Los Eldens regresaron bien entrada la noche, pero su descanso fue efímero. Antes de que el sol asomara en el horizonte, ya estaban todos en pie, cargando sus pertenencias en las monturas y en la pequeña carreta que habían decidido llevar consigo.
Miquella no pudo evitar posar la mano sobre la madera de la carreta, recorriéndola con suavidad. Era inevitable recordar cómo habían llegado hasta allí. Comparaba las emociones de aquel momento con las de ahora, mientras sentía que la historia de este mundo, tal como él la conocía, comenzaba a desplegarse ante sus ojos… y con ella, las decisiones que pronto tendría que tomar. Pero esos pensamientos se desvanecieron al oír el llamado de Leda, y sin más, dejó atrás la carreta con todas sus cosas.
Tras despedirse de Dora —a quien le entregaron las llaves de la casa para que la cuidara y mantuviera limpia durante su ausencia—, partieron hacia Bolsón Cerrado. Un grupo se adelantó. Miquella iba al frente, con Leda y Thiollier a los lados.
Cuando llegaron, varios enanos ya estaban montando sus ponis y ajustando los últimos bultos.
"Creímos que no vendrían" comentó Bofur con una sonrisa burlona al verlos aparecer. A juzgar por sus caras, todos los enanos estaban de mejor humor que el día anterior, probablemente gracias a las palabras de Gandalf, que los había convencido de darle una oportunidad a los Eldens.
"Hola a todos" saludó Miquella, recibiendo un cordial 'buenos días' de casi todos. El único que mantenía su expresión seria era Thorin, quien no ocultaba su incomodidad con su presencia.
"Estamos a punto de partir" anunció Thorin, mirando al grupo incompleto de los Eldens. "No esperaremos a que lleguen los demás. Además, es un viaje largo. Si se quedan atrás, no nos detendremos."
Mientras hablaba, ajustaba la silla de montar de su poni y luego se subía con firmeza.
"Creo que en Bree podríamos conseguir algunos caballos para…" intentó decir Balin, tratando de suavizar la postura de Thorin. Apreciaba sinceramente la ayuda de estos aliados tan inesperados.
"No hará falta. Ahí vienen los demás" interrumpió Miquella, señalando a lo lejos al resto del grupo, encabezado por Ansbach, quienes traían consigo varias monturas.
Había un caballo para cada Elden, y un pequeño poni especialmente equipado para Miquella. Todos estaban completamente ensillados, con alforjas ligeras y equipaje organizado. Miquella se acercó al poni, y Leda, como si lo hubieran ensayado muchas veces, lo levantó con facilidad y lo acomodó sobre la montura. Luego se subió a su propio caballo y se colocó a su lado, como fiel guardiana.
"Podemos partir" dijo Miquella, mientras palpaba con cuidado una de las alforjas. De su interior, asomaba discretamente la muñeca de Ranni, como si estuviera espiando el exterior.
Thorin no respondió. Se limitó a asentir con la cabeza antes de dar la orden de marcha. Pronto, ponis y caballos comenzaron a avanzar lentamente por los caminos de la Comarca.
Aunque compartían destino, los dos grupos marchaban separados. Los enanos ocupaban el lado izquierdo del sendero, los Eldens el derecho. Cada grupo seguía a su propio líder, aunque Miquella no caminaba solo: Leda cabalgaba a su lado, siempre alerta.
"¿Dónde están Bilbo y Gandalf?" preguntó Miquella, al notar las dos ausencias más notorias.
"Gandalf nos espera más adelante" respondió Balin, antes de que Thorin pudiera abrir la boca. "En cuanto al señor Bolsón…"
"Tenía algunos asuntos pendientes antes de dejar su casa. Nos alcanzará en el camino" dijo Thorin, con el ceño fruncido, intentando ocultar su incomodidad. La noche anterior había aceptado oficialmente a Bilbo como su saqueador. Que el hobbit dudara de unirse a la aventura no estaba en sus planes. Ahora, para no perder autoridad, debía sostener esa mentira.
