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Chapter 3 - Capitulo 3

Habían pasado dos meses desde el colapso del sistema. La isla, cubierta por una densa niebla matinal y un silencio inquietante, ya no mostraba señales humanas. Las instalaciones estaban cubiertas de maleza, los caminos eran invadidos por raíces y las cámaras de seguridad colgaban inertes como cadáveres tecnológicos de una era extinguida.

El doctor no había dejado de moverse. Se había establecido en una pequeña estructura semienterrada cerca de un acantilado, una antigua estación de monitoreo meteorológico que, con algunos ajustes, servía como refugio improvisado. Desde allí partía cada día con cautela, cuaderno en mano, binoculares colgando del cuello, y una pistola de bengalas que sólo usaba en casos extremos.

No era un cazador. Era un observador.

Durante semanas, se había desplazado entre los linderos de cada zona delimitada por la antigua división del parque. Ya no había cercas activas, pero las criaturas parecían respetar ciertos límites naturales, al menos por ahora.

Zona pantanosa. El lugar donde aquel ser... esa cosa híbrida, había sido avistada por última vez. Evitaba acercarse, pero tomaba notas desde la distancia. El doctor había registrado marcas profundas en los árboles, plumas oscuras incrustadas en la corteza y huellas con forma de media luna que no coincidían con ningún animal conocido. Incluso los grandes depredadores evitaban esa zona. Él también.

Zona central. Una extensión amplia de praderas y colinas. Desde una loma, con la vista despejada, vio a uno de los jóvenes carnívoros dominantes —no se atrevía aún a llamarlo por nombre— acechar a un grupo de Hadrosaurios. No cazaba por hambre, parecía hacerlo por práctica. Un rasgo peligroso en un depredador inteligente.

A pocos kilómetros, divisó un grupo de Triceratops. Eran más territoriales de lo esperado. En una ocasión, observó cómo uno de ellos cargaba con furia contra un par de pequeños depredadores —probablemente un par de juveniles de Ceratosaurus— que intentaron acercarse al rebaño. El impacto levantó una nube de tierra. Uno de los carnívoros huyó cojeando. El otro no se levantó.

Zona rocosa. Un lugar escarpado y seco. Aquí fue testigo de un enfrentamiento breve pero brutal. Dos grandes depredadores —Acrocanthosaurus— patrullaban en pareja, como lo hacían desde que la isla cayó en caos. Su andar era metódico, y no toleraban intrusos. Un Allosaurus solitario cruzó su territorio por error. El conflicto fue inevitable. El doctor no pudo ver todo el combate, pero oyó los rugidos y luego vio al Allosaurus retirarse ensangrentado hacia el este. Los Acrocanthosaurus permanecieron firmes.

Zona boscosa. Un laberinto verde donde los sonidos nunca cesaban. Allí, los Suchomimus y Baryonyx cazaban en las orillas de los ríos. El Spinosaurus, aunque no se dejaba ver con frecuencia, había dejado evidencia de su paso: peces gigantes descuartizados, huellas enormes en los bancos de barro, árboles rotos. A pesar de su tamaño, era sigiloso, casi fantasmal.

En su cuaderno, el doctor trazó mapas rudimentarios. Anotó rutas seguras, zonas de mayor actividad, posibles fuentes de agua potable. Dedicaba páginas enteras a las conductas sociales de los dinosaurios: jerarquías, vocalizaciones, reacciones al peligro.

Una noche, mientras regresaba al refugio, oyó el rugido lejano de una manada de raptores. No era un ataque, era otra cosa... coordinación. Comunicaban algo, tal vez una alerta. Los ecos se fundieron con el viento, pero dejaron al doctor con la sensación de que, aunque él observaba... también era observado.

Esa misma madrugada, en la zona central, una manada de herbívoros se movilizaba bajo la luna. El doctor, oculto tras un tronco caído, divisó una figura solitaria al acecho. No era el híbrido. Era un depredador más común, quizá un Carnotaurus.

Intentó emboscar a los herbívoros. Sin embargo, un grupo de Triceratops, liderado por un ejemplar de enormes cuernos y cicatrices en el cuello, reaccionó con furia. El Carnotaurus apenas tuvo tiempo de girarse antes de recibir una embestida directa. El doctor contuvo el aliento. La defensa fue efectiva: no solo repelieron al atacante, sino que demostraron una estructura de protección coordinada. No eran simples bestias, eran una manada bien organizada.

Días después, el doctor anotó una línea solitaria:

"Los humanos se han ido. Pero la vida... la vida encontró su lenguaje aquí."

Y ese lenguaje era uno de rugidos, pisadas pesadas, bramidos defensivos y silencios tan densos como la niebla de la mañana. El doctor no sabía cuánto tiempo más podría sobrevivir. Pero sabía que debía seguir observando.

Porque la isla, ahora más que nunca, hablaba.

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