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Chapter 103 - El toque de la muerte

Mientras Arthur y Moren se batían en un duelo a muerte, los murmullos de los espectadores crecían sin control. El ambiente en las gradas era eléctrico, una mezcla de morbo y respeto por la carnicería que presenciaban.

—Oye —dijo uno—, ¿quién crees que gane?

—No lo sé —respondió otro, sacudiendo la cabeza—. El duelo está parejo, y ambos ya han cruzado su límite. Ganará el que logre mantenerse consciente un segundo más.

Un guerrero veterano intervino con los ojos fijos en los rayos púrpura de Arthur.

—¿Vieron la habilidad de ese joven? Es **Camino Veloz**, el hechizo barato que venden en cualquier tienda de grado uno.

—¿Cómo puede ser? —preguntó alguien más—. Se supone que solo sirve para dar un breve impulso. Ese chico está causando explosiones de velocidad.

El veterano negó con la cabeza, asombrado.

—No es que sea otro hechizo. Es que está llevando el límite natural de la técnica al punto de ruptura. En manos de un maestro, una aguja puede ser tan letal como una espada legendaria. Él está convirtiendo un truco de principiante en una técnica prohibida.

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**El Palco de Profesores**

Los maestros también estaban impactados. La discusión era técnica y sombría.

—Ha forzado su red de maná —murmuró uno—. Usar Camino Veloz a esa intensidad debió haber vaciado sus reservas y dañado sus canales. Es un talento prodigioso, pero suicida.

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**En la Plataforma**

Arthur tenía los pies clavados al suelo, o lo que quedaba de ellos. Al escuchar las palabras de Moren, el pánico lo invadió. Intentó levantarse, pero sus piernas eran masas de carne y hueso destrozadas. La pérdida de sangre le nublaba la vista; el mundo se inclinaba.

Moren lo sostenía del cuello con una fuerza inhumana, sus dedos quemaban como hierro al rojo vivo.

—Parece que hoy será el final para ambos —dijo el asesino con una voz que parecía venir de ultratumba—. Nos vemos en el infierno. ¡Sacrificio de sangre!

Un torrente de sangre negra brotó de la boca de Moren. Sus ojos estallaron en hemorragias y su corazón comenzó a latir con una violencia tal que el sonido se escuchaba en toda la plataforma. Estaba convirtiendo su propia vida en una bomba de maná.

En ese instante, un pinchazo agudo atravesó el cráneo de Arthur. Una risa siniestra, cargada de milenios de malicia, resonó en su mente.

—Mocoso, parece que estás en problemas. Kakaka…

—¿Viejo Lich? —respondió Arthur mentalmente, desesperado—. ¿Dónde estás?

—Escucha bien, estúpido humano. Ese bastardo está sobrecargando su fuente de maná. Si no haces algo, ambos volarán en pedazos. Deberías usar el pergamino que te di. Matarías a toda esta escoria y yo escribiría un poema épico sobre tu tumba. KAKAKA.

—¡No voy a usar el pergamino! —rugió Arthur en sus pensamientos—. Escucha, viejo... si muero aquí, perderás tu coartada. En la capital hay aventureros de Adamantita como Black Laos. Si entras como un no-muerto solitario, te cazarán en un día. Aún nos queda vino por beber... y un poema que escribir juntos.

Hubo un silencio glacial en su mente. El Lich parecía estar sopesando la lógica del muchacho. Finalmente, suspiró con un tono de fastidio.

—Tienes razón. No estaba viendo el panorama completo. Nuestro objetivo es la aniquilación total, y para eso necesito que sigas respirando. Pero escucha: incluso con mi ayuda, solo tienes un 60% de posibilidades de sobrevivir.

—¿Cuál es el plan?

—Debes detener su corazón antes de que la fuente de maná colapse. Usa el brazo que te di. Coloca tu mano sobre su pecho e imita el flujo de mi magia.

Arthur reunió el último ápice de voluntad que le quedaba. Alzó su brazo —el brazo que portaba la marca del Lich— y posó la palma sobre el pecho frenético de Moren.

Sintió un frío absoluto viajar desde su hombro hasta sus dedos. No era solo magia; era la esencia misma de la tumba. El aire alrededor de su mano pareció marchitarse y pudrirse en un instante. La energía de muerte penetró en el pecho de Moren, envolviendo su corazón como cadenas de hielo.

El latido frenético se detuvo en seco.

Silencio.

Ambos cuerpos se desplomaron sobre la piedra, inertes. El árbitro corrió hacia ellos, conteniendo el aliento. Tras revisar los pulsos, se puso en pie y anunció con voz lúgubre:

—¡El combate ha terminado! Dado que el joven Moren ha muerto… ¡el participante Arthur queda descalificado!

Un grito desgarrador de Mento resonó desde las gradas, un lamento que se perdió entre los murmullos de la multitud.

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**El Palco de Profesores**

—Una pena —comentó un maestro—. Matar al rival es una falta de control imperdonable, sin importar el talento.

—Así son las reglas —asintió otro—. El joven Arthur es una semilla desperdiciada.

Sin embargo, en una esquina del palco, Feriz permanecía inmóvil. Sus ojos, ocultos bajo el velo, brillaban con un resplandor místico.

—Ese joven es… interesante —susurró con una voz que hizo que todos se callaran.

—¿Interesante? —bufó Berul—. Su talento es mediocre.

Feriz sonrió de forma enigmática.

​—No hablo de su talento, maestro Berul. Hablo de su esencia. Puedo ver la energía vital de todos aquí, pero en él… veo una dualidad imposible. Siento la energía salvaje de una bestia… y la presencia putrefacta de la muerte misma.

El silencio fue absoluto. Los profesores se miraron entre sí, con el vello de la nuca erizado. ¿Cómo podía un humano cargar con tales energías sin haberse convertido ya en un monstruo?

Fin del Capítulo.

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