Miquella percibió la tensión en el ambiente y optó por guardar silencio. El aire frío de la mañana parecía reflejar también la distancia emocional entre los dos grupos. Sin embargo, aquello empezó a cambiar, poco a poco. Los enanos más joviales comenzaron a hablar entre ellos y, eventualmente, algunas palabras cruzaron la frontera imaginaria que separaba a los Eldens del resto.
La llegada de Gandalf, cuando abandonaban Hobbiton, ayudó a suavizar aún más el ambiente.
Miquella se sentía fascinado por los enanos: sus historias, sus costumbres, sus diferencias. Fueron creados por Aulë, una raza singular y, en cierto modo, exitosa si se la comparaba con los albinaúricos de su propio mundo… aunque, claro, Ilúvatar intervino en esta creación.
Por su parte, los enanos no ocultaban su curiosidad por estos extraños compañeros. Cada uno de los Eldens era distinto, único, pero todos seguían a un niño… o al menos eso parecía. Habían oído que Miquella no era en realidad un niño, pero era difícil quitarse esa impresión al verlo, tanto por su apariencia como por ciertos gestos o actitudes.
Pequeños intercambios de palabras se daban aquí y allá. Miquella ya les había dicho a los suyos que deseaba forjar una relación de respeto y camaradería con los enanos, así que todos estaban más dispuestos a interactuar. Gandalf actuaba como puente entre ambos grupos, favoreciendo las conversaciones… aunque también, en el fondo, buscando respuestas sobre estos enigmáticos Eldens. Pero sabía que no podía presionarlos todavía.
Al dejar atrás los campos abiertos de Hobbiton, el camino se volvió más sinuoso y boscoso. Apenas habían cruzado la primera hilera de árboles cuando una voz los alcanzó desde atrás.
"¡Esperen!" gritó Bilbo, corriendo entre la hierba alta, jadeante pero decidido.
Aprovechando su natural agilidad hobbit, logró acortar la distancia rápidamente. Por suerte para él, el grupo aún avanzaba a paso lento; de otro modo, no los habría alcanzado.
Thorin, con aire solemne y fingida previsión, ordenó que le entregaran "su" poni a Bilbo, como si todo hubiese estado perfectamente planeado desde el principio. Nadie comentó la improvisación, y el viaje continuó, ahora con un ritmo un poco más acelerado al no tener que esperar a nadie más.
Aunque se había unido formalmente a la Compañía, Bilbo aún no se sentía del todo cómodo. Los enanos le resultaban rudos, toscos, obstinados... y mucho más sucios de lo que él consideraba aceptable. Por esa razón, eligió mantenerse cerca de Balin, Gandalf y Miquella: los miembros más tranquilos, corteses (y/o menos intimidantes) del grupo.
La marcha prosiguió con la reciente incorporación del hobbit, y con ella, el bullicio. Las bromas y risas se intensificaron, muchas de ellas dirigidas —de forma más burlona que maliciosa— hacia Bilbo, por su falta de experiencia en viajes, su torpeza con las riendas o su resistencia escasa al polvo y los insectos del camino.
En algún punto, sin embargo, el bullicio fue cediendo. El grupo cayó en un silencio apacible, pero cargado. Era ese tipo de silencio en el que los pensamientos empiezan a volverse más pesados de lo normal, en el que el sonido de los cascos sobre la tierra se convierte en el único compañero.
Miquella, tras un largo rato de viaje, había dejado de ver el sendero y, en cambio, fijaba la vista en su poni... aunque sus ojos claramente miraban más allá. Se perdían en la distancia, como si buscaran algo que no estaba en este mundo.
"¿A ti también te incomoda viajar en poni?" preguntó Bilbo, con una mezcla de nerviosismo y alivio, como si hubiese encontrado por fin un aliado en su incomodidad. A él se lo notaba algo tenso, sujetando las riendas con rigidez. Aunque ya había montado antes, no era precisamente su actividad favorita.
Miquella desvió la mirada hacia él y sonrió, apenas.
"No, no es eso... el poni no es el problema" respondió, pero luego interrumpió su propia frase. "No... sí es el poni. O más bien... lo que no es."
