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Chapter 30 - Segunda tempo

—¡Listo! ¡Cargando jeringa!

Ishikawa no dudó. En un solo movimiento, apartó los bisturíes que aún flotaban por la energía telequinética remanente, abrió aún más la cavidad torácica y deslizó sus manos enguantadas, firmes pero temblorosas, hasta rodear el corazón detenido.

Lo sostuvo entre sus dedos como una fruta podrida. La sangre, espesa y oscura por la mutación celular, salpicaba sobre el instrumental.

—¡Masaje cardíaco directo, ahora! ¡Uno, dos, tres... vamos, maldita sea, respira!

Inko apretó los dientes, impotente. Recovery Girl solo murmuró algo entre rezos. Las luces del quirófano vibraban, como si también dudaran en permanecer encendidas.

—¡Adrenalina inyectada!

El cuerpo de Hades dio un pequeño espasmo.

El monitor aún mostraba una línea recta.

—¡Nada! ¡Suban a dos miligramos!

—¡Está generando hueso nuevo dentro del abdomen! —gritó uno de los cirujanos de apoyo que revisaba el escáner en tiempo real—. ¡Hay calcificaciones en la región hepática, renal, ¡y en el intestino delgado! ¡Se va a apuñalar por dentro si no lo detenemos!

—¡Extirpadlo ya! ¡Ya!

Tijeras, pinzas, cauterizadores. Manos trabajando al unísono. La música del caos quirúrgico se intensificó.

Mientras Ishikawa continuaba bombeando el corazón con ambas manos, otro equipo trabajaba sobre el vientre, retirando láminas óseas que no deberían existir, que brotaban como espinas, cruzando músculos y órganos. Una placa del tamaño de una mano estaba a punto de perforar el estómago.

—¡Cuidado, arteria ilíaca! ¡No podemos dañar nada más! ¡Joder, sangra como si el mismo infierno lo reclamara!

Del otro lado, en la cabina de monitoreo, tres enfermeros analizaban frenéticamente las pantallas.

—¡Hay actividad cerebral! ¡Pero es irregular! ¡Ondas gamma y delta sobrecargadas!

—¡Está colapsando! ¡El sistema límbico entró en hiperstimulación por la droga, el cuerpo no soportó la mezcla con la regeneración automática!

—¡Su hipotálamo está quemado! ¡La sangre en los ojos es por microtrombos y presión intracraneal ¡Está reventando por dentro!

—¡Intenten enfriar el cráneo! ¡Traigan hielo seco y reducción térmica por contacto! ¡Que no entre en colapso neurológico!

Fuera del quirófano, tras la puerta de vidrio doble...

Tsuyu abrazaba a Mina, que lloraba en silencio. Momo mantenía los puños apretados sobre las piernas, pálida, temblando. Todoroki se acercó lentamente a la puerta, la mano sobre el cristal empañado.

—¿Se está... muriendo? —murmuró.

—Sí —respondió Vlad King, sin suavidad. Tenía la mandíbula tensa. Ni siquiera parpadeaba.

All Might tenía el ceño fruncido. Estaba paralizado.

Nezu, sin emitir palabra, saltó de los hombros de Vlad y se acercó al vidrio. Por primera vez, parecía no tener una respuesta.

....

[Quirófano - 01:42. A.M.]

—¡Cargad desfibrilador, 150 julios!

Ishikawa levantó las manos. Un médico colocó las palas directamente sobre el músculo expuesto.

—¡Despeguen!

El cuerpo de Hades se arqueó.

Una línea recta.

—¡Subid a 200!

—¡Ya!

Otra descarga. Otra sacudida. Los bisturíes se movieron levemente por la energía. Sangre chispeó.

—¡Nada...! ¡No responde!

—¡Otra vez, 250! ¡Maldita sea, no me vas a morir ahora!

El quirófano era una danza infernal de jadeos, pitidos, chirridos metálicos y órdenes a gritos.

Ishikawa volvió a presionar el corazón. Se sentía más duro ahora. Casi petrificado.

—¡Vamos maldito! ¿No caiste en batalla pero caerás ahora? —gritó, su voz quebrándose.

