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Chapter 13 - 13) Registro onírico y el ultimo descanso

Llamas. Llamas que devoraban roca y carne por igual. Eso era lo único que se veía. Enanos calcinados, estructuras colosales derribadas por una fuerza muy superior.

Una criatura de destrucción se abría paso hacia los salones interiores. En su camino, sólo una figura le hacía frente: un hombre solitario empuñaba una gran y extraña espada cubierta de llamas negras, con la cual cortó, de un solo y poderoso tajo, la llamarada que amenazaba con consumirlo todo.

Detrás de él, la familia real enana tuvo el tiempo justo para escapar...

...

Miquella se despertó de golpe, con un punzante dolor de cabeza y algo mareado. Aún era de noche, pero no planeaba volver a dormir.

Leda, en quien se había acurrucado, también despertó al sentir el repentino movimiento de su señor, pero no dijo nada. Ya no reaccionaba con preocupación como en las primeras veces que esto ocurría.

El ex-semidiós se levantó de la cama, cruzó la habitación y se sentó frente al escritorio. Encendió la lámpara de glimstone, tomó una pluma y uno de los tantos cuadernos apilados: uno en particular.Abrió sus páginas y comenzó a escribir y dibujar en él.

Este cuaderno tenía un contenido peculiar. A simple vista, cualquiera podría confundirlo con los garabatos de un niño aburrido… pero contenía mucho más. Era una historia, fragmentada, que poco a poco iba tomando forma.

Miquella había tenido esos sueños extraños más de una vez. En cada uno, se revelaba un poco más de aquella historia de la que parecía ser protagonista: él, con un cuerpo adulto, armado con la misma espada negra.

Decidido a entender lo que ocurría, comenzó a registrar cada sueño. Pero pronto comprendió que lo que veía quizá no debía ser compartido con otros. Por eso, en lugar de narrarlo con claridad, optó por dibujos y palabras sueltas. Así nació esta crónica críptica y secreta.

Los primeros dibujos eran simples: Una cabeza de Miquella en estilo chibi, sobre un cuerpo musculoso y espada en mano, entre dos árboles y una montaña al fondo.

La página siguiente mostraba la montaña más grande, con una gran puerta tallada, y varios hombrecillos barbudos(monigotes), apenas la mitad del tamaño de Miquella. También había un trono con uno de esos hombres usando corona, y tres figuras a su lado: dos más barbudos y una mujer distinguible sólo por el par de círculos en el pecho que representaban sus tetas.

Luego aparecía Miquella dentro de una silueta de casa en la montaña, trabajando sonriente con los pequeños barbudos. En otra escena, mostraba sus músculos a una mujer con barba.

Las páginas siguientes repetían escenas similares: Miquella luchando con su espada contra enemigos variados, charlando con enanos, compartiendo momentos con la mujer barbuda—dibujos decorados con corazones—y más trabajo en la comunidad.

Más adelante, una imagen distinta: el enano coronado, esta vez de pie con los brazos extendidos hacia Miquella, que se arrodillaba ante él recibiendo algún tipo de regalo.

Miquella apartó la vista del cuaderno y miró la pared. Allí, enmarcada, descansaba una flecha metálica negra. Era grande para alguien de su tamaño, aunque similar a las flechas humanas. Finamente diseñada, pero visiblemente envejecida.

Esa flecha había despertado con él un día, después de uno de sus sueños. Aún no encontraba explicación alguna. Lo más curioso fue cuando Leda lo vio sosteniéndola y apuntándole con ella. Cerró los ojos, aceptando su destino sin resistencia.Miquella tuvo que explicarle que no pensaba clavarle esa flecha... aunque no prometía no clavarle otras cosas en el futuro. Nunca estuvo seguro de si Leda entendió la frase como él quería.

Volvió al cuaderno. La siguiente página lo hizo sonrojar y esbozar una sonrisa boba.

Era un dibujo en el que su figura de palitos perseguía a una mujer barbuda que, tras varias escenas de rechazo, finalmente cedía. Aunque los dibujos carecían de técnica, las intenciones eran bastante claras, sobre todo por la cantidad de posturas que aparecían.

Miquella se estremeció, soltando un leve gemido al recordar ese sueño en particular.Pero su expresión de júbilo se transformó en seriedad al pasar la página.

Allí estaba: una gran figura de llamas, con ojos y dientes brillando desde el fuego, y dos alas cartilaginosas sobresaliendo.

Un pueblo ardiendo... y la montaña, también en llamas.

Frunció el ceño y comenzó a dibujar: Enanos combatiendo la llama, otros huyendo despavoridos... Destrucción... Muerte....

