El sonido agudo de una alarma rompió la oscuridad. Kenji abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado y un sudor frío en la frente. Lo primero que sintió fue que algo no encajaba: la cama. No era su colchón viejo y hundido. Esto era suave, limpio, cálido. Parpadeó varias veces, intentando procesar la imagen que lo rodeaba.
Paredes de papel corredizas. Tatami en el suelo. Un calendario japonés colgado en la pared, lleno de caracteres que reconocía de tantas horas viendo anime. Sobre un perchero había un uniforme escolar perfectamente planchado. El aire olía a madera y a un leve aroma dulce, como el del incienso. No, no podía ser.
Se sentó lentamente, sintiendo cómo el corazón golpeaba en su pecho mientras su mirada se clavaba en una foto sobre la cómoda. Era una adolescente de cabello castaño, con una sonrisa que conocía demasiado bien, abrazando a un niño pequeño. Kyoko Hori.
Kenji se quedó helado. Sintió cómo la respiración se le trababa en la garganta. Era imposible confundir esa sonrisa. Esa era Kyoko, la misma protagonista que tantas veces había visto en pantalla. ¿Pero cómo? ¿Por qué había una foto real, tangible, en su habitación?
Se levantó tambaleándose hasta el espejo y lo que vio casi lo derriba. Un adolescente alto, atlético, con hombros anchos, cabello castaño oscuro un poco despeinado y unos ojos verdes que parecían iluminarlo todo. Una cara atractiva, simétrica, con facciones definidas. Se tocó la mandíbula, las mejillas, los músculos que jamás tuvo en su vida anterior.
—¿Qué… demonios? —murmuró, y la voz que salió tampoco era la suya de antes. Era más grave, más segura.
Un nombre surgió en su mente, nítido, como si siempre hubiera sido suyo: Kenji Hori. Hermano mayor de Kyoko Hori.
El cerebro le gritaba mil cosas al mismo tiempo. En el anime original, Kyoko solo tenía un hermano pequeño, Sota. ¿De dónde había salido Kenji? ¿Por qué ahora existía?
Retrocedió y se dejó caer en la cama, con la cabeza entre las manos. Intentó recordar. Su última memoria era… la pantalla del portátil. El último episodio de Horimiya terminando mientras pensaba: "Si pudiera vivir ahí… si pudiera tener una segunda oportunidad…" Y ahora estaba aquí. Dentro de ese mundo.
Se levantó, apoyándose en la pared, respirando hondo. Afuera, por la ventana, vio el vecindario japonés bañado por la luz del sol. Ni rastro de rascacielos grises ni de la vida monótona que dejó atrás. Esto era real. Todo lo que había deseado estaba frente a él.
—Vale… tranquilo. —Se habló a sí mismo, alisando el pijama que no recordaba ponerse—. Si esto es real, entonces tengo que adaptarme. Soy el hermano mayor. Tengo que ser perfecto.
Perfecto. Esa palabra le sonó como una promesa y una condena. Pero si algo sabía, era que tenía ventaja: conocía a todos, sus fortalezas, sus debilidades, sus historias. Podía evitar los errores, podía hacer que todos fueran felices. Y, por primera vez en su vida, podía ser alguien mejor.
Sonrió, mirándose en el espejo con determinación.
—Seré el mejor hermano, el mejor hijo, el mejor hombre. Nadie me detendrá.
La puerta se abrió de golpe.
—¡Hermano! —La voz clara lo sobresaltó tanto que casi tropieza con la cama.
Kyoko estaba en el umbral, con el cabello recogido y una camiseta grande que le quedaba holgada. Más real que nunca, irradiando energía. Tras ella, asomó un niño con pijama y un dinosaurio de peluche: Sota.
Kenji sintió cómo el corazón le daba un vuelco. Quiso gritar, reír, abrazarlos, pero se contuvo a duras penas.
—¿Qué… pasa? —intentó sonar normal.
Kyoko lo miró con una ceja arqueada.
—¿Qué haces mirándote tanto? Llevas media hora encerrado.
—¿Por qué sonríes como los malos de la tele? —preguntó Sota, ladeando la cabeza con una inocencia brutal.
Kenji tragó saliva y soltó la primera excusa que se le ocurrió.
—Eh… practicaba mi sonrisa perfecta.
