Hobbiton, una comunidad peculiar. Tan peculiar, que Miquella pasó casi todo el trayecto con medio cuerpo fuera de la carreta, observando a su alrededor con una curiosidad infantil desbordante. Cada rincón, cada detalle, cada expresión de asombro o nerviosismo en los habitantes locales ante su inusual grupo era motivo de fascinación para él.
Y es que, ciertamente, su comitiva no pasaba desapercibida. Destacaban demasiado. Los hobbits no eran especialmente hostiles con los forasteros, pero tampoco eran conocidos por recibir con los brazos abiertos a otras razas. No eran malos anfitriones ni una comunidad totalmente cerrada, pero las figuras que ahora recorrían sus calles les inspiraban un miedo natural. Armas extrañas, armaduras oscuras, rostros serios o impenetrables… todo ello anunciaba problemas. Y a los hobbits, más que nada, no les gustaban los problemas.
Padres sujetaron con fuerza a sus hijos, llevándolos rápidamente al interior de sus hogares. Puertas y ventanas se cerraron, y el murmullo habitual del pueblo fue sustituido por un incómodo silencio. Aun así, los aldeanos se apartaban del camino sin necesidad de palabras, permitiendo que la caravana siguiera su curso sin interrupciones.
Continuaron avanzando hasta detenerse por pura necesidad. La verdad era que no sabían a dónde iban. Miquella, tan absorto en contemplar la aldea, no había dado ninguna otra orden, y era él quien sabía con precisión el motivo de su visita.
Suspirando, dejó a un lado su fascinación. Ya era momento de tomar decisiones. Repartió indicaciones concretas entre sus seguidores y organizó su despliegue.
...
Al caer la noche, el grupo se reunió nuevamente en una taberna local. Su presencia seguía siendo tan llamativa como en las calles, y lo que normalmente sería un ambiente alegre y bullicioso se convirtió en un salón más silencioso que un velorio. Muchos clientes se retiraron apenas los vieron entrar; los pocos que se quedaron —los más borrachos o los más tercos— lo hicieron en completo silencio, con la vista fija en sus jarras y un ojo discreto en los forasteros.
A los hobbits no les gustaba que se rompiera la normalidad de sus tranquilas vidas, ni en la taberna ni en ningún otro rincón del pueblo. Pero tampoco eran confrontativos, y a ninguno se le ocurriría ir a exigirle algo a un extraño tan imponente. Así que, en cierto modo, no había problema.
"Mi señor" dijo Leda en voz baja, acercándose a Miquella. "He encontrado a uno de los hobbits que buscábamos. Bilbo Bolsón. Vive en una madriguera llamada Bolsón Cerrado. Tiene cuarenta y nueve años, no tiene familiares cercanos, y nunca ha abandonado la Comarca. No ha tenido contacto con nadie extraño y su vida es bastante normal… quizás algo aislada."
"¿Nada de nada?" preguntó Miquella con el ceño fruncido. "¿Ninguna mención del mago?"
"No, mi señor. Ese tal Gandalf no ha aparecido por aquí en mucho tiempo. Y lo poco que recuerdan de él es que solía dar espectáculos, o eso dicen." La respuesta fue acompañada de cierto desdén por parte de Leda.
Desde que habían llegado a este mundo, no habían visto hechiceros, y que el primero del que tuviera noticias resultara tan poco impresionante no le ayudaba a mejorar su opinión sobre la Tierra Media. Nativa de las tierra intermedias, un lugar con tantos peligros, no podía darse el lujo de tener tan poca magia activa. Le incomodaba la paz.
"No lo subestimes, Leda" respondió Miquella, sin apartar la vista de su bebida(jugo para evitar repetir desastres). "Lo que sabes de él es apenas la imagen que tiene esta comunidad pacífica. Gandalf no es simplemente un mago… Quizás sería más adecuado llamarlo un semidiós."
