El cielo estaba despejado cuando Kenji abrió los ojos esa mañana, con la misma energía que lo había acompañado desde que llegó a este mundo. Se vistió con calma, ajustando el nudo de la corbata escolar con una precisión que antes nunca habría tenido. El uniforme le sentaba demasiado bien, y en el espejo, el reflejo de ese adolescente casi perfecto lo hizo sonreír. Era extraño, pero no desagradable, sentirse observado… incluso por uno mismo.
Al bajar, el olor a miso y arroz lo envolvió. Yuriko, como siempre, se movía con elegancia en la cocina, mientras Kyoko hojeaba una revista y Sota jugaba en el suelo con su dinosaurio favorito. Era una escena cotidiana, pero para Kenji, cada segundo tenía un valor inmenso.
—Buenos días —saludó con voz cálida, sentándose a la mesa.—Te estás acostumbrando a madrugar, ¿eh? —comentó Kyoko sin apartar la vista de la revista.—Los hábitos son importantes —respondió, sirviéndose té.—Hablas como esos gurús de internet —replicó ella con un bufido.
Kenji soltó una risa suave.—Tal vez porque me gusta la idea de mejorar un poco cada día.
Yuriko lo miró fugazmente, y él captó ese brillo sutil en sus ojos, como si intentara descifrarlo. Había algo en su madre que lo desarmaba. Podía mentirle al mundo, pero a ella… era difícil.
Terminó el desayuno y se despidió con una sonrisa antes de salir con Kyoko rumbo a la escuela. El sol acariciaba las calles, y el murmullo de estudiantes en uniforme llenaba el aire. Todo parecía normal, hasta que al llegar al portón principal sintió las miradas otra vez. Más intensas que el día anterior. Y esta vez, venían acompañadas de murmullos.
—¿Escuchaste? Dicen que Hori-kun rechazó tres confesiones esta semana.—¡No puede ser! ¿Desde cuándo está tan… atractivo?—¡Y toca instrumentos! ¿Será cierto?
Kenji mantuvo la sonrisa serena, aunque por dentro se reía. Vaya, los rumores avanzan más rápido que la luz.
Kyoko, por su parte, fruncía el ceño visiblemente incómoda.—¿Puedes caminar menos… imponente? —murmuró entre dientes.—No creo que eso sea posible —respondió él con calma, provocando que Kyoko lo fulminara con la mirada.
Al entrar al aula, sintió cómo las conversaciones se apagaban por un segundo, solo para retomarse con más fuerza en cuanto se sentó. Ishikawa se acercó casi de inmediato, con su sonrisa amistosa y un aire de complicidad.—¿Sabes que eres tendencia en Katagiri, verdad?Kenji alzó una ceja.—¿Tendencia?—¡Claro! Desde que Marin habló contigo ayer, medio curso está convencido de que son… ya sabes. —Hizo un gesto vago con las manos.
Kenji arqueó las cejas con falsa sorpresa.—¿Novios?—¡Exacto! —Ishikawa soltó una carcajada—. ¡Y eso que ni siquiera toqué el tema de las chicas de segundo año!
Kenji sonrió con calma.—Ya veo. Pues que hablen lo que quieran. Yo solo vine a estudiar… y quizá tocar un poco de música.
—¡Entonces es cierto lo de la guitarra! —exclamó Sengoku, que se había acercado con Remi detrás.—Es cierto —admitió Kenji—. Pero no soy ningún profesional.—¡Eso lo decidiré yo cuando te escuche! —Remi rió suavemente, apoyando el mentón en sus manos—. ¿Sabes que sería increíble para el festival?
Kenji sonrió.—De hecho, Yuki me mencionó algo parecido. Podríamos hacer algo juntos.—¡Una banda! —saltó Iura desde el otro extremo del aula, levantando los brazos como si anunciara la salvación del mundo—. ¡Déjenme ser el vocalista principal!—No creo que sea buena idea —murmuró Sengoku, pero Kenji rió.—Podemos probar. Si vamos a hacerlo, lo haremos en grande.
La conversación atrajo a Marin, que entró en ese momento con su energía desbordante. Caminó directamente hacia Kenji y le dio una palmada en el hombro.—¡Kenji-kun! Justo a quien quería ver. ¿Ya pensaste en lo del evento?—Sí, y acepto —respondió él sin dudar.—¡Perfecto! Sabía que no me decepcionarías. Ah, y… —Marin se inclinó hacia él, bajando la voz—. Si alguien pregunta, no somos novios… todavía. —Guiñó un ojo antes de alejarse riendo, dejando un rastro de murmullos aún más intensos.
Kyoko se llevó la mano a la frente, exasperada.—Voy a matarte.—¿Por qué a mí? —Kenji sonrió con inocencia—. Yo no dije nada.
Las clases avanzaron entre suspiros y cuchicheos, y Kenji se limitó a mantener el perfil bajo, aunque por dentro comenzaba a trazar planes. Una banda, un círculo social fuerte, y quizás… algo más interesante que las simples lecciones de matemáticas.
El receso llegó y, mientras conversaba con Ishikawa y Sengoku sobre posibles canciones para el festival, una voz suave interrumpió la charla.—Hori-san…
Kenji giró y se encontró con una chica de cabello castaño claro y expresión tímida, abrazando un cuaderno contra el pecho. Sus ojos reflejaban nervios y algo más, algo cálido. Sakura Kouno.
