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Chapter 67 - Capitulo 65

El dragón inclinó la cabeza, dejando escapar un resoplido que levantó polvo y ceniza.

Sus ojos, dos brasas vivas, se clavaron en él como si lo escucharan sin necesidad de palabras.

"Āeksia iksan," dijo el príncipe en voz baja.

El sonido de la lengua valyria pareció vibrar en el aire, antiguo y poderoso, como si la misma tierra lo recordara.

"Eres un misterio."

El dragón parpadeó lentamente, y durante un instante, Jaehaerys creyó ver una chispa de comprensión en aquellas pupilas abisales.

El viento trajo consigo el olor del mar y del fuego, y algo en su interior —una parte de sí que nunca había sentido despierta— respondió a ese llamado ancestral.

El Caníbal, con su colosal cuerpo posado en la arena, no hizo un movimiento agresivo. En su lugar, soltó un gruñido bajo, un sonido que no era de amenaza, sino de un profundo y primario reconocimiento. Era el sonido de la fuerza reconociendo a la sangre, del depredador reconociendo a su señor.

Jaehaerys bajó su mano, ya sin temor, y caminó despacio hacia el dragón. Los pequeños pasos del niño sobre la arena contrastaban con la inmensidad inamovible de la bestia.

El dragón mantuvo la calma, pero el aire a su alrededor se volvió más caliente, vibrando con el poder contenido en sus escamas. Jaehaerys extendió la mano hacia el hocico del dragón, justo donde la escama se unía al hueso. Sus dedos se cerraron sobre la superficie áspera y cálida, sintiendo la textura del antiguo poder.

"Syndros," susurró Jaehaerys, usando el alto valyrio para referirse a la 'unión' o 'lazo'.

La criatura no se movió. Simplemente cerró los ojos y exhaló una bocanada de aire caliente que revolvió el cabello del niño. En ese momento, en la quietud de la mañana, Jaehaerys supo que el lazo era real. No era solo un Targaryen domando a una bestia; era la conexión entre dos seres nacidos para el fuego, una comunión de sangre y destino.

El sol se levantó por completo sobre el horizonte. La luz dorada bañó la playa, el castillo de Isla Zarpa y, sobre todo, al dragón negro y al príncipe, que permanecían unidos en un juramento silencioso. El Caníbal no era un monstruo. Era su dragón.

Y con el Caníbal a su lado, los sueños de destrucción que había visto en su pesadilla... se convirtieron de repente en un poder que podía forjar el mundo.

El lazo se sentía como una cuerda de fuego tensa en su pecho. Jaehaerys percibía al Caníbal no como una mascota o una montura, sino como una extensión de su propia voluntad, antigua y salvaje. Sentía el hambre primitiva del dragón, el dolor sordo de su herida y, sobre todo, una rabia latente contra un enemigo desconocido.

El Caníbal abrió sus ojos esmeralda, y Jaehaerys sintió una oleada de imágenes. No eran palabras, sino sensaciones: la inmensidad del océano bajo sus alas, el sabor metálico de la sangre, el miedo de los hombres. Y después, una visión fugaz pero nítida: **un dragón diferente, de escamas negras y rojas, con una constitución más alargada y afilada, luchando ferozmente. Las imágenes eran caóticas, llenas de fuego, humo y un olor a azufre que era más denso, más antiguo, que el de Rocadragón. Era un olor a ruina ardiente.**

La ira del Caníbal inundó los pensamientos de Jaehaerys.

—"Valyria," susurró Jaehaerys, y el nombre resonó con una intensidad sombría en su mente. **El dragón

en su visión no era caraxes, ni ninguna de las bestias conocidas del reino. Era salvaje, una criatura de un lugar más allá del mar conocido, un lugar consumido por la catástrofe.**

El Caníbal soltó un gruñido que hizo vibrar el aire, un sonido de profundo resentimiento y de una tristeza inmensa. **Jaehaerys, al tocar la escama oscura, sintió la memoria del dragón: el calor de una docena de volcanes ardiendo a la vez, el grito de un mundo que se rompía. El Caníbal no había nacido en Rocadragón, sino que lo había echo en Valyria después de la perdición, habíavolado desde las ruinas humeantes a través del Mar Angosto, portando consigo el trauma y la ferocidad de la Perdición. Entendió que el dragón había sobrevivid en ese entorno, y que quizás, otros dragones también lo habían hecho, permaneciendo salvajes en su antiguo hogar. La herida era una marca de su último enfrentamiento, una batalla para huir de ese lugar maldito.**

—"Zaldrīzes… hen Valyria iksan," (Dragón… eres de Valyria) – murmuró Jaehaerys con un asombro reverente, **la realización de que el Caníbal era undragónnacidode la Perdición, un eslabón vivo con el pasado absoluto de su Casa, lo abrumó.**

Un grito distante, agudo y nervioso, rompió la comunión.

—¡Príncipe! ¡Alteza!

Jaehaerys giró la cabeza. Vio a Lord Bartimos Celtigar y a Lyonel corriendo por la orilla, seguidos por una docena de soldados. Sus rostros estaban pálidos de terror; no miraban al príncipe, sino al dragón negro a su lado.

El Caníbal emitió un resoplido impaciente, sus ojos clavados en los humanos que se acercaban. El lazo en el pecho de Jaehaerys se tensó: el dragón estaba listo para volar o para atacar, la paciencia del rey de las sombras era limitada.

—¡Mi príncipe, tenga cuidado! —gritó Bartimos, deteniéndose a una distancia prudencial, con la mano temblando sobre la empuñadura de su espada.

Jaehaerys dio un paso atrás, interponiéndose entre el dragón y los Celtigar, levantando una mano para detenerlos.

—Tranquilo, mi Lord. El dragón… no hará daño.

Bartimos lo miró con incredulidad. —¡Aléjese de esa bestia, alteza! ¡Es Salvaje!

Jaehaerys sonrió, una expresión de calma inquebrantable que no se correspondía con su edad.

—Lo sé, mi Lord. —Dijo con voz clara y firme, dirigiéndose al dragón en alto valyrio—: "Sōvēs, ñuha zaldrīzes. Jēdar." (Vuela, mi dragón. Regresa a casa).

El Caníbal pareció entender la orden. Soltó un rugido atronador —el sonido de una promesa y una despedida—, desplegó sus alas con un golpe que levantó una tormenta de arena y roca, y ascendió al cielo.

La inmensa sombra negra cubrió brevemente a los Celtigar, y luego se perdió sobre el horizonte, dejando solo el olor a ceniza, el rugido del viento y el silencio atónito de los hombres.

Jaehaerys se giró hacia Bartimos y Lyonel, con la expresión serena de quien acaba de hacer algo trivial.

—Ya se ha ido —dijo, sonriendo con cansancio—. Ahora, mi Lord, creo que debo un cuervo al rey.

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