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Chapter 15 - 15) Nosotros somos Eld...

La cena llegó a su fin, dejando a todos los presentes saciados… o al menos a la mayoría. Bilbo, al notar que ya nadie comía, albergó la esperanza de que finalmente se marcharan, para poder comenzar a limpiar el desastre, hacer un inventario de sus pérdidas, y empezar a diseñar el cartel de “No se admiten enanos ni magos” que planeaba colgar en la puerta de su hogar.

Pero, para su sorpresa, los enanos —con una coordinación sorprendente— comenzaron a recoger la mesa con gran eficiencia. Agruparon platos, tazas y fuentes, y despejaron lo que hasta hacía poco había sido un campo de batalla culinaria. Incluso Dori pasó un paño por la superficie de la mesa, aunque el “trapo” parecía más bien parte de una vieja camisa que alguien había sacrificado por la causa... posiblemente suya.

Una vez despejada la mesa, los grupos se reagruparon siguiendo su ya marcada división: los enanos se situaron en uno de los extremos, Miquella tomó posición en el otro, con sus seguidores alineados tras él como sombras leales. Gandalf y Bilbo, por su parte, permanecieron en una de las cabeceras, ligeramente apartados, pero claramente atentos.

"Creo que es momento de hablar del motivo que nos ha reunido aquí" dijo Thorin, con la voz firme y serena de un líder acostumbrado a tomar el mando. "Pero antes… creo que deberíamos presentarnos." Sus ojos se movieron de Gandalf hacia Miquella y su grupo con una clara intención.

Gandalf asintió, dio una profunda calada a su pipa y luego clavó la mirada en Bilbo. El hobbit, confundido, devolvió la mirada sin entender del todo qué esperaba el mago.

"Bilbo…" dijo Gandalf con calma. "¿Vas a presentarnos a tus invitados?"

"¿Qué? ¡Pero si yo no los invité!" replicó Bilbo, claramente desconcertado. "Pensé que tú los habías traído, como al resto..."

El silencio que siguió fue inmediato. Todos los ojos se volvieron hacia la verdadera incógnita de la noche: Miquella y sus seguidores, quienes seguían manteniendo la compostura. El semidios sonreía con serenidad, mientras que su grupo ya había adoptado una postura más alerta al notar el cambio en el ambiente.

La tensión aumentó de golpe. Los enanos reaccionaron instintivamente, tomando cualquier objeto cercano que pudiera usarse como arma. Aunque no se lanzaron al ataque, la amenaza era palpable; incluso uno de ellos levantó su jarra de cerveza como si fuera una maza improvisada.

"Bueno… digamos que nos auto-invitamos" comentó Miquella con una sonrisa tranquila, casi divertida.

Esa revelación no ayudó. Los enanos se tensaron aún más, listos para reaccionar. Como un reflejo, los seguidores de Miquella hicieron lo mismo, y por un momento, pareció que una batalla iba a estallar allí mismo, en la acogedora sala de Bolsón Cerrado.

"¡Alto, alto! ¡No se peleen en mi casa!" gritó Bilbo, al borde del colapso, levantando las manos con desesperación.

"¡Calma, todos!" añadió Gandalf con voz grave y solemne.

Las palabras del mago no fueron simples sonidos. Su voz, cargada con una pizca de su verdadero poder, resonó en el aire como un trueno contenido. Una sensación de presión se extendió por la sala, como si el mismo aire se volviera más pesado. Algunos de los presentes sintieron un estremecimiento en la columna; otros, una oleada de incomodidad instintiva que los obligó a soltar sus armas y volver a sentarse.

Miquella, sin embargo, no fue doblegado. Aunque sintió ese poder, lo disipó con naturalidad, aunque no sin un leve fruncimiento en el ceño. Su estado actual aún distaba mucho de su antiguo esplendor, y esa diferencia se hacía evidente frente a entidades como Gandalf. Sí, había estado recuperándose poco a poco, pero aún quedaba un largo camino.

Además de Miquella, sus seguidores como los enanos más veteranos —Thorin, Balin y Dwalin— lograron resistir el efecto con pura fuerza de voluntad. Y precisamente por eso, fueron los primeros en calmarse.

