Miquella estaba algo abrumado por la situación. Su cabeza mareada y dolorida no le facilitaba precisamente contener a Leda. Se había aferrado a su caballera, y esa era la única razón por la que esta aún no había salido a causar una masacre.
"Leda, no puedes matarlos a todos" dijo Miquella con frustración, deseando golpearse la cabeza contra la pared por lo que había sucedido ayer.
De no ser porque tenía que detenerla, estaría escondido bajo sus sábanas, sin querer ver a nadie y deseando morir de la vergüenza… bueno, al menos durante unos minutos.
"¡¡NO PODEMOS PERMITIR QUE SIGAN CON VIDA!!" gruñó Leda, blandiendo su espada, tan furiosa que casi echaba espuma por la boca.
"No podemos hacer eso ahora... aunque quisiera" respondió Miquella, colgado de los brazos de Leda, ya que al levantarse ella lo había arrastrado consigo. "Yo también querría que nadie supiera lo que pasó, de verdad, pero no podemos... no ahora. Mira, ya tenemos demasiados problemas. Si matas a esas personas, tendremos aún más. Hasta que no tengamos una base estable en este mundo, no podemos andar matando sin control."
Miquella siguió sujetándola hasta que, finalmente, Leda desistió de su sed de genocidio. Él suspiró aliviado de haber logrado convencerla, aunque ahora tenía otro dolor de cabeza: qué hacer a continuación.
Al final, sin poder escapar de la vergüenza, la única opción que consideró posible fue huir. Escapar ahora y no volver hasta que no quedara nadie vivo que recordara lo ocurrido. Así que el grupo se reunió y decidió partir una semana antes de lo planeado... o sea en ese mismo momento.
Leda y Thiollier se quedaron con Miquella mientras los demás salían rápidamente a abastecerse de lo necesario para continuar el viaje, ya que parecía que no volverían a este pueblo. Los que se quedaron comenzaron a empacar las cosas.
Miquella suspiró mientras se quitaba su túnica blanca, su ropa habitual, y comenzaba a cambiarse por uno de los trajes que había invocado. Era un traje noble, claramente de una talla muy inadecuada, pero con algunos ajustes podía usarlo. No era discreto en lo absoluto, pero después de tanto tiempo a la intemperie, deseaba vestir algo bonito. Aun así, si pudiera elegir, volvería a su túnica habitual… quizás por apego sentimental más que por comodidad.
Terminó de vestirse mientras Leda y Thiollier continuaban guardando las pertenencias, aunque todavía quedaban cosas por empacar. Miquella se acercó a una de las esquinas donde había dejado principalmente sus objetos.
Allí había una bolsa con algunas glimstones y uno de los bastones que usaba, el cual, a diferencia del sello que solía llevar consigo, normalmente dejaba guardado. Se agachó para tomar el bastón del suelo, pero en el momento en que lo tocó, todo pareció congelarse.
Otra imagen se superpuso a la suya. Su pequeña mano fue reemplazada por una más adulta, el bastón por la empuñadura de una espada, y el suelo de madera se transformó en un campo cubierto de pasto.
...
Todo fue violeta… y luego negro.
Miquella estaba confundido y mareado. Por un momento creyó que la cerveza le había pegado demasiado fuerte. Abrió los ojos lentamente, cubriéndose del sol con una mano para mitigar el dolor que le provocaba.
Se incorporó desde el suelo, que le picaba incómodamente en la espalda, y se sentó. Estaba aturdido, dudando si todo lo de llegar a Bree había sido solo un sueño. Porque, claramente, ahora estaba de nuevo en lo salvaje. O quizás sus compañeros lo habían traído hasta allí por alguna razón mientras él estaba inconsciente… Solo esperaba no haber causado algún desastre durante su borrachera.
Intentó llamar a Leda y a los demás para que le ayudaran a recomponerse, pero no obtuvo respuesta. El lugar continuaba con los sonidos naturales de siempre: algún pájaro, el zumbido de insectos, el murmullo del viento entre las hojas de los árboles.
