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Chapter 3 - Capítulo 3 – Enero de 2006: La víspera del debut

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Capítulo 3 – Enero de 2006: La víspera del debut

La noche anterior al primer partido oficial con el segundo equipo de Cerro Porteño no fue como cualquier otra. La ciudad entera estaba envuelta en una calma húmeda, interrumpida solo por los sonidos lejanos de motocicletas y radios encendidas en alguna casa cercana. Yo, mientras tanto, estaba recostado en la litera superior del orfanato, con los brazos detrás de la cabeza, observando el techo como si allí pudieran proyectarse mis recuerdos más recientes.

Habían pasado casi dos semanas desde que arrancó la pretemporada. Dos semanas donde exprimí cada minuto. Donde transformé un cuerpo adolescente común en una herramienta pulida, fuerte, precisa. Sabía lo que hacía. No era suerte, ni milagro: era estrategia, instinto... y una segunda oportunidad.

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El 12 de enero fue el día en que me di cuenta de cuánto había avanzado. Durante un ejercicio de resistencia con los preparadores físicos, todos estábamos con la lengua afuera después de diez repeticiones de sprint. Todos menos yo. Respiraba hondo, claro, pero no sentía fatiga real. No como los demás.

—¡Matí, vos sos un bicho raro, che! —me gritó el profe Escurra, entre risas—. ¿Qué desayunás, motor de auto?

—Mandioca y voluntad, profe —le respondí bromeando, con una sonrisa que apenas ocultaba la verdad: mi cuerpo regeneraba la energía a un ritmo bestial. Podía entrenar el doble que los demás sin quedarme sin piernas.

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Del 13 al 15, enfoqué mi entrenamiento personal en técnica con ambas piernas. Aunque siempre fui diestro de nacimiento —al menos este cuerpo lo era—, la ambidestreza de mi alma se estaba manifestando con una naturalidad que incluso a mí me sorprendía. Practicaba tiros de esquina desde ambos lados, regates cortos, cambios de orientación. Mis compañeros comenzaron a notar que no sabían por dónde iba a salir.

Roque, siempre directo, me soltó una tarde:

—Ya no sé si sos zurdo o diestro, boludo. ¿Tenés GPS en las piernas?

—Tengo hambre de gloria —le respondí, sin necesidad de inventar excusas.

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La mañana del 16 entrenamos a puertas cerradas. Fue un ensayo táctico a campo completo, donde el profe Gómez armó una simulación contra un grupo mixto de juveniles del primer equipo. Yo marqué dos goles y di una asistencia con un pase filtrado entre líneas. El comentario general fue que estaba "encendido". Pero yo sabía que eso era apenas el inicio.

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Y ahora, con el uniforme listo sobre la silla de madera junto a la cama, repasaba todo. Mis dedos rozaban la tela azulgrana de Cerro con una mezcla de cariño y determinación. Mañana era el día.

Iba a jugar en el Estadio Luis Alfonso Giagni, contra los reservas de Sol de América. El segundo equipo de Cerro abría el año con ese partido, y aunque no hubiera cámaras, ni periodistas, ni miles de hinchas... para mí era la Champions League.

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Cerca de la medianoche, me levanté en silencio y salí al patio del orfanato. El cielo estaba cubierto de nubes, pero el aire fresco era un alivio. Me senté solo, mirando hacia la ciudad dormida.

Recordé, de pronto, lo que había sido mi otra vida.

Allí, yo era apenas uno más. Un chico sin posibilidades, invisible para el mundo. Trabajaba en una ferretería, soñaba con mujeres que jamás me miraban dos veces, y a duras penas podía pagarme la entrada para ver un partido del Real Madrid por televisión. Ni hablar de pensar en jugar.

Y sin embargo, ahora estaba acá. Con catorce años. Talento de sobra. Un don físico envidiable. Y algo más...

El anclaje de amor.

Sí, esa habilidad extraña que sentía como parte de este nuevo destino. Si alguien se enamoraba de mí... ya no se iría jamás. No sabía aún si era una bendición o una condena. Pero era real. Y, en silencio, sabía que algún día tendría que usarla.

Todavía no sabía con quién.

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Volví a mi habitación cerca de la una de la madrugada. No tenía sueño, pero necesitaba descansar. Me acosté, cerré los ojos, y visualicé todo el partido de mañana: cómo arrancaría la jugada del primer gol desde el mediocampo, cómo eludía a dos rivales, cómo la clavaba en el ángulo con la zurda. Cómo me abrazaban todos. Cómo el profe me aplaudía desde la banda.

Y luego... una imagen apareció en mi mente. Ella. La mujer que pronto aparecería. Aún no sabía cuándo, ni cómo, pero algo en mí lo presagiaba. No sería una chica de mi edad. Sería mayor, de esas que parecían inalcanzables... pero que yo, en otra vida, había visto por televisión con una mezcla de admiración y deseo. Malala Olitte. Aún no lo sabía, pero pronto nuestros caminos se cruzarían.

Y no sería por casualidad.

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Mañana debutaba. Mañana el plan comenzaba en serio.

Y el mundo... aún no lo sabía.

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