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Chapter 8 - Capítulo 8: Pacto en la Oscuridad

El amanecer en el Bosque de los Susurros Mortales no trajo luz, sino una penumbra aguada. Una niebla espesa, cargada del olor a hierba mojada podrida y tierra encharcada de lluvia reciente, se aferraba al suelo como un sudario. Valen yacía inmóvil, los dedos aún enterrados en el pelaje áspero y frío de Eco. El lobo dormitaba, agotado por el dolor, su respiración un leve susurro ronco que se perdía en el coro constante del bosque. Pero Valen no dormía. Sus ojos, abiertos como cráteres oscuros en su rostro demacrado, estaban clavados en el vacío entre los troncos retorcidos. En ellos ardía un fuego nuevo: no el destello febril del terror, sino la llama fría y calculadora de una decisión tomada en las entrañas de una pesadilla.

El sueño con Aion no se desvanecía. Se había incrustado en sus huesos, en el frío glacial de la esencia de la Sombra que ahora compartía espacio con su propio corazón. Cada latido resonaba con el eco del *tictac* silencioso del reloj de sangre. Podía *verlo*, flotando en el aire brumoso frente a él, aunque supiera que era una ilusión: el receptáculo superior de hueso amarillento, las runas indescifrables que prometían agonía, la sangre espesa y oscura goteando… goteando… hacia el cristal de obsidiana inferior. Cada gota era un latido de su vida acortándose. Cada gota era un recordatorio de Theron arrancándole el medallón, de Orin quemando su mano, de la jaula, de los susurros de *Apátrida*.

Eco gruñó débilmente, enterrando el hocico más profundamente en el hueco del muslo de Valen. El contacto, ese pequeño punto de calor fiel en un mundo congelado, fue un cuchillo en su conciencia. La visión de las ciudades reducidas a ceniza blanca y silenciosa chocó brutalmente con la imagen de los ojos dorados del lobo, llenos de un terror que *él* había causado, pero también de una confianza que no merecía. *¿Aliado o monstruo?* La pregunta del animal resonaba ahora en su alma. ¿Podía condenar a Eco, a Lyra (si es que aún vivía), a todo lo que palpitaba con vida, al mismo fuego frío que consumiría a Theron y a Orin?

*"Ofréceme tu alma, Valen Thorne."* La voz de Aion, múltiple y gélida, no vino del bosque. Vino del centro mismo del frío en su pecho, resonando en el hueco que el hambre de Vitalis había excavado. *"Dame lo que ellos rompieron y desecharon. Y te daré el poder para hacerlos temblar… para reducirlos a ceniza, como intentaron hacer contigo… antes de que tu propio don te consuma por completo."*

Las palabras eran veneno y néctar. Encendían la rabia, esa bestia negra que llevaba semanas alimentándose de humillación y dolor. Pero también alimentaban el miedo. ¿Qué quedaría de él después? ¿Sería solo un recipiente para la voluntad de Aion, un cascarón lleno de fuego blanco y odio, como la figura de su visión?

Un escalofrío repentino, más intenso que el frío matutino, lo recorrió. No provenía de él. Provenía del aire. La niebla, un momento antes inerte, comenzó a remolinarse lentamente frente a ellos, como si un viento invisible la estuviera amasando. Los susurros constantes del bosque se apagaron de golpe, reemplazados por un silencio opresivo, cargado de estática. Eco despertó de un salto, un gruñido gutural brotando de su garganta. Se puso en pie de un modo torpe y doloroso, el pelo del lomo erizado, los ojos dorados clavados en el remolino de niebla con un terror primitivo. Retrocedió, cojeando, hasta quedar paralizado contra el tronco del árbol, temblando como una hoja.

Valen se levantó más despacio. Las fisuras en sus brazos, que habían palpitado débilmente durante horas, despertaron. El oro manchado de sombra brilló con una luz siniestra, y el violeta en sus bordes se volvió más profundo, más vibrante, como venas de amatista electrificadas bajo su piel. Sintió la esencia de la Sombra en su pecho agitarse, no con miedo, sino con un reconocimiento… una sumisión. El frío que emanaba del remolino de niebla era familiar. Era el mismo frío absoluto que había emanado de Aion en el sueño. Solo que ahora era tangible. Ahora estaba *aquí*.

