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Chapter 24 - Jugada a Tres Bandas 

El sonido de la lluvia golpeando los cristales parecía un aplauso cruel, marcando el ritmo de un momento que Kenji habría querido evitar a toda costa. Reiji estaba allí, de pie en el umbral, tan impecable como la noche anterior, con ese porte que mezclaba elegancia y amenaza.

Kenji tardó un segundo en reaccionar, congelado por la sorpresa y el pánico.

—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó, intentando que su voz no temblara.

Reiji sonrió con calma, como quien entra en un tablero donde ya conoce cada movimiento.

—Dijiste que necesitabas tiempo. Te lo di. Ahora vine a asegurarme de que lo uses bien.

Kenji sintió un nudo en el estómago. No podía dejarlo entrar. No aquí. No donde cada pared respiraba la intimidad de su familia.

—No es buen momento… —murmuró, intentando cerrar la puerta.

Pero Reiji la detuvo con una mano firme, aunque su sonrisa nunca se borró.

—Kenji, el buen momento no existe. Solo decisiones. Y esta… —se inclinó apenas hacia él— no puede esperar más.

El corazón de Kenji latía tan fuerte que le dolían las sienes. Antes de que pudiera responder, una voz sonó detrás:

—¿Quién es?

Kenji giró, y el mundo se le vino encima. Kyoko estaba allí, con el ceño fruncido, mirando la escena con ojos que pedían explicaciones.

—Un… un conocido —dijo Kenji, odiando lo patético que sonaba.

Reiji, por supuesto, no ayudó. Dio un paso adelante, sonriendo con esa cortesía envenenada que helaba la sangre.

—Encantado —dijo, inclinándose levemente—. Soy Reiji Nakamura. Represento a Aurora Music.

El nombre cayó como una bomba. Kyoko lo repitió en un susurro, y sus manos se cerraron en puños.

—¿Aquí? ¿En nuestra casa? —su voz era baja, peligrosa.

—Kyoko… —empezó Kenji, pero Reiji lo interrumpió.

—Tranquila —dijo con suavidad, como si hablara con una niña—. Solo vengo a ofrecerle a tu hermano lo que se merece: una carrera a la altura de su talento.

Kyoko avanzó un paso, la mirada ardiendo.

—¿Y para eso te metes en nuestra casa sin permiso?

Reiji sonrió más, y en ese gesto había veneno.

—Los grandes cambios no esperan en la puerta, señorita Hori.

Kenji sintió que la tensión iba a explotar.

—¡Basta! —gritó, interponiéndose entre ambos—. Reiji, vámonos afuera. Ahora.

El silencio que siguió fue espeso como humo. Reiji lo sostuvo con la mirada un segundo eterno antes de asentir.

—Como quieras. Pero recuerda… —su voz bajó hasta volverse un susurro— el tiempo corre.

Salió con pasos tranquilos, como si la casa fuera suya, y Kenji cerró la puerta de golpe, apoyando la frente contra la madera. Su respiración era un caos. Kyoko estaba detrás, y podía sentir la tormenta que se acumulaba en su mirada.

—¿Hasta dónde pensabas llegar sin decirme nada? —preguntó ella, y su voz era pura furia contenida.

Kenji no respondió. No podía. Porque en ese momento, sintió algo peor que su enojo: el sonido suave de pasos en el jardín. Giró hacia la ventana y su corazón se detuvo.

Una silueta estaba allí, bajo la lluvia, observando. El cabello oscuro pegado al rostro, la mochila colgando… Sawada.

Sus ojos se encontraron por un segundo, y en ellos Kenji vio algo que le heló la sangre: no era rabia. Era dolor.

La chica dio media vuelta y se alejó, perdiéndose entre las sombras.

Kenji sintió que todo se derrumbaba.

Kenji permaneció frente a la puerta cerrada, con las manos temblando y la respiración entrecortada. La imagen de Sawada bajo la lluvia seguía clavada en su mente como una espina. ¿Cuánto había escuchado? ¿Qué pensaría ahora? El estómago se le revolvía solo de imaginarlo.

—Kenji… —la voz de Kyoko lo arrancó de sus pensamientos. Cuando giró, ella estaba allí, con los brazos cruzados, la mandíbula tensa y los ojos brillando de rabia contenida—. Vas a explicarme. Todo.

