El silencio del bosque era espeso, quebrado solo por los pasos cautelosos de los cinco adolescentes mientras se internaban entre la vegetación húmeda y densa. La luz del sol, filtrada entre las copas de los árboles, creaba sombras caprichosas que parecían moverse con vida propia. Leo lideraba el grupo con pasos firmes, mientras Maya inspeccionaba cada detalle del entorno con atención. Detrás de ellos, Dario, Kiara y Tomás caminaban en fila, cada uno llevando una mochila improvisada con lo que habían recuperado del naufragio.
—¿Seguro que es buena idea adentrarnos más? —preguntó Kiara, mirando con desconfianza los arbustos que se mecían al ritmo de una brisa inquietante.
—Necesitamos encontrar refugio antes de que anochezca —respondió Leo sin detenerse—. Además, si alguien más sobrevivió, es probable que también buscara un lugar seguro tierra adentro.
El grupo había dejado atrás la playa y los restos del yate hacía casi una hora. Sus cuerpos aún sentían la humedad del agua salada y el cansancio del naufragio. Pero la determinación por sobrevivir les daba el impulso necesario para seguir adelante. Los rastros hallados en la orilla —huellas humanas recientes, trozos de tela colgando de ramas, marcas de arrastre— les indicaban que alguien había pasado por ahí antes.
Mientras avanzaban, descubrieron que el terreno se volvía más empinado y húmedo. La bruma comenzaba a descender con el paso de la tarde, cubriendo el bosque con un velo difuso. Dario fue el primero en notar algo extraño.
—¿Ven eso? —dijo, señalando con el dedo un claro más adelante.
El grupo se acercó en silencio. En medio del claro, al pie de un árbol caído, encontraron una mochila desgastada, parcialmente cubierta por hojas secas. Maya la levantó con cuidado y revisó el interior. Había una linterna sin baterías, una navaja oxidada, una cantimplora vacía... y un cuaderno empapado por la humedad, con la tapa desgarrada pero aún legible.
—¿Creen que era de otro turista? —preguntó Tomás, bajando la voz instintivamente.
Leo hojeó las páginas, intentando leer más allá de las manchas de moho y tinta corrida. Algunas frases eran aún claras:
"Día 3. Aún no puedo creer que estemos aquí. Nadie responde por radio. El equipo científico... todos desaparecidos. Las jaulas abiertas. No debieron jugar con la genética así."
"Día 5. Anoche escuché rugidos. No son de esta época, no deberían existir. Vi algo moverse entre los árboles, algo enorme..."
"Día 7. El híbrido escapó. No es como los demás. Nos caza por placer. Lo vi observarme desde las sombras. No tiene miedo."
Maya levantó la vista, horrorizada.
—Esto no es reciente. Habla de experimentos... de algo que cazaba gente.
—¿Será el mismo que destruyó el yate? —susurró Kiara, y todos guardaron silencio.
El grupo decidió seguir explorando el área. A unos metros del claro encontraron una pequeña elevación rocosa. Subieron con esfuerzo y desde allí pudieron divisar a lo lejos una zona pantanosa. Sin embargo, fue lo que vieron cerca de sus pies lo que los dejó helados: un esqueleto humano semienterrado entre raíces y musgo, con restos de ropa aún adheridos a los huesos. A su lado, un reloj digital cubierto de tierra, y lo que quedaba de una radio portátil.
—Debe haber sido el autor del cuaderno —dijo Leo, quitándose la gorra con respeto.
—Y murió aquí, solo —murmuró Maya.
El silencio que los envolvió entonces era más pesado que antes, más consciente. No estaban en una isla común. Lo que fuera que había ocurrido allí, no había terminado.
Mientras bajaban del peñasco, Tomás se detuvo un momento, frunciendo el ceño.
—¿Escucharon eso? —preguntó.
Todos se quedaron en silencio. Un crujido entre los árboles, como si algo pesado se moviera con cautela. Luego, un soplido bajo y húmedo. Dario apuntó hacia un arbusto que se agitaba. Pero en lugar de un rugido, lo que emergió fue un gran hadrosaurio, de aspecto tranquilo y mirada curiosa.
El animal los observó unos segundos antes de alejarse con pasos lentos.
—¡Un herbívoro! —exclamó Kiara, aliviada—. ¡Pensé que sería otra cosa!
—Eso significa que aún hay vida aquí... y no toda es hostil —dijo Leo.
Pero sabían que también significaba que los carnívoros no estaban lejos.
Antes de que anocheciera del todo, encontraron una antigua estructura oxidada, medio cubierta por raíces y enredaderas
. Era un puesto de observación elevado, como los que se usan para estudiar fauna salvaje. Tras asegurarse de que no había peligro, subieron a la plataforma, repararon lo que pudieron de la entrada, y se prepararon para pasar la noche allí.
Leo escribió en el cuaderno hallado, usando una hoja limpia:
"Día 1. Sobrevivimos al naufragio. Hay algo en esta isla. Seguiremos buscando respuestas. Y esperamos encontrarlas antes de que lo que sea que nos acecha nos encuentre primero."
La oscuridad cayó lentamente, envolviendo el bosque. Desde las sombras, ojos observaban. Y el peligro estaba lejos de haber terminado.