"Está bien. Gracias… haré lo mejor que pueda" dijo Miquella mientras guardaba con sumo cuidado ambas semillas. Yavanna no apartó la mirada ni un instante. "Pero sigo creyendo que estás poniendo demasiadas esperanzas en mis decisiones… en mi moral, que ni yo considero confiable" añadió con una sonrisa amarga.
"Quizás…" respondió ella, pensativa. "Pero tal vez el tiempo que pasé con tu hermana me dio la impresión de que podía confiar en ti."
"¿¡Hermana!?" exclamó Miquella, poniéndose de pie de un salto. Su semblante cambió de inmediato, dejando atrás toda serenidad.
"Creo que podrías llamarla así, ¿no?" musitó Yavanna, como si aún reflexionara sobre la palabra.
"¿¡Qué hermana!? ¿¡Quién!? ¿¡Cuándo!?" preguntó completamente exaltado. Se había tocado su fibra sensible. Las emociones que creía tener bajo control se desbordaron al instante.
"Lo siento… pero no puedo decírtelo" respondió Yavanna con genuina pena en los ojos.
"¡¿Por qué no?! ¡¡DIME!!" exigió, dando un paso al frente, al borde de sujetarla con fuerza y sacudirla solo para obtener la verdad. Si una de sus hermanas estaba aquí, en este mundo, tenía que saberlo
"Porque no creo que sea lo que ella quiere" contestó con calma, sin ofenderse por su arrebato. "Pensé que para cuando viniera, ya te habría encontrado, como dijo que haría. Pero al ver tu reacción conmigo, supe que no era así. Lo siento, pero tendrás que esperar un poco más. Ella vendrá a ti… y con ella vendrán muchas respuestas. No quiero arruinar ese momento ni decir algo que ella no esté lista para contarte." Hizo una pausa, suspirando como quien revive viejos recuerdos. "Después de todo, creo que podemos considerarnos viejas compañeras" añadió con una leve sonrisa. "Hemos trabajado juntas en el pasado. Si no me creés, podés ir a las Montañas Grises y ver el resultado de su colaboración con mi esposo… Aunque bueno, parte de ese legado está con algunos de los compañeros que tienes ahora."
Miquella temblaba por dentro. Sentía que la verdad estaba al alcance de su mano… y sin embargo se le escapaba. ¿Una de sus hermanas? ¿Aquí? ¿Y no quería que él lo supiera aún? Era demasiado. Se debatía entre hacer todo lo posible para arrancarle la información a la Valar, o aceptar que tendría que esperar… un poco más… para tal vez recibir la mejor noticia desde que había llegado a este mundo.
Al final, solo pudo soltar un suspiro cargado de frustración, apretando los puños, mientras reunía fuerzas para cuando ese esperado reencuentro finalmente ocurriera.
"Lo siento" continuó Yavanna, en tono casi maternal. "Pero creo que ella tiene sus razones. En todo caso… fue error mío presentarme tan pronto. Imagino que se enojará por no poder sorprenderte con su aparición. Había estado esperando mucho ese reencuentro…" Sus palabras eran consuelo, aunque su efecto era mínimo. "Si te parece bien, puedo intentar responder alguna otra pregunta, mientras pueda."
Miquella asintió, conteniendo la tormenta en su pecho.
"Bien… tengo una duda" dijo al fin, rindiéndose por ahora en el tema anterior. "¿Por qué poner tantas esperanzas en mí? Si tanto deseás que este mundo se salve… ¿por qué no tu, o los otros Valar, vienen directamente y terminan con el problema? Lograste 'escaparte', como lo llamás. ¿Por qué no dar estas semillas, o alguna otra arma, a los nativos de Arda para que destruyan a los siervos de Melkor de una vez?"
