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Chapter 9 - Capítulo 9 – Cuando amanece

El amanecer llegó sin pedir permiso, como siempre.

No recuerdo haber dormido, pero el cuerpo me pesaba como si hubiera corrido kilómetros dentro de mis pensamientos. El mar, aún gris, golpeaba las rocas con una calma engañosa, y el olor a sal entraba por cada rendija de la casa.

La noche había dejado una huella invisible, de esas que no se borran aunque uno finja que todo sigue igual.

Entré al cuarto de Julián con pasos lentos.

Estaba despierto, claro. Siempre lo estaba antes que yo.

Miraba hacia la ventana, con ese gesto sereno que me confundía entre resignación y esperanza.

—Buenos días —dije, intentando que mi voz sonara normal.

—Buenos días, Elena —respondió sin moverse—. No sabía si vendrías.

Me detuve en seco.

—¿Por qué no habría de venir? —pregunté, fingiendo ligereza mientras ordenaba las medicinas.

—A veces —dijo con voz baja— las personas se alejan cuando sienten demasiado.

Su frase me atravesó.

Me obligué a sonreír, aunque por dentro algo temblaba.

—Yo no soy de esas personas, Julián.

Él asintió, sin mirarme. El silencio volvió a llenarlo todo, pero no era el mismo de antes.

Había algo distinto. Una corriente nueva, invisible, que lo envolvía todo.

Preparé el desayuno, como cada mañana. Pan tostado, café tibio, frutas. Lo serví con la misma rutina de siempre, aunque nada me parecía igual.

Mientras lo ayudaba a sostener la taza, noté cómo sus dedos rozaban los míos. Un contacto mínimo, pero suficiente para que el aire se hiciera espeso.

—El café está más dulce hoy —dijo con una leve sonrisa.

—Tal vez te lo parece —respondí, evitando sus ojos.

—O tal vez sea por ti —susurró.

Sentí que el corazón se me detenía un instante. Fingí no haber escuchado, pero mis mejillas lo delataron.

El sol entraba ya por la ventana, tiñendo el cuarto de tonos dorados. En ese instante, él parecía otro: más vivo, más presente, más cercano a todo lo que había dejado atrás.

—Tu esposa llamó ayer —dije de pronto, intentando devolverle realidad al momento.

—¿Y qué quería? —preguntó con un tono que me costó descifrar.

—Saber si estabas mejor.

—Ah… —suspiró—. Preocupación tardía.

No supe qué responder. Me limité a acomodar su manta. Pero antes de alejarme, su voz volvió a detenerme.

—Elena.

—¿Sí?

—Gracias por no rendirte conmigo.

No pude mirarlo.

Había demasiadas emociones mezcladas en esa frase: gratitud, culpa, ternura… y algo más que no quería nombrar.

—Es mi trabajo —dije, aunque ambos sabíamos que ya no era verdad.

Él sonrió, con esa calma que me desarmaba.

—Entonces haces tu trabajo demasiado bien.

El resto de la mañana transcurrió entre silencios y miradas furtivas. Afuera, el viento había amainado, y la casa parecía flotar entre la bruma del mar.

Cada movimiento, cada palabra, tenía un peso nuevo.

Y mientras lavaba las tazas, me sorprendí sonriendo sola, con una mezcla de miedo y certeza: algo estaba empezando, aunque ninguno lo dijera.

Al mediodía, Julián pidió que abriera las ventanas.

—Quiero escuchar el mar más de cerca —dijo—. Hoy suena distinto.

—¿Distinto cómo? —pregunté.

—Como si también él estuviera esperando algo.

No supe qué responder. Solo lo miré mientras el viento le movía el cabello.

Había algo en su voz, en su forma de mirar el horizonte, que me hizo pensar que tal vez el mar y nosotros compartíamos el mismo secreto.

Y mientras el sol seguía su curso, comprendí que el día recién comenzaba, pero nada volvería a ser igual desde esa noche.

Continuará…

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