—¿Sí? —respondió con amabilidad.—Yo… escuché que tocarás en el festival. Solo quería decir que… sería increíble. Me gusta mucho la música. —Su voz era tan suave que casi se perdía entre el ruido del aula.
Kenji sonrió, inclinándose un poco hacia ella.—Gracias, Kouno-san. Si vienes, prometo que valdrá la pena.
El leve sonrojo en sus mejillas le arrancó una chispa de ternura. Pero antes de que pudiera decir algo más, otra voz —seca, cortante— se coló desde la puerta.—¿Interrumpiendo clases ya, Hori?
Kenji levantó la vista. Una chica de mirada fría y postura desafiante lo observaba desde el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Sawada Honoka. Todo en ella gritaba distancia, pero sus ojos tenían un brillo curioso, casi molesto.
—No interrumpo nada —respondió Kenji con calma—. Solo conversaba.—Seguro. —Sawada apartó la mirada, como si no le importara, pero Kenji captó la tensión en su tono.
Interesante, pensó, mientras Sakura se despedía con una sonrisa tímida. Dos polos opuestos, dos caminos que inevitablemente se cruzarían con el suyo.
La campana anunció el fin del receso, y mientras volvía a su asiento, Kenji sonrió para sí mismo.Esto apenas empieza.
Las últimas clases pasaron como un suspiro, aunque el murmullo constante no hizo más que intensificarse. Kenji ya podía sentir cómo su nombre se propagaba por cada rincón del instituto, acompañado de especulaciones cada vez más disparatadas: que era un genio secreto, que Marin le había confesado sus sentimientos, que podía tocar cualquier instrumento sin práctica. Parte de él disfrutaba esa atención, aunque no podía permitirse perder el control.
Cuando sonó la campana final, Tooru lo interceptó antes de que saliera.—Oye, Hori —dijo con una sonrisa—. ¿Ibas en serio con lo de la banda?Kenji asintió sin dudar.—Claro. ¿Por qué? ¿Te interesa?—Bueno, yo no soy músico, pero puedo ayudar con la organización. Y conozco a alguien que toca el bajo.—Perfecto. Cuantos más, mejor.
En ese momento, Iura apareció detrás de Tooru como un torbellino humano.—¡Kenji, hermano! ¡Escuché que habrá una banda y exijo ser el vocalista!Kenji sonrió con calma.—¿Sabes cantar?—¡Por supuesto! —respondió Iura con exagerada confianza, inflando el pecho—. Bueno… canto en la ducha, pero eso cuenta, ¿no?Kenji rió, dándole una palmada en la espalda.—Podemos hacer una audición improvisada mañana. Si logras no rompernos los tímpanos, estás dentro.—¡Hecho! —gritó Iura, alzando un puño al aire mientras Sengoku, que los había escuchado, se llevaba la mano a la frente.—Esto va a ser un desastre… —murmuró.—No, Sengoku —corrigió Kenji con una sonrisa tranquila—. Va a ser legendario.
El grupo se disolvió entre risas y planes vagos, y Kenji caminó con Kyoko hacia casa bajo el cielo teñido de naranja. Durante un rato, ninguno dijo nada, hasta que ella soltó un suspiro.—¿Sabes que medio instituto está hablando de ti, verdad?—Me lo imaginaba —respondió él con tono neutro.—¿Y no te molesta?—Mientras no sea algo malo, no veo por qué.Kyoko lo miró de reojo.—No te reconozco, Kenji. Antes te molestaban estas cosas.Él sonrió, mirando el horizonte.—Tal vez… antes no sabía lo que quería.
Kyoko frunció el ceño, pero no insistió. Sabía que había algo diferente en él, algo que no podía explicar, y esa sensación la inquietaba.
Al llegar a casa, Kenji ayudó a Yuriko con las bolsas sin que ella se lo pidiera, lo que le ganó una mirada aprobatoria que lo llenó de una calidez inesperada. Después de la cena, se retiró a su habitación y cerró la puerta con suavidad. La guitarra lo esperaba en el rincón, como una cómplice silenciosa.
Se sentó en el futón, tomó el instrumento y dejó que las yemas de sus dedos acariciaran las cuerdas. Al principio, las notas fueron dispersas, un murmullo sin forma. Luego, poco a poco, la melodía comenzó a tomar cuerpo. Era suave, melancólica, con un tinte de esperanza que vibraba en cada acorde.
Mientras tocaba, pensó en Sakura y su sonrisa tímida, en Sawada y esa mirada fría que ocultaba algo más. Dos fuerzas opuestas que, de algún modo, parecían destinadas a acercarse a él. Y en ese instante, comprendió algo: no bastaba con ser perfecto. Tenía que ser auténtico. Tenía que dejar una huella.
El sonido llenó la habitación como una caricia. Cuando pulsó la última nota, el reloj marcaba la medianoche. Kenji cerró los ojos y sonrió.—Que empiece la verdadera historia.
En algún rincón de la ciudad, Sakura apoyaba la frente en el cuaderno donde había escrito su nombre por primera vez, sin atreverse a leerlo en voz alta. Y en otro lugar, Sawada miraba el techo de su habitación, preguntándose por qué ese chico la había irritado tanto sin siquiera intentarlo.
Ninguna de las dos sabía que pronto, muy pronto, ese nombre cambiaría su mundo.