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Chapter 16 - 16) Enanos y Eldens... ¿Aliados?

"¿Y qué esperan obtener de todo esto… Eldens?" preguntó Thorin con frialdad.

Al príncipe enano no le importaba realmente quiénes eran esos extraños que acababan de autodenominarse así. Lo único que le preocupaba era su campaña hacia Erebor… y la posible interferencia de aquel misterioso grupo.

"Como ya dije: ayudarlos… y hacer negocios. Queremos unirnos a ustedes en su viaje y misión" respondió Miquella con su habitual serenidad, la voz amable, casi familiar. "Pueden considerarnos, en el peor de los casos, mercenarios dispuestos a ayudarlos a cumplir su cometido. O si nos lo permiten… compañeros de causa que desean ayudarlos a recuperar su hogar"

Sus palabras no eran urgentes ni agresivas, pero tenían una fuerza sutil. Una mezcla de diplomacia y empatía difícil de rechazar.

"Lamento profundamente vuestra situación, de corazón. Sé lo que significa perder un hogar" dijo Thorin con voz grave, "pero no necesitamos vuestros servicios."

El principe enano Intento ser lo suficientemnete cortante, pero apacible para terminar con esto rapido sin que se saque niguna arma de su funda.

"No necesitas ser evasivo, heredero de Durin" replicó Miquella, esta vez con un tono más directo. "Sé más de lo que imaginas… y créeme cuando te digo que realmente necesitas ayuda. No recuperarás la Montaña Solitaria fácilmente… no sin una inmensa cantidad de suerte y aún más coincidencias. Además" agregó con una mirada más severa, "por si no lo sabías, hay precio por tu cabeza. Y tus enemigos no hacen más que multiplicarse."

Ante esas palabras, los enanos se pusieron tensos, casi al borde de levantarse, como si quisieran demostrar que estaban listos para lo que fuera. El solo uso del nombre de Durin en una conversación de ese tipo podía ser tomado como un insulto. Uno no hacia Thorin, sino hacia toda la raza enana.

"¡No necesitamos la ayuda de nadie!" gruñó Dwalin, golpeando la mesa con el puño cerrado.

"Sí, ¿qué podrían hacer ustedes que no podamos nosotros?" añadió Gloin, exaltado.

"Nosotros trece somos más que suficientes" terció Bofur, cruzado de brazos.

Thorin, aunque enfrascado en la discusión, tenía su atención puesta en Gandalf. El mago no había dicho ni una palabra. Solo observaba, serio. Demasiado serio. Y Thorin lo conocía bien. Tharkûn siempre había sido enigmático, pero había una diferencia entre estar callado… y estar silencioso por preocupación.

En otras ocasiones, el anciano podía parecer ajeno, pero su tranquilidad era la de alguien que conocía bien el tablero y sus piezas. Ahora, sin embargo, esa calma se había desvanecido. Había tensión en sus ojos. Duda. Alerta.

Thorin y Gandalf intercambiaron una mirada silenciosa, casi como si conversaran sin palabras. Un leve gesto entre ambos fue todo lo que intercambiaron.

"¡Silencio!" ordenó Thorin con firmeza, haciendo callar a sus compañeros. Luego entrelazó los dedos sobre la mesa y se dirigió al niño, que permanecía impasible frente a él. "Y bien… ¿qué es lo que pueden ofrecernos, Eldens? Para esta misión, la calidad supera a la cantidad. Nuestro número ya es el justo. Trece… o catorce, contando al saqueador" añadió, lanzando una mirada a Bilbo, provocando que todos los presentes hicieran lo mismo.

Bilbo se tensó, visiblemente incómodo.

"Matar al dragón" dijo Miquella con calma.

La sala quedó en un silencio absoluto, como si el aire mismo se hubiera congelado. A pesar del volumen normal con el que habló, sus palabras parecieron resonar con un eco especial.

Thorin dejó escapar una breve y seca risa, casi burlona.

"Creo que deberías revisar a tus informantes. Nuestro objetivo no es matar a Smaug" respondió con sorna.

