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Chapter 100 - Desorden y expectativa

​Con el segundo combate a punto de comenzar, el ambiente en el coliseo había alcanzado su punto más alto.

​La multitud se mantenía expectante, ansiosa por presenciar al posible campeón del torneo y a la nueva semilla de la academia.

Todos sabían que quien se alzara con el primer lugar no solo obtendría un premio, sino que demostraría poseer un talento capaz de rivalizar con las academias de las grandes ciudades.

​Los profesores tampoco ocultaban su impaciencia. Para ellos, aquel torneo era más que un espectáculo: era una oportunidad.

Uno de ellos comentó en voz baja:

​—Espero que los cinco clasificados estén a la altura de nuestras expectativas.

Necesitamos talentos nuevos para competir en el torneo del reino. Estamos muy por detrás de otras academias.

​Otro profesor agregó, con un suspiro cargado de frustración:

​—Comparados con los estudiantes de la capital… cualquier joven de allá podría rivalizar con nuestro mejor alumno.

​El director intervino con calma:

​—Es normal. La mayoría de los recursos del reino se concentran en Month, y los mejores talentos viajan hasta sus academias en busca de oportunidades.

​Hizo una breve pausa, observando el coliseo.

​—Pero eso no significa que no pueda aparecer un diamante en bruto aquí, en el lejano Trimbel.

—rió suavemente.

​En ese instante, una risa resonó desde el fondo de un pasillo. No fue estridente, pero sí lo bastante clara como para romper el murmullo del palco. Varios profesores se giraron al mismo tiempo.

​Un erudito avanzaba con paso tranquilo, acompañado de una joven cubierta por un velo. Sus ojos, afilados y brillantes, recordaban a los de un fénix. Ambos vestían ropas elegantes, y no pasó mucho tiempo antes de que todos reconocieran el símbolo bordado en ellas: una montaña rodeada de nubes.

​El ambiente cambió de inmediato. El director sonrió, incorporándose levemente.

​—Bienvenidos. ¿A qué se debe la visita de la Academia Cielo Eterno?

​El hombre inclinó la cabeza con elegancia.

​—Jajaja, saludos. Perdonen nuestra intromisión. Soy Berul, subdirector de la Academia Cielo Eterno, y esta es Feriz, la joven prodigio de nuestra academia.

​Miró el coliseo con interés.

​—Estábamos de paso por Trimbel y supimos de este torneo. Pensamos que sería una buena oportunidad para que nuestros discípulos intercambien experiencia con los suyos.

​El director arqueó una ceja.

​—Lamento decir que no podemos agregar a nadie más al torneo. Los diez finalistas ya están decididos.

​Berul sonrió con total tranquilidad.

​—No se preocupe. Nuestro discípulo ya está participando.

​Sus ojos brillaron con un dejo de diversión. El silencio cayó sobre el palco. Tras unos segundos, el director exhaló lentamente.

​—Bueno… si ya es así, solo nos queda observar a nuestros jóvenes.

—Hizo un gesto cordial—. Los invito a sentarse con nosotros.

​Berul y Feriz tomaron asiento. Un profesor, incapaz de ocultar su curiosidad, preguntó:

​—Subdirector… ¿quién es el joven de su academia?

​Berul respondió sin titubear:

​—El joven que acaba de luchar: Caron.

​Algunos rostros se ensombrecieron. Nadie esperaba que uno de los aspirantes más destacados ya perteneciera a otra academia.

Berul miró al director y preguntó con tono casual:

​—Si mi discípulo gana… ¿aún se le entregará la Píldora de Intuición?

​Varios profesores parecieron inquietarse, pero el director alzó una mano.

​—Por supuesto. Aunque no ingrese a nuestra academia, el premio pertenece al campeón del torneo.

​—Excelente —respondió Berul—.

Confío plenamente en que ganará.

​El director desvió la mirada hacia la joven velada.

​—¿Y la señorita no quiso participar?

​Feriz respondió con frialdad:

​—No me interesan estos juegos.

​Berul soltó una carcajada.

​—Si Feriz participara, no tendría sentido continuar el torneo. Su poder está muy por encima del joven Caron.

​El silencio volvió a apoderarse del palco. Algunos profesores miraron instintivamente a Lunira, comparándola con aquella misteriosa joven del Cielo Eterno.

​Lunira sostuvo la mirada. Feriz, desde detrás del velo, le devolvió una leve sonrisa.

​Dos presencias jóvenes. Dos talentos excepcionales. Tan cercanas… y tan opuestas.

​El director rompió la tensión:

​—Aún quedan muchos combates. Veamos quién se lleva la victoria.

​En la plataforma, dos figuras se posicionaron frente a frente.

​Misal, cubierto con una armadura de marfil y empuñando una lanza. Aurelia, la joven de cabello azul, sosteniendo su bastón como un hada nacida del invierno.

​La tarde comenzaba a desvanecerse, tiñendo el cielo de rojo. El segundo combate estaba por comenzar.

​Mientras el público se sumergía en los duelos, lejos de allí, otros hilos del destino ya comenzaban a tensarse.

​Cueva Meteoro — Dos días antes

​La Cueva Meteoro, un lugar habitual de exploración para aventureros, era famosa por sus cristales de maná y minerales raros.

Sus profundidades, plagadas de monstruos de tres coronas, exigían un grupo de rango Oro Superior para sobrevivir.

​Era normal ver aventureros yendo y viniendo… hasta hacía unos días. En la oficina del gremio, un golpe en la puerta despertó al maestro del gremio de su siesta.

​—¿Quién es? —preguntó con voz adormilada.

​—Soy yo, maestro —respondió una voz femenina.

​—Adelante.

​Una mujer de unos treinta y cinco años, vestida con el uniforme del gremio, entró con varios documentos en las manos.

​—Maestro, hemos recibido informes de varios aventureros. Notaron un incremento de monstruos cerca de la Cueva Meteoro.

​El maestro abrió los ojos, ahora completamente despierto. Tomó los papeles y los revisó con atención.

Era un hombre alto y delgado, con lentes, orejas ligeramente puntiagudas y una expresión siempre pensativa.

Tras unos segundos, suspiró.

​—Un aumento de bestias y cristales de alto grado… Solo puede significar una cosa: el maná de la cueva está aumentando.

​Se ajustó los lentes.

​—Si tuviera que especular, diría que ha aparecido un tesoro natural.

​La asistente dudó un instante antes de preguntar:

​—¿Cree que podría ser como cuando el dragón de cuarzo perturbó la Cueva Lunar?

​—No —negó él—.

Si hubiera un dragón o una bestia de cuatro coronas, las criaturas menores estarían huyendo, no reuniéndose.

​Frunció el ceño.

​—Pero no descarto que, con el tiempo, atraiga a una bestia de ese nivel. Esto debe vigilarse de cerca. La cueva está demasiado cerca de Trimbel. Si aparece una bestia de cuatro coronas… sería un desastre.

​—¿Debemos prohibir las misiones allí? —preguntó la asistente.

​—No. Nuestro deber es informar, no restringir.

—Hizo un gesto cansado—

Si desean arriesgar su vida por cristales raros, es su decisión.

​La asistente asintió y se retiró.

El maestro del gremio se masajeó las sienes y murmuró:

​—Un tesoro natural… Si es real, todo el mundo querrá un pedazo del pastel.

​Cerró los ojos.

​—Solo espero que no corra demasiada sangre.

​De vuelta en el coliseo, el árbitro alzó la mano hacia el cielo.

​—¡Comiencen!

Fin del capítulo

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