WebNovels

Chapter 7 - Capítulo 7: Sueños de Ceniza

El frío de la esencia de la Sombra anidaba en el pecho de Valen como un gusano de hielo. Eco dormitaba sobre su muslo, la respiración entrecortada pero constante, un pequeño punto de calor en la oscuridad agresiva del Bosque de los Susurros Mortales. Las fisuras en los brazos de Valen latían con un ritmo lento y pesado, el oro manchado de sombra, los bordes violetas profundizados hasta parecer venas de amatista envenenada bajo su piel translúcida. El poder robado —la conciencia retorcida de la Sombra— se agitaba, no con violencia ahora, sino con una insidiosa pesadez que arrastraba sus pensamientos hacia un pantano de fatiga y desesperanza. El bosque guardaba silencio, un silencio expectante, como si contuviera la respiración tras el espectáculo de la aniquilación.

El agotamiento, físico y psíquico, fue un manto de plomo que lo envolvió. Los párpados le pesaban, el mundo de hongos fosforescentes y sombras danzantes se desdibujó. El último sonido que registró fue el leve gemido de Eco al ajustar su posición herida. Luego, la negrura.

Pero no fue el sueño del agotado. Fue una caída.

Cayó a través de capas de frío y silencio, más profundas que las mazmorras de la Fortaleza Blanca. No había suelo, ni cielo, solo un vacío opresivo impregnado del olor a ceniza fría y metal quemado. La piedra glacial en su pecho palpitó, marcando el ritmo de su caída infinita.

De repente, se detuvo.

No hubo impacto. Simplemente, *estuvo* en otro lugar. O en ningún lugar. Estaba de pie sobre una superficie lisa y negra que reflejaba un cielo sin estrellas, un manto de terciopelo infinito y vacío. Ante él, elevándose como una montaña tallada en la noche misma, estaba la figura.

No era humano. No era bestia. Era una *presencia*. Una silueta de proporciones imposibles, indistinta y a la vez terriblemente concreta. Vestía (o quizás *era*) una armadura de sombras entrelazadas, negras como el corazón de un agujero olvidado, que absorbía la tenue luz ambiente. No tenía rostro, solo una máscara flotante de metal estrellado, frío y antiguo, donde deberían estar los ojos. Dos puntos de luz helada, del color del hielo glacial bajo una luna muerta, lo observaban desde las profundidades de la máscara. Era el Diablo. Aion.

Valen intentó retroceder, gritar, pero su cuerpo estaba petrificado. Sus pulmones se negaban a llenarse de ese aire inmóvil, cargado de ozono y la promesa de eternidad. Solo sus ojos podían moverse, clavados en los puntos de luz glacial que eran la única expresión de la entidad.

*"Valen Thorne."* La voz no sonó. Resonó directamente en su cráneo, en sus huesos. Era una voz múltiple, como si mil susurros del bosque, mil gritos ahogados en la Fortaleza Blanca, mil ecos del desprecio en el Gran Salón, se hubieran fundido en un solo sonido profundo, liso y frío como el acero pulido. No tenía inflexión. No tenía emoción. Solo una verdad inmutable. *"El Apátrida. El Vacío que se llena de desecho."*

La burla fue un latigazo. Valen sintió la vergüenza, el miedo, la rabia hervir bajo la congelación que lo mantenía inmóvil. Las fisuras en sus brazos, invisibles en este espacio onírico, sin embargo, *dolieron*, un pinchazo agudo que lo hizo estremecerse internamente.