—¿Tu qué? —Kyoko lo miraba como si acabara de decir que quería casarse con la tostadora.
—Sí, ya sabes… para dar buena impresión.
—¿A quién? —insistió ella.
—A… la vida. —Kenji alzó un pulgar y sonrió, intentando parecer cool.
Sota rió con fuerza.
—Pareces tonto.
—Sota, no seas grosero —rezongó Kyoko—. Baja ya antes de que mamá grite.
Se marcharon, dejando a Kenji jadeando como si hubiera corrido diez kilómetros. Bien, primer contacto… desastroso. Pero sobreviví.
Caminó por la habitación, observando todo con detalle. Había fotos suyas en competencias deportivas, trofeos en un estante, una guitarra apoyada contra la pared.
—¿También soy músico? —murmuró, tocando las cuerdas con curiosidad. Sonó perfecto, como si sus manos recordaran algo que él no.
Sacó un teléfono del escritorio. Bloqueo con huella. Suspiró aliviado cuando funcionó. Exploró las redes sociales: fotos suyas con grupos de amigos, comentarios como "Kenji es un crack" o "el héroe del festival". Popular. Atlético. Talentoso.
—¿Qué clase de personaje OP soy? —susurró, medio divertido, medio aterrado.
Popularidad significaba expectativas. Y expectativas significaban problemas.
Inspiró hondo.
—No hay vuelta atrás. Juega bien tus cartas, Kenji.
Salió al pasillo, bajando las escaleras. El olor a comida casera lo envolvió. En la mesa, Yuriko servía el desayuno con la misma serenidad elegante que recordaba del anime, aunque verla en carne y hueso le revolvía algo en el pecho. Ella levantó la mirada y sonrió.
—Buenos días, Kenji. Dormiste mucho.
—Sí… lo necesitaba. —Su voz sonó firme, para su alivio.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó, entornando los ojos con sutileza.
—Mejor que nunca.
Se sentó, intentando no parecer un intruso en su propia vida. Kyoko y Sota ya comían, discutiendo por un trozo de tamagoyaki. Yuriko los reprendió con dulzura, luego le sirvió a Kenji un plato generoso.
—¿Tienes planes para hoy? —preguntó.
Kenji sonrió.
—Claro. Adaptarme al mundo. —El pensamiento se quedó en su mente, pero en voz alta dijo—: Voy a la escuela, como siempre.
Comieron entre conversaciones triviales y risas. Kenji se sintió… feliz. Era un calor que no recordaba haber sentido en años. Y justo cuando pensaba que nada podía romper ese momento, la puerta se abrió con un golpe.
Una voz grave y despreocupada resonó desde la entrada.
—¡Ya llegué! ¿Quién me extrañó?
Kenji se quedó helado. Esa voz la conocía. Yuriko sonrió con paciencia resignada.
—Kyosuke, al menos avisa antes de entrar así.
Y entonces lo vio: alto, atractivo, con esa mirada que mezclaba desdén y carisma. Kyosuke Hori, el padre desaparecido en la mayor parte del anime, ahora entrando en escena. Caminó hacia la mesa y sus ojos se clavaron en Kenji con una intensidad incómoda.
Se detuvo frente a él.
—¿Y este quién es? —preguntó con media sonrisa que no llegaba a los ojos.
Kenji tragó saliva.
—Soy… Kenji. Tu hijo.
Kyosuke lo miró de arriba abajo.
—¿Mi qué? —Y entonces, con voz baja, como si oliera algo raro, dijo—:
—Tú… no eres el mismo Kenji que conozco, ¿verdad?
Kyosuke lo miraba fijo, como si buscara algo escondido en su rostro. La media sonrisa no se borraba, pero sus ojos tenían un brillo inquisitivo. Kenji sintió cómo el sudor frío le recorría la espalda. Tenía que reaccionar rápido, sin titubear.
—Claro que soy Kenji —respondió con voz firme, sonriendo con naturalidad forzada—. ¿Quién más sería?
Kyosuke no dijo nada por un instante, solo entrecerró los ojos, como midiendo cada gesto. Luego soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro que casi lo manda al suelo.
—¡Ja! Creí que estabas más delgado. Mira esos músculos, ¿eh? —se dejó caer en la silla como si nada—. Te ves… distinto. Mejor, supongo.
