El viaje, en su mayor parte, fue tranquilo y más animado de lo esperado. Las canciones de Miquella fueron un catalizador de emociones contrastantes para el grupo: tan pronto como apaciguaban, también encendían la conversación. Le dejaron claro que no tolerarían otra canción como la primera, pero que siempre sería bienvenido a interpretar melodías como la segunda.
El ánimo del grupo —al menos dentro de lo que los enanos consideran armonía, con sus gritos, risas estruendosas y discusiones constantes— era notablemente más cálido.
Ahora, sin embargo, se acercaban a una zona menos reconfortante. Estaban por bordear el norte de las Quebradas de los Túmulos, también conocidas como los Barrow-downs, los antiguos cementerios de los dúnedain de Arnor.
Los Eldens ya habían cruzado esa región una vez, en su primer viaje hacia Hobbiton, pero entonces habían pasado de largo, centrados en su objetivo. Esta vez era distinto. Desde lejos, podían ver movimiento: figuras que se deslizaban sigilosamente hacia la niebla baja.
"Son dúnedain" observó Gandalf con el ceño fruncido, claramente intrigado. "Parece un grupo de exploración..."
El mago ya estaba por encaminarse hacia ellos, pero Thorin lo detuvo con una mano firme.
"Lo que sea que estén haciendo no nos concierne. Tenemos nuestra propia misión."(Thorin )
Gandalf titubeó. Sentía que algo no encajaba. Los dúnedain no se movilizaban sin razón, y menos en una zona como esa. Pero también sabía que la misión al este, hacia Erebor, no podía demorarse. El dragón seguía siendo una amenaza.
Detrás de ellos, Ansbach se aproximó a Miquella, bajando la voz:
"La última vez que pasamos por esa zona, volvimos a entrar brevemente. El hedor a muerte era más intenso que nunca. Los espectros de los túmulos intentaron tendernos una trampa, pero al no adentrarnos demasiado, no pudieron alcanzarnos. El problema es su número. No tenemos suficiente fuerza todavía para enfrentarlos abiertamente. No podemos confirmar que haya nacido una raíz negra en ese lugar, pero si lo ha hecho... llegar hasta ella será casi imposible. A menos que encontremos la manera de quemar todo."(Ansbach )
Miquella frunció el ceño. Por alguna razón, la mera existencia de los no muertos lo perturbaba más de lo normal.
"Tenemos que encargarnos de eso" dijo, con voz firme. "¿Creés que podremos volver luego de terminar nuestra misión? ¿O las cosas se pondrán demasiado feas?"
"Si aún no ha brotado una raíz negra... no debería ser un gran problema" respondió Ansbach, cruzándose de brazos. "La cantidad y el poder de los muertos está atado a la expansión de la raíz, y no crece rápido. Si volvemos pronto, podríamos resolverlo... aunque los espectros siempre son un peligro."
Miquella desvió la mirada hacia la niebla lejana.
"¿Y si ya hay una raíz creciendo allí desde hace quién sabe cuánto?"
Ansbach hizo una pausa, su rostro se tensó.
"Entonces... a menos que recuperemos toda nuestra fuerza, necesitaremos ayuda. Mucha ayuda."
"Disculpen que interrumpa" dijo Gandalf, que se había acercado al escuchar parte de la conversación. "Pero cuando hablan de la raíz negra... ¿se refieren a esto?"
Con cuidado, el mago desató un trapo que sacó de su túnica. Dentro, envuelto como si cargara una maldición, descansaba lo que parecía una ramita gruesa y putrefacta, retorcida como una garra seca. Un hedor leve pero desagradable se escapó de ella.
"Sí..." asintió Miquella al verla. "Esa misma. La causante de los levantamientos de muertos en estas tierras."
—La encontré en las afueras de Eregion —explicó Gandalf, mirando la rama con pesar—. Una pequeña casa familiar. Todos enfermaron. Murieron. Pero no descansaron. Sentí el poder de esta planta... corrompiendo el equilibrio natural. La destruí, pero conservé este fragmento para mostrarlo a ciertos conocidos. Intentamos averiguar más.
Thorin, que había observado todo en silencio, frunció el ceño.
"¿Qué tiene de especial esa planta?" preguntó. La expresión de los demás ante ella no le había pasado desapercibida.
"La raíz negra" explicó Miquella "posee una corrupción profunda. Allí donde crece, los cuerpos de los fallecidos se alzan. No como espíritus, sino como cadáveres andantes. No tienen voluntad, no tienen paz. Y no son... precisamente amables."
"¿Y han aparecido en tierras enanas? "preguntó Thorin, ahora más preocupado. El tono de Miquella no parecía alarmista: era simplemente la verdad.
