Miquella caminaba por el bosque sin rumbo fijo. No sabía exactamente qué buscaba, solo que algo —una voz sin sonido, una presencia sin forma— lo llamaba.
Sus pasos eran tan gráciles como los de un hada, deslizándose entre las raíces y la hojarasca con una cadencia extrañamente ligera, rápida y lenta al mismo tiempo. Vagaba entre los árboles sin propósito ni dirección clara. En apariencia, un niño sería fácil de seguir… pero Leda comenzaba a inquietarse. Aunque al principio lo había seguido de cerca, no recordaba cuándo ni cómo la distancia entre ambos empezó a crecer.
La inquietud se volvió temor al darse cuenta de que su señor, que había estado a solo unos pasos, ahora se perdía entre los árboles, cada vez más lejos, su figura desdibujándose entre las sombras.
"¡Mi señor!" lo llamó con voz firme, pero Miquella no respondió. No se volvió siquiera. Era como si no la oyera… o como si la ignorara por completo.
Leda apretó los dientes y echó a correr tras él, con el presentimiento de que algo no estaba bien. Claro, cabía la posibilidad de que su señor estuviera jugando, ocultándose para hacerle alguna broma. No sería la primera vez. Pero el instinto le gritaba que no se trataba de eso.
Para su desgracia, justo cuando Miquella pasó detrás de un árbol, desapareció por completo. Ni rastro de su silueta, ni el leve sonido de sus pisadas. Nada.
Alarmada, Leda corrió hacia ese mismo árbol… pero detrás no había nadie. Miró en todas direcciones. El bosque parecía inmutable. Ni huellas en la tierra, ni hierba aplastada… como si nunca hubiera estado allí
"¡¡¡MI SEÑOR!!!" gritó, desenfundando su espada al instante. "¡¡¡RESPÓNDAME!!! ¡¡¡MIQUELLA!!!"
Pero no hubo respuesta. Solo el murmullo del viento entre las hojas, y el silencio inquietante de un bosque que parecía contener la respiración.
...
Mientras tanto, Miquella seguía avanzando, sin notar cuánto había recorrido. Su andar era sereno, casi despreocupado. Sentía que el llamado había cesado, no por haberse perdido, sino porque ya había llegado al destino.
Fue entonces cuando notó que algo había cambiado. El entorno ya no era el mismo. El terreno antes desigual se había vuelto llano, suave como un jardín bien cuidado. La vegetación brillaba con un verde luminoso, casi etéreo, y los árboles, aunque aún altos para él, ya no se alzaban como gigantes.
"Tranquilo, joven Maiar" dijo una voz suave, que parecía brotar del aire mismo
Miquella se giró. Allí, acariciando un fruto aún verde en una rama baja, estaba una mujer vestida de tonos esmeralda. Su rostro era sereno. No era hermosa ni fea… o más bien, era tan común que resultaba extraordinariamente atrayente. Una belleza que no residía en los rasgos, sino en una presencia imposible de describir del todo. Como si la normalidad perfecta ocultara algo. Tan bella, pero sin serlo...
"Yo no soy un Maiar" respondió con calma, avanzando con cautela. Su mano se deslizó discretamente hacia el anillo que llevaba. No sentía hostilidad alguna en ella… pero su instinto le advertía que esa mujer no era alguien a tomar a la ligera.
"Pero tu poder es como el de uno"dijo la mujer, volviéndose hacia él. Dio un paso con naturalidad, su mirada llena de una extraña ternura. "Al menos por ahora. Clasificarte como Maiar no sería incorrecto, aunque tu origen sea distinto."
"¿Quién es usted?" preguntó Miquella, intrigado. Ya no tenía dudas: aquella mujer no era una persona común. Tampoco el lugar en el que se encontraba. Este bosque vibraba con una vitalidad antigua, imposible de comparar con el que había cruzado minutos antes.
"Puedes llamarme Yavanna" dijo la mujer, esbozando una sonrisa pura, transparente. Una sonrisa que no ocultaba dobles intenciones… porque simplemente no tenía ninguna.
"¿La Valar...?" preguntó Miquella, sorprendido, aunque en el fondo ya lo había presentido.
"Me alegra que me reconozcas, rey de los Eldens, Miquella" respondió la mujer, con la mirada clara y firme, clavada en los ojos del semidios.
"No deberías estar en Valinor...?" dijo él, tratando de mantener una calma que no sentía del todo. "¿Los Valar están en la Tierra Media? ¿Van a intervenir contra...?"
Pero se detuvo. Algo se iluminó en su expresión. Su mirada se volvió solemne, como si comprendiera algo profundo, pero a la vez, su mano se cerró con más fuerza en torno al anillo que llevaba.
"¿O han venido... por nosotros?" concluyó en voz baja, alzando apenas el rostro para observar a la enigmática mujer
"Sí... y no" respondió ella con calma, como si comprendiera cada palabra que Miquella no llegó a pronunciar. "¿Cuál de esas respuestas quieres oír primero?"
Había compasión en su voz. No condescendencia, sino un intento sincero de no perturbar al muchacho más de lo necesario.