*"Miras tu 'poder' con repugnancia,"* continuó la voz de Aion. La figura no se movió, pero su presencia se expandió, llenando el vacío, aplastando. *"Le temes a la sombra que ahora llevas dentro. Le temes al hambre que crece. Lo llamas monstruosidad. Corrupción."* Un leve titileo en los ojos de hielo. ¿Burla? ¿Interés? *"Pero yo te veo, Valen. Veo lo que eres. Lo que siempre fuiste, bajo la mentira de tu linaje."*

Un gesto apenas perceptible de una mano enguantada de oscuridad. A sus pies, en la superficie negra y reflectante, surgió una imagen. No como un espejo, sino como una herida abierta en la realidad. Era él mismo, de rodillas en el claro del bosque, la mano izquierda extendida hacia la flor carmesí de venas doradas. Se vio drenarla, convertirla en ceniza. Sintió el eco de la energía corrupta fluyendo hacia él, la náusea, el destello de las fisuras. La repugnancia lo inundó de nuevo.

*"¿Monstruo?"* La voz de Aion cortó su angustia. *"No. Eres un espejismo. Un espejo roto que refleja la verdad del mundo."* La imagen cambió. Ahora mostraba el Gran Salón de los Thorne. Su padre, Theron, con el rostro de piedra, arrancándole el medallón. Los nobles, sus miradas de desdén y alivio perverso. El Archimago Orin, sus ojos de glaciar sin piedad. *"Ellos son los monstruos, Valen. Monstruos envueltos en seda y dogma. Destruyen en nombre del orden. Desprecian en nombre de la pureza. Te entregaron al dolor, al olvido, por el crimen de no encajar en su jaula dorada."* La imagen de la jaula de hierro negro, arrastrándolo hacia la Fortaleza Blanca, surgió con claridad brutal. *"Ellos encadenan, queman, descartan. Su magia 'pura' es solo otra herramienta de control. Otro muro para mantener a raya lo que temen."*

La voz se hizo más baja, más íntima, reptando en su mente como el frío de la Sombra Serpentina. *"Tú... tú no construyes muros. Tú los derribas. Tu don no es una debilidad, Valen. Es una revelación. Es la verdad desnuda."* La imagen volvió a cambiar. Ahora mostraba su mano, las fisuras doradas y violetas brillando con intensidad enfermiza mientras drenaba la esencia de la Sombra. El poder fluyendo hacia él, la euforia perversa, la oscuridad asentándose en su núcleo. *"El Vitalis... la energía vital... no es un fuego sagrado para ser guardado por unos pocos elegidos. Es un río salvaje. Es caos. Es cambio. Es *poder* en su forma más pura, más antigua. El poder de tomar, de transformar, de *renovar* mediante la destrucción."*

Valen sintió una atracción terrible hacia esas palabras. Encajaban con la rabia que ardía bajo su miedo, con la sed de venganza que crecía cada vez que recordaba la cara de Theron. Pero también encajaban con el frío repugnante en su pecho, con la sombra que ahora manchaba su esencia. *"¿Renovar mediante la destrucción?"* La pregunta flotó en su mente, no como un desafío, sino como un eco desesperado.

*"Sí,"* susurró la voz de Aion, como si leyera sus pensamientos. La entidad dio un paso hacia adelante, aunque sus pies no parecieron tocar la superficie negra. La máscara estrellada estaba ahora a solo un metro de él. El frío que emanaba era palpable, un invierno absoluto que prometía borrar todo dolor, toda duda. *"Tu don no es un cáncer, Valen. Es la cura. La única cura para un mundo enfermo de mentiras y jerarquías podridas. Ellos te llaman 'Cáncer del Mundo' porque temen el fuego que quema sus raíces podridas. Yo... yo te ofrezco ser la antorcha."*

La mano enguantada de oscuridad se alzó. No para tocarlo. Sobre la palma abierta, flotando en el vacío, apareció un objeto. Un reloj de arena.

Pero no era de vidrio y arena fina. El receptáculo superior estaba tallado en un hueso amarillento, antiguo, grabado con runas que Valen no reconocía pero que le provocaban escalofríos. Dentro, en lugar de arena, fluía una sustancia espesa, roja oscura, casi negra a la luz fantasmal: **sangre**. La sangre bajaba lentamente, goteando grano a grano pesado hacia el receptáculo inferior, hecho de un cristal negro como la obsidiana pulida. El nivel en la parte superior estaba bajo. Muy bajo.