Kenji sonrió, aunque por dentro gritaba. Genial, primer mini-infarto del día.
Yuriko suspiró, colocando la taza de té frente a Kyosuke.
—Si vas a desaparecer por semanas, al menos no vengas a asustar a los niños.
—¿Niños? Este ya parece adulto —dijo Kyosuke, señalando a Kenji con el pulgar—. ¿Cuándo creciste tanto?
—El tiempo pasa —respondió Kenji, intentando sonar casual mientras le daba un sorbo a la sopa de miso.
Kyoko lo miraba con curiosidad. Sota, ajeno al ambiente tenso, jugaba con su arroz formando montañitas. Kenji respiró hondo. Tenía que retomar el control.
—Entonces, ¿qué planes tienen para hoy? —preguntó con tono animado.
Kyosuke se encogió de hombros.
—Dormir, comer, molestar a tu madre. Lo de siempre. ¿Y tú?
Kenji sostuvo la mirada.
—Escuela. Y quizá… practique un poco de guitarra.
Kyoko arqueó una ceja.
—¿Desde cuándo tocas la guitarra en serio?
Kenji sonrió.
—Desde… siempre. Solo que no me habías visto concentrado.
Ella lo miró dudando, pero no insistió. Yuriko intervino.
—Kenji, no olvides que tienes que pasar por la tienda luego. Kyoko no puede cargar tanto sola.
—Claro, mamá. Cuenta conmigo. —El "mamá" salió tan natural que hasta él se sorprendió.
Kyosuke lo observó un segundo más, luego se sirvió arroz y empezó a comer sin decir nada. Kenji agradeció internamente ese respiro. Terminó su desayuno en silencio, fingiendo normalidad, pero su mente estaba a mil.
Cuando Kyoko y Sota subieron a cambiarse, Kyosuke se inclinó hacia él, apoyando los codos en la mesa.
—Oye, Kenji.
—¿Sí? —intentó sonar relajado.
Kyosuke lo miró con seriedad.
—No sé qué hiciste mientras no te vi, pero… sigue así. Por primera vez pareces alguien interesante.
Le dio una palmada en la espalda y se levantó, tarareando una canción mientras salía del comedor. Kenji quedó inmóvil unos segundos, procesando la mezcla de alivio y extrañeza.
¿Interesante? Vaya, eso suena mejor que sospechoso.
Subió a su habitación para cambiarse. El uniforme le quedaba perfecto, realzando su nueva figura. Se miró al espejo y sonrió. Hora de debutar en Katagiri High. Pero tranquilo, Kenji. Aquí no hay batallas ni monstruos. Solo… adolescentes y dramas escolares. ¿Qué tan difícil puede ser?
Al bajar, encontró a Kyoko peinándose frente al espejo de la entrada.
—Vamos juntos —dijo ella, ajustando la cinta del cabello.
Kenji asintió, tomando la mochila que, para su alivio, ya estaba lista. Sota les gritó adiós desde el pasillo y Yuriko les deseó buen día. Afuera, la mañana era fresca, el cielo despejado, el aire lleno de sonidos familiares y a la vez nuevos. Kenji inspiró hondo mientras caminaban. Cada paso era un recordatorio de que todo esto era real.
Kyoko lo miró de reojo mientras avanzaban.
—Estás… raro.
Kenji levantó una ceja.
—¿Raro bien o raro mal?
—Solo raro. Como si estuvieras… más feliz que de costumbre.
Él sonrió.
—¿Eso es malo?
Ella negó con la cabeza, sonriendo apenas.
—No, solo que… no eres muy expresivo normalmente.
Kenji se encogió de hombros.
—Supongo que hoy me siento bien.
El camino se llenó de conversaciones triviales: clases, profesores, el clima. Kenji escuchaba, memorizando cada gesto, cada entonación. Era como estar dentro de una película que conocía, pero con escenas inéditas.
Cuando llegaron al instituto, Kenji se detuvo un instante frente a la entrada. El edificio imponente, el bullicio de los estudiantes, todo era exactamente como lo imaginó… y aun así lo sentía distinto. Más vibrante, más real.
Kyoko lo notó.
—¿Qué esperas? Vamos.
Kenji sonrió y la siguió, sintiendo cómo las miradas lo seguían al pasar. Murmullos se levantaban a su paso:
—¿Ese es Hori?
