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Chapter 24 - 24) Corran...

La compañía se acercó a la cueva, aunque al final Miquella decidió no entrar. El hedor que emanaba de su interior lo convenció de quedarse fuera, prefiriendo pasar el rato con su querido corcel espiritual.

Gandalf tampoco entró. No porque le faltara interés, sino porque tenía asuntos más importantes que tratar.

"Miquella…" llamó, intentando captar la atención del semidiós.

"Ajá…" respondió Miquella sin mirarlo, ocupado en darle una manzana a Torrente desde encima del mismo. La tarea resultaba algo incómoda, pues tenía que colgarse de uno de los cuernos del caballo para alcanzarle el fruto, pero lo logró. Y, sinceramente, una vez montado, no tenía la menor intención de bajarse

"Sobre esas runas…" inició el mago, midiendo sus palabras. No era un arma que despreciar; al contrario, podía ser muy útil en las manos correctas. Lo que le preocupaba era que aquel poder, en malas manos, se convirtiera en un peligro.

"Tranquilo… Olórin" comentó Miquella con un tono neutro.

Gandalf abrió los ojos de par en par al escuchar ese nombre, sorprendido y alerta.

"No temas por mis actos. Hace poco tuve una reunión con un viejo conocido tuyo y… digamos que llegamos a un acuerdo. No creo que debas preocuparte. Sé muy bien qué hacer y qué no… o, al menos, lo intento" añadió Miquella, levantando la vista una sola vez para observar la reacción del maia.

"¿R… reunión?" tartamudeó Gandalf, con una mezcla de sorpresa, sospecha y confusión.

"Nada que deba interesarte en este momento…" respondió Miquella, justo antes de que fueran interrumpidos.

"¡Gandalf!" llamó Thorin, acercándose desde la cueva con dos espadas cubiertas de telarañas. "¿Reconoces estas espadas? No parecen obra de trolls."

Olórin sintió que era un pésimo momento para cortar la conversación. Deseaba respuestas, pero intuía que, si sus sospechas eran correctas, no era un tema para discutir delante de cualquiera, ni siquiera frente al príncipe enano. Así que guardó silencio y tomó las espadas para examinarlas.

"Estas armas fueron forjadas en Gondolin, por los altos elfos de la Primera Edad" explicó, reconociendo las antiguas runas grabadas en el metal.

Thorin frunció el ceño al escuchar aquello. Observó la espada en su mano, luego miró a Miquella, evaluando una idea.

"Miquella… ¿qué te parece esta espada? ¿Crees que podría cambiarla por una de esas runas?" preguntó con tono negociador. Para él, una runa de los Eldens valía mucho más que cualquier reliquia élfica.

"¿Tienes un troll que pueda usar?" replicó Miquella. Al ver que el enano permanecía en silencio, continuó. "Con los recursos, el tiempo y la energía necesarios, podría hacer una runa para todos ustedes… pero no es algo que pueda hacer ahora. No seas terco y usa esa espada. Nunca sabes cuándo la vas a necesitar."

En ese momento, aullidos de lobos resonaron a lo lejos, provenientes, para inquietud de todos, en dirección al campamento que habían dejado atrás

El mago, el Empíreo y el príncipe enano no fueron los únicos en escuchar aquel aullido; pronto, varios más se acercaron a toda prisa hacia donde estaban los tres.

"¡Maldita sea, nuestros campamentos!" exclamó Gloin.

"¡Nuestros ponis y provisiones!" reaccionó Ori, apuntando directo al verdadero problema.

"¡Tenemos que ir!" gritaron varios enanos, empuñando sus armas.

"¡Alto! "la voz de Gandalf resonó con autoridad mientras detenía a todos con su bastón. Luego, fijó la mirada en la dirección del aullido. "Son… muchos" añadió con un tono grave, sorprendido por la magnitud. Solo por el eco en el viento ya calculaba cientos de lobos; quizás no todos reunidos, pero aún así, más de lo que podían manejar.

"¿Y qué hacemos?" preguntó Balin, pasándose la mano por la cabeza. "Todas nuestras provisiones están allí… y, incluso sin ellas, nos alcanzarán rápido si vamos a pie."

"Yo iré" dijo Miquella, ajustándose sobre Torrent.

"Iré con usted, mi señor" se adelantó Leda, intuyendo que su amo pensaba ir solo y decidido a impedirlo. "No vaya solo…" susurró casi implorando.

"Mis cosas están en la carreta y no pienso dejarlas. Y no te preocupes… con Torrent, será tan rápido y fluido como la brisa del viento. Quédense aquí o inicien el avance, yo los alcanzaré. ¡Es una orden!" remató Miquella al notar que Leda y otros estaban a punto de protestar

Sin darles más tiempo, se aferró a las riendas y dio la señal. Torrent arrancó en una carrera veloz… pero, para asombro de todos, no tardó en dar un enorme salto en el aire, seguido de otro más sin siquiera tocar el suelo. Fue entonces cuando algunos notaron el tenue brillo en el anillo de Miquella, canalizando energía hacia el corcel, que avanzaba por el cielo con elegancia, rumbo al campamento atacado. Nadie podía apartar la vista, boquiabiertos ante semejante espectáculo.