Yavanna bajó la mirada, suspiró y luego respondió mirando al horizonte:
"Pequeño Maiar… nuestro Padre impuso reglas. Fue por esas mismas reglas que pude venir aquí, aprovechando sus vacíos… pero son también esas reglas las que nos impiden hacer más. Escuchá bien, porque esto es algo que vas a tener que entender cuando llegue el momento: los Valar solo pueden luchar contra otros Valar. No podemos intervenir directamente, salvo que haya otro Valar involucrado. Esa es la ley." Hizo una pausa, como midiendo sus palabras. "Ahora tienes el poder de un Maiar, pero si algún día alcanzas nuestro nivel, deberás acatar esas mismas reglas. Así lo hacemos todos en Arda. Recuerdalo bien… tanto para ti, y para quienes te rodearán. Esta lucha es más compleja de lo que creés. Y vas a necesitar entender eso para poder mover tus piezas cuando llegue el momento."
Miquella la observó en silencio. Sabía que había mucho más que no se estaba diciendo.
Aún tenía mil preguntas.¿Qué tan rígidas eran realmente esas reglas?¿No contaba como “intervención” haberle entregado las semillas?¿Cuánto margen de maniobra tenían los Valar?¿Qué significaba exactamente “interferir”?
Y sobre todo…¿Cuál de sus hermanas estaba allí?¿Melania? ¿Ranni…?¿Melina…?
Pero no tuvo oportunidad de formularlas.
La conversación, como la bruma en la mañana, se desvaneció sin dejar huella. Yavanna simplemente… no quiso decir más.
"Bien… creo que debo irme antes de que noten mi ausencia y descubran que vine a verte" dijo Yavanna con un dejo de resignación. "Aunque… es probable que Manwë ya lo haya notado."
"Supongo que es el fin…" suspiró Miquella, aún procesando todo lo vivido. No imaginaba tener una conversación así hoy. "Espero que podamos volver a hablar pronto… tengo muchas preguntas más."
Yavanna sonrió… pero su respuesta fue desconcertante.
"Jeje… yo espero que no."(Yavanna )
Miquella alzó una ceja, confundido.
"Mandos me advirtió" continuó ella, divertida. "Dijo que había predicho que habra un futuro donde tú, joven Miquella, podrías convertirte en la perdición de muchas de nosotras… las Ainur femeninas. Que nos arrastrarías al goce carnal, robándonos de nuestro lugar entre los divinos, y que algunas incluso lo aceptaríamos con agrado."
Miquella observó con asombro cómo la Valar pronunciaba aquellas palabras. Las decía con la misma naturalidad con la que mantenía su sonrisa, sin rastro de preocupación en su rostro.
"Pero... si haces las cosas bien", dijo, acariciando con ternura la mejilla del niño divino, "no veo problema en sacrificarme por este mundo. Incluso si eso significa retozar en tu cama como una mujer mortal... si logras darle un futuro mejor a este mundo, creo que no me importaría."
La mujer sonrió por última vez antes de retirar su mano del rostro de Miquella. Luego se dio la vuelta y se alejó, pero no sin antes pronunciar unas últimas palabras.
"Deberías volver pronto. Tus seguidores podrían terminar arrasando el bosque en tu búsqueda. Ah… y los hijos de mi esposo también están por meterse en problemas. Imagino que querrás darles una mano." Se detuvo por un momento, como si recordara algo más. "Y… si no es molestia, podrías cuidar un poco de Radagast. Es una buena alma, aunque algo perdido. Quizás puedas ayudarlo a retomar su misión de una forma… mas acorde a el"
Yavanna reanudó su andar con elegancia, pero justo antes de desaparecer por completo entre la niebla mágica del bosque, y como si hubiera sentido la intensa mirada de Miquella en su espalda, alzó su vestido para mostrar, solo por un par de segundos, la divina curva de su cuerpo inmaculado y su intimidad… tan provocadora como imposible de olvidar.
"Sé buen chico… y saluda a tu hermana de mi parte" dijo con voz melódica, justo antes de desvanecerse por completo.
Y con ella, el bosque en el que se hallaban desapareció también, como si todo hubiese sido un sueño.
Miquella se quedó allí, congelado en el mismo lugar del bosque. No podía borrar de su mente aquel trasero y aquel valle prohibido de belleza divina.