"Bueno… entonces sería sensato que todos nos presentemos, para aclarar las dudas" dijo Gandalf con voz conciliadora, actuando como mediador. Lo último que deseaba en ese momento era un enfrentamiento innecesario con un grupo del que apenas sabía nada. Además, pensó que también le haría bien a Bilbo comprender quiénes eran exactamente los que habían invadido su comedor. "Yo comenzaré. Pueden llamarme Gandalf. Gandalf el Gris. Soy un mago viajero, y estoy aquí para ayudar a quienes buscan recuperar su hogar, a quien necesita vivir una aventura… y a prevenir que el mal que habita esta tierra se vuelva aún más aterrador."

Dicho esto, dirigió una mirada firme a Bilbo, indicándole con los ojos que siguiera.

"Eh… yo soy Bilbo Bolsón." El hobbit se aclaró la garganta. "El dueño de esta casa" añadió con énfasis en esa última parte, cargada de una frustración apenas disimulada.

Un silencio incómodo se apoderó del lugar. Ambos bandos —los enanos y Miquella— se observaron con recelo, esperando a que alguien más tomara la palabra. Finalmente, Thorin se levantó de su asiento con gesto solemne.

"Soy Thorin Oakenshield, y mis motivos aquí no conciernen a los extraños" declaró con voz firme, cargada de orgullo y desdén, dejando claro su desagrado por la presencia de los desconocidos.

Los enanos vitorearon con entusiasmo tras su declaración. Hasta entonces ninguno había dicho palabra, esperando siempre que su líder hablara primero. Thorin volvió a sentarse con expresión severa, deseando en silencio que aquel grupo de humanos —y el extraño “niño”— se marcharan para que la reunión continuara sin su intervención.

"Bueno, yo soy Miquella the Kind" dijo entonces el aludido con una sonrisa apacible. Al ver que Thorin había usado su título en lugar de un apellido, decidió imitar el estilo. "Y estos son mis fieles seguidores: Leda, Ansbach, Hornsent, Freya, Thiollier, Moore y Dane." Hizo un gesto hacia cada uno a medida que los nombraba. "Pueden preguntarles sus títulos más adelante… si realmente tienen tanta curiosidad" añadió con tono bromista, aunque claramente nadie en la sala compartía su sentido del humor.

El ambiente volvió a sumirse en un silencio tenso. La presentación de Miquella no revelaba mucho, salvo los nombres. Incluso Gandalf, con toda su vasta experiencia y memoria, no pudo identificar a ninguno de ellos, lo cual lo inquietó aún más. Por su parte, Bilbo pensó que aquel título, “the Kind”, era por lo menos alentador. ¿Qué clase de villano se llamaría a sí mismo “el amable”? Además, su presencia tranquila y su rostro sereno le resultaban más familiares y reconfortantes que el resto de aquella extraña concurrencia.

Otros compartían ese pensamiento. Después de todo, los títulos en la Tierra Media eran representativos de hazañas o características personales, como “Escudo de Roble” para Thorin. Así que "el Amable" no parecía sugerir una amenaza.

Pero Miquella, notando las miradas inquisitivas aún sobre él, comprendió que debía ir un poco más allá.

"Ah, y vinimos porque queremos unirnos a la misión a Erebor" añadió como si fuera un detalle menor.

El efecto fue inmediato.

Los enanos se levantaron de golpe, alterados. La misión a Erebor era un secreto celosamente guardado, que nadie esperaba que trascendiera a oídos ajenos. Ni siquiera todos los enanos estaban al tanto de la reunión; sabían que se buscaba recuperar la montaña, pero no que el propósito de ese encuentro fuera tan inminente y específico. La inesperada filtración de esta información desató un revuelo entre ellos. Las discusiones estallaron, y las miradas acusadoras no tardaron en posarse sobre Gandalf. Confiaban ciegamente en la discreción de su propia gente, esperando que los secretos de su raza se mantuvieran siempre entre enanos. Pero con el mago, aunque respetado, no podían estar tan seguros.