Trató de sobreponerse al mareo, apoyando las manos en el suelo para levantarse por completo. Pero entonces, algo lo desconcertó: lo primero que logró distinguir fueron unas manos grandes frente a él. No las reconocía, pero pensó en pedir ayuda de todas formas. Sin embargo, al intentar moverse, notó algo inquietante. Esas manos… respondían a él.
Levantó una de ellas y la observó con curiosidad, girándola frente a sus ojos. No eran sus pequeñas y delicadas manos de siempre. Estas eran fuertes y grandes. La niebla mental comenzó a disiparse, la información llegaba por fin a su cerebro, sacudiéndolo del aturdimiento.
Miró su brazo, musculoso y desarrollado, claramente algo que su cuerpo infantil jamás habría podido alcanzar. Luego su mirada bajó a su torso y abdomen desnudos.
Miquella casi perdió el aliento.
Su cuerpo… ¿qué había pasado con su cuerpo? Y, más alarmante aún, ¿dónde estaba su ropa?
Algo colgaba aún de su cintura, los restos de su túnica habitual, rasgada y abierta por el inmenso tamaño que había adquirido. Además, la tela ya no tenía aquel tono claro y blanquecino de siempre, sino un color violeta mezclado con ceniza.
Se puso de pie de un salto, esta vez sin rastro de mareo. Estaba confundido, asombrado. Y entonces, un mechón de cabello le cayó sobre el rostro. Su sorpresa creció aún más. Tomó su cabello con una mano para examinarlo mejor.
Ya no era dorado y brillante como el sol. No, ahora era negro. Negro como una noche sin luna. Y largo. Bastante largo.
Volvió a mirar su cuerpo, incrédulo. Su abdomen estaba marcado con músculos que parecían cincelados en piedra. Brazos gruesos, piernas poderosas. Y su estatura… eso lo desconcertaba aún más. Acostumbrado a mirar a todos hacia arriba, ahora todo era diferente. Solo podía suponer que su altura era comparable a la de su hermana. ¿Pero cómo?
Por curiosidad, estiró un poco los restos de su túnica, que ahora parecía más una falda improvisada, para ver eso… y soltó un suspiro de alivio, acompañado de una sonrisa satisfecha.
A pesar de estar otra vez solo, en la intemperie, con nada más que su ropa hecha jirones… al menos estaba bien armado allí abajo. Lo suficiente como para matar a alguien —pensó con cierta picardía.
Pero su atención pronto se desvió. Algo más llamaba su atención en el suelo.
Una empuñadura.
Una enorme empuñadura.
Se agachó para tomarla, y al levantarla ya no pudo dudar de lo que sostenía.
"Godslayer…" susurró, mirando la peculiar forma de la hoja: comenzaba como una sola pieza, para luego dividirse en dos ramas que se retorcían en forma de espiral.
Miquella miró a su alrededor, buscando algo más… quizás alguna respuesta. No sabía qué hacía allí, dónde estaban los demás, sus pertenencias, ni qué le había sucedido exactamente. Pero al final, no encontró nada.
Estaba perdido, sí… pero no desesperado. Tal vez era por su nuevo cuerpo, fuerte y firme, pero una extraña seguridad llenaba su mente. No sentía miedo, ni ansiedad.
Sin muchas opciones, comenzó a caminar. Buscaba una salida… y con suerte, respuestas.
Sus pies descalzos pisaban el suelo sin protección, pero no sentía dolor ni molestia. Parecía como si su cuerpo fuera mucho más resistente de lo que alguna vez fue. No podía evitar admirarlo. Desde que era Miquella, siempre había tenido que aceptar que nunca crecería, que estaría atrapado para siempre en un cuerpo infantil. Pero ahora, como en la Tierra, volvía a tener un cuerpo… uno maduro, pero poderoso, e incluso peligroso.