Y en ese instante... una línea irregular... un pulso.

BIP...

BIP.

—¡Tenemos ritmo! ¡Tenemos ritmo! ¡Está volviendo!

—¡Pero rápido, seguimos cerrando! ¡retiren los últimos fragmentos!

—¡El cerebro responde! ¡Presión intracraneal bajando!

Pero el cuerpo seguía temblando. Sus dedos se flexionaban en el aire, como si algo aún luchara por salir. Como si el alma no supiera si quedarse o partir.

[Quirófano – 01:43 A.M.]

—¡Ritmo cardíaco estable... 84 latidos por minuto! —gritó uno de los cardiólogos, con el rostro empapado en sudor y lágrimas contenidas.

El aire seguía tenso, pero las manos ya no se movían con el frenesí de hace minutos. Los bisturíes danzaban con precisión, no con desesperación. Recovery Girl se acercó al cuerpo semiabierto del chico con su bastón tembloroso y mirada seria. Observó el brazo regenerado, las capas de tejido nuevas que no correspondían a un cuerpo humano, sino a algo más... visceral, rudimentario. Como si la evolución hubiese decidido reiniciar.

—Las fibras musculares están selladas... la epidermis está creciendo por encima sin necesidad de injertos. La regeneración alcanzó incluso zonas muertas de la columna. Pero... —tocó con delicadeza el brazo reconstruido—, hay calcificaciones no funcionales... tejido óseo alojado donde deberían estar ligamentos. Se moverá, sí, pero no como antes.

Otra doctora, joven, con gafas empañadas y rostro lívido, interrumpió con voz temblorosa desde la estación de encefalografía.

—Doctora... entró en coma. Las ondas cerebrales bajaron a niveles mínimos. Responde al dolor, pero no hay actividad consciente. Su cuerpo... está dormido. Como si hubiese decidido no volver.

Un silencio se propagó, lento, incómodo. Recovery Girl cerró los ojos con pesar.

—Un estado comatoso post-traumático. La hiperregeneración usó todos los recursos disponibles. El cerebro... no tiene energía para sostener la conciencia —suspiró con pesadez—. Y no tenemos idea de como la droga mutó o evolucionó el quirk.

Los cirujanos asintieron. Nadie dijo nada. Solo continuaron.

[Time Skip – 06:58 A.M.]

La luz del amanecer comenzaba a filtrar un tenue resplandor naranja por las ventanas del pasillo contiguo. Dentro del quirófano, los focos ya no brillaban con fiereza, sino con una calma agotada. El aire olía a yodo, sangre seca y desinfectante.

Hades yacía aún sobre la camilla de operaciones, cubierto con sábanas térmicas y cables que salían de cada rincón de su cuerpo.

El pecho, ya cerrado y cosido con delicadeza quirúrgica, mostraba una línea de sutura de más de treinta centímetros. Brazos vendados. Tubos que iban y venían. Catéteres. Electrocardiograma constante.

Una cirujana, exhausta, suspiró al terminar de cerrar la última herida sobre el muslo derecho.

—Doctora Ishikawa... terminamos.

El jefe alzó la mirada, ojeroso, con el rostro pálido tras tantas horas sin dormir. Se acercó al costado de Hades y pasó una mano enguantada sobre su frente.

—Temperatura corporal normalizada. Pulso... sostenido. Oxigenación al 98%. Estabilizado.

Otra doctora apoyó una tablet sobre la mesa auxiliar.

—No hay signos de muerte cerebral, pero la actividad es mínima. La médula espinal no presenta daños funcionales... aún puede respirar por sí mismo.

—¿Y lo demás? —preguntó Ishikawa.

—Los impulsos motores responden... pero sin control voluntario. No sabemos si despertará. Y si lo hace... no sabemos qué quedará de su mente.

Recovery Girl se sentó a un costado, encogida sobre un banquito de acero. Parecía más vieja que nunca.

—Su cuerpo quiere vivir. Su alma... no lo sé.

Un monitor emitió un bip suave. Luego otro. Pero ya no eran urgentes, no eran gritos. Eran latidos de algo vivo... dormido.

