WebNovels

Chapter 3 - capitulo 3

---

Capítulo 3: 1 de septiembre de 2012

Me desperté antes de que sonara el despertador de contrabando que tenía escondido bajo la cama. Eran las cinco de la mañana. No porque tuviera miedo de llegar tarde… sino porque no había podido dormir más de dos horas.

Hoy era el día.

Revisé la bolsa por décima vez: camiseta blanca, pantalón corto, medias negras, mis botines —desgastados pero limpios— y el documento con la falsa cita médica. Todo estaba en orden. Me lavé la cara en el baño común y, por primera vez en años, me miré en el espejo durante más de unos segundos.

Mis ojos no brillaban, pero estaban decididos. Me recordaban al mar cuando está a punto de desatar una tormenta. Profundos, oscuros, inevitables.

Salí del orfanato sin que nadie me viera. El portón trasero chirrió, pero no lo suficiente como para levantar sospechas. Caminé hasta la parada del bus que pasaba rumbo a Split. Lo había estudiado todo: los horarios, la línea, hasta el chofer que hacía el turno de los sábados.

El billete me lo había pagado vendiendo mi reloj viejo a uno de los cuidadores. Le dije que era de mi padre. No me creyó, pero lo compró igual. Por lástima o por interés, no importa. Me dio lo justo.

Subí al bus con el corazón golpeando contra el pecho. El conductor ni me miró. Mejor así.

Split se fue acercando como un sueño que uno no se atreve a tener.

---

Llegué dos horas antes de lo previsto.

El campo donde se hacían las pruebas del NK Adriatic era humilde pero bien cuidado. Césped corto, líneas blancas recién marcadas, porterías nuevas. En la entrada, un cartel de madera decía "Dobrodošli u NK Adriatic". Bienvenidos. Me senté en un banco de piedra a esperar, observando cómo llegaban los primeros chicos.

Algunos venían con sus padres, otros con entrenadores, otros en grupo. Todos con ropa nueva, mochilas Adidas o Nike, y botines relucientes. Yo, en cambio, era el único que estaba solo.

Nadie me miraba dos veces. Ni falta que hacía.

Me puse a calentar por mi cuenta: movilidad articular, estiramientos activos, toque con el balón en corto. Nada ostentoso, todo enfocado.

A las nueve en punto, apareció un hombre delgado, con el pelo corto y mirada seria. Tenía una carpeta en la mano y una camiseta del club. Habló fuerte, sin rodeos:

—Buenos días. Soy el entrenador principal. Vamos a dividirlos por posiciones. Porteros allá, defensas a la izquierda, mediocampistas al centro. Delanteros a la derecha.

Me fui directo a la derecha.

—¿Nombre? —me preguntó.

—Luka Vuković.

Revisó su lista. No estaba. Levantó la vista.

—No te tengo anotado.

—Tuve un problema con la inscripción online. Pero traje los papeles. —Le extendí el formulario impreso y el falso certificado médico.

Lo revisó con rapidez. Sus ojos se detuvieron un segundo en la firma.

—¿Este es tu tutor legal?

Asentí. No pestañeé.

Me miró como si no terminara de creerlo… pero tampoco dijo nada. Tras unos segundos, hizo un gesto con la cabeza.

—Ve con los delanteros.

Y así, sin más, estaba dentro.

---

Nos dividieron en grupos de cinco para hacer ejercicios técnicos.

Control y pase corto, primero. Luego conducción entre conos. Después, tiros a portería desde la frontal. Muchos querían lucirse. Tiraban con potencia, buscaban ángulos imposibles, hacían fintas innecesarias. Yo no. Yo apuntaba con precisión. Elegía el momento exacto. Goles sencillos, clínicos.

El entrenador no decía nada, pero observaba todo.

Pasamos a un partido reducido: cinco contra cinco en mitad de cancha. Me tocó el chaleco azul. Mis compañeros no me conocían, no me la pasaban mucho. Pero en la primera jugada que toqué el balón, robé una pelota en presión alta, driblé a un central con una bicicleta y definí con la zurda, cruzado, al segundo palo.

Gol.

Desde ese momento, el balón empezó a llegarme más seguido.

Jugué simple. Me desmarcaba siempre. Tocaba de primera cuando hacía falta. Buscaba los espacios. Metí dos goles más y di una asistencia. Nunca grité, nunca levanté los brazos. Solo asentía, como si fuera lo esperado. Porque lo era.

Después de cada bloque, los entrenadores hacían notas. Yo los veía escribir. Cuando terminé mi partido, uno de los asistentes me hizo una seña con el pulgar. No supe si era por cortesía… o porque había impresionado de verdad.

En el descanso, me acerqué al bebedero y me lavé la cara. El sudor me caía por la frente. Tenía los gemelos tensos, pero no me sentía cansado. Me sentía vivo.

—Buen partido —me dijo un chico rubio, alto, que jugaba de lateral derecho.

—Gracias.

—No te había visto antes. ¿De qué club vienes?

Lo miré a los ojos.

—De ningún club. Vengo del orfanato de Šibenik.

Abrió los ojos sorprendido.

—¿En serio?

—Sí.

—Joder. Pues si jugás así viniendo de ahí… no quiero imaginar con un equipo detrás.

Sonreí apenas. Porque no sabía qué decir. Nadie me había elogiado así antes.

Era una sensación nueva.

---

Tras los partidos, nos hicieron pasar de uno en uno a una pequeña oficina para una charla técnica.

Cuando me tocó entrar, el entrenador principal me hizo sentar frente a él. Tenía mi formulario en la mesa.

—Luka, ¿verdad?

—Sí, señor.

—¿Sabes por qué estás aquí?

—Porque quiero jugar al fútbol.

—No. Estás aquí porque puedes jugar al fútbol.

Lo dijo sin levantar la voz, pero me heló la sangre.

—Tienes buena lectura de juego. Buena pierna izquierda. Físicamente eres flaco, pero no te caes fácil. Y tienes cabeza.

—Gracias.

—No des las gracias todavía. Esto es solo una prueba. Vamos a convocar a algunos para entrenamientos de seguimiento. Luego veremos quién entra al equipo. Pero quiero que sepas que… me has llamado la atención.

Asentí en silencio.

—¿Tienes cómo volver a Šibenik?

—Sí. Tomaré un bus.

—Bien. Te enviaremos un mensaje esta semana. Estate atento.

Me puse de pie y me despedí con un apretón de manos. El primero que daba con un entrenador en toda mi vida.

---

El viaje de regreso fue en silencio.

El atardecer bañaba la costa dálmata con tonos naranjas. Miraba por la ventana mientras el bus avanzaba. Las imágenes pasaban rápido, pero yo pensaba en cámara lenta.

¿Y si me llamaban?

¿Y si no?

¿Y si esta era la primera puerta de muchas?

Había plantado la semilla. Ahora solo quedaba regarla cada día. Entrenar, estudiar, mejorar. Hasta que no pudieran ignorarme más.

Esa noche, al llegar al orfanato, pasé directo a mi habitación. Marko me lanzó una mirada, pero no preguntó nada.

Me metí en la cama con el corazón tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que lo que venía no era solo un sueño.

Era el principio.

---

More Chapters