Bajó la mirada hacia su mano, donde brillaba un anillo fino, de oro, delicadamente trabajado. No era el misterioso anillo que llevaba oculto, sino otro.
No pudo evitar recordar cuántas veces había silbado a través de él, desgarrándose la voz con la esperanza de que una respuesta llegara.
Pero nunca llegó.
La tristeza y la desilusión le pesaban en el pecho. Lo mismo le ocurría con la pequeña campana de mano que yacía guardada junto a la muñeca Ranni, otra reliquia que acarició con suavidad. Ambos objetos eran recordatorios silenciosos de deseos no cumplidos.
Miquella apartó finalmente la vista de su poni y alzó la mirada hacia el sendero. Su rostro lucía vacío, casi ausente, como si sus pensamientos ya no pertenecieran a aquel bosque. Y entonces, con voz suave, comenzó a tararear... buscando liberar el peso de sus emociones, dejar que fluyeran fuera de él, transformadas en melodía.
Y luego, sin previo aviso, comenzó a cantar.
(Runaway-Aurora)
"I was listening to the ocean
I saw a face in the sand
But when I picked it up
Then it vanished away from my hands, down
I had a dream I was seven
Climbing my way in a tree
I saw a piece of heaven
Waiting, impatient, for me, down
And I was running far away
Would I run off the world someday?
Nobody knows, nobody knows
And I was dancing in the rain
I felt alive and I can't complain
But now take me home
Take me home where I belong
I can't take it anymore..."
Su voz llenó el aire como un suspiro, melodiosa y quebradiza, casi etérea. Una tristeza dulce, cristalina, se derramó entre los árboles. No fue un canto pensado para ser escuchado por otros; Miquella simplemente se dejó llevar, indiferente a la sorpresa de quienes lo rodeaban.
Los Eldens lo miraron con reverencia. No era la primera vez que su señor cantaba, pero cada ocasión tenía un peso distinto. La primera vez fue una bienvenida, un eco de su llegada a este mundo. La segunda, un momento de vergüenza que todos preferían olvidar. Pero esta vez… esta vez era distinto. Era pura añoranza. Un anhelo profundo, una herida que aún no había cerrado.
Leda, al escuchar la canción, apretó las riendas con fuerza. Sentía que estaba fallando. Su deber no era solo proteger a su señor, sino impedir que cargara con tanto dolor. Leda no podía evitar la punzada de fracaso en su pecho. Quería... no, debía asegurarse de que su señor jamás tuviera que entonar tales melodías en el futuro.
"I was painting a picture
The picture was a painting of you
And for a moment I thought you were here
But then again, it wasn't true, down
And all this time I have been lying
Oh, lying in secret to myself
I've been putting sorrow on the farest place on my shelf
La-di-da
And I was running far away
Would I run off the world someday?
Nobody knows, nobody knows
And I was dancing in the rain
I felt alive and I can't complain"
Incluso los enanos, que hasta entonces hablaban o bromeaban, guardaron silencio. Algo en esa voz los atravesaba, algo que no sabían explicar.
Gandalf no apartaba la vista de Miquella. Escuchaba cada palabra, cada nota, como si estuvieran cargadas de poder antiguo. Porque lo estaban. Había magia en aquella voz, pero no la clase de magia que se conjura con palabras y bastones. Era más profunda, más peligrosa. Era la magia del alma desnuda.
El Istari no pudo evitar recordar... a aquella otra melodía. Aunque sabía que no podía comparar, Olórin sintió una punzada de preocupación. Miquella no era un simple visitante. Su mera presencia estaba alterando la Tierra Media, cambiando cosas que no debían cambiar tan fácilmente.
Y con esa certeza, volvió a recordar su deber. No debía fallar. No a su padre, ni a sus hermanos y hermanas.
"But now take me home
Take me home where I belong
I got no other place to go
Now take me home
Take me home where I belong
I got no other place to go…
…And I kept running for a soft place to fallAnd I kept running for a soft place to fall…
…Now take me home, home where I belongI can’t take it anymore."
