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Chapter 104 - Un Excéntrico Alquimista

En la enfermería de la Academia Viento Profundo, un joven desaliñado dormía plácidamente. El aire del lugar estaba saturado con un aroma penetrante a hierbas amargas, alcanfor y el dulce rastro de reactivos químicos. Arthur abrió los ojos de golpe, desorientado.

—¿Qué… qué pasó? ¿Dónde estoy? —murmuró, intentando enfocar la vista—. Aaa… qué dolor de cabeza…

Se incorporó con dificultad. Estaba en una sala de techos altos, con paredes de piedra blanca que reflejaban la luz de las lámparas de aceite. Estantes cargados de frascos burbujeantes y polvos de colores extraños rodeaban su camilla.

¿Será esta la enfermería de la academia?

—pensó.

Intentó ponerse de pie, pero sus piernas, aún débiles por el esfuerzo extremo del combate, fallaron. Avanzó tambaleante hacia la puerta, pero antes de tocar la perilla, esta se abrió con un golpe seco. Un hombre delgado, de cabello alborotado y lentes que brillaban bajo la luz, lo miró con desaprobación.

—Joven, ¿qué haces levantado? Tu cuerpo aún es un desastre —dijo el hombre con voz cortante.

Con un movimiento fluido de su bastón, el profesor hizo que Arthur flotara en el aire unos segundos antes de depositarlo con firmeza sobre la camilla.

—Estos jóvenes… se creen inmortales. No miden las consecuencias de maltratar sus canales de maná —refunfuñó.

Arthur se hundió en las sábanas, algo avergonzado.

—¿Es usted profesor de la academia?

—Así es. Soy profesor de medicina y alquimia. Mi nombre es Viktor.

Arthur asintió con respeto.

—Gracias por atenderme, profesor Viktor. Soy Arthur Shopenhauer.

—Cuando llegaste parecías un cadáver reseco —rió Viktor con una pizca de humor negro—. Tu maná estaba drenado por completo. Unas horas más sin tratamiento y tus venas se habrían colapsado.

Mientras hablaba, una llama de un tono azul intenso brotó de la palma de Viktor. El fuego no quemaba el aire, sino que parecía alimentarse de las impurezas del caldero que flotaba frente a él. Arthur observaba hipnotizado.

—¿Te interesa la alquimia? —preguntó Viktor sin dejar de mezclar—. El camino de los elixires es arduo. Si entraras a la academia, podrías estudiar bajo maestros especializados.

Arthur bajó la mirada, el peso de su realidad golpeándolo de nuevo.

—No puedo entrar… me descalificaron por matar a mi oponente.

Viktor se detuvo un instante, mirándolo con curiosidad tras sus lentes, pero no hizo preguntas incómodas.

—La academia no es el único lugar para aprender, muchacho. Hay alquimistas errantes y maestros en las sombras. O podrías aprender por tu cuenta, aunque morirías en el intento un par de veces antes de lograr algo decente.

Viktor le entregó una píldora de un verde vibrante que pulsaba con energía vital.

—Tómala. Restaurará tu cuerpo y ayudará a que tu maná empiece a girar de nuevo.

Arthur la recibió con ambas manos, sintiendo el leve calor que emanaba de la medicina.

—Gracias, profesor.

***

Arthur abandonó la enfermería cuando la noche ya había reclamado el cielo de Trimbel. El coliseo, antes un nido de gritos, ahora era un esqueleto de piedra en silencio. Se acercó a un alumno que limpiaba los restos de la arena.

—¿Terminó el torneo? —preguntó Arthur.

—Ah, el chico de las sombras —dijo el estudiante con asombro—. No, el director decidió que la semifinal y la final serán mañana debido a los… incidentes.

El joven le puso al tanto de lo sucedido. Tras su descalificación, los duelos continuaron: Thoran derrotó a Loshy en un despliegue de esgrima impecable que no duró ni cinco minutos. Por otro lado, Timurk despedazó la defensa de Lanze en una demostración de brutalidad felina.

Los semifinalistas oficiales eran: Caron, Aurelia, Thoran y Timurk.

Arthur suspiró. Había estado tan cerca de esa protección, de esos recursos… ahora estaba solo.

***

Caminando por las calles desiertas, Arthur sintió el peso de la soledad. Sin la academia, el Colmillo Azul no tardaría en enviar a más asesinos, y esta vez no habría reglas de torneo que lo protegieran.

—¿Qué voy a hacer…? —murmuró al aire gélido.

Un cuervo siniestro aterrizó sobre su hombro, sus garras perforando levemente su ropa.

—Podríamos traer un ejército de no muertos y convertir Trimbel en un festín de carne fría… o liberar una peste. Kakakak…

Arthur palideció, ignorando las tendencias genocidas del Lich.

—Me refiero a… entrar a la academia de alguna forma.

—No necesitas a esos inútiles —bufó el Lich en su mente—. Yo puedo enseñarte la verdadera magia, la que hace que los reyes se arrodillen. Pero si tanto insistes… ¿por qué no buscas al profesor que conociste en la Mina Lunar? Lione, ¿no? Quizás ese viejo loco tenga algún vacío legal para un asesino como tú.

Arthur se detuvo en seco.

—Lione… cierto. Mañana iré a la final, pero no para luchar, sino para buscarlo.

Llegó a su posada y el sueño lo reclamó casi al instante. Mientras tanto, en un rincón oscuro de la habitación, el Lich escribía con una pluma hecha de hueso en un libro forrado en piel humana.

Afuera, en los límites de Trimbel, las sombras se alargaban. Clanes, sectas y ojos reales se posaban sobre la ciudad. La llama de la guerra no solo se estaba encendiendo; ya estaba empezando a quemar.

Fin del Capítulo.

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