Afuera, el día empezaba.

Pero nadie allí tenía razones para celebrarlo.

—Preparen el traslado. Unidad 5, necesitamos una VATA con monitor cardíaco, sonda nasogástrica activa, oxigenación por cánula y línea central asegurada —ordenó Ishikawa con tono firme pero sereno. Los cirujanos comenzaron a desconectarlo con una sincronía que solo otorga el agotamiento profesional.

Una enfermera revisó el soporte de vías: suero glucosado al 10%, perfusión de noradrenalina en microdosis, monitoreo continuo de presión arterial. Otra revisaba el respirador, ajustando la cánula para facilitar el paso del oxígeno sin necesidad de intubación permanente.

—Respira por sí solo —confirmó uno de los anestesiólogos, ajustando los parámetros—. Saturación en 97%. Ritmo sinusal mantenido.

Dos camilleros ingresaron con la camilla VATA: una cama especial para pacientes críticos con aislamiento térmico, monitoreo integrado y espacio para sondas y dispositivos móviles. Uno de ellos conectó las tomas eléctricas al sistema central. El otro alzó suavemente a Hades con ayuda de una grúa eléctrica.

El cuerpo inerte del chico fue envuelto en mantas antiespásticas, fijado con correas suaves en las extremidades, asegurando que no hubiera tensión muscular que pudiera causar espasmos.

—Paciente asegurado —anunció la enfermera jefe.

—Trasladarlo al Ala de Cuidados Intensivos Especiales, Sala de Monitoreo Neurocardíaco. Piso 5. Quiero electroencefalograma continuo, presión intracraneal monitoreada y resonancia funcional cada seis horas. No escatimen nada —concluyó Ishikawa, mientras se quitaba los guantes ensangrentados.

La camilla comenzó a moverse entre un silencio sagrado. Las ruedas chirriaban levemente sobre el piso húmedo de sangre ya casi seca. Recovery Girl caminó detrás, sin decir palabra.

....

El cuarto era amplio, estéril, lleno de pantallas que parpadeaban con signos vitales, curvas cerebrales, y un par de respiradores apagados listos para ser activados si era necesario. Un aroma a lavanda artificial intentaba cubrir el olor a alcohol médico.

Hades fue trasladado a una cama reclinable, sus cables conectados uno a uno a los sistemas de monitoreo. Un leve pitido de su corazón resonaba en la sala, como un faro débil pero persistente.

Recovery Girl observó en silencio, mientras los doctores terminaban de ajustar sensores en su cabeza y torax. El chico parecía dormido... pero había una serenidad extraña en su expresión. Una que desgarraba el pecho.

La anciana apretó su bastón y murmuró casi sin voz:

—No debí... usar b-resonance... fue un error. El cuerpo no estaba listo para soportar la catalización... —Su voz se tensó, al borde de la rotura—, y aún así lo forcé. Lo empujé al abismo.

Sus ojos comenzaron a humedecerse, temblorosos.

Inko, que había permanecido en silencio a un costado, con los ojos rojos de tanto llorar, dio un paso hacia ella. Sin pedir permiso ni hablar, se arrodilló frente a la pequeña mujer y la abrazó.

Un abrazo largo, cálido, silencioso.

Recovery Girl tardó un par de segundos en devolverlo. Cuando lo hizo, su rostro envejecido se derrumbó en un suspiro tembloroso contra el hombro de Inko.

—Gracias... gracias a ti... él sigue aquí. Puede despertar. Puede volver —susurró Inko, con la voz quebrada pero firme.

—Pero... puede que ya no vuelva a ser un héroe... no como antes —respondió la anciana.

—No importa. Mientras siga respirando... yo estaré aquí para él. Aunque solo sea como un niño... aunque no recuerde nada. Tú le diste esa oportunidad.

Recovery Girl solo asintió, dejando que las lágrimas se deslicen por sus mejillas arrugadas.

Hades, inmóvil, dormía bajo las luces pálidas de la sala. Un corazón que se negó a morir. Un dios atrapado en carne... que aún no decidía si quería volver.

[Pasillo - 09:16 A.M.]

