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Chapter 19 - 19) Las marismas otra vez

La parada en Bree fue breve. Solo una noche bastó para reponer suministros, disfrutar de una cena caliente en la taberna y descansar unas pocas horas antes de continuar la marcha.

Aun así, su presencia no pasó desapercibida. No eran un grupo común ni discreto, y justamente por eso, nadie con malas intenciones se atrevió a acercarse. La sola imagen de un contingente de enanos armados, un hobbit, unos forasteros extraños y un mago gris bastaba para desalentar cualquier intento de oportunismo.

Comieron sin hablar de su misión y sin mucho interés por las conversaciones a su alrededor. Las hermanas enanas mantuvieron sus rostros cubiertos con sus máscaras para ocultar su identidad. Leda, por su parte, no se separó de Miquella, apartando con seriedad cada bebida alcohólica de el.

Tras el descanso, partieron temprano… pero algo no encajaba.

Apenas pusieron un pie fuera de la taberna, vieron un grupo considerable de personas armándose y partiendo, todos en la misma dirección que ellos. No eran simples viajeros ni patrullas: había soldados locales, mercenarios y campesinos con herramientas convertidas en armas improvisadas.

La curiosidad pudo más, y pronto preguntaron a qué se debía tanto movimiento.

La respuesta hizo que más de una ceja se alzara.

Se dirigían a las marismas de Midgewater. Allí, desde hacía días, se gestaba un conflicto inesperado: una batalla entre dos especies invasoras y descontroladas que amenazaban con expandirse hacia los poblados cercanos. Cangrejos gigantes y Crayfish colosales habían surgido de la nada, multiplicándose en cantidades alarmantes. Lo que comenzó como un simple desequilibrio ecológico pronto escaló a una guerra territorial entre ambas especies.

Pero lo más grave era que ahora ambas hordas se dirigían hacia zonas habitadas.

La campaña que se preparaba no era más que un intento desesperado por frenar su avance. Se trataba, en esencia, de un control de plagas a gran escala. La idea era reducir sus números o, con suerte, exterminarlas antes de que arrasaran aldeas y campos.

Ninguno del grupo miró esta campaña con buenos ojos. No por falta de empatía, sino porque, a juzgar por lo que escuchaban, la situación era mucho más peligrosa de lo que los voluntarios creían. Los Eldens, con conocimiento de causa, sabían perfectamente qué tipo de criaturas habitaban aquellas ciénagas… y muchos de los que iban a enfrentarlas estaban armados con poco más que palos y valentía mal dirigida.

La mayoría serían carne de cañón.

A pesar de todo, el grupo decidió seguir su ruta. Tenían una misión más grande y no podían desviarse. Thorin fue claro al respecto: no se inmiscuirían. No por falta de corazón, sino porque su camino estaba trazado, y cualquier retraso podía costarles caro. Si ayudaban a todos los que lo necesitaban, nunca llegarían a donde debían.

El avance fue lento, pero no del todo improductivo. Miquella compartió lo que sabía sobre las criaturas, pues también provenían de su mundo natal: las Between Lands. La noticia no fue bien recibida por algunos. Era cierto que la llegada de los Eldens había traído poder y conocimiento… pero también problemas que antes no existían.

Cuando faltaba poco para llegar al límite del pantano, la situación ya era alarmante. Comenzaron a cruzarse con personas heridas que volvían por el mismo camino, arrastrándose, ayudándose entre ellos. Sus rostros pálidos y sus cuerpos maltratados hablaban por sí solos. Lo que contaban era aún peor.

Muchos grupos decidieron dar media vuelta al saber la magnitud real del peligro. Solo los soldados regulares permanecían, atrapados entre el deber y el miedo. Aunque habían solicitado refuerzos a los reinos cercanos, sabían que el tiempo jugaba en su contra. Y no había garantías de que esos refuerzos llegaran siquiera.

Ya adentrándose en las marismas, desde la distancia se podían distinguir figuras humanas rodeando a enormes criaturas. La lucha era caótica. En cada dirección se veían combates, gritos de guerra, triunfos aislados… y derrotas inevitables. Aquellos crustáceos realmente se habían multiplicado más allá de lo que cualquiera hubiera previsto.

Solo unos pocos grupos parecían estar resistiendo bien: aquellos que habían aprendido rápido y sabían cómo enfrentar a esas bestias cuando aún no eran demasiadas. Los demás… bueno, lo único que se les podía desear era suerte.

Los enanos, los eldens y el mago comprendieron rápidamente que no podrían evitar la batalla. En este punto, no se trataba de si querían luchar, sino de cómo lo harían.