"Maldita sea", exclamó en voz alta, sin poder contenerse. "Por alguna razón, de repente me han entrado unas ganas inmensas de salvar este mundo"
Suspirando para sus adentros, Miquella decidió dejar sus preguntas para más adelante y enfocarse en lo que ahora acontecía. Alzó la mano con el anillo y, con voz clara, proclamó:
"¡ELDENS!"
Desde el anillo, una onda invisible se propagó por el bosque como una gran ola, sin alterar nada visible… hasta que impactó contra ciertas figuras que buscaban desesperadamente entre los árboles.
Leda y los demás sintieron la presencia de su señor como un susurro en el alma. Una llamada silenciosa pero inconfundible que los sacudió hasta lo más profundo. Sin dudarlo, corrieron en dirección al origen del llamado.
Miquella los vio aparecer uno a uno, con miradas llenas de preocupación, pero también de alivio al encontrarlo. Leda, en especial, apenas podía mantenerse en pie por la tensión acumulada. Casi cayó de rodillas al verlo.
"Mi señor… "musitó débilmente, haciendo un esfuerzo por incorporarse.
"Perdonen mi ausencia" dijo Miquella con voz firme, acercándose a ella e intentando ayudarla a levantarse, sin mucho éxito. "Tuve una... reunión inesperada. Pero ahora no hay tiempo. Preparad vuestras armas. Hay que salvar a unos enanos."
Los Eldens no hicieron preguntas. Aceptaron la orden con la eficacia que los caracterizaba. Incluso Leda, aunque aún agotada, se enderezó con determinación, lista para seguirlo.
"¡Sí, mi señor.!"respondieron al unísono, y comenzaron la marcha.
Miquella subió a la espalda de Freya para no retrasar el avance. Además, ninguno deseaba perderlo de vista otra vez.
...
La situación con los enanos, mientras tanto, se había vuelto caótica… y nadie comprendía cómo había escalado tan rápido. Bilbo, por su parte, solo quería sentarse a llorar.
Primero había salido a buscar a los Eldens sin éxito. Luego, al regresar para alertar a sus compañeros, tuvo la mala suerte de ser capturado por un troll que intentaba robar los ponis. El hobbit terminó siendo arrastrado como posible postre o plato principal, aún no estaba claro: los trolls discutían la preparación mientras él forcejeaba.
Por fortuna, dos hermanas enanas escucharon sus gritos. Corrieron a rescatarlo y casi lo lograron. Aunque ambas eran hábiles guerreras, los trolls eran fuertes, numerosos y tenían la ventaja: un rehén.
Las enanas dieron pelea, pero el resultado fue un amargo intercambio. Una de ellas consiguió liberar a Bilbo, pero quedó atrapada a cambio. Cuando el resto de la compañía llegó al lugar tras buscarlas con desesperación, se encontraron con una escena desesperante: los trolls sostenían a Kilian entre sus garras, amenazando con descuartizarla si no se rendían.
Thorin no podía negarse. No podía permitir que nadie de la Compañía sufriera ese destino, y mucho menos su sobrina.
"¡No se rindan! ¡Ataquen!" gritó Kilian, ya lista para morir. Había cumplido su objetivo: rescatar al hobbit, el valioso amigo del líder Elden.
"¡Cállate!" gruñó Guille, apretando con fuerza a la joven enana, que soltó un grito de dolor.
"¡Déjala!" aulló Thorin, con los ojos encendidos de rabia, empuñando su espada aún con más fuerza. "¡Nos rendimos!"
"¡Ataquen! ¡Estoy muerta de todos modos!" insistió Kilian con desesperación, sabiendo que era su vida o la de todos.
Uno de los trolls, Bert alzó el puño para intimidarla con otro apretón —no lo suficiente para matarla, claro; sabían que su rehen era su mayor ventaja—, pero en ese preciso instante, uno de ellos soltó a la enana mientras lanzaba un alarido desgarrador.
"¡Aaaauuuu! ¡Mi espalda! ¡Mi espaldaaaa!" gritó Tom, retorciéndose mientras intentaba, con sus manos torpes, alcanzar algo en su espalda que claramente lo atormentaba.
