WebNovels

Chapter 14 - Capítulo 14 – Entre el mar y el silencio

No supe en qué momento empezó a temblar el aire entre nosotros.

Quizás fue cuando lo ayudé a bajar del coche y el viento del mar le despeinó el cabello, o tal vez cuando nuestras manos se rozaron por accidente y ninguno de los dos se apresuró a separarse.

Pero lo sentí.

Era algo que no se podía nombrar, un cambio imperceptible, como si el mundo entero se hubiera detenido un segundo para mirarnos.

Hacía tanto que no lo veía sonreír de verdad.

El sol le daba en el rostro y la brisa le movía la camisa, y por un instante, no vi al hombre que había cuidado durante meses, sino al que existía antes del dolor.

Libre, vivo, de pie frente al mar.

Yo debería haber sentido orgullo profesional —era su enfermera, después de todo—, pero lo que sentí fue otra cosa.

Una mezcla de ternura y miedo.

Miedo de lo que mi corazón estaba empezando a entender.

—¿Hace cuánto no venías aquí? —le pregunté, más para disimular mi temblor que por curiosidad.

—Desde antes del accidente. Venía a correr todas las mañanas. —Su voz se quebró apenas—. Ahora es distinto.

—No del todo —le respondí—. El mar sigue esperándote.

Él me miró de un modo que no supe sostener.

Tuve que apartar la vista hacia las olas, fingiendo que el viento me molestaba.

Caminamos despacio por el malecón.

Yo lo empujaba suavemente, cuidando cada piedra, cada desnivel.

El murmullo del mar nos envolvía.

A veces hablábamos, otras no.

Pero en los silencios se decía más que en las palabras.

En un momento, una niña se acercó con un globo rojo.

Nos miró y preguntó si yo era su esposa.

No sé qué me hizo sonrojar más: la inocencia de la pregunta o el silencio que siguió después.

—No, cariño, soy su enfermera —le dije.

Pero cuando la niña se fue, mis propias palabras me dolieron.

"Su enfermera."

De pronto sonó demasiado poco para lo que estaba sintiendo.

Julián no dijo nada, pero su mirada lo dijo todo.

Y yo tuve que mirar el horizonte otra vez, fingiendo serenidad.

Durante el almuerzo, me reí más de lo que esperaba. Él también.

Era como si el sol nos hubiera deshecho las penas por un rato.

Pero cada vez que nuestras miradas se encontraban, esa paz se transformaba en algo más denso, más vivo.

Era una corriente que me recorría el cuerpo entero y me obligaba a fingir que nada pasaba.

Cuando la tarde comenzó a caer, el cielo se tiñó de naranja.

Volvimos al coche.

Julián miraba el paisaje con los ojos brillantes, como si viera el mundo por primera vez.

Yo lo miraba a él, intentando no dejar que se notara cuánto me conmovía su forma de volver a la vida.

El viaje de regreso fue silencioso.

No era el silencio cómodo de la costumbre, sino el que se llena de pensamientos.

Cada palabra no dicha parecía rozar el aire.

En casa, lo ayudé a bajar.

Él sonrió, cansado pero feliz.

—¿Cansado? —le pregunté.

—No. Vivo. —Y sonrió con esa calma que me desarma.

Esa palabra —vivo— me acompañó toda la noche.

Vivo.

Y yo también lo estaba, aunque hacía meses que no me sentía así.

Más tarde, cuando todo estuvo en silencio, preparé una taza de té y subí a su habitación para ver si necesitaba algo.

La puerta estaba entreabierta.

Julián estaba despierto, mirando la ventana.

La luz de la luna caía sobre su rostro y por un instante me pareció que el tiempo se detenía.

—¿No puedes dormir? —pregunté en voz baja.

—No. Pienso en todo lo que vi hoy… y en todo lo que sentí —dijo sin mirarme.

Su tono tenía algo diferente, más cálido, más vulnerable.

Me acerqué despacio.

—Fue un buen día —murmuré.

—Sí —respondió—. Fue más que eso.

No supe qué decir.

Él giró el rostro hacia mí.

Su mirada me sostuvo, firme, serena.

Era una de esas miradas que te desnudan sin tocarte, que te atraviesan y te dejan sin aire.

—Gracias por traerme de vuelta —dijo, bajito.

—No me agradezcas —respondí—. Solo hice mi trabajo.

—No, Elena. No fue tu trabajo. Fuiste tú.

Mi respiración se detuvo un instante.

No era solo lo que dijo, sino cómo lo dijo.

Con la voz llena de verdad, como quien confiesa algo que llevaba tiempo guardando.

Me quedé de pie, sin atreverme a acercarme ni a alejarme.

El silencio se volvió pesado, eléctrico.

Podía oír el latido de mi propio corazón.

Entonces él bajó la mirada, como si temiera haber dicho demasiado.

—Perdón —susurró.

—No —dije casi sin voz—. No pidas perdón.

Y me quedé allí, a su lado, sin moverme, sin hablar.

El viento del mar se colaba por la ventana, trayendo el olor de la noche.

La luna iluminaba apenas su rostro, y pensé que nunca había visto tanta vida en unos ojos.

No sé cuánto tiempo pasó.

Solo sé que cuando al fin salí del cuarto, mis manos temblaban.

Cerré la puerta despacio y apoyé la espalda contra la pared del pasillo.

El corazón me latía con fuerza.

Intenté respirar, pero el aire parecía distinto.

Más denso, más vivo, más lleno de todo lo que no debía sentir.

En ese momento supe que algo dentro de mí había cambiado para siempre.

Que ya no podía mirar a Julián como antes.

Que cada palabra, cada gesto, cada silencio entre nosotros era una línea que nos acercaba un poco más al borde de algo inevitable.

Y sin embargo… no tenía miedo.

Por primera vez, no lo tenía.

Esa noche dormí poco.

El sonido del mar se mezclaba con mis pensamientos, y su voz —su vivo— no dejaba de repetirse en mi cabeza.

Había una nueva vida latiendo en esta casa, y aunque no sabíamos qué nombre ponerle, ambos la sentíamos.

Continuará…

---

More Chapters