Sus palabras causaron sorpresa entre los presentes, aunque nadie lo expresó abiertamente. Miquella continuó:
"No será el más poderoso, pero sin duda no debe ser ignorado... ¿Nada más?" repitió, mientras caía en sus pensamientos.
Había llegado a Hobbiton con la esperanza de discernir con más precisión el punto temporal en el que se encontraban, y en cierto modo lo había logrado. La presencia de Bilbo, la ausencia de Frodo y de Gandalf… todo indicaba que aún estaban antes de los sucesos de la Montaña Solitaria. El problema era no saber exactamente cuánto antes.
No era el peor escenario. Ya había previsto que esto podría pasar. Entre El Hobbit y El Señor de los Anillos pasaban más de sesenta años. Incluso si se encontraban justo antes del viaje de Bilbo, todavía habría una larga espera. Pero al menos ahora tenía un punto de referencia.
"Vamos a necesitar un lugar donde establecernos" dijo finalmente, levantando la mirada hacia sus seguidores. "Es probable que debamos quedarnos aquí bastante tiempo. Nuestro objetivo será integrarnos a esta comunidad, vigilar los movimientos de Bilbo… y estar atentos a la posible aparición de Gandalf."
Todos asintieron al unísono. No hubo vacilación ni duda. Las órdenes de Miquella eran ley.
...
Habían pasado varios días antes de que el grupo de Miquella pudiera establecerse de forma estable. Como era de esperarse, los hobbits —aunque hospitalarios en su mayoría— no eran muy acostumbrados a recibir visitantes que esperaran quedarse por tanto tiempo. Hacerse un lugar en su comunidad no era tarea fácil.
Buscar un sitio donde quedarse resultó más complicado de lo previsto. Tal vez por la diferencia de tamaño, el aura marcial que emanaban como veteranos de guerra, o simplemente por las diferencias culturales y estéticas, los seguidores de Miquella resultaban intimidantes para los lugareños. Al final, fue el propio Miquella quien tuvo que adelantarse a negociar y convencer personalmente.
Como siempre, Miquella irradiaba un encanto difícil de ignorar. Más de uno se quedó observándolo con la mirada perdida, embobado. Quizás fue ese magnetismo el que allanó el camino. No se podía decir que hubiera hechizado a nadie —al menos no de forma consciente—, pero existían bellezas y presencias que, incluso sin magia, resultaban casi imposibles de resistir. De otro modo, habría sido casi imposible conseguir un sitio. Porque sí, los hobbits eran amables, pero seguían siendo una comunidad cerrada a la hora de aceptar a otras razas como residentes.
Finalmente, encontraron una solución: un viejo agujero hobbit, antaño propiedad de un anciano sin herederos, fallecido hacía tiempo. Nadie lo había reclamado ni vendido, principalmente porque su ubicación era incómoda y su estado, deplorable. Pero era lo mejor que podían obtener sin recurrir a métodos más “mágicos”.
Leda no estuvo nada satisfecha cuando vio el lugar. Al abrir la puerta redonda —que casi se desprendió de las bisagras oxidadas— lo único que encontraron fue un sitio frío, húmedo, cubierto de polvo y telarañas en cantidades alarmantes. A su juicio, aquel agujero no era digno de su señor. En su mente, Miquella seguía siendo la entidad divina destinada a heredar el mundo.
Él, en cambio, no mostró preocupación. Abrazó a Leda con ternura, sujetando su rostro tan cerca que la cabellera de ella quedó inmóvil entre ambos, y le habló con voz serena. Bastó eso para calmarla y retomar el rumbo.
El agujero fue reformado sin descanso. Primero limpiado, luego reparado y, finalmente, reconstruido casi por completo, pues estaba al borde del derrumbe. Eso explicaba por qué nadie más lo había querido. Era una obra costosa y ardua, pero el grupo tenía los recursos necesarios.
Dinero no les faltaba. Miquella continuaba invocando artefactos desde su patria, los cuales Moore vendía. Aunque al principio los negocios no prosperaron —la Comarca no tenía interés en armas o armaduras, al no ser una raza belicosa—, otros objetos despertaron algo de curiosidad. Tras algunas ventas iniciales, el negocio comenzó a crecer poco a poco.
