WebNovels

Chapter 9 - capitulo 9

---

Capítulo 9: 7 y 8 de septiembre de 2012

Me desperté con las piernas aún adoloridas por la sesión de ayer. Era esa mezcla de dolor muscular y satisfacción que solo se obtiene cuando sabes que lo diste todo. Afuera lloviznaba, una lluvia fina que apenas mojaba, pero refrescaba el ambiente. El cielo estaba gris, pero mi ánimo no.

Me vestí con ropa deportiva, bajé al comedor, desayuné sin apuro —pan con mermelada, una banana y leche tibia— y volví a mi cuarto. Era viernes, pero sin entrenamiento oficial programado. El cuerpo técnico nos había dado dos días de descanso antes de retomar las prácticas el domingo. Pero para mí, "descanso" no significaba inactividad.

Pasé unos minutos estirando en el suelo de mi habitación. Luego hice una rutina ligera: abdominales, flexiones, sentadillas. Mi cuerpo ya respondía mejor, más firme, más ágil. Me levanté la camiseta frente al espejo y noté con satisfacción que el abdomen empezaba a marcarse levemente. El cambio estaba ahí.

Después de ducharme, fui directo a la sala común. El ordenador estaba libre. Abrí el navegador y me metí en YouTube. Sin buscar nada específico, dejé que el algoritmo me guiara. Primero vi una entrevista a Cristina Pedroche en un programa de televisión español. La energía con la que hablaba, su sonrisa y naturalidad, me llamaron la atención. Recordaba que en el futuro se haría aún más famosa. Sonreí.

—Una más para el futuro —susurré.

Luego vi que en los recomendados aparecía un video musical. Era "Začaran" de Lana Jurčević, lanzado ese mismo año. Le di play sin dudarlo. Su voz suave llenó la sala, acompañada de imágenes de ella bailando frente al mar, con el viento agitando su cabello. Me quedé mirándola en silencio. No como fan, sino con la curiosidad de alguien que sabía lo que vendría. Lana no era una desconocida para mí. Había crecido escuchándola en la línea de tiempo original. Pero ahora estaba más cerca que nunca.

Cerré la pestaña y abrí otra. Revisé las noticias deportivas. El Dinamo Zagreb había ganado su último partido. El Hajduk Split, en cambio, seguía irregular. Me interesaba seguir sus trayectorias: varios scouts del Dinamo rondaban por los clubes juveniles de la costa. También leí sobre la última convocatoria de la selección croata. Mandžukić, Modrić, Srna… todos nombres que respetaba. Que conocía. Que algún día podrían ser mis compañeros.

A la tarde, como no llovía tanto, decidí salir. Caminé por el barrio hasta una pequeña cancha de cemento que quedaba a diez minutos del orfanato. Allí solían jugar algunos chicos del vecindario. Me acerqué con una pelota bajo el brazo.

—¿Querés jugar? —me preguntó uno de ellos, unos años mayor que yo.

—Si no les molesta perder —respondí con media sonrisa.

Jugamos una hora. Partidos rápidos, cinco contra cinco, con porterías pequeñas. Nada organizado. Pero intenso. Me moví por la izquierda, como siempre. Regates cortos, paredes rápidas, disparos de media distancia. Algunos se sorprendieron.

—¿De qué escuela saliste vos? —me preguntó uno al terminar.

—De ninguna. Solo entreno todos los días.

Volví al orfanato con las zapatillas sucias, el cuerpo sudado y el espíritu renovado. Me duché y bajé a cenar. Luego, con el estómago lleno, me acosté a leer un libro viejo que había encontrado entre los estantes. Era una biografía de Davor Šuker. Algunas páginas estaban arrancadas, otras subrayadas. Lo leí con atención. No solo por lo que contaba, sino por lo que representaba: el sueño que yo estaba empezando a construir.

---

El 8 de septiembre amaneció con el cielo limpio. El sol volvió a brillar. Dormí como un tronco. Me desperté más tarde de lo habitual, lo cual agradecí. No había planes oficiales, así que decidí aprovechar el día para entrenar por mi cuenta.

Después del desayuno, volví a la cancha de cemento. Esta vez fui solo. Practiqué tiros contra el muro lateral durante casi una hora. Izquierda. Derecha. Interior. Empeine. Buscaba precisión más que potencia. Luego trabajé control en espacio reducido. Una botella plástica vacía me sirvió como cono improvisado. Repetí amagues y giros.

Me filmé con un viejo teléfono que me había prestado Marko. El ángulo era horrible, pero al menos podía revisar la postura. Notaba errores pequeños en el equilibrio al momento de frenar. Cosas que debía corregir. Al terminar, me senté en un banco a recuperar el aliento. Un grupo de chicas pasó cerca. Algunas me miraron con curiosidad. Una de ellas incluso me saludó.

—Hola.

—Hola —respondí, sin mucho entusiasmo.

Me sonrió, pero siguió caminando. No estaba para distracciones. Aún no.

Volví al orfanato para el almuerzo. El menú era básico: sopa de verduras, arroz con carne, y un plátano. Comí todo sin quejarme. Mi cuerpo necesitaba combustible. Después descansé un rato, estirado en la cama, mirando el techo. Pensaba en lo que se venía. En la próxima semana. En lo cerca que estaba de ser parte oficial del equipo. Y también, en lo lejos que aún quedaba el Santiago Bernabéu.

Encendí el televisor. Daban un programa musical donde aparecía Mayalis como bailarina secundaria en un videoclip de un cantante pop croata. Me sorprendió reconocerla. Aún no era famosa. Aún no había hecho nada que la convirtiera en figura pública en el otro mundo. Pero ahí estaba, en pantalla, sonriendo como si ya supiera todo lo que vendría.

Me quedé observándola con una mezcla de nostalgia anticipada y emoción. En mi cabeza, anoté su nombre. Sabía que el destino la pondría en mi camino. Tarde o temprano.

---

Antes de cenar, me senté con Marko en la sala común. Él miraba un partido viejo del Mundial 2006.

—¿Sabías que yo quería ser arquero? —me dijo, mientras Buffon atajaba un penal.

—¿Y qué pasó?

—La vida.

Asentí. Yo había tenido otra vida también. Otra línea temporal. Pero no era momento de hablar de eso.

—Vos vas en serio, ¿no? —me preguntó, sin dejar de mirar la pantalla.

—Siempre.

—Entonces no aflojés. Porque no es solo talento. Es cabeza.

—Ya lo sé.

Cenamos juntos en silencio. Arroz con queso, pan duro y una manzana. Después me fui a la cama. Abrí de nuevo el MP3 y escuché otro tema de Lana Jurčević. Cerré los ojos. El cuerpo dolía, sí, pero la mente estaba clara.

Dos días de descanso no significaban parar. Significaban prepararse para acelerar. Lo mejor estaba por venir.

---

More Chapters