El aire se volvió pesado en cuanto Kyoko cruzó la puerta. El golpe seco contra la pared resonó como un trueno en el silencio de la habitación. Kenji ni siquiera tuvo tiempo de esconder la tarjeta. Estaba allí, sobre el escritorio, brillando bajo la luz cálida del flexo como una confesión que no necesitaba palabras.
Kyoko no dijo nada al principio. Se quedó quieta, con la mano aún sobre el pomo, los ojos clavados en ese pedazo de cartón como si fuera un arma cargada. Luego, lentamente, levantó la mirada hacia él. Sus pupilas, normalmente cálidas, ardían con algo que Kenji rara vez había visto: decepción.
—¿Qué es esto? —preguntó, y su voz fue un filo envuelto en seda.
Kenji tragó saliva, sintiendo cómo la garganta se le cerraba.
—Kyoko, yo…
—¿Tú qué? —interrumpió ella, avanzando un paso—. ¿Por qué hay una tarjeta en tu escritorio que dice Aurora Music?
El nombre colgó en el aire como una amenaza. Kenji se incorporó lentamente, intentando mantener la calma, pero su mente era un torbellino.
—Es… una oportunidad —murmuró, odiando lo débil que sonaba su voz.
Kyoko soltó una risa breve, seca.
—¿Una oportunidad? ¿Y planeabas contármelo cuándo? ¿Cuando ya te hubieras ido?
—No es lo que piensas —dijo él, dando un paso hacia ella—. Solo… necesitaba tiempo para decidir.
—¿Tiempo? —repitió, y su tono subió medio octavo—. ¿Tiempo para qué, Kenji? ¿Para abandonar todo lo que tenemos aquí? ¿Nuestra familia? ¿La banda que tanto presumes que amas?
Kenji sintió un golpe en el pecho con cada palabra. Quiso responder, pero Kyoko no había terminado.
—¿Sabes lo que duele? —continuó, y ahora su voz temblaba—. Que siempre pensé que podíamos confiar el uno en el otro. Que éramos… un equipo. Pero parece que estaba equivocada.
La frase le atravesó como un cuchillo.
—Kyoko… —dio otro paso, intentando acercarse, pero ella retrocedió, levantando una mano como barrera.
—No. No intentes endulzarlo. Si tanto querías irte, ¿por qué fingir todo este tiempo? ¿Por qué hacerme creer que estabas aquí para nosotros?
Kenji apretó los puños, sintiendo que algo dentro de él se rompía.
—¡Porque sí estoy aquí! —explotó, y su voz resonó en las paredes—. ¡Todo lo que hago, lo hago también por ustedes! Pero… no puedo ignorar esto. Es mi sueño, Kyoko. ¿Tan difícil es entenderlo?
El silencio que siguió fue brutal. Kyoko lo miró como si no lo reconociera.
—¿Tu sueño? —susurró, y había más dolor que rabia en esa frase—. Creí que tu sueño éramos nosotros.
Kenji sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Pero antes de que pudiera responder, un ruido en el pasillo lo hizo girar. Yuriko estaba allí, inmóvil, con una bandeja en las manos. No dijo nada, pero sus ojos… decían demasiado.
El corazón de Kenji se desplomó.
—Mamá… —empezó, pero ella lo interrumpió con una sonrisa triste.
—Terminen de hablar —dijo suavemente, y se alejó sin más.
Kyoko apretó los labios, conteniendo algo que parecía a punto de quebrarla. Luego giró sobre sus talones y salió, dejando la puerta abierta de par en par.
Kenji se dejó caer en la silla, cubriéndose el rostro con las manos. El peso en su pecho era insoportable. Todo lo que había intentado proteger se estaba desmoronando.
El silencio duró apenas unos segundos antes de que el teléfono vibrara en el escritorio. El nombre en la pantalla hizo que la sangre se le helara.
Reiji Nakamura.
Respondió con manos temblorosas.
—Kenji. —La voz al otro lado sonó firme, cortante—. Espero que hayas pensado bien mi oferta. Porque tu tiempo… se está acabando.
La llamada se cortó antes de que pudiera decir una palabra.
Kenji se quedó allí, con el teléfono aún pegado al oído, mientras el eco de esa voz y las lágrimas contenidas de Kyoko resonaban en su mente.
Por primera vez desde que llegó a este mundo, sintió miedo. Un miedo real. Porque estaba a punto de perder todo… sin saber si lo que ganaría valía la pena.