La decisión fue clara: avanzar sin detenerse, abriéndose paso a golpes si era necesario. No podían quedarse a combatir toda la guerra, pero cada criatura eliminada en su camino sería una pequeña contribución al esfuerzo mayor.

Los enanos y los eldens formaron filas, empuñaron sus armas y comenzaron a marchar, decididos. No tardaron en ser interceptados por una horda de pequeñas gambas mutantes. Bueno… pequeñas en comparación con los adultos.

Una flecha silbó en el aire y se clavó con precisión en el cráneo de uno de los pequeños crayfish, que chilló y se retorció en el suelo. Killian, sin perder tiempo, tensó su arco de nuevo y disparó otra flecha. Luego otra. Y otra.

Dwalin, Glóin y Bofur avanzaron blandiendo martillos, hachas y espadas, abriéndose paso entre las criaturas con golpes certeros y contundentes. Aplastaban, cortaban y empujaban con la eficacia de guerreros curtidos.

Nadie iba montado ya, salvo Miquella, que permanecía de pie sobre la carreta, coordinando al grupo. La formación se había dividido: un escuadrón ofensivo iba al frente, mientras el otro guiaba a los ponis, nerviosos y alterados por el entorno, a través del lodazal. Era peligroso, incómodo y arriesgado… pero necesario.

Bofur blandió su martillo con fuerza, derribando a una gamba que atacaba a sus compañeros. Pero en medio del caos del frente, algo se les venía por la retaguardia.

Un grupo de humanos aterrados huía en dirección contraria, gritando advertencias entre jadeos. Y tras ellos, avanzando implacable, un cangrejo gigante había elegido al grupo de Miquella como su nuevo objetivo.

Esta vez, fue el turno de los eldens. Rápidos y coordinados, se separaron del grupo para interceptar a la criatura. Era grande, sí, pero no lo suficiente como para preocuparlos realmente. Con movimientos certeros y una sincronía impecable, la acorralaron y comenzaron a acuchillarla con armas afiladas. La bestia no tuvo oportunidad.

Los enanos, sin embargo, no estaban satisfechos. Aunque no lo decían en voz alta, se notaba en sus rostros. Las pequeñas gambas no eran rivales dignos. Pero esa sensación se disipó rápidamente cuando apareció el verdadero problema.

Una gamba colosal —quizás la madre, o el padre— irrumpió en la ciénaga, avanzando con furia hacia los enanos que habían masacrado a sus crías.

Los enanos soltaron un rugido de guerra entusiasta… al menos hasta que tuvieron que tirarse al suelo para esquivar una lluvia de proyectiles viscosos que la criatura lanzó en su dirección.

"¡No se confíen!", gritó Thorin, blandiendo su espada y alzando su escudo de roble. Sin dudarlo, se lanzó sobre el crustáceo, clavando su arma en uno de los segmentos del abdomen.

A pesar de su tamaño, para guerreros como ellos, estas criaturas no eran imposibles de derrotar. Pero el verdadero peligro no era la fuerza individual de los enemigos… sino su número.

Y eso quedó claro cuando los demás grupos de combate se retiraron o se desplazaron a otras zonas.

El número de enemigos aumentaba sin cesar, y el cansancio comenzaba a hacer mella en todos. La batalla se alargaba, y los brazos dolían de tanto blandir espadas. En ese punto, solo Bilbo, protegido por Balin, guiaba con esfuerzo a los ponis, que luchaban por no desbocarse. Si no fuera porque Miquella había expandido su presencia espiritual hacia los animales, apaciguando sus emociones, hacía rato que habrían huido despavoridos.

Finalmente, a lo lejos, se podía ver el final de las marismas. El terreno comenzaba a elevarse y secarse, prometiendo una salida. Pero ese alivio visual trajo consigo la peor de las noticias: estaban prácticamente rodeados.

Crayfish y cangrejos de gran tamaño, quizás demasiados para haber sido eliminados sin consecuencias, los cercaban por todos lados, moviéndose con intención clara y asesina. Los gruñidos, los crujidos de caparazón y el chapoteo siniestro marcaban el inicio de un asedio.

Los eldens y los enanos adoptaron una formación circular, protegiendo en el centro a Bilbo, los suministros… y a Miquella. Todos empuñaban sus armas, incluso Gandalf, que desde hacía rato había desenvainado una espada y luchado a la par de los demás. Pero esta vez, debía hacer más.

El aire era espeso. Nadie se movía. Todos tensos, esperando quién haría el primer movimiento. Y entonces, como una señal de inicio, los crayfish se alzaron, apuntaron sus cuerpos y dispararon una lluvia de chorros a presión con una fuerza brutal.

Era la mejor estrategia que podían emplear los crustáceos… y la peor situación para la compañía.