Luego, la criatura atacando, Miquella defendiéndolos con su gran espada, y, detrás de él, el enano coronado junto a otros dos y la mujer barbuda, corriendo hacia una pequeña puerta.

Con eso, Miquella cerró el cuaderno y lo guardó con los demás.

Volvió a la cama y, como aún faltaba para el desayuno, se entretuvo con sus juguetes antiestrés favoritos… también conocidos como los pechos de Leda.

Miquella se levantó junto a Leda y ambos se dirigieron a la cocina, donde ya había varias personas reunidas. Freya estaba sentada en una silla, completamente armada, lista para lo que fuera necesario. Cerca de la mesa, una mujer humana y su hija pequeña terminaban de preparar los platos del desayuno, mientras una hobbit con tetas de generosas proporciones cocinaba con sorprendente energía.

Tomaron asiento junto a la mesa, y pronto la hobbit y la mujer comenzaron a servirles. Miquella acarició suavemente la cabeza de la niña, que se sentó a su lado. Ella se tensó por un instante, nerviosa ante el contacto, pero no se apartó. Sin embargo, la atención de Miquella se desvió poco después. Observó a la hobbit mientras esta traía un jarrón de leche, y mientras le servía, sus pensamientos vagaron más allá del recipiente, a otros dos 'grandes recipientes'. No podía evitar preguntarse si la leche de hobbit sería tan deliciosa como su imaginación le sugería… y si debería averiguarlo.

A pesar de sus pensamientos, el desayuno transcurrió con normalidad. Miquella no disimulaba del todo su interés por la hobbit ni por su fiel compañera Leda. Las únicas que escapaban de su atención eran la mujer y la niña humanas, no por falta de atractivo, sino porque no le pertenecían. Ambas eran la familia de Hornsent, uno de sus más devotos seguidores.

Hornsent había llegado hasta él tras un tiempo viviendo en paz en estas tierras. Se arrodilló ante su señor, suplicando ayuda para recuperar aquello que había perdido, dispuesto a entregar cualquier cosa a cambio. Miquella aceptó. Su anillo ya había demostrado antes lo que era capaz de hacer, y esta petición no era tan compleja como otras que él deseaba realizar.

Así fue como Hornsent, por gracia de su señor, recuperó a su esposa e hija. Desde entonces, su lealtad se volvió absoluta. No importaba lo que Miquella le pidiera: su muerte, renunciar a su familia, cualquier cosa... lo cumpliría sin titubeos. Por supuesto, Miquella no era cruel. Durante esta etapa de paz, cunado no estuviera con sus deberes podría vivir junto a su familia sin mayores restricciones, aunque dejó clara una advertencia: cuando llegara el momento, sus espadas serían llamadas a la batalla. Hornsent aceptó sin dudar.

Su familia se instaló en una vivienda junto a la casa de Miquella, y cuando podían, como en esa mañana, compartían las comidas y otras actividades. Lo único que perturbaba ligeramente a Miquella era el exceso de veneración que mostraban tanto la mujer como la niña. Lo trataban como a un dios, apenas alzaban la mirada, hablaban en susurros y, más de una vez, parecían estar a punto de arrodillarse para besarle los pies con actitud de ni siquiera merecer eso. Al principio le pareció demasiado, pero con el tiempo lo ignoró.

Y en cuanto a la hobbit que preparaba el desayuno… Miquella simplemente reconocía la excelencia cuando la veía. Contrató a Dora, una joven cocinera local, para que se encargara de sus desayunos —y ocasionalmente de otras comidas— algunos días de la semana. Su comida era deliciosa, y su presencia, para Miquella, un añadido bastante agradable.

...

Después del desayuno, Miquella decidió dar un paseo por el pueblo, observando la tranquila pero bulliciosa comunidad.

Llevaba ya suficiente tiempo allí como para entablar conversación con casi cualquier habitante, ser bien recibido en las reuniones comunales, e incluso participar en las discusiones importantes para el desarrollo local. Había logrado ganarse el aprecio y la estima de muchos gracias a su belleza serena y su carisma casi hipnótico, de forma tan natural que pocos lo notaban conscientemente. Sus seguidores, sin embargo, generaban una impresión muy distinta. La mayoría de ellos intimidaba tanto que la gente aún evitaba acercárseles demasiado. Aun así, incluso ellos se habían ganado cierto respeto, especialmente después del incidente del cadáver resucitado.

Aquella raíz negra fue, al parecer, la causa de los cuerpos reanimados. Una de ellas había brotado también en la Comarca, y aunque el resucitado fue destruido rápidamente por Ansbach, la reacción inicial del pueblo fue dura. Solo tras una explicación detallada —y con pruebas— lograron calmar a la población y disipar el temor de haber asesinado a alguien inocente. Se localizaron otras raíces, se extrajeron y almacenaron con cuidado junto a las demás.