"Nosotros encontramos y destruimos varias en la Comarca" añadió el semidiós. "Y por lo que dice Gandalf, han aparecido en otras regiones de Eriador. No es un caso aislado."
Thorin guardó silencio, pensativo. Una raíz que podía levantar a los muertos no era una amenaza menor. Se esforzó por recordar si alguna vez había oído algo parecido.
"Me temo que la situación es más complicada de lo que parece" dijo Gandalf, encendiendo su pipa con gesto pensativo. "Hace tiempo que escucho rumores sobre muertos que no descansan, pero venían de regiones muy al este, tan lejanas que no pude investigar a fondo. Ahora parece que el mismo mal se está extendiendo aquí."
"Si es así, quizás debamos investigar esa región en el futuro" comentó Miquella, frunciendo el ceño. "Estos no muertos me recuerdan demasiado a los de nuestra tierra... pero aquí su existencia no tiene sentido."
Le costaba comprender cómo, en un mundo donde las almas eran regidas por Mandos, podían surgir seres tan contrarios al orden natural. Aquellos que "vivían en la muerte" no deberían tener lugar aquí.
"Cuando termine este viaje, si deciden adentrarse en los túmulos, pueden contar con mi ayuda" ofreció Gandalf, con voz solemne mientras extendía la mano. Los Tumularios, antiguos siervos de Sauron, llevaban demasiado tiempo corrompiendo esas tierras. Si había una oportunidad real de erradicarlos, él quería estar presente. Y comenzaba a creer que los Eldens eran aliados que la Tierra Media necesitaba.
"Lo tendremos en cuenta" respondió Miquella, tomando la mano del mago brevemente. "Pero eso será para más adelante. Ahora mismo, tenemos un dragón al que enfrentarnos. Lo que sí podemos hacer desde ya... es advertir al resto. Difundir la existencia de la raíz negra. Que la mayor cantidad posible de personas esté preparada."
La conversación no se extendió mucho más, aunque los hobbits y los enanos siguieron haciendo preguntas. Balin y Glóin hablaron de enviar mensajes a los asentamientos enanos. El peligro de las raíces negras —ahora lo sabían— podía manifestarse en cualquier lugar, en cualquier momento.
Lo que ignoraban era que, por su naturaleza, tanto los enanos como los elfos estaban entre las razas menos vulnerables: la raíz negra tardaba más en corromper sus cuerpos tras la muerte. A diferencia de los humanos, hobbits y orcos, que eran más propensos a caer bajo su influencia.
Pronto dejaron atrás las Barrow-downs. El camino hacia Bree era corto, y una parada allí sería más que bienvenida. Las conversaciones comenzaron a desviarse del oscuro futuro que habían discutido, para tocar temas más triviales… aunque no por ello menos intensos.
Bilbo Bolsón, que aún intentaba procesar todo lo vivido, no dejaba de mirar a su alrededor. Para él, cada árbol, cada roca, cada historia que escuchaba, era una maravilla. Era la primera vez que salía realmente de su tierra natal, y por primera vez no era un sueño, sino vida real. Gandalf, los enanos, los misteriosos Eldens… todo lo fascinaba, todo lo quería aprender. Y, si tenía suerte, algún día escribirlo en un libro.
En uno de esos momentos de aparente ligereza, se acercó con su poni a Balin —a quien consideraba uno de los más amables y accesibles del grupo— y le susurró con curiosidad:
"Y... eh... ¿por qué llevan máscaras todo el tiempo?" preguntó, refiriéndose a los dos enanos que nunca se las quitaban.
Bilbo intentó ser discreto. Imaginó que tal vez era un tema delicado y no quería parecer entrometido. Pero, por desgracia, justo cuando formuló la pregunta, se produjo un extraño silencio. Nadie hablaba. Ninguna canción resonaba. Y todos —sin excepción— escucharon la pregunta del hobbit con claridad cristalina.
El pequeño se quedó congelado, aún inclinado desde su montura hacia Balin, con todos los ojos del grupo sobre él. Y sobre los dos enanos enmascarados.
Balin soltó una risa débil y algo nerviosa.
"Oh, es solo... cuestión de estética, nada más" respondió, intentando quitarle importancia al asunto.
Pero el daño ya estaba hecho.
Thorin resopló con molestia. Ninguno de los otros enanos dijo una palabra. De hecho, la mayoría desvió la mirada, como si al hacerlo pudieran evitar verse involucrados o hacer como que la pregunta nunca existió.
Los dos enanos enmascarados miraron a Bilbo por un segundo... luego a los Eldens, que también observaban en silencio. Finalmente, bajaron la cabeza, cuando notaron que Thorin los fulminaba con la mirada desde atrás.