Así, un nuevo hogar surgió dentro de esta comunidad, aunque no todos estaban de acuerdo con ello. Sucedió. El único problema real fue el tamaño: todos, salvo Miquella, golpearon sus cabezas más de una vez en el techo bajo o en las puertas redondas.
...
Pasaron los días, luego semanas, y finalmente meses. Aquellos que no habían dejado de viajar desde su llegada a este mundo por fin se asentaron. Esta vez era diferente: un establecimiento real, pensado a largo plazo. Un largo suspiro, al menos hasta que Miquella diera la orden de partir. Pero eso tendría que esperar… hasta que hubiera señales de enanos apareciendo en la zona.
Tener un lugar fijo facilitaba muchas cosas. Una base desde la cual coordinarse resultaba muy útil, aunque también tenía sus desventajas, como reducir su rango de movilidad.
Una vez establecido su hogar, cada miembro del grupo adoptó un rol. La mayoría de sus tareas giraban en torno a la vigilancia y recolección de información. Conseguir trabajos siendo "no-hobbits" era complicado… al menos, los trabajos que realmente les interesaban. Todos ellos eran excepcionalmente fuertes, muy por encima de los humanos comunes. Si bien al principio hubo cierto aislamiento, pronto comenzaron a recibir encargos. Pero sus objetivos eran muy específicos.
Moore se quedó con el rol de comerciante. Aunque las armas no eran populares, ciertos objetos de las Tierras Intermedias podían venderse bien en la Comarca.
Dane obtuvo uno de los puestos más importantes. No por la paga, sino por la posición: un modesto trabajo como jardinero cerca de Bolsón Cerrado. Así podría observar los movimientos de Bilbo.
Ansbach, Hornsent y Thiollier fueron asignados a tareas más exploratorias fuera de Hobbiton. Investigaban los alrededores… y algo más. Ansbach había descubierto algo en Bree, aunque no logró explicarlo en su momento por culpa de un "incidente" con Miquella. Lo mostró después: una extraña planta, una raíz muerta que sobresalía del suelo. Ni muy grande ni muy pequeña. A ojos comunes, podía parecer insignificante, pero para ellos —que habían vivido en las Tierras Intermedias—, aquella raíz emanaba un eco conocido: la esencia de la muerte.
Crecía donde antes se habían levantado muertos vivientes. Y ninguno creyó que fuera coincidencia.
Por ello, los tres fueron enviados a visitar otras zonas donde se hubieran detectado no-muertos. Su misión: buscar rastros de estas raíces… y eliminar cualquier amenaza restante.
Finalmente, las dos últimas personas: Leda y Freya. Su deber era quedarse junto a Miquella. No porque Hobbiton fuera peligroso, sino porque Leda jamás permitiría que su señor, en su actual estado debilitado, corriera riesgo alguno.
Freya también se quedó. Oficialmente, como guardaespaldas adicional. Aunque la realidad —que nadie se atrevía a mencionar— era que Miquella no veía con malos ojos poder elegir libremente cuál de sus pechos usar como almohada… aunque jamás lo admitiría.
Y hablando de Miquella, él era, sin duda, el más satisfecho con su nueva vida. Mientras sus seguidores seguían conservando esa seriedad y porte propio de las Tierras Intermedias, Miquella parecía haberse adaptado por completo. Se mostraba relajado, tranquilo, incluso feliz en aquel entorno. Probablemente se debía a que, por primera vez en mucho tiempo, no desentonaba con su entorno: en la Comarca, todos eran de su altura.
Fue el primero en integrarse con los hobbits. Es cierto que al principio su belleza etérea y su aura sobrenatural lo hacían parecer inalcanzable, casi irreal, como una figura salida de un cuento demasiado perfecto para ser verdad. Pero eso fue cambiando con el tiempo.