Gandalf ya se disponía a alzar su bastón, buscando proteger al grupo, incluso sabiendo que su poder como Maia estaba limitado. Pero no fue necesario.

Unos segundos antes, Miquella alzó ambas manos. En una sostenía su cetro; en la otra, un sello dorado que brillaba intensamente.

Una luz aguamarina y dorada brotó de sus manos, expandiéndose como una onda explosiva que ignoró por completo a sus aliados y chocó directamente contra los proyectiles enemigos, deteniéndolos… y devolviéndolos.

El agua invertida voló como una tormenta a contracorriente, golpeando con la misma fuerza a los crustáceos que la habían lanzado.

El hechizo era una combinación entre el Encantamiento de Rechazo y la Barrera de Thops, una de las investigaciones personales de Miquella que, a pesar del alto coste mágico en este mundo, logró liberar con maestría.

"¡Ataquen!", gritó Thorin, aprovechando la confusión. Aunque los enanos estaban atónitos por la proeza mágica, sabían que no podían dejar pasar la oportunidad.

"Yo me encargo de proteger a los ponis. ¡Acaben con ellos!", dijo Miquella, guardando el sello y sacando una glimstone. Del cetro comenzaron a acumularse partículas de luz azulada que, en un segundo, salieron disparadas como proyectiles mágicos hacia el enemigo más cercano.

Los crustáceos, aún tambaleándose por el impacto de sus propios ataques, se reorganizaron con furia renovada. Y una vez más, se lanzaron contra la compañía.

Los crayfish, con sus ataques a distancia, se convirtieron en los primeros objetivos a eliminar. Los enanos ya habían aprendido cómo distraer a esas criaturas: mientras uno se les enfrentaba de frente, otros se escabullían por los lados para subirse encima o atacar directamente sus patas, desestabilizándolas.

Bombur y sus hermanos se treparon sobre uno particularmente grande, aferrándose a sus antenas para desesperación de la bestia. En su intento por quitárselos de encima, el crustáceo se agitaba con violencia, embistiendo a otros de su especie sin control. Desde lo alto, Bofur y Bifur golpeaban con furia la cabeza del animal, con hacha y martillo, hasta que este se desplomó sin fuerzas.

Freya, por su parte, se enfrentaba con fiereza a las tenazas de un cangrejo gigante que intentaba abrirse paso hacia el centro de la formación. Lo mantenía ocupado con su agilidad y espada, ganando tiempo para que Leda pudiera acercarse por detrás y clavar su hoja entre sus ojos, acabando con él de un solo golpe certero.

Thiollier también se hacía notar. Se movía entre el caos esparciendo veneno sobre los crustáceos que estaban distraídos luchando contra sus compañeros. El efecto era inmediato: tambaleos, espasmos, confusión… el tiempo suficiente para que otros pudieran rematarlos con facilidad.

El campo de batalla se había vuelto un auténtico caos, y el terreno pantanoso no ayudaba a que la compañía saliera ilesa. Pero por suerte, tenían a su propio ángel guardián.

En el centro de la formación, Miquella había dejado de lanzar ataques a distancia. Ahora se concentraba en sanar a sus aliados, invocando hechizos de protección sobre aquellos que se encontraban en mayor peligro. Si bien sus barreras no anulaban el daño por completo, sí mitigaban lo suficiente como para marcar la diferencia.

Gracias a esa oleada de energía protectora y sanadora, los enanos sintieron cómo se les renovaban las fuerzas. Luchaban con más libertad, más intensidad… y con una eficacia renovada.

Incluso Gandalf se sorprendió ante la soltura con la que Miquella manejaba la magia. Pero no tuvo tiempo de analizar ese sentimiento. El viejo mago, a pesar de su apariencia, poseía una extraordinaria condición física, y solo gracias a eso evitó ser arrojado por los golpes de las tenazas de varios cangrejos que lo rodeaban.

Rodó por el barro una vez más, esquivando con habilidad. Luego alzó su bastón hacia una de las criaturas, que se iluminó brevemente con un destello. La luz fue fugaz… pero precedió a una poderosa onda expansiva que lanzó al cangrejo por los aires, haciéndolo estrellarse contra el suelo de espaldas, como una enorme piedra.

Los enanos, al ver esto, se quedaron pasmados. Era la primera vez que veían a Gandalf usar magia real. Y tras recordar también la proeza de Miquella, no pudieron evitar un leve gruñido de envidia. ¿Por qué no había magos enanos? Aunque, al final, se convencieron de que en una batalla verdadera, no se podía depender de conjuros… solo de los golpes firmes de una buena hacha enana. O al menos, eso se dijeron a sí mismos.