*"Mira,"* ordenó la voz de Aion. *"Tu tiempo, Valen. El tiempo del Vacío que se llena."*

Mientras la sangre goteaba con una lentitud agonizante, la superficie reflectante bajo sus pies estalló en llamas. No fue una transición, fue una explosión de horror. El vacío negro se transformó en un infierno panorámico. **Ciudades ardían.**

No eran ciudades cualquiera. Reconoció las altas torres de la capital, los puentes de piedra blanca que cruzaban el río Thorne, los jardines esmeralda de la nobleza. Todo estaba envuelto en llamas que no eran naranjas ni rojas, sino de un blanco cegador y frío, como el fuego purificador de Orin, pero multiplicado hasta lo inconcebible. Las llamas blancas no solo consumían; *borraban*. Los edificios no se derrumbaban; se desintegraban, convirtiéndose en ceniza fina que caía como nieve maldita. Las siluetas de personas —diminutas, gritando sin sonido— corrían por las calles antes de disolverse en polvo gris bajo el implacable frío de las llamas. El aire mismo parecía cristalizarse y romperse. No había humo, solo un silencio aterrador acompañado del crepitar siniestro de la realidad siendo deshecha.

*"Su mundo,"* dijo Aion, su voz ahora un zumbido vibrante que resonaba con el crepitar de las llamas blancas. *"Construido sobre huesos y mentiras. Purificado. Renovado. Reducido a su esencia primordial: Nada. Lista para ser moldeada de nuevo."* La imagen se acercó a una figura en el centro del incendio blanco. Era él. Valen. Pero no el niño roto del bosque. Era una figura alta, envuelta en sombras que ondeaban como llamas oscuras. Sus brazos eran redes de luz dorada y violeta intensa, grietas abiertas que irradiaban poder. Su rostro estaba oculto bajo una capucha, pero donde deberían estar sus ojos, dos puntos de fuego blanco frío —los mismos ojos de Aion— miraban hacia la destrucción que lo rodeaba. En su mano extendida, sostenía el reloj de arena de hueso y sangre. El receptáculo superior estaba casi vacío.

*"Ellos te despreciaron. Te torturaron. Te abandonaron a la muerte,"* la voz de Aion era ahora un susurro hipnótico, insinuándose en cada grieta de su resistencia. *"Ofréceme tu alma, Valen Thorne. Dame lo que ellos rompieron y desecharon. Y te daré el poder para hacerlos temblar... para reducirlos a ceniza, como intentaron hacer contigo... antes de que tu propio don te consuma por completo."* La mirada se posó en las fisuras virtuales de su yo futuro. *"El reloj ya corre. La sangre es tu vida. Cuando la última gota caiga... el hambre te devorará desde dentro. Serás solo un cascarón vacío, un eco de dolor perdido en este bosque. O..."* La figura de Valen en la visión cerró el puño. Las llamas blancas estallaron hacia el cielo, borrando las últimas torres de la capital. *"... puedes ser el fuego."*

La visión se desvaneció tan bruscamente como había llegado. Valen se encontró de nuevo en el vacío negro, frente a la imponente figura de Aion. El reloj de sangre flotaba entre ellos, un recordatorio tictaqueante de su condena. El frío en su pecho, la esencia de la Sombra, latía en sintonía con el lento goteo de la sangre en el reloj. Era un eco. Una confirmación.

El terror lo inundó, pero era un terror diferente. No era solo miedo a Aion, o a la visión apocalíptica. Era miedo a la parte de sí mismo que había vibrado con la promesa de poder, que había visto la destrucción de su mundo y no había sentido piedad, sino una justicia perversa y fría. Era miedo al hambre que rugía dentro, al vacío que ansiaba llenarse sin importar el costo. ¿Cuánto tiempo tenía? El reloj de sangre no mostraba marcas. Solo la lenta, implacable caída hacia el final.