Kenji tragó saliva, buscando una respuesta que no sonara hueca.

—Kyoko, yo…

—¡Ahora! —su voz retumbó, haciendo que el silencio de la casa se volviera un eco ensordecedor—. ¿Qué diablos fue eso? ¿Quién es ese tipo? ¿Qué pretende contigo?

Kenji bajó la mirada, apretando los puños. Cada palabra era como una cuerda tirando en direcciones opuestas. Finalmente, dejó escapar un suspiro largo, resignado.

—Es… un representante —dijo, y la tensión en el aire se volvió hielo—. Me ofreció un contrato para entrar en Aurora Music.

Kyoko parpadeó, incrédula.

—¿Un contrato? ¿Y pensabas firmarlo sin decirnos nada?

Kenji sintió que la rabia y la impotencia chocaban dentro de él.

—¡No lo sé, Kyoko! ¡No tengo nada decidido! —alzó la voz, y las palabras salieron cargadas de desesperación—. Pero… ¿sabes qué siento? Que si digo que no, me paso la vida preguntándome qué habría pasado si decía que sí.

El silencio que siguió fue un cuchillo entre ambos. Kyoko lo miró largo rato, y cuando habló, su voz era más baja, pero mil veces más dolorosa.

—Siempre creí que estábamos juntos en esto. Que confiábamos el uno en el otro. Pero parece que estaba equivocada.

Kenji sintió algo romperse en su interior. Dio un paso hacia ella, pero Kyoko retrocedió, levantando la mano como un muro invisible.

—No digas nada más —susurró, con los ojos brillando—. Porque lo poco que queda… se va a romper del todo.

Giró sobre sus talones y salió, dejando tras de sí un vacío que dolía más que cualquier golpe.

Kenji se dejó caer contra la pared, sintiendo el peso del mundo sobre los hombros. Entonces, el teléfono vibró.

Mensaje nuevo: Reiji Nakamura.

"Muy buen movimiento, Kenji. Esa chica es intensa. No dejes que arruine tu futuro. El contrato está listo. Mañana, 7 p.m. No faltes."

Debajo, otra imagen. Esta vez, el corazón de Kenji se heló. Era una foto de Sawada… tomada desde lejos, en el mismo lugar donde la vio bajo la lluvia.

"No compliquemos esto, ¿de acuerdo?"

El teléfono casi se le cayó de las manos. Esto ya no era presión. Era control. Manipulación. Amenaza.

Antes de que pudiera reaccionar, sonó una llamada. Marin.

Kenji contestó, la voz apenas un hilo.

—¿Qué pasa?

—Kenji-kun… —sonaba agitada—. ¡Acaban de publicar que te vas de la banda! ¡Con capturas del contrato y todo!

Kenji sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

—¿Qué…?

—¡Internet está ardiendo! —continuó Marin, al borde del pánico—. ¡Dime que no es cierto!

Pero él no pudo responder. Porque en ese instante, escuchó la puerta principal cerrarse con un golpe. Kyoko se había ido. Y Sawada… ¿dónde estaba Sawada?

Sin pensarlo, Kenji salió corriendo, atravesando la lluvia que azotaba el vecindario. El agua le golpeaba el rostro, la ropa pegada al cuerpo, pero no le importaba. Tenía que encontrarla. Tenía que explicarle antes de que esto se desmoronara del todo.

Corrió calle tras calle, el corazón martillando en las sienes, hasta que la vio: bajo un árbol, empapada, con la mochila colgando y la mirada perdida en el suelo.

—¡Sawada! —gritó, acercándose.

Ella levantó la cabeza, y el brillo en sus ojos lo destrozó. No era odio. Era traición.

—¿Es cierto? —preguntó, con la voz rota por algo más que el frío—. ¿Te vas a ir?

Kenji sintió que las palabras se le atascaban en la garganta.

—Yo… no quiero perderte —susurró, y esa fue la única verdad que pudo decir.

Sawada sonrió con tristeza, y esa sonrisa valía más que mil reproches.

—Entonces… no me hagas esperar sola. —Dio media vuelta y comenzó a alejarse bajo la lluvia, dejando tras de sí huellas que el agua borraba al instante.

