Todos los cadáveres de los crustáceos comenzaron a desintegrarse en partículas de luz, lo que dejó a los enanos una vez más sorprendidos. Sin embargo, como una simple "cosas de magos", decidieron no hacer más preguntas. A diferencia de ellos, Gandalf observaba con cierta inquietud. Aunque los Eldens habían demostrado ser aliados valiosos, no podía ignorar ciertos detalles… aunque por ahora no diría nada. Prefería observar y, llegado el momento, indagar con mayor profundidad.
Estaban listos para continuar, pero no sin pérdidas. Aunque Miquella logró sanar a la mayoría de los heridos, uno de los ponies no pudo salvarse. Tras pedir permiso, el joven elden utilizó su cadáver como alimento para su anillo, que ahora brillaba con un fulgor vibrante. La energía acumulada abría posibilidades tentadoras, pero Miquella se contenía. No era aún el momento. Aún no tenía suficiente para lo que realmente deseaba invocar.
Abandonaron las marismas poco antes de montar nuevamente. Ante la pérdida del pony, Miquella consideró subirse junto a Leda —pues su montura parecía lo bastante fuerte para ambos—, pero finalmente prefirió viajar en la carreta, como antes.
El viaje siguió su curso, pero con una renovada energía conversacional. La escaramuza con los cangrejos y crayfish gigantes resultó ser... bastante reveladora. Los debates sobre el encuentro no se hicieron esperar, y las preguntas a los Eldens sobre estas criaturas, y otras posibles amenazas de su tierra natal que pudieran aparecer allí, dominaron por completo las charlas.
Bilbo, a pesar de no haber participado en el combate, era el más curioso. Durante la cena, fue él quien rompió el hielo con preguntas que todos querían hacer pero no sabían cómo formular. Miquella respondía con su voz suave y melodiosa, envolviendo cada historia en una atmósfera cautivadora. Incluso las descripciones más triviales cobraban vida en su narración.
Mientras avanzaban, el joven elden no dejaba de mirar su anillo. La energía almacenada palpitaba con fuerza, como si exigiera ser usada. No era suficiente para su deseo mayor, pero sí para algo grande. Por fortuna, había dominado mejor la retención del poder: el desperdicio se reducía cada vez más.
Fue entonces cuando una edificación en ruinas, que habían divisado desde hacía un tiempo, se alzó claramente frente a ellos.
"Las ruinas de Amon Sûl" comentó Gandalf con tono solemne.
Todos alzaron la vista hacia lo alto. Algunos lo hicieron con reverencia, otros con simple curiosidad, y unos pocos sin mayor interés.
"Impresionante… sería un excelente punto para una fortaleza", murmuró Miquella, su mirada perdida más allá de lo que los demás podían ver. Ya lo imaginaba como un puesto de observación… o quizás algo más ambicioso.
Considerando ciertas posibilidades, Miquella se desvió brevemente hacia las ruinas, acompañado por algunos de sus Eldens. Lo hizo con la simple excusa de “turistear”. Fue una visita breve y eficaz: entraron, inspeccionaron, y salieron con la misma rapidez, dejando a los enanos convencidos de que no se perdería más tiempo. Lo que no sabían era que el anillo de Miquella había entrado cargado de energía… y ahora brillaba un poco menos, aunque aún retenía una reserva significativa.
El grupo contempló las ruinas unos instantes más, hasta que el sendero los obligó a seguir adelante. Era tentador detenerse a descansar allí, pero aún quedaban muchas horas de luz, y el día podía rendir más. Dejaron Amon Sûl atrás.
Desde que salieron de las marismas, Miquella no había dejado de utilizar su magia. Aunque la pérdida de energía del anillo ahora era mínima, decidió aprovechar esa pequeña fuga residual para aplicar hechizos de refuerzo y recuperación sobre los ponis. Gracias a ello, el viaje se volvió más ágil, y el grupo decidió avanzar un poco más antes de detenerse.
Durante el trayecto, Gandalf había comenzado a montar a la altura de la carreta, junto a Miquella. Lo hacía para "intercambiar conocimiento".
"Son bastante útiles", comentó Miquella mientras sostenía una glimstone en la palma. "Tienen buena energía, aunque se consumen rápido si las sobreexplotás… por eso es mejor tener algunas de repuesto. Te lo digo: sería una excelente adición para tu bastón. Una buena batería mágica."
Extendió la piedra hacia el mago, quien la tomó con curiosidad, examinándola de cerca. El poder que irradiaba era sutil, pero inconfundible.
"Realmente es una piedra muy interesante", dijo Gandalf, asintiendo con aprecio.
"Tomala, usala. No es momento para acumular cosas, sino para emplearlas bien", insistió Miquella, regalándosela sin dudar.
"Gracias. Le daré un buen uso", respondió el mago, guardándola cuidadosamente entre sus pertenencias.
"Y si necesitás más, solo pidelo", añadió Miquella mientras abría una bolsa repleta de esas piedras brillantes. "Incluso tengo una bien grandota… para alguna ocasión especial", dijo con una sonrisa, levantando una glimstone del tamaño de su propia cabeza.