En medio del caos, hubo un par de figuras que permanecieron en completo silencio. Eran los dos enanos enmascarados, que desde el principio no se habían quitado sus cubiertas metálicas ni siquiera para comer. Usaban un ingenioso mecanismo que les permitía abrir una pequeña parte a la altura de la boca para masticar sin revelar sus rostros, lo que los convertía en los miembros más misteriosos del grupo.

La escena escaló rápidamente. Leda estuvo a punto de romper un jarrón sobre la cabeza de un enano que se acercó a Miquella con intenciones poco amistosas, y varios enanos, a su vez, se preparaban para lanzarse sobre ella. Pero antes de que el conflicto estallara en una verdadera pelea, tres voces resonaron al unísono:

"¡Basta!" exclamó Gandalf, su voz cargada de autoridad.

"¡Deteneos! "ordenó Thorin con tono regio.

"Ya fue suficiente" dijo Miquella, sin alzar la voz, pero con una firmeza tal que sus seguidores se detuvieron de inmediato.

Los puños se bajaron, los cuerpos tensos se relajaron lentamente. Algunos labios ensangrentados se limpiaron con las mangas, mientras las miradas —cargadas aún de desconfianza y rencor— regresaban a sus respectivos lugares.

Fue entonces cuando Miquella decidió aclarar las cosas.

"Bien, comprendo que nuestra presencia sea desconcertante" dijo Miquella al fin, con voz serena, recorriendo con la mirada a todos los presentes. "Y estoy seguro de que no imaginan hasta qué punto. Pero sinceramente… estamos aquí para ayudar." Hizo una breve pausa, esbozando una sonrisa ladina. "O, mejor dicho, para hacer negocios."

Thorin frunció el ceño, su desconfianza volviendo a brotar como un resorte.

"No sé cómo sabes lo que sabes, pero jamás haría tratos con un elfo" espetó con un tono cargado de desprecio y asco, ahora sin molestarse en disimularlo.

"Oh, no soy un elfo" respondió Miquella con ligereza, llevando una mano a su cabello dorado y apartándolo con elegancia para mostrar sus orejas redondeadas. "Solo soy… demasiado lindo."

Hubo un murmullo generalizado. Los presentes miraron con sorpresa las orejas humanas del joven, convencidos hasta ese momento de que era un elfo por su aspecto, su aura y su porte. Incluso Thorin, aunque mantenía la tensión en los labios, dejó entrever un cambio en su expresión, como si el prejuicio racial que lo había invadido hasta entonces perdiera fuerza ante esa revelación, pero aun manteniéndose molesto y desconfiado.

"Entonces realmente no es un elfo…" murmuró Bilbo, aún procesando lo que veía. "Ni una chica… Manbroh Tuk se sentirá muy decepcionado…"

"¿Los conoces?" Gandalf alzó una ceja, volviendo su mirada hacia el hobbit.

"Solo lo que todos en la Comarca saben" respondió Bilbo con honestidad. "Llegaron un día a Hobbiton y se establecieron cerca. Además de ese tal Miquella, los demás daban algo de miedo, pero nunca han hecho nada malo. Incluso escuché que ayudaron con algo sobre… un cadáver viviente." Se estremeció al recordar las historias y rumores que escuchó. "Viven algo alejados, pero se los ve a veces por el pueblo. Venden cosas raras pero útiles. Yo mismo compré una pieza decorativa para mi estudio. Son extraños, pero no parecen malas personas."

"Es un placer saber que tiene tan buena impresión de nosotros, señor Bolsón" dijo Miquella, sonriendo con amabilidad… para luego cambiar su semblante a uno mucho más serio. "Pero comprendo que tan poca información no sea suficiente para los demás."

Nadie le contradijo. Ni los enanos ni Gandalf dijeron nada, y eso era una señal clara: su mera presencia levantaba demasiadas preguntas. Así que Miquella inhaló profundamente, y comenzó a hablar con mayor peso en la voz.