Los enanos, junto con Bilbo, estaban desconcertados. Nadie había anticipado que aquel joven —o lo que fuera— se pondría a cantar de pronto. Y mucho menos que su voz, aunque extraña, casi sobrenatural, se colara en sus oídos y descendiera directo al pecho, donde despertaba memorias, heridas y sentimientos que creían enterrados.
Incluso Dori, que se jactaba de tener un oído parcialmente sordo, confesó que había sentido cada palabra como si le hablaran al alma.
Algunos de los más ancianos del grupo, aquellos que habían presenciado la caída de Erebor con sus propios ojos, sintieron cómo la canción removía sus viejas penas. No era una canción pensada para ellos, y sin embargo, la emoción de Miquella se volvió compartida. La añoranza por un hogar perdido, la duda de si podrían recuperarlo, y el miedo latente de fracasar en el intento… todo eso volvió a despertar.
Bilbo, por su parte, permanecía quieto, en una especie de trance. Lo embargaba la duda. Se cuestionó si había hecho lo correcto. ¿Y si no volvía? ¿Y si no había regreso?
“Now take me home, home where I belong...I can’t take it anymore.”
La canción concluyó suavemente, casi como una súplica. Miquella exhaló, como si al fin hubiera liberado algo que lo oprimía por dentro. Había dejado atrás mucho, pero también había ganado más de lo que esperaba. Y sin embargo, la canción le había traído un momento de paz, de catarsis. Para él, al menos.
El resto no se sentía igual.
"Niño" dijo una voz grave detrás de él.
Miquella se volvió. Vio los rostros sombríos de los enanos. Incluso Thorin, siempre estoico, parecía afectado. Y luego, más cerca, encontró la mirada de Leda: preocupada, firme… decidida a no dejar que su señor volviera a sumirse en semejante tristeza.
Fue Dwalin quien había hablado. Su expresión era seria, endurecida por la incomodidad.
"Tienes buena voz" dijo, con un gruñido. Pero sus palabras no sonaban a elogio. "Pero si vuelves a cantar algo tan deprimente otra vez… te voy a tirar del poni."
Los enanos, aunque no dijeron nada, asintieron en silencio. Incluso Thorin, que jamás aprobaría una tontería como esa en voz alta, no parecía querer volver a experimentar aquella oleada de emociones. Para él, el viaje a Erebor no admitía dudas ni debilidades. Tenía que ser un éxito.
Los Eldens, por su parte, no tomaron la amenaza a la ligera. Todos, instintivamente, empuñaron sus armas al oír que alguien amenazaba a su señor. El ambiente se tensó por un segundo. Pero Miquella levantó suavemente la mano, y fue suficiente para que todo volviera a calmarse.
La marcha continuó. Más silenciosa. Más pesada.
"Vamos, cambiemos los ánimos "dijo Glóin, frunciendo el ceño. "No puedo con este ambiente."
"Sí, cantemos algo más alegre" añadió Ori, alzando la voz con esperanza.
Bifur también intentó aportar, pero de su boca sólo salieron las habituales galimatías producto de aquella hacha incrustada en su cráneo. Aun así, todos asintieron: el ánimo debía mejorar.
Intentaron entonar una canción tras otra, buscando romper el silencio fúnebre que Miquella había dejado atrás. Pero no lo lograban. Algo en la melancolía de su canto parecía haber apagado la chispa de los enanos; sus gargantas estaban secas, sus letras se perdían.
Fue entonces cuando Miquella le susurró algo a Leda, quien se acercó con una ceja alzada, sin saber del todo en qué se estaba metiendo.
Y entonces, con una sonrisa cómplice, el joven semidiós comenzó a cantar con una voz alegre y deliberadamente teatral:
"A la guerra mucho hemos ya marchado
El estruendo es tal, sonamos cual ganado
Estos pobres pies que al ritmo ves inútiles ya son"
Los enanos alzaron las cejas, confundidos. Dwalin incluso tanteó una piedra para lanzarla... pero se detuvo cuando Miquella se giró hacia ellos, extendiendo los brazos con entusiasmo contagioso:
"Pero hay que pensar,
Mi chica es la razón..."
