenerlo.

Claro que, además de buena comida y bebida, también había música para acompañar la cena. Los elfos, con su longevidad, habían perfeccionado incontables artes, y no era extraño que varios dominaran uno o más instrumentos con gracia y maestría.

A los enanos, sin embargo, aquella música tan delicada y serena no terminaba de gustarles; preferían algo más intenso, con fuerza y ritmo, capaz de encender la sangre y expresar pasiones desbordadas, tal y como eran ellos.

Los eldens, por su parte, se permitieron disfrutar de la comida y la música, dejándose llevar por recuerdos de los días en las Tierras Intermedias, cuando aún existían momentos de paz semejantes. Rivendell, en cierto modo, les traía ecos de aquellos tiempos perdidos.

"¿No te parecen atractivas las elfas? preguntó Miquella de repente, dirigiéndose a Kilian con la misma naturalidad con la que uno comenta el clima. Lo hizo con tan poco tacto que incomodó tanto a los enanos como a las elfas que seguían atendiéndolo.

"¿No?", respondió la enana, que aún llevaba la máscara, dudando de su vida misma ante la pregunta. Ni siquiera le preguntó si le gustaban los hombres, sino las hembras… aunque para los enanos, no era difícil confundir el género de un elfo. "¿Por qué?", preguntó con nerviosismo, como si la opinión del líder Elden fuera de suma importancia. Dudaba si debía gustarle a los elfos o si era una indirecta.

"Nada, simple curiosidad" contestó Miquella encogiéndose de hombros, como quien descarta un tema trivial, aunque en su interior a pesar de esperarlo, se sorprendía de que las cosas no fueran como recordaba. Acto seguido, trago otro de esos exóticos bocados élficos, que en su mente describía como “sushi élfico”, de manos de una hermosa elfa.

Lo que Miquella no advirtió fue que, desde ese instante, Kilian y Filian comenzaron a intercambiar miradas cargadas de silenciosa intriga, observando tanto a él como a las elfas a su lado, como si intentaran descifrar algún enigma oculto. Mientras tanto, los enanos, tomándose la pregunta como una ofensa, se apresuraban a presumir entre ellos de cómo las mujeres enanas superaban con creces a cualquier elfa.

El semidiós, sin embargo, pronto dejó de prestarles atención y fijó su mirada en los músicos. De todos los eldens, él era el más conmovido por esas notas: le traían memorias de su infancia en la ciudad de Leyndell. Olvidando por un instante su papel de niño débil necesitado de ayuda femenina, se levantó y se acercó a los intérpretes. Los elfos lo miraron con sorpresa, aunque también con curiosidad.

Luego de unas indicaciones que los elfos aceptaron por respeto al invitado de Elrond, y que con su maestría siguieron fácilmente, la orquesta tocó una nueva melodía, aun lenta para el desagrado de los enanos.

Entonces, Miquella, parado entre los músicos y con la mirada fija en el bello paisaje de Imladris, comenzó a cantar. La letra de la canción era quizá una broma para las elfas que se sintieron aprovechadas por el semidiós.

"Os iusti meditabitur sapentiam

Et lingua eius loquetur incidium

Beatus vir qui suffer tentationem

Quoniqm cum probates fuerit accipiet coronam vitae

Kyrie, ignis divine eleison

O quam sancta, quam serena

Quam benigna, quam amoena

O castitas lilium..." (Lilium de MoonSun)

Su voz pura y etérea llenó el salón, resonando como una plegaria divina. La canción se alzó como un rezo luminoso, irradiando la divinidad escondida en su interior. Los elfos, tanto los que escuchaban como los que lo acompañaban con instrumentos, quedaron hechizados. Incluso Elrond mismo desvió toda su atención hacia él.

La melodía evocaba sentimientos poderosos, y las elfas que había tocado no podían evitar la sensación de que quien cantaba era un ser puro y casto, y que su perversión no era más que un borroso recuerdo.

Elrond contempló una vez más la capacidad de aquel elden. No podía creer que en la Tierra Media hubiese surgido un humano capaz de transmitirle semejante impresión. De hecho, empezaba a dudar que Miquella fuera realmente un humano. ¿Y si era otro Ainur? ¿Quizás incluso uno de los Valar disfrazados? Instintivamente, buscó con la mirada a Gandalf en busca de confirmación, pero el mago solo pudo negar con frustración, deseando poder comprender más sobre aquella situación y sobre esos nuevos allegados. Tal vez, pensó, solo Eru Ilúvatar podría tener las respuestas que ansiaba.