La niebla se condensó, espesándose hasta volverse casi sólida. Ya no era vapor gris; adquirió tonos de pizarra y ónix, absorbiendo la escasa luz. Se modeló, tomando altura y volumen. No fue una aparición repentina, sino una *revelación*, como si la presencia hubiera estado siempre acechando en los pliegues de la realidad y solo ahora decidiera mostrarse. Primero fueron las botas: altas, de un cuero negro tan profundo que parecían hechas de noche solidificada, con hebillas que brillaban con un fulgor frío como estrellas muertas. Luego, las piernas enfundadas en grebas de una armadura que no era metal, sino sombra entrelazada, sombra tejida en placas impenetrables que movían la luz en lugar de reflejarla. La cintura, ceñida por un cinturón de lo que parecía cuero de dragón fosilizado, blanquecino y grabado con runas que hacían llorar los ojos. El torso, protegido por una coraza de la misma sombra viva, marcada por un símbolo central: un ojo estrellado, idéntico a la máscara flotante del sueño, tallado en un material que parecía obsidiana estelar.

Y luego, el vacío donde debía estar la cabeza. No había rostro. No había capucha. Solo un espacio oscuro, impenetrable, sobre los hombros cubiertos por espaldares de sombra. De ese vacío colgaba, suspendida sin soporte visible, la máscara. Era de un metal desconocido, más viejo que las montañas, grisáceo y liso, pero no plano. Parecía tallada a partir de un fragmento de nebulosa congelada, sus bordes irregulares como los de un cráter estelar. En su centro, dos puntos de luz helada encendieron lentamente. No eran ojos. Eran ventanas abiertas a un abismo de hielo eterno, a un vacío tan antiguo y despiadado que hizo que Valen diera un paso atrás instintivamente, el corazón golpeándole las costillas como un pájaro atrapado. Eran los ojos de Aion. Y ahora estaban aquí, en el mundo tangible, fijos en él con el peso de eones.

El aire olía a ozono quemado, a polvo de estrellas extinguidas y a la dulzura agria de la podredumbre avanzada. Un silencio absoluto, más profundo que el de la tumba, se instaló. Ni el viento, ni los insectos, ni el susurro del bosque. Solo el latido acelerado de Valen, el jadeo entrecortado de Eco, y el *tictac* imaginario, pero ensordecedor, del reloj de sangre en la mente de Valen.

*"Valen Thorne."* La voz no rompió el silencio; lo *usó*. Resonó en el aire, en la tierra bajo sus pies, en los mismos huesos de Valen. Era la misma voz múltiple y fría del sueño, pero ahora impregnada de una realidad aterradora. *"Contemplaste el fin. Sentiste el poder. Escuchaste el reloj. El tiempo de la indecisión se agota con la sangre."* La máscara no se movió, pero la intensidad de los puntos de hielo aumentó, clavándose en él como dagas de escarcha. *"¿Ofreces lo que ya no te pertenece? ¿Ofreces las cenizas de tu antigua alma a cambio del fuego que purgará tu mundo?"*

Valen abrió la boca, pero solo salió un hilillo de aire frío. Las palabras se atascaron en su garganta, ahogadas por el miedo, por la rabia, por la imagen de Eco arrastrándose lejos de él. La tentación era un yunque candente sobre su voluntad. El poder para aplastar a Theron, para hacer que Orin sintiera el frío de su propio fuego purificador, para reducir la Fortaleza Blanca a polvo helado… Era dulce. Era justicia. Pero el precio… Su alma. Lo poco que quedaba de Valen, del niño que soñó con halcones.

*"Ellos te robaron todo,"* continuó Aion, su voz serpenteando en la quietud. *"Tu nombre. Tu hogar. Tu humanidad. Te marcaron como defecto, como vacío. Yo no veo un defecto, Valen. Veo un crisol. Veo un vacío listo para llenarse con el poder primordial. El Vitalis no es un don gentil. Es hambre. Es furia. Es la fuerza bruta que late bajo la piel del mundo, ignorada y temida por tus amos de magia domesticada."* Un gesto casi imperceptible de una mano enguantada de sombra. *"Yo puedo enseñarte a dominarlo. A usarlo no como un mendigo que roba migajas a las plantas moribundas, sino como un dios que reclama su tributo."*

Valen encontró su voz. Sonó rasgada, como vidrio roto arrastrado por piedra. "¿A qué costo?" El eco de su pregunta se perdió en la niebla inmóvil. "¿Qué queda… de mí… después?"