Los enanos se miraron entre sí, desconcertados, y eso era justo lo que Miquella buscaba: romper el hielo con algo tan inesperado que nadie supiera cómo reaccionar.
"Lo he dicho ya
Mi chica es la razón...
Que tenga esplendido color
Y brillo en su mirar.
Capaz de admirar
Mi fuerza y mi valor
O no importara
Que se pondrá
O si es muy fina
Dependerá de que cocina
Res, pollo, puerco Mm..."
Miquella se mecía sobre su poni al ritmo de la melodía, ahora completamente entregado al espectáculo. La tonada alegre y burlona comenzó a prenderse en el grupo como fuego en la yesca.
"Atras en la montaña esperan al mas hombre
Desean a un guerrero en uniforme.
Adivinen que
Extrañamos más
Estando en acción
Si hay que luchar
Mi chica es la razón”
El entusiasmo fue demasiado. Los enanos, que en un principio se resistían, ya no podían contener las risas ni los pies que palmeando al ritmo del canto. El ambiente, antes sombrío, comenzaba a transformarse en algo casi festivo.
Miquella, sonriendo con picardía, le lanzó una mirada a Leda. Ella suspiró, sabiendo que no podía negarse… y cantó con voz firme, aunque visiblemente incómoda:
"El único por quien lucho es mi señor,
Puro como el oro y lleno de valor."
La risa no tardó en extenderse. Luego, fue el turno de Hornsent, que incitado por Miquella, entonó con voz grave y ceremoniosa:
"Mi esposa y mi hija esperan en el hogar,
Bajo el olivo, su abrazo quiero hallar”
Temiendo que sus compañeros pudieran romper el ritmo con alguna barbaridad sin llegar a lo mas alto, Miquella retomó rápidamente el control:
"Rojo, negro, oro, azul o blanco,
Cabellos de amores soñados,
paciente esperan,
su príncipe encantado."
Luego miró directamente a Bilbo, que observaba con una mezcla de nerviosismo y pánico escénico. Los ojos brillantes de Miquella lo empujaban a cantar… y el resto del grupo ya lo miraba, esperando.
Bilbo, acorralado, tartamudeó:
"Una chica que ame el hogar,
Y que cocine como mamá...?"
Su voz aguda rompió ligeramente el ritmo, pero para ese momento nadie lo notó: todos estaban demasiado ocupados riendo, cantando y sumándose al espectáculo.
Los enanos comenzaron a corear sus versos, cada uno proclamando con orgullo su visión de la pareja ideal.
"Que trence su barba con orgullo sin parar,
Que beba, y luche sin dudar.
¡Y con su voz hasta al dragón hará temblar!" (Enanos)
"Su gracia reflejará la luz divina,
¡Oh, Santa Trina, guía mi vida" (Thiollier)
"Sueño con Radahn y nuestro choque en batalla, Que mi amor se encuentre en las guerras que estallan."(Freya)
"Mi hijo y esposa esperan tras la puerta de la montaña,
Cada cicatriz que llevo recuerda que me acompañan." (Gloin)
Incluso Gandalf, presionado por risas y aplausos, lanzó una estrofa:
"¿Una chica por la que luchar? Tal vez…Pero prefiero lograr la paz…
y echarme una siesta después."
La carcajada fue general.
Solo algunos no cantaron: Thorin, Balin, los enanos enmascarados, Moore, Dane y Ansbach se mantuvieron en silencio. Pero incluso ellos no pudieron evitar sonreír al ver el efecto que la canción tenía sobre el grupo.
Thorin, que en un principio se mostró molesto por la escena —y especialmente por los comentarios de Miquella y Gandalf sobre que, como heredero de Durin, debía "asegurarse de dejar descendencia"—, terminó cediendo un poco. Ver a su compañía sonreír, cantar, y abrazar el viaje con tal fervor... era un alivio. Una chispa de esperanza en un viaje que, lo sabía bien, podría ser el último.
Y así, entre música, risas y versos mal entonados, el ánimo de la compañía volvió a la vida. La marcha continuó... esta vez, al ritmo de una canción alegre y el eco de una risa.