Miquella guardó silencio unos segundos, contemplando con detenimiento a uno de los ángeles supremos del Creador de este mundo. Luego, con voz baja, preguntó:
"¿Estás sola?"(Miq.)
"Sí" afirmó Yavanna, con tranquilidad, sin dejarse afectar por el tono de su interlocutor. "Tienes razón al decir que los Valar residimos en Valinor. No deberíamos aparecer aquí, en lo que llaman Tierra Media. En verdad... mi presencia es un error. Digamos que rompí las reglas y me escapé... por un rato" añadió, mirando hacia el horizonte con una sonrisa ligera.
"Entonces... esta es la segunda pregunta" dijo Miquella, sin apartar los ojos de ella, calculando mentalmente todas las posibles ramificaciones de lo que estaba ocurriendo. "¿Por qué te 'escapaste'? ¿Qué estás buscando? ¿Por qué me llamaste aquí?"
Yavanna rio suavemente, una risa que parecía acariciar el aire.
"Todas esas preguntas tienen la misma respuesta: tú, pequeño Maia." Pronuncio lentamente " Vine a verte. Esperaba conocer a un futuro compañero...? colega?, tal vez amigo."
El bosque se sumió en un silencio expectante. Ambos se observaron largamente, como si el tiempo mismo se hubiese detenido. Yavanna, serena y paciente; Miquella, aún alerta, con desconfianza e intriga bailando en su mirada. Pero esa tensión, aunque parecía eterna, acabó disipándose
Miquella suspiró y aflojó los hombros, rindiéndose parcialmente a la atmósfera de paz que lo rodeaba. Relajó la postura y, al menos por ahora, dejó caer parte de sus defensas. La Valar frente a él no había mostrado en ningún momento hostilidad, ni intención de hacerle daño. Lo mínimo que podía hacer era corresponder con respeto.
"Está bien... te creo" dijo finalmente, esforzándose por volver a su actitud habitual. "¿Y qué desea de mí la Señora de las Cosechas?"
Hizo una leve reverencia, elegante pero con ese toque sutil de irreverencia infantil que caracterizaba al Miquella de siempre. O al menos, al que era ahora.
La dama sonrió, sin molestarse lo más mínimo por el gesto. Al notar que el muchacho bajaba la guardia, se permitió observarlo con más atención: su rostro sereno, su cuerpo frágil pero poderoso, el aura que lo envolvía… tan nueva, y a la vez tan antigua.
"Ya te lo dije: quería conocerte" repitió suavemente, avanzando unos pasos con lentitud, como si temiera romper la armonía con un movimiento brusco.
"Es un honor, señora Yavanna… pero ¿por qué?" preguntó Miquella, sin dejar de vigilar cada uno de sus gestos. "Por lo que has dicho, supongo que sabes quién soy… lo que soy… de dónde vengo. No estarás aquí para expulsarme de este mundo... ¿verdad?"
Preguntó con genuina intriga sobre la postura de los grandes mandos de este mundo ante la llegada de los Eldens.
"Sí, sé bien quién eres. Todos lo sabemos" respondió ella con naturalidad, refiriéndose claramente a sus hermanos, los otros Valar. "Pero tomar medidas respecto a vuestra llegada no es algo que me corresponda decidir. Ni siquiera he formado aún una opinión completa sobre ustedes."
Hizo una pausa breve, caminando lentamente alrededor de Miquella, observándolo como si analizara algo que solo ella podía ver.
"Pero deberías relajarte respecto a eso. El mero hecho de que hayan llegado ya es señal de que el Padre ha aceptado su presencia en Arda… Aunque, en realidad, es más complejo que eso" añadió, con una sonrisa. "Pero no debo ser yo quien te hable de eso. Alguien más lo hará, llegado el momento"
Miquella observó a la mujer, que no dejaba de admirar su cuerpo con una mirada libre de perversión o malicia, solo con genuina admiración. Aunque sus palabras le tranquilizaron, también intensificaron sus dudas. Sentía que si insistía lo suficiente, esta mujer respondería, pero no quería que su avidez por las respuestas arruinara lo que parecía ser una conversación amistosa.
...
Leda corría por el bosque sin rumbo, devorada por el miedo, la ansiedad y la ira. Ni siquiera sabía ya hacia dónde iba: se había perdido buscando a quien había desaparecido de su lado. Desesperada, al encontrar por fin el camino de regreso, echó a correr hacia el campamento, con el corazón en un puño, rogando que su señor hubiese regresado y que todo fuera culpa suya por haberlo perdido de vista.
El estrépito de su armadura resonaba con fuerza entre los árboles, tanto que los Eldens la oyeron mucho antes de verla. Al percibir su llegada, todos se giraron en su dirección. Leda emergió entre los árboles, agitada, el rostro enrojecido, la respiración errática, y con una mirada más cercana a la de una bestia acorralada que a la de una mujer.
"¡¿Miquella estuvo aquí?! ¡¿Está aquí?!" preguntó con un tono rasposo, urgente, imposible de ignorar.