Los ojos de hielo brillaron con un destello que podría haber sido… ¿interés? ¿Satisfacción? *"Lo que tú elijas que quede,"* respondió, la voz más baja, más íntima, reptando en sus oídos. *"El poder es una herramienta. Un cuchillo puede cortar pan o gargantas. La elección, Valen, siempre es del que empuña la hoja. Yo solo ofrezco el filo."* Hizo una pausa, y el silencio que siguió fue más elocuente que mil palabras. *"Sin mí… el hambre te devorará. Las fisuras crecerán. El reloj se vaciará. Serás solo un espectro famélico, vagando por este bosque o por otros más terribles, drenando musgo y bichos hasta que tu mente se pudra y tu cuerpo se convierta en otra Sombra Serpentina… o algo peor."*

La imagen fue vívida, horrorosa. Valen se vio a sí mismo, años después, encorvado y demacrado, las fisuras cubriendo todo su cuerpo, brillando con locura violeta, arrastrándose por el fango para chupar la vida de un escarabajo moribundo. La desesperación, aguda y fría, le mordió las entrañas. Era eso, o el fuego. La nada, o la venganza. La rendición final, o la transformación en algo que podría hacer temblar al mundo.

Miró a Eco. El lobo seguía acurrucado contra el árbol, temblando, sus ojos dorados fijos en él. En ellos no vio juicio. Vio miedo, sí, pero también una lealtad simple, animal. Una lealtad que él, Valen Thorne, el Apátrida, no merecía. ¿Podría condenar esa lealtad al mismo fuego? ¿O sería Eco solo otra víctima en su camino hacia Theron?

La rabia volvió. Una ola negra y amarga que ahogó la duda, la compasión, el miedo a perderse. Theron no había dudado. Orin no había dudado. Ellos lo habían entregado al dolor sin un parpadeo. ¿Por qué él debía dudar? ¿Por qué debía preocuparse por un mundo que lo había escupido? El reloj de sangre *tictaqueaba* en su mente, cada golpe un recordatorio de su mortalidad robada.

Apretó los puños. Las fisuras en sus brazos respondieron, brillando con un resplandor dorado y violeta intenso, como llamas atrapadas bajo la piel. Sintió la esencia de la Sombra en su pecho vibrar en sintonía, un zumbido de anticipación oscura.

"¿Qué… qué debo hacer?" La pregunta salió en un susurro, pero cargada de una determinación recién forjada en el yunque de su desesperación y su odio.

Los puntos de luz helada en la máscara de Aion parecieron estrecharse. *"Aceptar los dones. Y pronunciar el juramento."*

Valen asintió lentamente. No había ceremonia grandiosa, ni círculos de poder. Solo un niño roto y un diablo de sombra en un bosque maldito. Pero el aire se electrizó, como antes de una tormenta. La niebla inmóvil pareció contener la respiración.

*"El Primer Don: *La Sed de Vitalis*,"* declaró Aion, su voz resonando con la autoridad de las edades. *"Perfeccionarás tu hambre. Ya no serás un mendigo inconsciente. Serás un cazador. Sentirás el latido de la vida a distancia, distinguirás su fuerza, su pureza… su sabor. Tu control será preciso como el filo de la obsidiana. Pero el hambre… el hambre crecerá con el poder. Necesitarás alimentarlo constantemente. Plantas, bestias… humanos. El vacío que llenes exigirá más vacío."* Las palabras eran una espada de doble filo. Poder… y una maldición eterna. Valen lo sintió: una nueva conciencia se abrió en su mente. Como si una capa de gasa hubiera sido arrancada de sus sentidos. De repente, *sintió* el bosque a su alrededor no como formas y olores, sino como un tapiz de chispas vitales. El débil pulso de los hongos bioluminiscentes en un tronco cercano, la fuerza obstinada de un cardo luchando por sobrevivir entre las raíces, el calor más intenso y palpitante del cuerpo herido de Eco… y más allá, mucho más allá, destellos dispersos y temblorosos de otras vidas, pequeñas y asustadas. Era abrumador. Era seductor. Su boca se llenó de saliva. Las fisuras en sus brazos ardieron con un nuevo brillo.

*"El Segundo Don: *La Marca del Engaño*,"* continuó Aion, sin darle tiempo a asimilarlo. *"Tu cuerpo reflejará el poder que contenga y el precio que pagas. Las fisuras no son heridas, son canales. Son el mapa de tu transformación. Cuanto más poder uses, cuanto más te acerques a la verdadera naturaleza del Vitalis… más cambiarás. La piel se oscurecerá, se volverá fría como la obsidiana. Las grietas brillarán más intensamente. Y otras… marcas… surgirán. Es el sello de tu pacto. La prueba de que ya no perteneces al mundo que te despreció."* Valen miró sus brazos. Las fisuras parecían más profundas, los bordes violetas más definidos, como si la promesa del poder ya estuviera tallándolo. Sintió un escalofrío que no provenía del frío externo.