"Te equivocas" negó Miquella, sacudiendo suavemente la cabeza. "Quieren matar al dragón más que nada. Solo que no tienen forma de hacerlo… por eso buscan recuperar la Piedra del Arca, con la esperanza de convocar a los ejércitos enanos y matarlo juntos… aunque eso implique una guerra y una gran cantidad de muertes."

Las palabras impactaron como un golpe en el pecho. Los rostros de los enanos y del mago se torcieron, porque sabían que decía la verdad. Una verdad amarga.

Thorin no apartó su mirada de Miquella. Pero a lo largo de toda la conversación, su expresión había cambiado más de lo que solía hacerlo en semanas enteras.

"¿Y tú crees que ustedes pueden matarlo?" preguntó, molesto. "Nuestro plan se basa en el sigilo, en la ignorancia de Smaug. Si lo alertan cuando fracasen, lo arruinarán todo. Gandalf ya nos consiguió a Bilbo Bolsón como saqueador, capaz de robar justo bajo la nariz del dragón. No necesitamos que alguien lo eche todo a perder" dijo, haciendo un gesto hacia Bilbo.

"¿¡Yo qué!?" exclamó Bilbo, confundido al escuchar su nombre en una oración tan peligrosa.

"No dudo de la habilidad del señor Bolsón para cumplir su rol…" continuó Miquella con tono respetuoso. "Pero no creo que tenga tanta suerte como para evitar la ira de Smaug una vez le haya robado."

"¡Yo no planeo…!"empezó Bilbo, pero nadie le prestó atención. La conversación lo había dejado atrás.

"Piénsalo, Thorin" insistió Miquella, con un dejo de melancolía en la voz, como si lamentara lo que estaba ofreciendo. "No tienes nada que perder. Ustedes y su saqueador pueden recuperar la Piedra del Arca mientras nosotros luchamos contra Smaug y lo mantenemos ocupado. Si vencemos, los pueblos enanos no necesitarán derramar más sangre. Si perdemos… habrán ganado tiempo para huir, y toda la culpa recaerá en nosotros. Saldrás beneficiado en cualquier escenario. Estás apostando al caballo ganador… sin pagar el precio."

"Incluso si todo eso fuera cierto, no creo que duraran ni unos segundos frente a Smaug. ¿Qué podrían hacer un niño y siete personas contra un mal tan colosal?" cuestionó Thorin con escepticismo, sin dejarse convencer.

"Para empezar" replicó Miquella con una leve "sonrisa, deberías dejar de juzgarme por mi apariencia. ¿Podrías decirnos que tan viejo eres? Quizás, al final, descubramos que compartimos la misma edad."

Lo dijo como una broma, pero sin intención alguna de revelar su verdadera antigüedad.

Los enanos y el hobbit lo miraron perplejos. Siempre habían asumido que se trataba de un joven noble con cierta autoridad, pero su porte sereno y su temple sugerían algo más. ¿Podía realmente tener la misma edad que Thorin, que contaba con 195 años?

"No me miren así. No estoy mintiendo. Mi hermana y yo fuimos malditos al nacer. Dejé de crecer hace mucho tiempo" suspiró con resignación. "Pero eso no significa que no haya madurado en otros aspectos. Dudar de mi poder... no es prudente."

Entonces volvió la mirada hacia su grupo.

"Y no somos un puñado de viajeros sin rumbo. Aquí me acompañan mis siervos más fieles, cada uno con su propia historia, su mérito y su virtud. Ninguno es débil. Y son mucho más capaces de lo que aparentan." Luego, con un destello desafiante en los ojos, volvió a mirar a Thorin. "Además, nuestra tierra también estuvo habitada por dragones. Algunos vagaban libres en regiones enteras. No son criaturas desconocidas para nosotros, y no sería la primera vez que mi pueblo los enfrenta. Puedes creerlo o no... eso ya depende de ti. Pero es la verdad."

"Ciento cuarenta metros... escamas imposibles de atravesar... aliento de fuego capaz de arrasar poblados... y la fuerza para abrirse paso a través de toneladas de roca y metal" enumeró Thorin con voz grave, como si recitara una antigua advertencia grabada en su memoria. "Permíteme dudar de tu confianza... y de los dragones que dices haber enfrentado."