Llegó a lo que parecía un estanque, donde la luz del sol se reflejaba sobre la superficie del agua. La sed lo invadió de golpe. Se acercó y se dejó caer junto a un árbol, inclinándose hacia el agua para beber… pero entonces lo vio.
Su reflejo.
Sus manos, casi sin darse cuenta, se acercaron con delicadeza, queriendo acariciar la imagen en el agua.
En ese momento, Miquella comprendió —aunque aún con cierta dificultad— que seguía siendo él. No estaba en el cuerpo de otra persona. Era una versión mayor, adulta, de sí mismo. Sus rasgos ya no eran infantiles, pero conservaban una belleza imposible, ahora con una presencia más masculina, más intensa… Tal vez así sería como realmente se vería si pudiera crecer. Aunque, claro, había diferencias: su cabello, por ejemplo… y algo más importante aún.
Sus ojos.
Los ojos que lo miraban desde el agua... el solo podía describirlos inconcientemente como crepusculares. Un tono entre violeta y negro, con córneas grises… y al verlos, una imagen se formó en su mente: la de su hermana abriendo el ojo sellado. Eran extraños, sí, pero también hipnóticos. Bellos de una forma inquietante. Podrías mirarlos durante horas… sin cansarte.
...
"¡¡¡Mi señor!!! ¡¡MI SEÑOR!!!"
La voz de Leda lo sacudió de su trance. Miquella tembló un instante, despertando de golpe. Su caballera lo sostenía con ojos llenos de preocupación mientras lo sacudía.
Parpadeó varias veces antes de mirarla, y luego bajó la vista al bastón que tenía en las manos.
"¿Mi señor? ¿Está bien? ¿Qué le pasa?" preguntó Leda, sin ocultar su inquietud.
"Estoy bien" respondió Miquella, aún impactado por el recuerdo que había revivido. "¿Pasó algo?"
"Mi señor… se quedó allí, de pie, sosteniendo su bastón durante varios minutos. Intenté llamarlo, pero parecía paralizado, no respondía" dijo ella con voz temblorosa.
"Está bien… gracias. No quería preocuparte" dijo Miquella con una leve sonrisa, intentando tranquilizarla. "Solo estaba… recordando un sueño... Creo..."
Ni siquiera él estaba seguro de sus palabras. Aquel recuerdo era tan vívido, tan real, que lo había dejado fuera de sí durante largo rato.
"Los demás ya están aquí" informó Thiollier desde la puerta, donde podían verse a Hornsent, Freya y los demás cargando algunas cosas.
"Moore ya colocó todo en la carreta" añadió Ansbach. "Nos espera abajo."
"Bien… vámonos" dijo Miquella, deseando dejar atrás aquel extraño recuerdo cuyo origen no lograba descifrar. Pero otro recuerdo —el de la razón por la que debían marcharse— pesaba aún más en su corazón en ese momento.
Se arremangó un poco más las ropas nobles que le quedaban grandes y caminó hacia la puerta, seguido de cerca por Leda. En el trayecto no pudo evitar subirse la capucha, cubriéndose el rostro, como si deseara pasar desapercibido, como si el mundo entero pudiera olvidarse de su existencia por un momento.
Descendieron por las escaleras, con Miquella oculto entre sus seguidores. Algunas personas dentro de la posada reconocieron al peculiar grupo, alzando sus tarros de cerveza al notar la pequeña figura que intentaba mezclarse entre la multitud.
Solo esa atención bastó para que Miquella se tensara y comenzara a temblar de vergüenza. Ni siquiera escuchó lo que dijeron aquellos hombres. Apenas notó sus voces antes de echar a correr hacia el exterior, lanzándose dentro de la carreta y exclamando a Moore que se pusiera en marcha de inmediato.
Lo que Miquella no supo fue que, tras ese primer grito de reconocimiento, el silencio se apoderó de toda la posada. La mirada de Leda fue suficiente para hacer callar a todos… aunque, por si acaso, el cuchillo arrojadizo que acabó clavado en el tarro de cerveza de uno de los hombres bastó para que todos tragaran saliva al mismo tiempo.