Ahora, en un almacén sellado dentro de su casa, Miquella guarda varias de estas raíces negras, estudiándolas en busca de su origen. Por el momento, no ha logrado determinar más que su misteriosa aparición espontánea en distintas partes de la Tierra Media, o al menos en las regiones cercanas.

El grupo formado por Ansbach, Hornsent y Thillier se ha hecho responsable de rastrear tanto las raíces como cualquier brote de muertos vivientes. De hecho, su fama ha empezado a extenderse por los alrededores, aunque eso también signifique que pasan largos periodos fuera, en pequeñas escaramuzas.

La comunidad, por su parte, ha recibido algunas clases básicas: cómo identificar las raíces, cómo destruirlas y cómo defenderse si llegan a encontrarse con un no-muerto. Miquella sabe que ni él ni sus seguidores pueden estar en todas partes, y es mejor preparar al pueblo antes de que ocurra una tragedia.

El día transcurrió con calma. Miquella disfrutó del paseo, acompañó a algunos niños en sus juegos, curioseó por el mercado y admiró a las mujeres con su ya característico aire encantador. Algo en el ambiente le hizo sentir que ese era un día para descansar, y decidió entregarse a ese impulso. Por la noche, fue al bar con Leda y Dora.

Más tarde, terminaron en una colina bajo el cielo estrellado. Dora, completamente inconsciente y con el pecho desnudo, yacía sobre la hierba, habiendo bebido más de la cuenta bajo la discreta insistencia de Miquella.

Leda se encontraba sentada cerca, observando cómo su señor miraba las bolas de grasa de la hobbit con una mezcla de asombro y curiosidad infantil, incluso dándose el gusto pincharlas, amazarlas y pellizcar suavemente sus pezones como si esperara que sucediera algo mágico. hasta que finalmente, suspiró y se apartó.

"¿Mi señor?" preguntó Leda al percibir una leve tristeza en su expresión.

"Todo está bien, Leda… sólo" suspiró de nuevo "me lamento un poco. ¿Sabes por qué nunca llego más allá contigo… o con ella?" Dijo mirando a la luna y las estrellas con la mirada perdida.

"No, mi señor. No es mi deber cuestionar sus decisiones" respondió con firmeza.

"Pues deberías. En serio. Cada vez que veo a los niños correr por el pueblo, sólo pienso que nuestros hijos serían hermosos… sinceramente, con el tiempo que llevamos aquí ya te habría hecho como quince" dijo con su tono usualmente juguetón, aunque sus palabras encerraban una verdad profunda. "Y aunque no hubiera niños, me muero de ganas por saber qué sonidos y gestos haces tú, mi querida Leda, cuando no llevas ropa…"

Leda se quedó inmóvil, pero su rostro enrojecido intensamente y una gota de sangre en su nariz —algo que le pasaba seguido desde que llegaron a este mundo— traicionaban su apariencia estoica.

"Gracias… por el cumplido" respondió con torpeza, sin saber qué más decir, y con el corazón acelerado por la idea de que su señor podría tomarla ahí mismo.

"Todo eso es… porque aún no puedo hacerlo. No con otra persona por ahora" dijo Miquella, bajando la mirada, sus manos temblando ligeramente. "Decidí que le daría mi primera vez solo a ella… se lo debo. Así que por ahora sólo puedo contenerme. Pero también es un buen incentivo para esforzarme más… para traerla con nosotros."

Miquella se incorporó, sacudiéndose la ropa, y extendió la mano hacia Leda. Aunque no tenía fuerza suficiente para ayudarla realmente, ella le siguió el juego y fingió que la levantaba.

"Así que perdóname, Leda, tendrás que esperar un poco, pero te prometo que en el futuro te llenaré de amor", dijo con una mirada demasiado determinada e inocente para el verdadero significado de esas palabras.

"S-sí… mi señor" respondió ella con voz temblorosa, y las piernas igual de inestables.

Así, Leda cargó a Dora sobre sus hombros y la llevó de vuelta a su casa. Luego ambos regresaron a su hogar, se acostaron juntos, y Miquella, juguetón como de costumbre, obligó a Leda a morderse los labios para no soltar gemidos impropios de una caballera.

...

Fue una noche plácida, de sueños agradables, y así comenzó un nuevo día. Solo que esta vez, algo especial iba a suceder.

No solo el grupo de cazadores de muertos vivientes regresó por la mañana tras otra expedición, sino que también apareció Dane a una hora inesperada, rompiendo la rutina con un mensaje urgente.

"Mi señor... Ha aparecido el mago."

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