Habían pasado unas cuantas horas desde que mi padre nos salvó a mi madre y a mí de aquellos secuestradores. Ella estaba postrada en la cama inconsciente, yo estaba cuidándola en lo que mi padre buscaba a un médico lo más rápido posible.
El médico llegó al lugar y comenzó a inspeccionarla con distintas técnicas mágicas, sus manos brillaron de un color verde claro mientras chequeaba a mi madre.
Repentinamente cesó la luz que emanaba de sus manos y con cara preocupada me ordenó que me fuera a mi habitación.
Yo estaba muy preocupado y no iba dejar a mi madre sola, así que escuché la conversación que tuvo el médico con mi padre a escondidas.
Pude oír que tenía la columna y los pulmones severamente dañados y que era imposible curarla, no le quedaba mucho tiempo.
Mi padre empezó a llorar y sollozar con fuerza, por lo que supe al instante que no significaba nada bueno.
Dos meses pasaron en lo que pareció una eternidad. Entré en la habitación de mi madre y le entregué el plato de comida como hacía todos los días, ella había quedado paralítica de las piernas y con problemas respiratorios.
-¡Gracias, mi amor! -me agradeció con una cálida sonrisa-.
Me quedé sentado en su cama acompañándola y después de que ella terminara su plato de comida procedí a disculparme:
-Lo siento... es gracias a mí que estás así.
-No es tu culpa, cariño. Fue mi decisión ponerme en medio de ese hombre para protegerte, y lo volvería a hacer mil veces más si fuera necesario.
Ese último comentario no me hizo feliz, no quería que mi madre fuera lastimada otra vez por protegerme.
De pronto empezó a toser intensamente, su cara mostraba un dolor insoportable. Su condición estaba empeorando más y más, cada día que pasaba su voz y sus movimientos se volvían más débiles, sus fuerzas se iban abatiendo.
-Si yo no hubiera estado ahí, mi madre no se hubiera lastimado -pensé impotente-.
No pude contener más mis lágrimas y empecé a llorar por la culpa e impotencia que sentía, mi madre había sido herida protegiéndome, yo debería estar en su situación, no ella.
-No llores, mi vida -respondió al ver mi estado de ánimo-. Venga, anímate y trae los juguetes para que juguemos un rato.
Asentí con la cabeza y fui a la sala de estar donde se encontraban todos los juguetes y muñecos, desde ahí pude ver a mi padre abriéndole la puerta a un hombre que jamás había visto: era viejo, con ojos pequeños y achinados, una larga barba blanca que le llegaba hasta las rodillas y con ropas blancas y celestes.
Miré al hombre y a mi padre dirigirse a una habitación aislada de la casa, la habitación donde se llevan a cabo reuniones importantes.
Llevé los juguetes junto a mi madre y nos divertimos durante unas horas. A pesar de estar en mal estado, ella siempre jugaba conmigo mientras mi padre se ocupaba de otros temas.
Ella no se merece lo que le está pasando.
Antes de que nos diéramos cuenta, la luna alumbraba la ventana, por lo que me fui a mi habitación a dormir. Pero jamás me imaginé lo que pasaría al día siguiente.
Apenas me levanté, fui a ver a mi madre esperando encontrármela mirando a través de la ventana como cualquier día, pero me encontré a mi padre llorando al lado suyo y a ella apenas respirando en la cama.
Mi padre me vio en la puerta de la habitación y con dolor dijo lo siguiente:
-Tu madre, su cuerpo no aguantará más, no vivirá más de unos minutos.
Sentí como si me pegaran un puñetazo directo en el pecho, lo que me acababa de decir mi padre dolió mucho más que todos los golpes que aquel secuestrador perpetuó en mi contra, mi mundo se derrumbó al escuchar esas noticias.
-¿Es mentira, verdad?, ¡mamá, dile a papá que es mentira, no te estás muriendo! ¡Tú me decías todos los días que estabas recuperando tus fuerzas! -exclamé enojado y con los ojos llenos de lágrimas-.
Mi madre simplemente agarró la mano de mi padre y la mía y nos habló:
-Me alegro tanto de que ustedes hayan sido mi familia. Si me arrepiento de algo, es no poder ver a mi hijo crecer. Quiero que sepan que me la pasé muy bien y no tengo ningún remordimiento. ¡Gracias por todo, los amo!
Observé como su respiración desaparecía y sus ojos se cerraban lentamente.
-¡MAMÁÁÁÁÁÁ! -grite con todas mis fuerzas mientras le daba un último abrazo-.