Gandalf lo miró, entre intrigado y precavido.
"Ahora entiendo tu confianza para enfrentar al dragón… Veo que están preparados", comentó. "Pero no será sencillo. No quiero que la falsa valentía los arrastre a una muerte inútil. Pelear contra el dragón debe ser una decisión medida, no impulsiva. Solo cuando la victoria esté asegurada."
El viejo mago llevaba días aprendiendo más sobre los Eldens… y ellos no dejaban de sorprenderlo. Eran diversos, poderosos, y según las historias que Miquella compartía, también peligrosos. Había criaturas en su mundo de origen que podrían desatar el caos en la Tierra Media si alguna vez llegaban aquí. Sin embargo, se sentía aliviado de que fuera Miquella quien hubiera llegado: dentro de todo, este joven semidios era sensato, razonable… y si las cosas seguían su curso, quizás un poderoso aliado.
"La verdadera fuente de mi confianza no son los objetos que cargamos", dijo Miquella, su tono calmo pero firme, mientras sus ojos recorrían a sus seguidores. "Sino nosotros mismos. Créeme, anciano… somos bestias ocultas bajo pieles humanas. Ahora solo contenemos nuestro poder, pero cuando llegue el momento de liberarlo… nadie podrá detenernos."
...
Durante la noche, los aullidos de lobos resonaron en la distancia. Era una jauría numerosa… y peligrosa.
—Huargos —comentó un enano en voz baja, con tono serio.
Aun así, no hubo gran preocupación. Los turnos de vigilancia eran compartidos por eldens y enanos, y además contaban con la presencia de dos poderosos magos. Los enanos, que rara vez confiaban en otros, ahora se sentían más seguros que nunca. De hecho, tras el aviso sobre presencia de orcos en la zona, la emoción de hundir sus hachas en cráneos enemigos era mayor que cualquier temor a un ataque sorpresa.
Esa noche también marcó un cambio sutil en el grupo. Los eldens, que en tantas ocasiones compartieron historias de su mundo, escucharon por fin los relatos de los enanos. Hablaron de los orcos, de los huargos… pero también de la legendaria batalla de Azanulbizar y de cómo Thorin obtuvo su título de "Escudo de Roble". Aquellas palabras no solo instruyeron, también unieron a guerreros de distintos mundos.
...
El camino del este siguió su curso, y pronto llegaron a un lugar especial. Para Miquella, ese paraje tenía un peso distinto: fue allí donde había dado sus primeros pasos en este mundo. Un cúmulo de emociones lo invadió: nostalgia, duda, curiosidad. ¿Qué habría sido del tabernero? ¿Y del pueblo de Bree? Aún conservaba la runa de aquella mujer, aunque ya no la llevaba consigo… al menos, no sobre alguien.
La runa había sido incrustada en una de sus armas. Ya no la usaban activamente: el poder que brindaba había quedado superado por las circunstancias actuales. Pero seguía siendo un símbolo, un recuerdo. Curiosamente, el arma había adquirido una propiedad peculiar: [mayor penetración] contra menores de edad.
Miquella no mencionó nada de esto. Guardó silencio durante horas, y aunque intentó disimularlo, varios lo notaron. Los eldens, Gandalf, incluso algunos enanos. Solo Leda, que conocía mas sobre los inicios de su señor en este mundo, intuyó lo que pasaba por su mente. Por eso mismo, sus manos apretaron con más fuerza las riendas y su mirada se tornó más oscura. Sabía que, cuando llegara el momento, habría cuentas que saldar. Y tenía claro que habia un tabernero que visitar y una cabeza cortada que regalar a su señor.
Miquella, por su parte, no sabía nada de esos pensamientos. Su atención estaba en otra parte.
Había un zumbido en su oído.
No era un sonido común, ni del todo real. Era tenue, casi imperceptible, pero lo bastante insistente como para hacerle notar que algo no estaba bien. Se repetía de forma intermitente y traía consigo una extraña sensación ¿familiaridad? si, pero no de algo que el conocia. Intentó concentrarse,pensó en forzar una interpretación con la energía de su anillo… pero algo en ese zumbido le detenía. Había una suavidad en él, como si le dijera que no se preocupara, que todo iría bien. Era extraño… desconcertante. Pero también tranquilizador.
Mientras tanto, el paisaje se tornaba más complicado. El Camino del Este bordeaba ahora un denso bosque, y el terreno se volvía cada vez más difícil. Las subidas y bajadas eran constantes, y el silencio del entorno era interrumpido solo por los cascos de los ponies y el viento entre los árboles.
El grupo pasó junto a las ruinas de una antigua casa. Aún quedaban algunas horas de luz, pero Gandalf se detuvo un instante a observarlas en silencio.
"Aquí vivía una familia de granjeros" murmuró, recordando su paso por ese mismo sitio camino a la Comarca.