La tensión se mantuvo por unos instantes más, pesando en el aire. Bilbo, incómodo, solo pudo murmurar un débil “lo siento” antes de volver la vista al camino, sin atreverse a decir nada más por un buen rato.
"Usan máscaras para ocultar la vergüenza de nuestra raza enana" declaró Thorin desde el frente, sin volver la mirada.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo. Varios enanos bajaron la vista con expresión de pesar. Incluso los más rudos parecían afectados por las palabras de su líder. El par enmascarado apretó las riendas con más fuerza, y sus cabezas se inclinaron un poco más. Gandalf soltó un leve suspiro, como si ya estuviera acostumbrado al carácter inflexible del príncipe de Erebor.
"¿Es porque son mujeres?" preguntó entonces Miquella desde un costado, con poco tacto… pero de forma completamente intencional.
Sabía que sus palabras podían resultar polémicas, pero también sabía lo que buscaba: respuestas. Aquel par de enanos no figuraba en la historia que él conocía. Su sola presencia era una anomalía, una pista de que este mundo no seguía los mismos caminos que la obra que tenía en mente. Y si algo había aprendido hasta ahora, era que los detalles inesperados podían marcar grandes diferencias.
"¿Son mujeres?" repitió Bilbo, sorprendido. Nunca lo habría imaginado. No había indicios claros, ni gestos, ni voces distintas. Y como apenas hablaban con nadie, resultaba casi imposible notar algo fuera de lo común.
"Sí" respondió Miquella sin rodeos. "Freya me lo comentó hace unos días… cuando las vio orinar."
El comentario, dicho sin filtro alguno, cayó como una piedra en medio de un estanque. El ambiente, ya tenso, se volvió incómodo en extremo. Las miradas se posaron de inmediato en las ahora "descubiertas", que seguían cabalgando en silencio, sus rostros ocultos tras las máscaras. Nadie, salvo ellas, podía ver si en su interior hervía la vergüenza por la exposición de su privacidad.
"Bueno…" intentó intervenir Balin, quizás con intención de aliviar el momento. Pero no tuvo oportunidad.
"Ese es solo uno de sus problemas" interrumpió Thorin, con una mezcla de frustración y enojo.
No lo decía con desprecio. En el fondo, era todo lo contrario. Ese par eran sus sobrinas: hijas de su hermana, a quienes amaba profundamente. Pero en la tradición enana, las mujeres no participaban en campañas militares, a menos que la necesidad fuera desesperada. Verlas aquí, rumbo a una misión que bien podía ser suicida, le revolvía el alma.
Si no fuera porque ambas aparecieron armadas hasta los dientes y apuntándole con sus espadas, y por las súplicas insistentes de su hermana, jamás habría permitido que se unieran a la compañía. Pero ahora ya no podía echarse atrás. Solo le quedaba cargar con la vergüenza… y con el miedo.
Afortunadamente —o no tanto—, sus sobrinas sabían camuflar bien su género. Entre enanos, donde incluso las mujeres solían tener barbas tupidas, era fácil pasar desapercibidas. Las demás razas ni siquiera sabían distinguirlos con claridad. Pero si alguien observaba con atención… y si eran ellas… tal vez podrían notarlo.
"Ellas… cargan con los errores de su madre" añadió Thorin, endureciendo el rostro mientras buscaba protegerlas… revelando la verdad él mismo antes de que otros empezaran a escarbar.
"Tío Thorin…" la voz surgió suave, femenina, aunque aún áspera. Era Killian, dejando caer el tono neutro que había usado hasta ahora. Ya no tenía sentido ocultarlo.
"¡Silencio!" tronó Thorin, girándose apenas con rabia contenida. Aunque en realidad, esa rabia no era contra ella… sino quizas contra él mismo. "Ellas… repitió, con la mandíbula apretada. "Nacieron imberbes."
Balin cerró los ojos, suspirando con tristeza, aunque su gesto era más sereno que el de los demás. El resto de los enanos apenas podían contener su incomodidad. Algunos desviaron la mirada, otros apretaron los labios.
Para un enano, la barba era algo sagrado. Una fuente de orgullo. Un símbolo de linaje, fuerza y pertenencia. Las mujeres enanas, al igual que los hombres, nacían con barba. Era parte de su identidad. Que alguien naciera sin ella… era visto como una maldición. Un fallo en la obra de Mahal. Algo tan raro como doloroso.
"¿No tienen barba?" preguntó Miquella, visiblemente confundido. No tanto por el hecho en sí, sino por la expresión de absoluto dolor que teñía los rostros de los enanos al hablar de ello, como si se tratase de una tragedia personal.