—Se ve diferente… ¿más guapo?
—Escuché que toca la guitarra increíble.
Kenji mantuvo la sonrisa, aunque por dentro reía. Parece que heredé una reputación interesante. Mejor para mí.
Entraron al aula. Varias chicas lo saludaron con sonrisas tímidas, y algunos chicos levantaron la mano en señal de saludo. Kenji respondió con naturalidad, grabando nombres y rostros en su mente. Cuando vio a Sengoku discutiendo con Remi por un cartel torcido, sonrió. El cast original… todos aquí.
Se sentó, sacando su cuaderno, cuando escuchó la puerta abrirse. El murmullo cesó.
—¡Buenos días! —Una voz alegre llenó el aula.
Kenji alzó la vista y ahí estaba: Marin Kitagawa. Brillante, enérgica, con esa sonrisa que parecía iluminarlo todo. Llevaba un estuche largo que probablemente contenía accesorios. Varias chicas corrieron a saludarla.
Kenji arqueó una ceja. Esto no estaba en el guion original.
Marin cruzó el aula, saludando a todos, hasta que sus ojos se posaron en él. Sonrió ampliamente.
—¡Oh! Tú debes ser Hori Kenji. ¡He oído hablar de ti!
Kenji sonrió con calma, aunque por dentro ardía la curiosidad.
—Espero que cosas buenas.
—Depende de a quién le preguntes —respondió ella con una risa cristalina antes de girar hacia Kyoko para darle un abrazo.
Kenji observó la escena, procesando. Marin estaba aquí. Y si Marin estaba aquí, entonces el mundo que conocía no era exactamente igual. Había variables nuevas. Eso significaba que debía ser más cuidadoso… y más inteligente.
La campana sonó, interrumpiendo sus pensamientos. El profesor entró, iniciando la clase con la típica energía somnolienta de la mañana. Kenji abrió el cuaderno, pero su mente estaba en otro lugar.
Este mundo tiene sorpresas. Y yo… voy a dominar cada una de ellas.
El resto de la mañana transcurrió entre clases que Kenji escuchaba con atención moderada, pero lo suficiente para mantener las apariencias. No podía arriesgarse a destacar demasiado en temas que no conocía, aunque por suerte el conocimiento básico de secundaria no era un problema para alguien que había sobrevivido a una vida adulta en su mundo anterior. Sin embargo, más que las fórmulas en la pizarra, lo que realmente lo mantenía alerta eran los detalles sociales: cómo se movían los grupos, quién hablaba con quién, y sobre todo, las reacciones hacia él.
Cada vez que respondía una pregunta con calma, notaba miradas curiosas. Algunas chicas cuchicheaban, y los chicos parecían aceptarlo como alguien "cool" sin cuestionar nada. Era extraño sentirse parte de un entorno que no construyó, pero que lo recibía como si siempre hubiera estado allí.
En el receso, cuando salió al pasillo para estirarse, escuchó una voz detrás de él.
—Así que tú eres el famoso Kenji Hori.
Kenji giró. Frente a él estaba Tooru Ishikawa, con su expresión amigable y un sándwich en la mano.
—¿Famoso? Eso suena exagerado —respondió con una sonrisa.
—No para las chicas de segundo año. Dicen que tocas la guitarra y que tienes un brazo increíble para el béisbol. —Ishikawa lo examinó de arriba abajo, sonriendo—. Supongo que tiene sentido.
Kenji se rascó la nuca, fingiendo modestia.
—Intento no defraudar a nadie.
—¿Te unes a nosotros para almorzar? —preguntó Tooru, señalando un grupo cerca de las ventanas donde estaban Sengoku, Remi y Yuki Yoshikawa conversando animadamente.
Kenji dudó solo un instante antes de asentir. Cada interacción era una oportunidad para encajar y reforzar su posición. Caminó con Tooru hacia el grupo. Sengoku lo saludó con la mano, y Remi le dedicó una sonrisa llena de curiosidad. Yuki, por su parte, lo miró con un destello de sorpresa, como si no esperara que se acercara.
—Así que este es el hermano mayor de Kyoko —dijo Sengoku, ajustando sus lentes—. Encantado.
—El gusto es mío —respondió Kenji, manteniendo un tono cordial.
