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Chapter 6 - capitulo 6

El amanecer mientras las olas rompían con furia suave sobre los restos del yate encallado. Entre los troncos arrastrados por la tormenta y los restos retorcidos del casco, cinco siluetas se movían con torpeza, cubiertas de sal, arena y miedo.

—¿Creen que haya alguien más con vida? —preguntó Kiara, con la voz ronca, mientras levantaba una tabla aún húmeda.

—No lo sé… pero hay que buscarlos —respondió Leo, el mayor del grupo. Tenía una herida poco profunda en la frente, pero su determinación lo mantenía firme.

Darío, el más callado, empujó una pieza de metal oxidado y expuso una parte del compartimento de carga. Allí encontraron flotando algunas cajas destrozadas: sogas, chalecos salvavidas, un par de mochilas empapadas y una bengala averiada.

—Aquí hay una mochila... está mojada, pero tiene algo dentro —dijo Maya, mientras abría con manos temblorosas el cierre atascado. Dentro había galletas selladas, un par de botellas de agua y una linterna casi descargada.

Tomás, que había subido a una parte elevada de los restos del barco, observaba con la mirada fija hacia el mar.

—No hay más botes. El inflable desapareció... y el otro está partido en dos —dijo, con tono seco.

—¿Y los adultos? ¿Y los guías? —susurró Kiara, más para sí misma que para los demás.

Solo el mar respondió, con su eterno vaivén.

Se quedaron en silencio un momento, mientras el sol ganaba fuerza y el calor empezaba a hacer incómodo el ambiente húmedo. Las palmas cercanas a la playa se mecían, y más allá de la línea de vegetación, solo se oía el canto lejano de aves extrañas y los ecos de un mundo desconocido.

—Tenemos que movernos —decidió Leo—. No sabemos qué hay en esta isla, pero quedarnos cerca del barco es peligroso. Ya vieron lo que lo golpeó… no fue solo una ola.

Todos recordaron la imagen fugaz: algo inmenso, una sombra bajo el agua, un golpe brutal que partió la embarcación en dos. Fue más rápido que cualquier pensamiento, y ahora ese recuerdo pesaba sobre todos.

Caminaron bordeando la playa, atentos a los restos arrastrados. Encontraron una radio destruida, la caja de primeros auxilios flotando sin contenido, y una chaqueta rasgada que parecía haber sido arrancada violentamente.

—¿Esto era de uno de los guías? —preguntó Darío.

—Sí… de Carlos. Recuerdo el parche en el hombro —respondió Maya.

—Entonces no estamos solos —agregó Tomás—. Alguien más llegó a la costa… aunque eso no significa que sigan vivos.

El comentario cayó como plomo en el aire. Kiara apartó la vista hacia la selva y murmuró:

—¿Y si lo que hundió el barco todavía está cerca?

Leo tomó una decisión rápida.

—Vamos a entrar un poco a la vegetación, lo suficiente para escondernos. Necesitamos sombra, y revisar lo que tenemos. No vamos a sobrevivir si seguimos así.

Avanzaron con dificultad entre los árboles y arbustos. El terreno era más seco que la playa, pero no menos hostil. Maya y Darío recogieron un par de ramas largas para defenderse si era necesario. Kiara iba en el centro, nerviosa, con la linterna en la mano. Tomás cerraba la marcha, mirando constantemente hacia atrás, hacia el mar.

Una hora después, llegaron a un claro con piedras lisas y un árbol caído que servía de banco natural. Allí se sentaron, por primera vez desde la tormenta, y respiraron con algo de calma.

Leo sacó un pequeño cuaderno de su pantalón mojado. Estaba dañado, pero servía para anotar.

—Vamos a organizar lo que tenemos. Comida, agua, herramientas. Si hay más sobrevivientes, los encontraremos. Pero primero debemos mantenernos con vida.

Una nueva etapa había comenzado. Sin saberlo, se habían adentrado en una tierra sin nombre, un reino olvidado por la ciencia y maldito por la ambición humana.

Y los ojos que los vigilaban desde las sombras ya no eran humanos.

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