"¿Puede volar?" preguntó Bilbo, incrédulo.

"¿¡Puede volar!?" repitieron varios enanos al unísono.

"Bien… ahora sí estoy un poco celoso" comentó Dwalin, sin quitar la vista de las zancadas aéreas de Torrent.

"No perdamos tiempo" intervino Gandalf. Aunque igual de impresionado, ya estaba acostumbrado a que los Eldens lo sorprendieran una y otra vez. "Tenemos que aprovechar y ponernos en marcha. Miquella quizás logre distraerlos; debemos avanzar"

El mago tomó la delantera y todos comenzaron a moverse, llamando al resto. Incluso aquellos que acababan de salir de la cueva tras hacer un “depósito a largo plazo” del tesoro troll fueron arrastrados a la fuerza para unirse al grupo. Gandalf, con sus largas piernas y su conocimiento del camino, marcaba el ritmo.

No había pasado mucho desde que abandonaron la cueva cuando una estruendosa explosión sacudió el aire. Todos giraron instintivamente hacia donde debería estar Miquella y vieron bolas de fuego ascendiendo al cielo para luego precipitarse a tierra, como si un volcán hubiera despertado de repente. El suelo mismo parecía temblar.

"Mi señor…" murmuró Leda para sí, antes de reanudar la marcha. Aunque deseaba correr hacia él para asegurarse de que estuviera bien, no osaría desobedecer la orden recibida.

Los demás enanos también se recuperaron pronto, incluso aquellos que no pudieron evitar recordar las llamas del dragón que habían arrasado su hogar décadas atrás. Reanudaron la marcha, al menos hasta que vieron a Dane saltar y ejecutar una patada giratoria en el aire, derribando al conductor de un trineo de liebres que pasaba a toda velocidad junto a ellos

Hornsent y Ansbach reaccionaron de inmediato, desenvainando sus armas y colocándolas en el cuello del desconocido. Sus hojas ya habrían hecho su trabajo si no fuera por tres motivos: primero, el individuo era un anciano por su aspecto; segundo, no parecía pertenecer al bando enemigo; y tercero, estaba suplicando clemencia sin parar, con desvaríos incluidos.

"¡Piedad… asesinos… fuego…!" balbuceó Radagast, levantando las manos en señal de rendición.

"¡¿Radagast?!" exclamó Gandalf al reconocerlo. "Bajen sus armas, es amigo" ordenó a los Eldens, que retrocedieron mientras él se acercaba. "Radagast, ¿qué haces aquí?"

"Gandalf… oh, Gandalf…" respondió el mago pardo con un suspiro de alivio, incorporándose mientras lanzaba una mirada de resentimiento y cautela hacia los Eldens que lo habían derribado. "Te estaba buscando. Vine a advertirte… cosas malas están ocurriendo."

"Lamento arruinar su emotivo reencuentro, pero aún nos persiguen orcos" intervino Thorin, mirando hacia atrás tras oír nuevos aullidos, esta vez organizados, no caóticos como después de la explosión.

"Levántate, Radagast. Nos lo contarás en el camino" dijo Gandalf, ayudando a su compañero a recomponerse. "Nos persiguen orcos y huargos."

"De eso mismo quería hablarte…" replicó Radagast, acomodándose el sombrero caído y recogiendo su bastón. Luego lanzó un silbido para llamar a sus liebres. "Algo está ocurriendo con los orcos: se están acumulando, y tienen su fortaleza en Dol Guldur."

"Dol Guldur…" repitió Gandalf, conociendo de sobra qué males habían gobernado allí y lo que podría estar acechando en sus sombras.

"Orcos, arañas, trasgos… todo parece moverse hacia un propósito oscuro. El Bosque Verde parece enfermo, envenenado. Algo… algo muy aterrador ha surgido. Una muerte se cierne desde el sur, y ciertos cuerpos de agua ahora portan… una muerte roja que mata y corrompe todo lo que toca" explicó con voz tensa, subiendo a su trineo que acababa de llegar. "También encontré esto en Dol Guldur…" añadió, entregando una hoja envuelta en una tela blanca. La espada, al descubrirse, reveló ser de acero de Morgul. "Temo… que ya se ha llamado a los Nueve"

"¡Alguien viene!" gritó Killian desde lo alto de una roca.

El impulso de marcharse se interrumpió. Todos giraron, tensos, armas en mano, temiendo que la intromisión de aquel mago errante hubiese arruinado sus posibilidades de escapar.

Pero entonces, entre la tensión, vieron que lo que se acercaba era una figura solitaria, avanzando rápido hacia ellos.