Leda habría querido hacer mucho más, pero trató de obedecer las órdenes de su señor. Contuvo su impulso asesino y fue tras él.
…
Así, el grupo de Miquella partió de Bree, siguiendo las indicaciones que habían conseguido previamente, rumbo a Hobbiton.
Una vez alejados del pueblo, Miquella empezó a recobrar la calma. La vergüenza aún ardía dentro de él, como una espina difícil de ignorar, pero poco a poco volvía a serenarse. Aun así, se lamentaba. Le hubiera gustado quedarse un poco más en Bree, aunque solo fuera para encontrar un sastre que pudiera ajustar su ropa a su nueva talla.
El camino era mucho más seguro que el anterior, por lo que no había muchas preocupaciones. Miquella se sentó al borde de la carreta, balanceando las piernas de un lado a otro, mientras intentaba recuperar los recuerdos que aún se le escapaban.
El camino era mucho mas seguro quie el anterior hasta bree, asi que no habia muchas preocupaciones ni nada por hacer. miquella se sento al obrde de la carreta moviendo amacando sus peirnas de lado a lado mientras intentaba vovler a recordar... pero era dificil, todo parecia muy nubaldo en su mente en cuanto al recuerdo, aunque sentia como si se fuera reconstruyendo lentamente.
—Yo… me miré en ese lago y luego… caminé un poco más… vi una montaña a lo lejos y decidí ir hacia allí… —murmuró, esforzándose por esclarecer la imagen.
Pero al final, no logró recordar más que eso. Con un suspiro, decidió dejarlo por el momento. Pensar tanto en algo tan confuso solo le traía dolor de cabeza. Comenzó a tararear una melodía mientras revisaba las provisiones en la carreta, entreteniéndose con lo que su gente había reunido para el viaje.
También se dedicó a admirar los paisajes que atravesaban: campos verdes, bosques serenos, granjas dispersas... Este mundo era hermoso, aún no devastado por la muerte, la destrucción o la guerra. Pero Miquella sabía que esa paz era solo temporal. Ya había descubierto que Sauron no estaba destruido, y que la Guerra del Anillo aún no había sucedido.
Sabía que, tarde o temprano, tiempos oscuros llegarían. Y lo que debía hacer ahora era construir una base fuerte para poder resistirlos.
Observó su anillo con expresión pensativa. Todo lo que tenía ahora se lo debía a él: sus cosas, sus compañeros, su poder. Y tendría que seguir confiando en él para avanzar. Con ese anillo en la mano, empezó a idear planes para el futuro: sobre personas, territorios, objetivos... No sabía cuáles serían los límites, pero estaba seguro de que lograría lo que se propusiera. Ya había demostrado su poder una y otra vez.
El viaje transcurrió sin incidentes y, finalmente, divisaron otra zona urbana. Tras pasar por varias granjas sin mayor novedad, apareció ante ellos una ciudad muy peculiar: la tierra de los hobbits.
Miquella dejó de lado la runa de Bree que estaba examinando y se incorporó en la carreta para contemplar el lugar con una sonrisa de felicidad y expectativas en el rostro.
Por fin habían llegado a su destino: un rincón del mundo que marcaría el inicio de grandes sucesos en la Tierra Media. Aún no sabía con certeza en qué momento de la historia se encontraba, pero estaba seguro de que, desde aquí, podría descubrirlo cuando todo comenzara.
No pudo evitar alentar a sus compañeros a avanzar más rápido para cruzar el pequeño gran puente que tenían delante y adentrarse en la aldea, sin darse cuenta de que la imponente apariencia de sus aliados podría resultar intimidante para los pacíficos y diminutos hobbits.
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Me operan a mediados de la semana. Después de eso, tomaré dos semanas de recuperación antes de ir retomando mis actividades.