"¿Algo les habrá…?" empezó a decir Miquella, pero se interrumpió bruscamente al mirar hacia el bosque antes de decir "Creo que deberíamos detenernos aquí."
"Aún podemos avanzar unas horas más" opinó Bofur, alzando la mano para calcular la posición del sol.
"Ya hemos adelantado bastante" respondió Miquella, bajando de la carreta. "Y no podemos exprimir a los ponis con magia."
Como si sus palabras fueran ley divina, todos los Eldens desmontaron de inmediato, sin siquiera considerar seguir avanzando. La decisión estaba tomada.
Con tantos a favor —y tras una larga jornada de viaje—, los enanos también optaron por detenerse. Un día de descanso no alteraría el itinerario, y la idea de estirar las piernas les pareció más que bienvenida. Como bien señalaron, ya habían avanzado considerablemente a lo planeado gracias a la magia de Miquella, así que un día de descanso no obstaculizaría en lo más mínimo su viaje.
Se comenzó a levantar el campamento, aunque Gandalf no parecía del todo convencido. Miraba con preocupación los restos de la casa abandonada. Sin embargo, por ahora, aquello sería un problema menor. Se aproximaban a un valle oculto, uno que el mago había tenido en mente desde el inicio. Allí esperaban encontrar a uno de los seres más sabios e influyentes de la región, alguien que podría guiarlos y ofrecer un lugar seguro para descansar... aunque convencer al heredero de Durin no sería sencillo.
De hecho, tras una acalorada discusión con el obstinado enano, Gandalf terminó alejándose con el ceño fruncido, murmurando entre dientes mientras meditaba en cómo llevarlos hasta allí sin que se dieran cuenta.
"¿Gandalf?" preguntó Bilbo al notar su paso apresurado.
"Saldré a caminar un rato" fue todo lo que respondió el mago antes de internarse solo.
Los enanos, ignorando lo ocurrido, asumieron que se trataba de alguna de esas "cosas de mago" y no le dieron más importancia. Los Eldens tampoco lo siguieron; su atención estaba puesta en Miquella, que no dejaba de mirar hacia lo profundo del bosque con una expresión inquieta.
"¿Mi señor...?" preguntó Leda con cautela.
"Voy al baño" respondió Miquella con naturalidad, avanzando hacia la espesura. El llamado que sentía era demasiado fuerte para ignorarlo.
"Lo acompañaré" dijo Leda, intuyendo que algo no estaba bien. Pero justo en ese instante, Miquella se volvió hacia ella con una mirada cargada de significado, como diciendo: '¿Así que quieres verme orinar?'. La caballera, colorada de vergüenza, se apresuró a aclarar: "Para protegerlo…"
Miquella sonrió para sí mismo, satisfecho por haberla incomodado un poco, y siguió su camino. No le molestaba tener compañía, y aunque no planeaba orinar —aunque tal vez lo hiciera luego, solo por diversión y por incomodarla un poco más—, su principal preocupación era descubrir el origen de ese llamado que se intensificaba con cada paso que daba en el bosque.
El resto del grupo de Eldens se quedó en una tensa expectación. La inquietud de que pudieran estar ocurriendo cosas a sus espaldas los impulsó a prestar atención a cada sonido o señal, listos para lanzarse al bosque si la situación lo ameritaba.
Bilbo, por su parte, se quedó sin sus dos únicos interlocutores: el mago y el semidios. Desde que se había unido al viaje, poco había hecho más que cuidar a los ponis... y preguntarse si realmente había sido buena idea aceptar esta aventura.
Bueno, había algo más que había estado haciendo… aunque no por gusto. Mientras se sobaba el hombro dolorido, recordó los entrenamientos.
Tras cruzar las marismas, Miquella había sugerido practicar combate. Traía pequeñas espadas y palos, y propuso entrenamientos ligeros. Su cuerpo de niño no era ideal para la batalla, y deseaba acostumbrarse cuanto antes al uso de armas. Y por alguna razón, Bilbo fue arrastrado a esta actividad. Según Miquella, "para mejorar su supervivencia".
El espectáculo de un hobbit y un niño semidivino dándose palazos como si jugaran fue un entretenimiento inusual para los enanos, que cada tanto se unían al entrenamiento o daban consejos. Pero para los Eldens fue otra historia. En demasiadas ocasiones, Miquella tuvo que detener a sus seguidores antes de que mataran a quien osara herir a su señor —aunque fuera parte de un entrenamiento pactado.
La lealtad de los Eldens fue tal que incluso los enanos la respetaron profundamente. Presenciaron la furia incontrolable que los invadía ante cualquiera que osara dañar a su señor.
Esto motivó a algunos Eldens a "participar" en el entrenamiento, desafiando a aquellos enanos que, por casualidad, habían golpeado a Miquella. Aunque la situación se escapaba de las manos por momentos, el ejercicio resultó ser provechoso
Al menos Bilbo ahora tenía algunas cicatrices con las que presumir cuando regresara a casa. Claro que ninguna fue causada por un enemigo.