*Fiu...*

El niño soltó un silbido breve, impresionado. Pero su rostro no se alteró.

"Eso sí que es grande" admitió con tono neutral. "Impresionante para algunos dragones... pero..."

Hizo una pausa. Luego, con la espalda erguida y una sombra de orgullo en la voz, continuó:

"Nuestra capital, Leyndell, también fue atacada por un dragón colosal. Uno incluso mayor, si la memoria no me falla. Se llamaba Gransax. Pudo haber sellado el destino de nuestra civilización, tal como Smaug lo hizo con Erebor... pero fue derrotado por mi hermano mayor, Godwyn. Su cadáver, petrificado, sigue allí. Se convirtió en parte de la ciudad y de la edificación."

Recordó su imagen con nostalgia y reverencia. Luego alzó la vista, mirando a los enanos con una determinación inquebrantable.

"Venimos de un reino que enfrentó su fin... y venció. Un reino que sobrevivió a la devastación de un dragón tan temible como el vuestro. Y yo... soy hermano de quien hizo eso posible. Quizá no tenga su misma fuerza, y es cierto que ya no estamos en nuestro apogeo. Pero si hay alguien con la experiencia y la determinación necesarias, somos nosotros. Y no creo que exista nadie más capacitado para lograrlo."

La sala quedó en silencio.

Los enanos no sabían qué pensar. Querían creerlo. Y al mismo tiempo, no podían. La idea de que otra ciudad —aunque desconocida— hubiera sufrido el mismo destino y, a diferencia de ellos, hubiera triunfado… era tanto una herida al orgullo como una chispa de esperanza.

"Creo que deberíamos considerarlo, Thorin" intervino por fin Gandalf, rompiendo su silencio con voz grave, como si despertara de un trance. "Tengo malas noticias… noticias que pensaba manejar con delicadeza, ya que aún no están del todo confirmadas. Pero creo que ya no puedo seguir postergándolas."

"¿Qué sucede?" preguntó el príncipe enano con el ceño fruncido y el humor agriado. No estaba de ánimo para malas noticias, no durante una discusión como esta. Aunque deseaba creer que lo dicho por Miquella era cierto —que otros dragones semejantes habían sido derrotados—, bien sabía que nunca faltaban los embaucadores con palabras seductoras. No podía arriesgar el destino de su pueblo por una historia sin pruebas.

"En los últimos tiempos" comenzó Gandalf, con voz aún más solemne, "se han reportado avistamientos de dragones desconocidos en distintas regiones de la Tierra Media. Aparecen de forma repentina, en lugares aleatorios. No son como los que conocemos... son distintos. Más silenciosos, menos maliciosos quizás, pero no por eso menos peligrosos. Son formidables."

Hizo una pausa.

"Y aunque su número es escaso, algunos de ellos han comenzado a asentarse entre los suyos… en las Montañas Grises, y tal vez incluso en Forodwaith."

El efecto fue inmediato. Los enanos se incorporaron de golpe, y hasta Thorin perdió la compostura ante tal revelación.

"¿¡Y cuándo pensabas contarnos algo así!?" exclamó el Thorin, más enfadado por la preocupación que por la ocultacion de tal noticia. "¡¿Nuestros hermanos están sufriendo ataques de dragones y tú lo ocultas?!"

"Tranquilízate, Thorin" dijo Gandalf con firmeza, alzando la mano para calmar los ánimos. "Los enanos de Ered Mithrin están bien, por ahora. La aparición de estos dragones nos tomó a todos por sorpresa, pero la situación no está fuera de control. Como mencioné, estos nuevos dragones no son tan agresivos, al menos no de inmediato. Sin embargo, su presencia ha alterado a los antiguos. Los dragones nativos de las Montañas Grises se han vuelto más activos desde su llegada."

Se inclinó levemente hacia adelante, volviendo a adoptar un tono serio.

"Lo que realmente temo," explicó Gandalf, desviando su mirada hacia los Eldens, "es que esos dragones hayan despertado la vigilancia de Smaug. Antes, era un temor vago; el número de dragones era escaso y no había indicios de que algo así sucediera. Incluso llegué a pensar que, si pasaba, se matarían entre sí... pero ahora..."