Gandalf, por su parte, también se sorprendió. No esperaba tanta potencia en ese ataque. Pero, una vez más, no tuvo tiempo de reflexionar al respecto. Otra tenaza se abalanzó sobre él, obligándolo a moverse de nuevo. En un solo gesto, giró sobre sí mismo y clavó su bastón con fuerza en el ojo de otro cangrejo que se le acercaba por el flanco.

Moviéndose como un bailarín, con una destreza muy superior a la habitual, Gandalf esquivaba una y otra vez los ataques, contrarrestando con ondas repulsoras que lanzaba hacia los crustáceos que se le acercaban. Cubría su zona con eficacia sorprendente, sin darles tregua.

El número de enemigos comenzó a disminuir rápidamente. Muchos de los crustáceos, heridos o aturdidos, ya intentaban retirarse, arrastrándose entre el barro para escapar. Fue entonces que la compañía realizó una última carga contra los rezagados, decidida a terminar de una vez por todas con la amenaza.

Miquella levantó su bastón y desató una lluvia de proyectiles brillantes, que azotaron a los crustáceos desde lo alto. En ese momento, Gandalf también se adelantó, blandiendo su bastón con fuerza. Golpeó a varios cangrejos y crayfish, volteándolos con cada impacto, mientras los Eldens y enanos aprovechaban para rematarlos con sus armas.

Uno tras otro, los enemigos fueron cayendo. Finalmente, un último cangrejo fue repelido por Gandalf con una onda de energía. Pero antes de que pudiera caer de espaldas, el mago giró su bastón con precisión y lo golpeó con la base en pleno abdomen… provocando que la criatura explotara en una lluvia de pequeños pedazos.

Silencio.

Luego, un estallido de vítores de parte de los enanos. Gritaban y saltaban, aunque muchos acabaron cayendo al suelo por el agotamiento. Bilbo asomó la cabeza entre los ponis, donde había estado apretujado y escondido, soltando un suspiro profundo de alivio.

Los Eldens no celebraron. Lo primero que hicieron fue correr hacia Miquella para verificar su estado. El joven estaba sentado en la carreta, pálido, pero consciente. Las glimstone podían utilizarse como catalizadores para hechizos, sí… pero lanzar tantos con tanta rapidez tenía un alto coste. Su cuerpo aún lo sentía.

Gandalf, en cambio, no quitaba los ojos de su bastón ni del lugar donde el cangrejo había estallado. Su mente estaba llena de preguntas.

"¿Las limitaciones… se han aflojado?"murmuró sin darse cuenta, con una mezcla de asombro y preocupación.

"Tenemos que seguir adelante" dijo Thorin, que también se había tomado un momento para recuperar el aliento. "Vámonos de aquí antes de que aparezca algo peor" ordenó. Luego miró hacia Bilbo. "Saqueador, ¿cómo están las monturas?"

"Eh…" dudó Bilbo, mirando a los ponis y caballos. No era precisamente un experto, y durante la batalla poco había podido hacer por los animales, salvo intentar mantenerlos juntos.

Los enanos se acercaron a los ponis. Varios estaban heridos, algunos agonizantes. Al verlos, cerraron los ojos con frustración. Algunos tendrían que ser sacrificados. Esta no solo era una pérdida emocional, sino un golpe logístico. El viaje sería mucho más difícil sin ellos.

"Déjenme a mí."

La voz suave e infantil de Miquella resonó mientras se abría paso entre ellos. Llevaba un sello dorado en la mano y se arrodilló junto a un poni caído. Entonces comenzó a invocar un hechizo de curación. Una luz dorada y cálida envolvió al animal.

Los gemidos de dolor del poni comenzaron a disminuir, volviéndose más débiles. Por un momento, los enanos pensaron que no funcionaría… que había llegado su hora. Pero de repente, el poni se incorporó lentamente. Aún tambaleante, casi volvió a caer, pero Miquella mantuvo la concentración y siguió emitiendo aquella luz, curándolo poco a poco.

Al ver la recuperación, los enanos vitorearon de nuevo. Esta vez no por la batalla, sino por sus compañeros de carga. Algunos se pusieron a controlar al resto de los animales, dándole espacio a Miquella para que continuara con las curaciones.

"Cosechen las recompensas mientras tanto. Busquen el mejor cangrejo y despójenlo" ordenó Thorin, tras confirmar con los Eldens que eran comestibles. "Necesitamos una buena comida para celebrar."

"Déjenme los demás" dijo Miquella sin volverse, mientras seguía con su labor. Había estado absorbiendo energía de los cadáveres que dejaban a su paso, y presentía que este nuevo aporte le sería de gran utilidad.

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