"Mi nombre es Miquella, hijo de la Reina Marika… y de Radagon" dijo, no sin cierta tensión en el gesto, como si su linaje le causara conflicto. "Mis compañeros y yo venimos de un lugar muy, muy lejano… las Tierras Intermedias. Las "Between Lands". Un lugar al que, posiblemente, ya no podamos regresar..." Su voz bajó un poco, cargada de nostalgia, y prosiguió "No sabemos cómo llegamos aquí pero estamos varados en esta tierra extraña, sin camino de retorno. Y aunque para algunos eso ha sido una tragedia… para otros, quizás es una bendición."

Las palabras de Miquella resonaban con una gravedad hipnótica, su voz suave pero penetrante, cargada de una tristeza tan vívida que parecía pintarse en el aire mismo. Mientras hablaba, los presentes podían ver en sus mentes aquello que describía, como si una película se desplegara ante sus ojos: un hogar perdido, la nostalgia de una tierra lejana, la frustración de la derrota… y la profunda tristeza de no poder regresar.

Era justo lo que Miquella quería: evocar sentimientos genuinos en los corazones de los enanos, narrar una historia de exilio que se reflejara con fuerza en la suya propia, aunque su dolor fuera, en verdad, mucho más distante. Manipulaba emociones con una sutileza casi artística, más poderosa por ser casi inadvertida. Y lo hacía sin plena consciencia, como si fuera su alma quien hablaba, no su mente.

Pero Gandalf lo notó.

Un repentino golpe de su bastón contra el suelo resonó por toda la sala, acompañado por un leve destello en el anillo que adornaba su dedo. Una onda invisible de energía se expandió por el aire, imperceptible para la mayoría, pero efectiva. Como una ráfaga de viento que despeja la niebla, el encantamiento que suavemente invadía los pensamientos de los presentes fue disipado. Las emociones seguían allí —auténticas, intensas— pero ya no eran ajenas ni inducidas. Eran suyas.

Casi nadie comprendió del todo lo que había pasado. Bilbo solo sintió que de pronto podía pensar con más claridad. Los enanos, por su parte, parpadearon confusos, como si despertaran de un sueño.

Pero Gandalf no sonreía. En su mirada había ahora más recelo que antes. Había percibido un poder que no esperaba, y eso lo volvía doblemente peligroso.

Miquella, por su parte, apenas notó la ruptura de su propia influencia. No había sido consciente de lo que hacía. Su poder estaba regresando, y con él, ciertos efectos colaterales que ya no podía controlar tan fácilmente. Aun así, no detuvo su relato.

"Vagando sin un lugar al que llamar hogar, comprendimos que si no podíamos volver al nuestro… entonces debíamos construir uno nuevo. Nos estableceremos en algún lugar. Levantaremos nuestras vidas desde las cenizas. Y llevaremos la memoria de nuestra tierra en el corazón, como estandarte y guía." Terminó con voz firme, y en ella ya no había solo dolor, sino determinación.

Un silencio se apoderó del salón.

"¿Y eso qué tiene que ver con que estén aquí hoy… humanos?" preguntó Dwalin, rompiendo el silencio con su tono áspero habitual, aunque había en su voz un matiz distinto. No lo admitiría fácilmente, pero el relato lo había tocado.

Miquella no respondió de inmediato. Meditó un instante, como si buscara las palabras justas.

"No... no diría que pertenecemos exactamente a la raza de los Hombres…" empezó con calma. "Aunque la palabra 'humano' nos describe bien en forma y fondo, no somos como los de aquí. No todos entre nosotros compartimos la misma sangre. En nuestra tierra, la diversidad de seres era vasta: humanos, sí, pero también otros… diferentes, únicos. Carecíamos de enanos, de hobbits, e incluso —hasta ahora— nunca habíamos conocido a los llamados elfos... pero la variedad existía..."

Hizo una breve pausa. Luego alzó la mirada, cruzando los ojos con cada uno de los presentes, uno por uno.

"Por eso, no creo justo que se nos catalogue como iguales a los hombres de esta tierra. Tal vez el término correcto para nosotros sería otro… Pueden llamarnos Eldens, o Eldenians."

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