*"El Tercer Don: *El Reloj de Arena Invisible*,"* dijo Aion, y su voz adquirió un tono final, irrevocable. *"Un año, Valen Thorne. Doce lunas. Ese es el plazo de tu juramento. Un año para usar el poder que te doy. Un año para cambiar el mundo… o reducirlo a cenizas. Si fallas… si el hambre te consume antes de cumplir tu destino… si vacilas… el pacto se revierte. Tu alma es mía. Y tu cuerpo… será mi instrumento en este mundo, vacío de tu voluntad, lleno solo de mi propósito."* El *tictac* en la mente de Valen se volvió ensordecedor. Un año. Tan poco tiempo. Tanto poder. Tanta destrucción posible.

"¿Y si… si cambio el mundo?" preguntó Valen, su voz apenas audible sobre el *tictac* imaginario.

Los ojos de hielo brillaron con un destello ambiguo. *"Entonces habrás probado que el abandono forja diamantes en lugar de víctimas. Que el caos puede ser un creador, no solo un destructor. El pacto se cumplirá… y tu alma seguirá siendo tuya. Libre… pero marcada para siempre."*

Silencio. La niebla se arremolinaba lentamente alrededor de las botas de sombra de Aion. Eco emitió un gemido de miedo. El hambre de Vitalis, ahora agudizada por el Primer Don, rugió en el pecho de Valen, exigiendo ser saciada. La visión de las ciudades en llamas blancas bailó ante sus ojos. La imagen de Theron, arrodillado ante él, lleno de un terror que nunca le había mostrado a su hijo… fue irresistible.

Valen Thorne, el Apátrida, el Vacío, enderezó la espalda. Miró directamente a los pozos de hielo estelar en la máscara flotante. La rabia, la desesperación y una ambición oscura y recién nacida se fundieron en su interior, formando una barra de acero frío.

"Lo acepto," dijo, y su voz ya no temblaba. Resonó clara y fría en la niebla silenciosa. "Los dones. El precio. El plazo." Hizo una pausa, inhalando el aire cargado de ozono y podredumbre. Las palabras del juramento, las mismas que Aion le había mostrado en la visión, surgieron de lo más profundo de su rencor. "Juro… usar este poder. Para cambiar este mundo… o reducirlo a cenizas. No descansaré. No vacilaré. Hasta que esté hecho… o hasta que la última gota de mi sangre caiga."

El aire chisporroteó. Un arco de energía silenciosa, invisible pero tangible, saltó entre Valen y la figura sombría de Aion. Valen sintió un *tirón* profundo en su centro, como si un gancho se hubiera clavado en su esencia misma y estuviera atando un cable a la oscuridad infinita que representaba Aion. Las fisuras en sus brazos estallaron en un resplandor cegador, dorado y violeta entrelazándose en un baile frenético. Un dolor agudo, como huesos que se reformaran bajo la piel, lo recorrió. Sintió la esencia de la Sombra en su pecho fusionarse con algo más profundo, más antiguo, como si el propio Aion hubiera depositado una semilla de su voluntad en el vacío de Valen.

El pacto estaba sellado. No con tinta, sino con voluntad y desesperación.

Aion extendió una mano enguantada de sombra, no hacia Valen, sino hacia un árbol cercano. Era un roble antiguo, más viejo que la propia fortaleza Thorne, su tronco nudoso cubierto de líquenes y cicatrices de tormentas pasadas. Su chispa vital, percibida ahora por la Sed de Vitalis de Valen, era un pulso fuerte y profundo, terco y arraigado.

*"Observa, Arcanista,"* dijo Aion, el título resonando como una corona de espinas. *"Observa cómo se reclama lo que es tuyo por derecho de hambre y poder."*

La mano de sombra se cerró en un puño. No tocó el árbol. No hubo gesto dramático. Pero Valen *sintió* una orden resonar en el aire, una vibración sutil que hizo que las hojas muertas del suelo saltaran. Y luego, vio.

Una tenue neblina dorada comenzó a desprenderse de la corteza del roble. No era vapor; era como la esencia misma del árbol, su fuerza vital, haciéndose visible. Fluía en finos hilos hacia el puño cerrado de Aion, siendo absorbida. El roble no se estremeció violentamente. No gritó. Simplemente… comenzó a morir. Las hojas verdes que aún aguantaban en sus ramas más altas perdieron color en segundos, pasando del verde al amarillo enfermizo, luego al marrón, y finalmente desintegrándose en polvo que la niebla inmóvil devoró. La corteza, antes gris y resistente, se agrietó con un sonido seco y crujiente, como huesos viejos rompiéndose. Se volvió quebradiza, gris ceniza, y comenzó a desmoronarse en cascada. Las ramas gruesas, privadas de su savia vital, se quebraron y cayeron sin sonido, pulverizándose al golpear el suelo fangoso. En menos de un minuto, donde había estado un gigante orgulloso, solo quedaba un montón de polvo gris oscuro, apenas más alto que Valen, que conservaba vagamente la forma de un tronco. El olor a tierra fresca y savia dulce fue reemplazado por el aroma seco y amargo de la ceniza vieja y la madera podrida consumida de golpe.