"Fue… una desgracia" respondió Thorin con voz áspera, casi temblorosa. Un leve brillo húmedo asomaba en sus ojos, que intentó ocultar al mirar hacia otro lado. "Todos los médicos hicieron lo que pudieron… buscamos respuestas en cada rincón. Incluso llamamos a Gandalf para que las viera nada más nacer, pero…" Su mirada se volvió hacia el mago, con una sombra de reproche. "Él tampoco pudo hacer nada."
"No había nada que hacer" respondió Gandalf con resignación, rodando los ojos como quien ya ha tenido esa conversación demasiadas veces. "No había nada malo con ellas."
"¿Cómo puedes decir eso?" le gritó Thorin, fuera de sí. "¡No tienen barba!"
El mago inspiró hondo, con paciencia, y contestó con voz firme:
"Eran dos niñas sanas. Saludables, fuertes… incluso más de lo normal. Y míralas ahora. Han crecido bien. Son guerreras valientes, capaces, y no son menos que ninguno de ustedes."
"Tshhh…" gruñó Thorin, apartando la vista, con el ceño fruncido y el corazón encendido por la rabia. "Todo esto es culpa de su madre… Ella fue la que arruinó nuestra herencia. Ella insistió en que vinieran con nosotros." La ira en su voz se volvió más cruda. "Buscó a un hombre que destruyó nuestra sangre. ¡INCLUSO SE AFEITÓ SU BARBA!"
Aquel último grito estalló con tal fuerza que varias aves que hurgaban entre los pastos levantaron vuelo asustadas, escapando del rugido del enano.
Thorin respiró con dificultad, buscando recomponerse. Pero el tema de su hermana era una herida mal cerrada. Había discutido con ella durante años, suplicándole, ordenándole, amenazándola incluso con el destierro. Pero ella nunca cedió. Y ahora, sus hijas estaban aquí, en una misión peligrosa, armadas hasta los dientes. Guerreras extraordinarias, sí… pero portadoras de una vergüenza imposible de ignorar.
Nadie dijo nada más. El silencio se apoderó del grupo. Incluso Bilbo, que aún no comprendía del todo la gravedad del asunto desde una perspectiva no enana, optó por guardar silencio, lamentando haber sido quien inició la conversación.
Gandalf negó con la cabeza. Sin embargo, no podía ignorar que el caso de Killian y Fillian era excepcional. Una anomalía.
Los enanos fueron creados por Aulë, el herrero de los Valar. Su linaje, fuerte y cerrado, siempre había mostrado una resistencia casi mística a la corrupción y la mezcla. A diferencia de los hombres o los elfos, los enanos no se cruzaban con otras razas. Su herencia era tan inquebrantable como sus montañas.
Pero Killian y Fillian desafiaban esa norma. Su existencia no solo rompía una tradición social: rompía una ley de la creación.
Gandalf había anhelado conocer a quien rompió esa restricción, pero el destino nunca le permitió encontrar a esa persona, ni siquiera desentrañar su historia. Todos parecían recordarle con una vaga imprecisión, como un sueño desvanecido. Solo la princesa enana Dís conservaba un atisbo de claridad sobre él, pero al abordarla, su rostro se sumía en una profunda melancolía, y sus labios permanecían sellados.
¿Había en verdad un cruce de sangres? ¿Una ruptura del aislamiento impuesto por Aulë? ¿Qué implicaciones tenía eso?
Los Eldens no prestaron demasiada atención al asunto… o eso parecía. Solo dos de ellos estaban especialmente atentos.
Leda, que al saber que esas dos enanas eran mujeres, sintió un apretón incómodo en el pecho. Temía que su señor pudiera interesarse en ellas, y ya imaginaba situaciones incómodas que, por orgullo o deber, tendría que tolerar.
Y Miquella… que observaba con creciente curiosidad. Este desvío del relato original lo inquietaba. ¿Compartirían Killian y Fillian el destino de Fíli y Kíli que conocía de la historia del hobbit? ¿O este mundo, modificado por su presencia y la de los suyos, se bifurcaría en una dirección totalmente nueva?
Fuera como fuera, la conversación había terminado. Nadie quiso reabrirla. El viaje continuó, no en silencio total, pero sí con un aire distinto. Los ánimos, como los cascos de los ponis sobre la tierra, estaban aún cargados de tensión.
Por suerte, no pasó mucho tiempo antes de que llegaran a Bree.
Allí podrían descansar, comer bien, reponer fuerzas...
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El próximo capítulo podría demorarse unos días; en lugar de publicarse el sábado o domingo, es probable que esté disponible el lunes o martes.