"No" respondió Ansbanch, alzando una ceja, notando de inmediato que algo no andaba bien. Pero antes de que pudiera preguntar qué había pasado, Leda ya se había dado media vuelta y vuelto a correr al bosque sin decir una palabra más.
Los Eldens no tardaron ni un segundo en reaccionar. Apenas comprendieron la situación, tomaron las armas que tenían más cerca y se lanzaron tras ella, sin vacilar.
Como habían permanecido cerca del bosque esperando a su señor, no estaban en el campamento enano. Apenas desaparecieron entre los árboles, Bilbo apareció por el sendero, con un plato de salchichas cocinadas en la mano. Venía con la intención de avisarles que la comida estaba lista… y tal vez, si se daba la oportunidad, conversar un poco con Miquella.
Pero al ver que no había ni rastro de los Eldens, se detuvo en seco. Con el plato en alto, los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, terminó quedándose quieto, con una expresión de pura confusión. Sin proponérselo, hizo una excelente imitación de Travolta en Pulp Fiction, mirando de un lado a otro.
...
"¿Entonces esperas que me ponga de vuestro lado... o qué?" preguntó Miquella, ahora sentado sobre un tronco caído.
"No es necesario que tomes un lado" respondió Yavanna, con tono sereno. "Puedes mantenerte neutral, si así lo prefieres. Habrá muchos bandos, Miquella… incluso entre nosotros, los Valar. En algun momento nuestras opiniones empezarán a chocar. Veremos el mundo de maneras distintas. Pero hay algo en lo que todos coincidimos: queremos lo mejor para Arda." Su mirada se posó en los árboles, y luego volvió a él. "Por eso vine. Porque creo que tú puedes hacer cosas grandes por este mundo."
"¿Y estás segura de que me conoces lo suficiente como para decir eso?" replicó él, con cierta duda. "Tal vez no ves al verdadero Miquella. Tal vez has proyectado en mí a alguien que no soy. Puede que estés siguiendo la imagen equivocada."
Yavanna sonrió con una calma que no se podía fingir.
"Te conozco bien. Te he observado. Sé qué clase de persona eres." Su voz bajó un poco, volviéndose más íntima, más compasiva. "Solo quieres recuperar a tu familia. Quieres redimir tus errores. Quieres alcanzar tus sueño inconclusos… y sí, también quieres perderte en los placeres de los mortales"
"Bueno… creo que eso es correcto" dijo Miquella con un suspiro. Había incomodidad en su voz, como si se sintiera expuesto. "Pero no creo que sepas hasta dónde estoy dispuesto a llegar para conseguirlo" añadió, más serio, con una sombra en la mirada.
"Nunca dije que creyera que todo iba a ser perfecto" respondió Yavanna con calma. "Estoy lista para aceptar que cosas terribles ocurran en el camino, porque confío en que, pese a todo, harás de este mundo un lugar mejor."
Miquella la miró en silencio. Quería creerle, pero no podía evitar la duda.
"No sé si pueda entenderte… pero espero que tengas razón" fue lo único que pudo responder.
"Todo a su tiempo. Sé que lo lograrás si así lo deseas. Eres la llave… la puerta hacia un futuro hermoso… o un destino devastador" dijo con una mezcla de esperanza y preocupación.
"¿No acabás de decir que confiás en mí?" preguntó Miquella, confundido por el giro en el tono
"Vuestra llegada… tú mismo… podrían ser lo mejor que le ha pasado a Arda… o lo peor" dijo con una solemnidad que no había mostrado antes. Sus ojos ahora reflejaban una inquietud honesta, pero luego su sonrisa volvió. "Aun así, apuesto por el resultado que deseo… y estoy aquí para ayudar a que ese futuro se haga realidad."
Miquella la observó con creciente curiosidad. Ella movió las manos detrás de su espalda y luego las extendió hacia él. En sus palmas había dos objetos brillantes: uno irradiaba una luz dorada intensa, y el otro, una luminosa plata pura. Ambos emitían un fulgor casi sagrado.
"No puedo decidir qué camino tomará el destino" dijo. "Pero puedo intentar empujarlo hacia el más favorable." Le entregó ambos objetos.
"¿Qué es esto?" preguntó Miquella, recibiéndolos con cuidado.
Eran elementos ovalados, y su brillo era tan intenso que intuía que si no poseyera un cuerpo divino —aunque debilitado—, ni siquiera podría mirarlos directamente.
"Semillas. De los dos Árboles" respondió ella, contemplándolas como si fuesen sus hijos.
"¿De esos dos árboles?" repitió Miquella, con los ojos muy abiertos. De pronto, el peso simbólico en sus manos se volvió mayor.
"Así es" asintió. "Sé que en tu mundo existió un Gran Árbol que me hubiera encantado conocer. Como regalo, te entrego estas semillas. Espero que las cuides… y que algún día pueda ver árboles tan hermosos crecer una vez más."
Miquella contempló las semillas, repletas de vida y poder, y vislumbró en su mente el crecimiento de los árboles. Los recuerdos del Árbol Áureo estaban muy presentes en su mente, confiriendo a estas semillas un significado mucho más profundo.
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