Kenji la miró desaparecer, sintiendo que todo se le escapaba entre los dedos. Y entonces, sonó otra notificación en su teléfono.

"Nueva ubicación compartida: Café Hoshizora, 19:00. No faltes."

Reiji acababa de mover su última ficha.

Kenji volvió a casa con los zapatos pesados por el agua y la ropa pegada a la piel, pero el verdadero peso estaba en el pecho. Cada paso por el pasillo sonaba hueco, como si las paredes lo miraran con juicio. Cerró la puerta y dejó la mochila caer al suelo con un golpe sordo.

La casa estaba en silencio. Demasiado silencio. Ni la voz alegre de Sota, ni la música suave que Yuriko solía poner en la cocina. Kenji se quitó la chaqueta empapada y la dejó colgando, el goteo marcando un compás irregular en el suelo.

Cuando subió las escaleras, la vio: Yuriko, de pie en el umbral de su habitación, con los brazos cruzados y el rostro sereno, pero con esa calma peligrosa que precede a una tormenta.

—¿Dónde estabas? —preguntó, y la suavidad de su voz fue peor que un grito.

Kenji tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.

—Tenía que… aclarar algo.

—¿Aclarar algo bajo la lluvia? ¿Sin decir nada? ¿Después de que Kyoko se fuera llorando? —cada palabra era un golpe—. Kenji… ¿qué está pasando?

El nudo en su garganta se hizo insoportable. Por un segundo, pensó en confesarlo todo. Pero antes de que pudiera articular una palabra, un sonido retumbó desde el piso inferior: la puerta principal abriéndose.

Y entonces, la voz que más temía:

—Perdón por entrar sin anunciarme. —Reiji Nakamura apareció en la escalera, impecable, con una sonrisa que heló la sangre de Kenji—. Pero creo que ya es hora de dejar las cosas claras.

Yuriko giró hacia él, desconcertada, y en sus ojos brilló algo que Kenji no había visto en años: alerta pura.

—¿Quién… es usted? —preguntó, con un tono que destilaba protección.

Reiji sonrió como si le hubieran dado la entrada triunfal que esperaba.

—Solo un hombre que quiere darle a su hijo lo que se merece.

Kenji bajó de dos en dos los escalones, interponiéndose entre ambos.

—¡Reiji, basta! ¡Te dije que no vinieras aquí!

Pero él no se inmutó. Dio un paso más, sus zapatos resonando sobre la madera como martillazos.

—Kenji, no te engañes. No vine a presionarte. Vine a salvarte. ¿De qué? —se inclinó ligeramente, su voz un susurro venenoso—. De desperdiciar tu vida en una escuela que no te entiende, en una banda que nunca saldrá de estos muros.

—¡Cállate! —rugió Kenji, y su voz resonó en toda la casa.

El silencio que siguió fue roto por un golpe seco: la puerta principal cerrándose de nuevo. Kenji giró y sintió que el corazón se le desplomaba. Marin estaba allí, empapada, con el cabello pegado al rostro y los ojos abiertos como platos.

—Kenji… —su voz era apenas un hilo—. ¿Qué… qué significa esto?

Y no venía sola. Detrás de ella, con la respiración agitada y la mirada hecha pedazos, estaba Sakura.

El tiempo pareció detenerse. Yuriko, inmóvil, con las manos crispadas; Reiji, sonriendo como un ajedrecista que acaba de dar jaque; Marin, temblando entre furia y desconcierto; y Sakura, con lágrimas mezclándose con la lluvia en sus mejillas.

Kenji abrió la boca, buscando algo que pudiera arreglar ese desastre, pero entonces el teléfono vibró en su bolsillo.

Lo sacó con manos temblorosas y leyó la notificación:

"Nuevo artículo publicado: 'El hermano perfecto abandona todo por la fama'."

Debajo, una foto: él y Reiji, juntos, en la puerta de su casa.

Kenji sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Reiji lo miró, sonriendo con la calma de quien acaba de ganar la primera batalla.

—Nos vemos mañana, Kenji —dijo, y salió, dejando tras de sí un silencio que pesaba toneladas.

Kenji levantó la vista, y lo que vio en los ojos de Marin, Sakura y Yuriko no era odio. Era algo peor: desilusión.

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