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Chapter 5 - Capítulo 5 – Señales desde la cancha

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Capítulo 5 – Señales desde la cancha

El estadio estaba en su punto máximo de euforia. Aunque no se trataba del primer equipo, las hinchadas de Cerro Porteño eran fervorosas en todos los rincones, y el estadio estaba más animado que nunca para ver el tercer partido de la temporada del segundo equipo. Los chicos de la reserva habían demostrado ser una buena cantera, y hoy era una oportunidad para seguir mostrando lo que podíamos hacer.

Ya tenía el recuerdo fresco del primer gol, el que había sido una especie de inicio para algo mucho mayor. Este segundo encuentro de local, contra Tacuary, estaba marcado por la misma energía, la misma pasión que el primero, pero algo había cambiado en mí. Mi confianza había crecido; había notado cómo la gente en el club comenzaba a mirarme diferente, como si algo en mi juego se hubiera desbloqueado.

El partido comenzó y el equipo estaba bien, sin altibajos. En el minuto 62, se produjo una jugada rápida por la banda derecha. El balón pasó por mis pies, lo dejé correr un poco antes de desbordar a un defensor. Cuando vi el hueco, toqué el balón con la pierna derecha, dejándolo a la distancia perfecta para un disparo cruzado. El gol fue tan limpio que la portería de Tacuary no tuvo chance de reaccionar. Gol. Otro gol para mí.

Cuando el balón se introdujo en la red, algo dentro de mí me empujó a mirar hacia las gradas. El rostro familiar no tardó en aparecer entre la multitud, como si de alguna manera la buscara sin quererlo. Allí estaba ella de nuevo, Malala Olitte, en el mismo lugar que en el partido anterior, pero ahora era diferente. La reconocí inmediatamente, incluso si el resto de los espectadores no se percataba de su presencia.

Me detuve un segundo en la celebración, mirando hacia su dirección. Ella me miró también, y esa mirada fue suficiente para que el mundo pareciera detenerse por un momento. Sentí como si no estuviera jugando en ese campo. Lo único que importaba era ese instante, esa conexión en el aire entre nosotros.

En un impulso, sin pensarlo demasiado, levanté los dedos de mi mano derecha formando un corazón con ellos. Después, como si la escena fuera de película, soplé un beso hacia ella. No era algo que hiciera habitualmente, no era parte de mi estilo, pero todo parecía indicar que debía hacerlo. La vi sonreír levemente, y mi pecho se llenó de una sensación extraña y placentera, como si estuviera llevando a cabo una misión que no sabía cómo había comenzado, pero sabía que debía continuar.

El pitido final llegó casi de inmediato después de la jugada. Ganamos 3-0, y como siempre, mis compañeros me felicitaron, pero mi mente estaba aún atrapada en esa imagen de Malala en la grada. En la celebración, mis ojos seguían buscando esa figura en el público, como si la necesite ver una vez más para confirmar que no había sido solo un sueño.

Cuando el árbitro finalizó el encuentro, los jugadores nos agrupamos en el centro del campo para recibir las palabras de aliento del entrenador. Pero yo apenas podía concentrarme en sus palabras. Solo pensaba en el mismo rostro, en esos ojos que me observaban con una intensidad que no podía entender del todo.

—¡Matí! —me gritaron varios de los chicos, animados por el gol. Ni siquiera me di cuenta de que había comenzado a caminar hacia las gradas hasta que uno de ellos me detuvo—. ¡Ey! ¿Adónde vas?

No respondí de inmediato, sólo señalé las gradas. Mi impulso era más fuerte que cualquier lógica futbolística en ese momento.

—Voy a buscarla —dije, sin mirar atrás.

Recuerdo cómo la multitud me miraba mientras subía por las escaleras del sector de la grada, y en mi cabeza solo sonaban las palabras que me había repetido una y otra vez: "si la vuelvo a ver, no puedo dejarla escapar". A medida que me acercaba, el bullicio del público y los gritos se atenuaban, solo me quedaba la imagen de Malala, que permanecía tranquila, mirando hacia el campo.

Al llegar a su altura, la vi girarse hacia mí. Los pocos segundos en los que nuestros ojos se encontraron parecieron infinitos. La sonrisa que ella me regaló me hizo sentir como si toda la energía del mundo estuviera concentrada en ese pequeño momento. Sabía que ella había notado el gesto que había hecho al golear. No tenía ni idea de qué pensaría, pero sentía que algo había cambiado.

—¿Cómo estás? —me atreví a preguntar, de manera casi tímida, pero con la seguridad de quien ya tiene algo de historia con la otra persona.

Malala me observó unos segundos más, su mirada cautelosa pero cálida.

—Te vi en la cancha —respondió con una sonrisa—. Buen gol.

El sonido de su voz, suave pero segura, me hizo sentir como si el resto del mundo desapareciera. Le devolví una sonrisa antes de hablar nuevamente.

—Gracias. ¿Vienes siempre a ver los partidos?

Ella asintió, no sin un atisbo de curiosidad en su mirada.

—Sí, cuando tengo tiempo. Me gusta el fútbol, aunque no soy una experta. Tú eres nuevo, ¿no?

—Sí, estoy en el segundo equipo —respondí con una sonrisa—. Tal vez algún día jugaremos en el primero.

La conversación fue breve, y antes de que pudiera decir más, ella me miró con una expresión que dejaba claro que estaba bien, que no había ningún tipo de prisa. La vi sacar su teléfono móvil, un viejo modelo de los años 2000, y me lo mostró con una leve sonrisa.

—¿Te gustaría hablar más tarde? —me preguntó, mientras su mano se movía hacia su bolsillo.

La pregunta me tomó por sorpresa, pero fue justo lo que necesitaba. De alguna manera, había dado el primer paso. Ahora, quedaba esperar que ese primer gol no fuera solo un paso en la cancha, sino también en nuestra historia.

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