Miquella, por su parte, también estaba atrapado en el flujo de su propio canto. Sin embargo, mientras los demás lo miraban conmovidos por la pureza de la letra, él tenía en mente a alguien más. Solo podía pensar en aquella flor roja, pura y devota: su hermana. La extrañaba profundamente. Antes de todo esto, siempre había sido la persona más cercana a él, pero solo cuando adquiro la otra perspectiva fue que comprendió cuánto había dejado pasar, cuánto la necesitaba… y cuán ansioso estaba por volver a verla y liberarla de su maldición, sin importar el costo.

Cuando su voz finalmente se apagó, un silencio reverente cubrió el lugar. Incluso los enanos, que habían prometido darle un golpe si volvía a cantar ese tipo de canciones, se abstuvieron: esta vez no había sido tan mala… y no era el momento adecuado.

Los elfos, en cambio, no solo estaban curiosos: ahora se sentían atraídos hacia él como moscas a la miel. Tanto los músicos como las elfas que lo atendían lo rodearon para hablar con él, hacerle preguntas, compartir risas… A nadie le importaba ya si antes se había aprovechado de ellas: lo presenciado superaba con creces cualquier incomodidad. Ni siquiera protestaron cuando Miquella, con descaro inocente, se recostó sobre sus pechos y las abrazó durante la charla.

Leda, que estaba sentada junto a Elrond, Gandalf y Thorin, no pudo evitar suspirar. Había tenido que tomar el lugar de Miquella en la mesa principal, representando a los Eldens ante el señor élfico, porque su señor prefería en ese momento dejarse mimar por las elfas. Con serenidad fingida, observaba mientras era parte de las conversaciones importantes.

"Esta es Orcrist, la Hendedora de Trasgos. Una famosa espada forjada por los Altos Elfos del Oeste, mi familia. Que te sea útil" explicó Elrond al devolverle la espada a Thorin, antes de pasar a la siguiente. "Y esta es Glamdring, el Martillo de Enemigos. Espada del rey de Gondolin…"

En ese momento, Miquella se apartó de las elfas y se unió nuevamente a la mesa. Había notado la presión que ejercía sobre Leda: aunque ella parecía serena, en su interior hervía de celos y repudio hacia aquellas "elfas fáciles" que se abalanzaban sobre su señor

Fue entonces cuando Moore se acercó.

"Mi señor, cuando estábamos en la cueva de los trolls encontré esto" dijo, mostrando una pequeña espada élfica: aquella que más tarde sería llamada Aguijón.

"Hmm… Esa, dásela a Bilbo. Creo que le irá mejor que a mí" respondió Miquella con desinterés.

"Pero creo que a ti te serviría más una buena espada" replicó Dwalin, confiando en la fuerza bruta por encima de la magia. "No siempre puedes confiar en tus hechizos"

"Sí, todo hombre necesita un arma en su mano" añadió Gloin, recibiendo la aprobación de varios enanos.

Miquella sonrió con suavidad.

"Créeme, si fuera por mí, llevaría una espada más alta que yo y tan ancha como mi cabeza, cortando a todos mis enemigos sin que nada pudiera detenerme." Respondió Miquella, recordando algunos de los personajes que usó en el juego. "no desarrollo músculo, por más que lo intente. Así que por ahora confiaré en mi magia. Más adelante veré si consigo un arma adecuada. De todas formas, no necesito preocuparme por la fuerza bruta" dijo, mirando a los suyos, "porque tengo a mis fieles seguidores a mi lado"

Los Eldens asintieron al unísono, confirmando que ellos serían las armas y los escudos de su señor en el campo de batalla, sin dudarlo ni un instante.

"Tómala, Bilbo. Estoy seguro de que te servirá mucho más que a mí. Aún no tienes una espada digna, y no encontrarás mejor que esta" ordenó Miquella a Moore

Moore obedeció, entregando la hoja al hobbit antes de volver a su lugar en la mesa. Bilbo, sorprendido, la desenvainó: su hoja élfica brilló con una delicada luz azulada. Aunque no era un guerrero y sus únicas prácticas habían sido con palos de madera durante el viaje, la sostuvo con respeto, agradeciendo sinceramente a Miquella.

Elrond observó todo con creciente fascinación. Aquel niño era poderoso, noble, rodeado de leales seguidores… y precoz en muchos sentidos, como podía deducir de las elfas que se retiraban discretamente, acomodándose las ropas que él, claramente, había desordenado. Sin poder evitarlo, sus ojos se posaron en la mujer rubia —la mano derecha del joven—, esperando obtener de ella alguna pista sobre los Eldens. Aunque en el fondo, lo que más deseaba era conversar directamente con Miquella. Y sabía que tarde o temprano tendría esa oportunidad.

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