Remi apoyó el mentón en sus manos, inclinándose hacia él.
—¿Es cierto que sabes tocar guitarra y piano?
Kenji parpadeó, sorprendido por la precisión del rumor, pero sonrió.
—Algo así. ¿Por qué?
—¡Podrías tocar en el próximo evento del consejo estudiantil! —intervino Sengoku con una chispa en los ojos, claramente viendo una oportunidad para lucirse como organizador.
Kenji sonrió con calma.
—Suena interesante. Tal vez lo considere.
La conversación continuó entre risas y comentarios ligeros. Kenji se sentía cómodo, aunque su mente no dejaba de analizar cada gesto, cada palabra. Era como jugar ajedrez en un tablero donde ya conocía la mayoría de los movimientos posibles, pero no todos. Marin era prueba de eso.
Cuando la campana anunció el final del receso, volvió a su asiento con Kyoko, quien lo miraba con expresión neutral.
—Veo que ya tienes club de fans —dijo en tono seco.
Kenji sonrió.
—Solo hablaba con tus amigos. ¿Eso está prohibido?
—No, pero… no hagas que se vuelvan locos por ti, ¿sí?
Kenji rió suavemente.
—No planeo nada. Solo… disfruto el día.
Las clases continuaron hasta el final de la jornada. Cuando salieron juntos de la escuela, Marin se les acercó corriendo.
—¡Kyoko! —exclamó, dándole un abrazo efusivo—. ¿Quién es tu guardaespaldas personal?
Kyoko rodó los ojos.
—Es mi hermano mayor, Kenji.
—¡¿Tu hermano?! ¡Wow! —Marin lo miró de arriba abajo, con una sonrisa divertida—. Pensé que eras modelo o algo.
Kenji alzó una ceja, sonriendo con tranquilidad.
—Me halaga que lo pienses.
—¿Sabes? Estamos organizando un evento en la escuela y necesitamos alguien con presencia. ¡Podrías ayudarnos! —dijo Marin, brillando de emoción.
Kenji fingió pensarlo.
—Tal vez. Hablamos luego.
Marin asintió feliz antes de despedirse y desaparecer entre la multitud. Kyoko lo miró de reojo.
—No te metas en problemas.
Kenji sonrió, metiendo las manos en los bolsillos mientras caminaban hacia casa.
—Confía en mí, pequeña. Todo está bajo control.
El camino de regreso fue tranquilo. Los rayos del sol teñían el barrio con tonos dorados, y Kenji sentía algo que en su vida anterior había olvidado: paz. Al llegar, Sota los recibió corriendo con una sonrisa, y Yuriko los esperaba con un té preparado. La tarde transcurrió entre tareas, conversaciones triviales y el sonido de risas en la casa.
Pero cuando la noche llegó y todos se retiraron a dormir, Kenji permaneció despierto en su habitación, mirando el techo con una mezcla de emoción y responsabilidad pesando en su pecho.
Tenía un plan. No podía limitarse a existir en este mundo. Tenía que dejar huella, construir algo que lo hiciera sentir vivo, que justificara esta segunda oportunidad.
Miró la guitarra en la esquina y la tomó entre sus manos. Las cuerdas respondieron con un sonido cálido, casi como una bienvenida. Tocó una melodía suave, dejando que los acordes llenaran el silencio. Cada nota era una promesa: este no sería solo un extra en la historia de otros. Sería el protagonista de la suya.
Mientras sus dedos se movían sobre las cuerdas, sonrió con determinación.
—Bienvenido a tu nueva vida, Kenji Hori. Haz que valga la pena.
Y, en algún rincón de su mente, un pensamiento lo hizo sonreír aún más:
Si Marin está aquí… ¿qué otras sorpresas me esperan?
El reloj marcaba la medianoche cuando dejó la guitarra a un lado y apagó la luz. Mañana comenzaría a mover sus fichas. Mañana empezaría a construir el mundo perfecto.
Pero en el fondo sabía algo: incluso los planes más sólidos pueden quebrarse cuando entra en juego lo impredecible… y en el horizonte, algo le decía que no solo Kyoko y Miyamura tendrían una historia interesante.
Kenji cerró los ojos, sin imaginar que muy pronto, dos nombres cambiarían su vida para siempre: Sakura y Sawada.