Fue rápido. Fue silencioso. Fue… absoluto. No quedaba ni una chispa de vida. Solo muerte instantánea y total.

Valen contuvo la respiración. El horror se mezcló con una fascinación enfermiza. *Ese* poder. Ese dominio total sobre la vida y la muerte. No el drenaje torpe de una flor o el robo violento de una Sombra. Esto era elegancia. Esto era *dominio*. La Sed de Vitalis en su interior aulló de placer, reconociendo el festín, anhelando poder hacer lo mismo. Las fisuras en sus brazos palpitaban, calientes, como si el poder mostrado las hubiera alimentado.

*"El Vitalis fluye en todo,"* dijo Aion, abriendo el puño. No quedaba rastro de la energía dorada que había absorbido. *"Es el río subterráneo. Aprende a desviarlo. Aprende a beber de él sin ahogarte. El hambre es tu guía. La furia, tu combustible. La Marca… será tu recordatorio."*

La figura de sombra comenzó a desvanecerse, disolviéndose de abajo hacia arriba, como humo arrastrado por una corriente invisible. Primero las botas, luego las grebas, la coraza… La máscara flotante y los ojos de hielo fueron lo último en desaparecer, fijos en Valen con una intensidad que lo traspasó.

*"Un año, Arcanista Abandonado,"* resonó la voz en la niebla que volvía a llenar el espacio vacío. *"Haz que tu fuego valga la pena… antes de que te consuma."*

Y se fue. La niebla recuperó su flotar indiferente. Los susurros del bosque regresaron, tímidos al principio, luego con más fuerza, como si celebraran o temieran lo que acababa de ocurrir. El olor a ozono se disipó, reemplazado por el hedor habitual a podredumbre y tierra húmeda.

Valen se quedó de pie, temblando, no de frío, sino de la descarga de poder y de la irrevocabilidad de su acto. El polvo gris del roble era un monumento a su nueva capacidad. Un recordatorio de lo que podía hacer. Lo que *haría*.

Se llevó una mano temblorosa a su cabeza, a los mechones blancos que el sueño de Aion había dejado. Sintió más. Mucho más. Donde antes había mechones aislados, ahora grandes secciones de su cabello castaño habían perdido todo color, volviéndose de un blanco puro, fantasmal, como la nieve o la ceniza que acababa de presenciar. Era la Marca del Engaño, avanzando. La consecuencia física del pacto sellado con su alma.

Miró sus brazos. Las fisuras doradas brillaban con un resplandor residual, pero el violeta en sus bordes parecía más sustancial, más una parte integral de ellas. Como venas de una enfermedad gloriosa.

Eco se arrastró hacia él, cojeando terriblemente. Se detuvo a sus pies, levantó la cabeza y olfateó el aire cerca de la mano de Valen. Luego, miró a los ojos de su salvador, su protector, su fuente de terror. En esos ojos dorados, Valen no vio rechazo hacia el pelo blanco o las fisuras brillantes. Vió confusión. Vió miedo. Pero también vio una pregunta persistente: *¿Sigues siendo tú?*

Valen bajó la mirada hacia el polvo del roble. El poder latía en sus venas, frío y sediento. El juramento pesaba en su alma como una losa. El reloj de sangre *tictaqueaba* en su mente.

"Sobreviviremos, Eco," murmuró, su voz extrañamente serena, fría como los ojos de Aion. Extendió su mano izquierda, la viva, la que podía drenar o tocar. Las fisuras pulsaron suavemente. "Pero ya no seremos los cazados." Su mirada, dura como la obsidiana que prometía su piel, se perdió en la niebla, más allá del bosque, hacia el mundo que había jurado cambiar… o quemar. "Ahora… somos los que hacen temblar."

El bosque susurró a su alrededor. Pero ahora, Valen Thorne, el Arcanista Abandonado, escuchaba un susurro diferente. El susurro del Vitalis fluyendo en todas las cosas, esperando ser reclamado. El susurro del poder. Y el susurro del reloj, contando hacia abajo.

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