Al girarse, los enanos y Bilbo vieron con asombro que la espalda del troll estaba cubierta de cuchillas azules, incrustadas profundamente. Brillaron por un instante antes de desvanecerse como humo.
En ese mismo instante, gritos de guerra surgieron del bosque. Los Eldens irrumpieron como una jauría de lobos hambrientos, lanzándose contra los trolls sin piedad, con la furia de quienes habían estado bajo tensión mucho tiempo... (y que posiblemente la desaparición de su señor no tenía nada que ver.)
Los enanos no tardaron en reaccionar. Filian y Kilian fueron las primeras en actuar. Filian, ahora sujeta por un solo troll, sacó un cuchillo oculto y lo clavó con fuerza en la mano que la retenía. Kilian, por su parte, desenvainó su arco y disparó una flecha certera… directo a la entrepierna del gigante. Así, la rehén logro liberarse.
La batalla cambió rápidamente a favor de lo que bien podría llamarse La Compañía de Erebor. Juntos, enanos y Eldens luchaban con fiereza, pero los trolls no eran presa fácil. Estos especímenes, venidos de las montañas del norte, poseían una piel dura como piedra, difícil de perforar.
El primero en caer fue Tom, debilitado previamente por la magia de Miquella. Le siguió Guille, cuya guardia quedó completamente rota después de recibir varias flechas en una zona… delicada.
Solo quedaba Bert, quien al ver caer a sus hermanos, estalló en una furia salvaje. Embistió como una bestia desencadenada, arrojando por los aires a varios enanos y Eldens, o haciendo que se apartaran para evitar su paso. Su mirada estaba fija en las hermanas enanas, a quienes culpaba de todo.
Pero Thorin se interpuso. Saltó sobre el troll con su espada en alto, clavándosela con fuerza entre su clavicula. Logró desviar la embestida mortal… pero a costa de ser arrastrado por el enorme cuerpo de Bert. Ambos cayeron a varios metros del resto del grupo, separados y vulnerables
Bert no logró su objetivo, pero, aunque dañado y consciente de su inminente final, estaba decidido a llevarse a alguien consigo. Con Thorin en la mira, el troll se lanzó hacia él con movimientos erráticos y las fauces abiertas, listo para morderlo hasta la muerte. Justo cuando los demás sintieron que no llegarian a ayudar, una inesperada salvación llegó.
Bilbo, quien había observado todo desde una distancia segura, era ahora el más cercano. Al ver a Thorin indefenso y a punto de ser devorado, algo surgui en él... valentía. Tal vez fue gracias a los entrenamientos y tantos tropiezos durante el viaje, o tal vez fue puro coraje que siempre tuvo dentro de él... pero sin pensarlo, corrió hacia el troll.
Con su agilidad, trepó por la espalda de Bert, tomó el cuchillo que colgaba de su cinturón y, en un acto desesperado, lo hundió con todas sus fuerzas en uno de sus ojos.
El troll rugió de dolor. Su cuerpo ya no respondía como antes y el ataque del hobbit —usando su propia arma contra él— lo tomó completamente por sorpresa.
Thorin, sacudiéndose el aturdimiento, se incorporó justo a tiempo para ayudar a Bilbo a empujar la hoja más profundamente.
Pero Bert, en su último aliento, embistió con su enorme cabeza, golpeando a ambos con brutalidad. No le importaba perder un ojo si ya iba a morir. ignoró el dolor. Solo quería llevarse a alguien con él.
Con el cuchillo aún clavado en el rostro, una espada enana en el torso y decenas de flechas en la espalda de los refuerzos enanos que venían a por él, Bert se preparó para su último ataque.
Fue entonces cuando...
*¡puff!*
Una vara larga y firme perforó su segundo ojo, entrando tan profundamente que el troll apenas tuvo tiempo de emitir un gemido seco antes de desplomarse como un árbol talado.
Gandalf, extrayendo la base de su bastón del cráneo de la bestia y comentó:
"Parece que casi llego tarde a la fiesta."
Con esas palabras, la inminente muerte se disipó. Thorin y Bilbo, liberados de la tensión, exhalaron un profundo suspiro y se desplomaron en el suelo, jadeando.
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