*"¿Por qué?"* La pregunta le brotó, un hilillo de voz ronca en la inmensidad silenciosa. *"¿Por qué a mí?"*

Los ojos de hielo de Aion lo sostuvieron. *"Porque tú y yo, Valen Thorne, somos espejos rotos de la misma verdad. Yo también fui abandonado. Yo también fui temido por lo que podía hacer. Por lo que *representaba*. El caos. El cambio. El fin de las mentiras cómodas."* Hubo una pausa, y por primera vez, la voz múltiple pareció contener una nota apenas perceptible de algo antiguo y amargo. *"El abandono forja dos caminos: la rendición... o la venganza. Yo elegí el fuego. Tú... tienes la misma elección. El reloj no espera."*

La figura de Aion comenzó a desvanecerse, disolviéndose en las sombras circundantes como humo. El reloj de hueso y sangre permaneció flotando un instante más, el goteo de sangre resonando como un martillo en el silencio. Luego, también se desvaneció.

Valen se desplomó hacia adelante, pero no hubo suelo. Siguió cayendo, a través de capas de frío y voces susurrantes que ahora gritaban fragmentos de la visión: *"¡Fuego!" "¡Ceniza!" "¡Hacerlos temblar!"* El olor a ozono y sangre vieja lo estrangulaba.

Se despertó con un jadeo ahogado, sentándose bruscamente. La luz grisácea del amanecer (o algo que fingía serlo) filtraba penosamente a través del dosel de ramas retorcidas. Eco se apartó con un gruñido de sorpresa y dolor, sus ojos dorados abiertos de par en par, mirándolo con alarma. El bosque susurraba de nuevo, pero ahora sonaba... diferente. Más agudo. Más expectante.

Valen jadeó, llevándose la mano izquierda al pecho. La piedra glacial de la esencia de la Sombra aún estaba allí, latiendo con lentitud. Pero ahora, junto a ella, sentía el eco del reloj. El tictac silencioso, implacable. La sangre cayendo.

Se obligó a mirar sus brazos. Las fisuras doradas y violetas palpitaban débilmente. Pero no era eso lo que le detuvo la respiración. Se llevó una mano temblorosa a su cabeza, a los mechones de cabello que caían sobre sus ojos.

**Blancos.** Tan blancos como la nieve que nunca había visto, tan blancos como las llamas de su visión. Mechas de pelo completamente blancas, como si el contacto con Aion, o la carga del reloj de sangre, le hubiera robado su color juvenil. Un estigma físico de la sombra que ahora compartía su alma. Un recordatorio visible del tiempo que se agotaba.

Miró a Eco. El lobo lo observaba, sin acercarse, sin alejarse. Sus ojos dorados reflejaban el miedo, pero también una pregunta muda. Valen vio su propio reflejo en ellos: el rostro demacrado, los ojos hundidos con un nuevo brillo febril y frío, las fisuras en los brazos... y el pelo blanco como la ceniza.

*"Tu don es un cáncer... yo soy la cura."* Las palabras de Aion resonaron en su cráneo, mezcladas con el goteo imaginario del reloj de sangre. *"Ofréceme tu alma... y te daré el poder para hacerlos temblar... antes de que tu propio don te consuma."*

El vacío en su pecho dio un tirón feroz, no de hambre por las plantas o las bestias, sino de algo más profundo. Hambre de poder. Hambre de venganza. Hambre de no ser el abandonado, sino el que abandona al mundo a su suerte.

Valen Thorne, el Apátrida, el Vacío, se quedó sentado en el fango del Bosque de los Susurros Mortales, acariciando inconscientemente un mechón de pelo blanco recién ganado, mientras la imagen de ciudades reducidas a ceniza blanca y fría se quemaba en su retina. El Diablo había plantado su semilla. Y el suelo de su alma, roto y fértil en su desesperación, temblaba listo para recibirla. El reloj de sangre había comenzado a correr. Y cada latido de su corazón, cada pulso de las fisuras oscurecidas, era un grano de arena cayendo hacia un abismo que prometía fuego o nada.

More Chapters