"Es Miquella" dijo Bilbo con una sonrisa, aliviado al comprobar que estaba sano… y que no era una horda de orcos lista para desollarlos.

Torrente llegó rápidamente al centro del grupo, jadeando, pero sin mostrar debilidad, como si pudiera seguir corriendo mucho más si se lo pidieran. Miquella le dio unas palmaditas; él también estaba sin aliento y, si uno prestaba atención, podía notar que no había salido intacto: pequeños cortes y rasguños marcaban su ropa y su piel, aunque ninguno era grave.

"¡Mi señor!" preguntó Leda, exaltada y preocupada. "¿Está bien?"

"Eran..." Miquella interrumpió la frase con un jadeo "demasiados..." terminó, respirando con dificultad, como si la adrenalina empezara a abandonarlo y el cansancio le pasara factura. "Tuve que usar mi piedrota de Glimstone" dijo con una mezcla de pesar y resignación por haber perdido su piedra más grande.

"Sí, lo vimos. Fue impresionante" comentó Gloin, aún con entusiasmo.

"Pero no estamos fuera de peligro" añadió Miquella rápidamente, intentando ignorar su agotamiento. "No estaban todos juntos, así que la explosión solo redujo parte de sus tropas. Aún hay muchos. Intenté perderlos, pero pronto seguirán el rastro con sus lobos y nos encontrarán... sigan avanzando."

"No llegaremos muy lejos" murmuró Dwalin, calculando mentalmente sus posibilidades de escape.

"Entonces peleamos" dijo Freya, con la misma sed de batalla que no había saciado ni siquiera con los trolls.

"Yo puedo ganarles tiempo" se ofreció Radagast, ya sobre su trineo. "Puedo distraerlos mientras ustedes escapan."

El mago pardo no dudaba. Sí, lo habían derribado y casi decapitado antes, pero en el fondo era un espíritu noble, y no permitiría que sus compañeros sufrieran si podía evitarlo. Además, aún necesitaba la ayuda de Gandalf para tratar el problema de su amado bosque.

"Yo también puedo ayudar con eso"dijo Miquella, mostrando una bolsa que había recuperado. No la que contenía a la pequeña Ranni, sino la otra, llena de Glimstone. "Tengo suficiente para ir reduciendo poco a poco sus números. Avancen todo lo que puedan; cuando queden menos, intentaremos exterminarlos"

Radagast no respondió de inmediato; se había quedado momentáneamente congelado al observar con más atención a Miquella. Primero se fijó en su corcel —que, como amante de los animales, despertó su curiosidad—, pero luego, al mirar al semidiós, notó lo mismo que Gandalf en su momento.

"¡Gandalf! ¡Gandalf! Él..." exclamó, tirando de la túnica del mago gris.

"Sí, Radagast, y es más complicado de lo que parece... considéralo un colega" respondió Gandalf, sin saber cómo resumir la historia. No había tiempo, y cualquier explicación sería demasiado larga. El malentendido fue inevitable: Radagast asumió que Miquella era otro Maia llegado a la Tierra Media para enfrentar la amenaza que la asolaba.

"Vamos, viejo loco, hay orcos que desorientar" dijo Miquella, mientras ordenaba a sus seguidores y les hablaba del próximo destino: Rivendel.

Radagast agitó las riendas y las liebres salieron disparadas en dirección contraria al grupo. Muy de cerca lo siguió Miquella sobre Torrente, canalizando una Glimstone en su mano para el siguiente hechizo.

Los enanos y los Elden continuaron sin detenerse, decididos a llegar a su destino. Ahora todos sabían que se dirigían a Rivendel, y aunque no era del agrado de los enanos, nadie protestó.

Esto era distinto a la película que Miquella había visto antes de ser Miquella. El número de orcos era abrumador y los enanos no eran tontos, ni siquiera Thorin con todo su rencor. Mejor caer en manos de un mal aliado incómodo que de un enemigo despiadado. Quizás, si solo estuvieran los enanos, habrían preferido morir luchando antes que buscar refugio con los elfos. Pero los Elden ya eran parte de la compañía, y sus decisiones pesaban... para suerte de los planes del mago gris.

Y fue una gran decisión. En cierto momento, la compañía pudo ver con sus propios ojos aquello a lo que Miquella y Radagast se enfrentaban: una horda de orcos desplazándose como una ola negra sobre la tierra, quizás cien de ellos montados en huargos. Sin la velocidad de las liebres de Rhosgobel y de Torrente, lo que estaban haciendo sería imposible... pero lo mejor era que lo hacían excepcionalmente bien.

Radagast resultó ser un distractor muy eficaz: sus liebres giraban con agilidad imposible, tomando curvas cerradas que desorientaban a los lobos. En esos momentos, Miquella aprovechaba para lanzar proyectiles, llamaradas o rayos de energía, reduciendo las filas enemigas una por una. Era un trabajo lento y peligroso —las flechas llovían sobre ellos sin descanso—, pero estaban cumpliendo el plan

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