"Lo que te conté sobre Gransax… te ha hecho temer que otro dragón de ese calibre pueda aparecer, y que la situación escale" dijo Miquella con tono tranquilo, como si leyera los pensamientos del mago. "No deberías preocuparte demasiado. Dragones de ese tamaño eran pocos, y que yo recuerde, la mayoría pereció. Sin embargo… otros más pequeños, de entre veinte y ochenta metros, podrían haber llegado también desde nuestra tierra."

El silencio volvió por un momento. Gandalf asintió lentamente.

"Thorin, puede que todo siga según lo planeado. Puede que no tengamos que cambiar nada. Pero en momentos como este… contar con un seguro puede marcar la diferencia. No sabemos si Smaug está preparado para recibir una amenaza. Y si lo está… no sabemos cómo responderá."(Gandalf)

Golpeó suavemente la mesa con un dedo, como si intentara reforzar su punto y calmar sus propias dudas. Había recibido una advertencia de su superior… y no podía ignorarla.

Aún no sabía si podía confiar plenamente en los Eldens. Pero le habían advertido que nuevos aliados —y enemigos— surgirían. Y al menos, durante el viaje a Erebor, tendría la oportunidad de descubrir cuál de los dos eran.

"Como él mismo dijo… necesitamos ayuda. Y no tienes nada que perder" añadió finalmente Gandalf, como si lanzara el golpe final en un duelo verbal.

"No tienen que preocuparse por nosotros" dijo Miquella con serenidad. "Cargamos con nuestro propio peso y necesidades. No entorpeceremos su marcha, y si así fuera, pueden dejarnos atrás. Incluso sumando nuestro número, no somos tantos, y quienes te buscan, Thorin, lo harán sin importar cuán pocos seamos. Solo pedimos unirnos a ustedes para llegar a su tierra… y matar al dragón."

"Espera…" lo detuvo Thorin, desconcertado por la convicción con la que Gandalf parecía necesitar la ayuda de los Eldens. Aunque él también se sentía tentado por la idea de recibir refuerzos sin coste aparente. "Dijiste que eran negocios, que funcionarían como mercenarios. ¿Qué es lo que quieren a cambio?"

"Varias cosas, supongo… ¿oro?" respondió Miquella con un encogimiento de hombros y una naturalidad desconcertante.

"Hmm… otros que codician la riqueza de la montaña" gruñó Thorin con una risa seca y casi desafiante, creyendo menos en este grupo, pues a conocido varios similares. "No serían los primeros en morir a manos de un dragón por avaricia. Y no quiero esa clase de codicia en nuestra campaña."

"No codiciamos vuestro oro, esto sería un pago simbólico que nos ayudaría en nuestra situación. No sé... el peso o el tamaño del dragón en oro... Soy malo negociando, debería dejarle eso a otro," dijo, con sinceridad.

Cuando se trataba de oro y dinero, no era especialmente hábil; nunca le había faltado, y apreciarlo resultaba difícil.

"Sé que la montaña guarda muchas riquezas y que no será un problema para vosotros, como tampoco lo era para nosotros. En nuestra capital residía la llamada Orden Dorada; ya podéis imaginar cuánto oro se necesitó para tantas cosas... Pensándolo bien, nuestros reinos eran bastante parecidos," comentó Miquella con confianza y compañerismo.

"Creo que es aceptable" opinó Balin, quien hasta entonces había permanecido en silencio. Era un enano sabio, y aunque no creía que las cosas fueran a salir sin complicaciones o sacrificios, consideraba que una ayuda en el momento adecuado podía marcar la diferencia. Especialmente ahora, cuando la creciente presencia de dragones lo inquietaba profundamente.

"¿Solo oro?" insistió Thorin, sin ocultar su escepticismo. "Dijiste que eran varias cosas."