Asistiendo a fiestas locales, compartiendo relatos fantásticos o simplemente sentándose a conversar, logró ganarse el corazón de los niños... y de algunos adultos que se atrevieron a abrir sus puertas a esos extraños llegados de tierras lejanas.
Con los vecinos, con los comerciantes, con cualquiera que se cruzara en su camino, Miquella fue cultivando relaciones cordiales. No todas eran profundas, pero sí sinceras. Entre él y los hobbits parecía no haber tanta diferencia. Por un momento, ya no se sintió un "eterno niño divino", sino simplemente... otro pequeño habitante más.
Aunque claro, eso no significaba que Miquella se hubiera desligado por completo del trabajo. Seguía cumpliendo funciones dentro del grupo: invocaba objetos desde su mundo natal para que Moore los vendiera, creaba herramientas y equipo para los exploradores, investigaba la misteriosa "raíz muerta", e incluso continuaba obsesionado con su anillo y la búsqueda de algún método para recuperar a su familia. Dedicaba horas encerrado en su cuarto, escribiendo libros, mapas, diagramas y pensamientos oscuros.
…Y luego estaban esos otros momentos.
—Flashback—
Miquella estaba tendido en el suelo, detras de una pequeña mesa. Levantaba apenas la cabeza para observar con intensidad a la muñeca de la mini-Ranni, sentada en una silla frente a él, completamente inmóvil. Así pasó largo rato, en silencio absoluto, hasta que Leda regresó con las compras y lo encontró así, frunciendo el ceño, desconcertada.
"Creo que esta muñeca… es más de lo que parece. Puede que tenga algo de vida. Quizás… algo de Ranni sigue allí" dijo Miquella con seriedad, sin apartar los ojos. "A veces siento que me observa. Y cuando salimos de Bree, olvidé empacarla… pero aun así apareció dentro del carro. Como si… hubiera ido sola."
Miquella había hablado mucho con su muñeca Ranni. Demasiado, en realidad. Se había convertido en su confidente personal, y la posibilidad de que algo de ella realmente estuviera allí, viva o presente de algún modo, era tanto esperanzadora como inquietante. Sin embargo, por más que lo intentaba, jamás obtenía una respuesta. Así, en un último y fútil "por si acaso", aplicó la lógica de Toy Story: creyó que tal vez la muñeca solo cobraba vida cuando no la miraban. Estaba atento incluso al más mínimo parpadeo o cambio en la posición de sus ojos, como si eso pudiera confirmar su teoría.
Leda se quedó allí, observándolo. Su señor, el semidios eterno, estaba tan enfrascado en su experimento que parecía un niño jugando. Y en cierto modo, lo era. Pero en vez de sentirse decepcionada, Leda sonrió. Le alegraba ver a Miquella así, actuando con una naturalidad que nunca antes había mostrado. Sonreía con la misma sinceridad con la que lo hacía al visitar el pueblo, tan simple, tan real… Era una faceta que solo este mundo parecía permitirle.
Muy distinta a esa otra faceta que también había surgido. Una versión más adulta y… lasciva.
La que usaba tanto a sus pechos como a a los de Freya como almohadas personales. O la que, de pronto, soltaba comentarios tan sugestivos que podían dejar a Leda paralizada, con el corazón latiéndole en la garganta. Que tambien le preguntaba, con la mayor naturalidad del mundo, cuál de las hobbits locales tenía los pechos más grandes, "apreciables" y a las que le "meteria mano", como si ella fuera su confidente masculina… todo eso, desde ese cuerpo pequeño y rostro angelical que lo hacían pasar en un segundo de tierno angel a travieso diablillo.
En fin... le costó mucho admitir que había sido ella quien metió la muñeca en el carro antes de partir.
—Fin del flashback—
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Perdón por la tardanza, chicos. Mi recuperación tomó más tiempo del esperado, ya que la situación resultó un poco más complicada de lo previsto. Pero ya estoy bastante bien, y con muchas ganas de volver para alimentar vuestra adicción.