"Sí" asintió Miquella. "También queremos acompañarlos durante la misión, para explorar la región y buscar un lugar donde establecernos, donde reconstruir nuestra patria. Ayudar a quienes buscan recuperar su hogar… y quizás recibir su ayuda para levantar el nuestro. Quisiéramos forjar una amistad con los enanos, para que en tiempos difíciles podamos acudir unos a otros." Hizo una pausa. "Y por último, pero más importante… quiero el cadáver de Smaug."

Hubo un silencio breve, seguido de la inevitable pregunta:

"¿Para qué querrías el cadáver de un dragón?" preguntó uno de los enanos con genuina confusión.

"Para recuperar a mi hermana" respondió Miquella, con una frialdad grave en su tono. "Sé que aún no confían en nosotros, y en cierto modo, es recíproco. Pero hay algo que deben entender: para mí, la familia es lo más importante. No importa cuán grande o espléndido sea un reino reconstruido… sin ellos, siempre será un reino sin alma. Se deben hacer sacrificios para recuperar lo perdido. Y Smaug… podría ser uno de ellos. Rechácennos si quieren, pero nuestro destino está trazado. Con o sin ustedes, marcharemos hacia él."

La atmósfera se volvió densa, cargada de tensión y asombro. Los enanos vieron en ese joven una determinación feroz, pura y desesperada. Entendieron que estaba dispuesto a todo por cumplir su propósito.

"Danos un momento para discutirlo" dijo Thorin finalmente, intercambiando miradas con sus compañeros y con Gandalf.

Miquella y los Eldens se retiraron a otra sala, donde se sirvieron té mientras esperaban. Por su parte, Thorin, Gandalf y Bilbo permanecieron reunidos. El hobbit, que aún no comprendía del todo qué significaba ser un saqueador, pronto cayó desmayado, y fue llevado a la sala contigua por un par de enanos, completamente inconsciente.

Desde allí se oían los ecos de la discusión entre el mago y los enanos, pero Miquella fingió no prestar atención. Charlaba con sus compañeros, aparentando calma, aunque estos mostraban una seriedad más acorde a la situación.

La conversación entre Gandalf y Thorin se tornaba intensa. A favor de Miquella, el desmayo del hobbit y su cuestionable fiabilidad tal vez inclinaron la balanza. Muchos enanos simpatizaban con los Eldens, y las palabras del mago, que recordaban la amenaza creciente en las Montañas Grises, surtían efecto. Era sensato tener aliados cuando se avecinaban tiempos oscuros.

Al final, la discusión terminó. Los Eldens fueron llamados de nuevo a la sala principal. Sobre la mesa los esperaba un pergamino: un contrato, más corto y directo que el que se preparaba para Bilbo, con el sello y la firma de Thorin.

Miquella lo tomó, lo leyó con atención y se lo pasó a sus compañeros. Algunos asintieron con aprobación. Cuando todos lo consideraron aceptable, Miquella tomó la pluma.

"No sé si puedo confiar en ustedes" dijo Thorin solemnemente. "Pero como dijiste, son mercenarios. Y esto es un negocio. Si cumplen lo que prometen, se les pagará lo acordado. Si fallan en cualquier momento desde la firma del contrato, irán por su cuenta. No asumiremos responsabilidad alguna. Y si hay siquiera un indicio de traición..."

No pudo terminar.

Miquella lo interrumpió colocando su pequeña mano en el pecho del enano con una cercanía inesperada, dejándolo momentáneamente desconcertado.

"Entonces tu espada puede conocer mi cuello cuando lo creas necesario" dijo con calma, y acto seguido firmó con decisión y usando un sello improvisado que creo con su anillo: el símbolo… del Elden Ring. "Es un placer emprender este viaje contigo."

Nadie lo mencionó, pero en el instante en que Miquella habló de una espada en su cuello, todos los Eldens presentes empuñaron sus armas por reflejo. Thorin lo notó, y aunque no lo demostró, supo que no estaba tratando un grupo inestable y efimero.

"Partimos mañana al alba. Espero que tengan todo lo que necesiten" dijo finalmente Thorin, queriendo cerrar el asunto. Aún quedaba el problema del saqueador, y todo indicaba que tendrían que obligarlo, ya que su ausencia ahora sería una vergüenza frente a estos extraños aliados, que claramente eran más de lo que aparentaban.

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