El eco de unos pasos pesados retumbó en el pasillo blanco, silencioso. Endeavor caminaba con las manos en los bolsillos de su abrigo largo, apagado el fuego habitual que solía envolver su rostro. Las llamas no tenían lugar en un hospital.

Vlad King alzó la vista cuando lo vio acercarse, pero no dijo nada. A su lado, Nezu tecleaba en una computadora portátil conectada a la red interna del hospital. Gráficas, datos médicos y secuencias cerebrales se proyectaban en una pantalla auxiliar. Ambos llevaban más de ocho horas sin parpadear realmente.

La puerta de la sala estaba entreabierta. Al asomarse, Endeavor la encontró.

Todoroki.

Sentada contra la pared, las piernas encogidas, la cabeza recostada hacia atrás, mirada vacía clavada en el techo blanco. Su espalda estaba curvada, los hombros caídos. Parecía una muñeca olvidada en un rincón de la tragedia.

Momo dormía a su lado, acurrucada como si el frío de la realidad la hubiera vencido. Tsuyu tenía los labios entreabiertos, respirando con la boca, su largo cabello cubriéndole el rostro. Mina estaba abrazada a una chaqueta doblada, murmurando algo en sueños.

El héroe número dos se acercó en silencio. Sus pasos pesaban más de lo normal. Se detuvo frente a su hija.

Todoroki parpadeó al notarlo. Su voz fue baja. Monótona.

—Oh... eres tú pa.

Endeavor no respondió de inmediato. La miró unos segundos, leyendo en sus ojeras, en su palidez, en la tensión de sus mandíbulas. No era solo cansancio físico.

—¿Estás bien?

Ella tardó en responder. Su cuello crujió ligeramente al girarlo.

—La persona que me salvó estuvo por morir. No sé si va a despertar. Pero... sí. Estoy bien pa.

Endeavor asintió, con ese gesto breve que escondía muchas palabras que no sabía decir.

—¿Quieres que te lleve a casa? Puedes cambiarte, bañarte... descansar. O te puedo traer algo. Yakisoba frío, si te gusta.

Todoroki dudó. Luego asintió despacio.

—Tráeme algo de comer. Pero no solo para mí. Ellas también pasaron la noche aquí. No han comido nada.

El héroe más temido de Japón apretó los labios. Soltó un leve suspiro casi como gruñido.

—Hmp... entendido. Yakisoba para cinco, entonces —dijo, como si costara admitirlo.

Se giró hacia Vlad King y Nezu antes de retirarse.

—¿Ustedes quieren algo?

—Nada, gracias —respondió Vlad sin apartar la vista del monitor de ritmo cardíaco.

—Estamos bien —agregó Nezu, sin dejar de teclear con una concentración quirúrgica.

Endeavor asintió una vez más y se giró, sus pasos retumbando mientras se alejaba por el pasillo.

Fue entonces que la puerta del cuarto se abrió. Un enfermero joven, con la bata arrugada y el rostro ojeroso, los miró con una mezcla de solemnidad y deber.

—Perdón... si desean, pueden pasar a verlo —comenzó, con tono fúnebre—. Está estable, pero... el coma es profundo. No sabemos si despertará. Ni cuándo. Pero... pueden estar con él, si lo desean.

El pasillo quedó en silencio unos segundos más. Vlad King bajó la mirada.

Todoroki se puso de pie con lentitud, sin prisas, como si su cuerpo aún no entendiera que debía moverse. Sus ojos apagados no delataron emoción alguna mientras pasaba junto al enfermero, su andar arrastrado y silencioso.

Vlad King, por su parte, se inclinó y con una suave sacudida comenzó a despertar a las demás chicas.

—Vamos. Ya terminó —murmuró.

Mina gimió de inmediato, llevándose la mano al cuello rígido.

—Aaah, me duele todo...

—Yo también... ¿qué hora es? —añadió Tsuyu, adormilada, frotándose los ojos con los nudillos.

Momo no dijo nada. Simplemente abrió los ojos y se incorporó sin mirar a nadie. El hambre les arañaba el estómago, el sueño era una manta áspera que no se quitaba, pero cuando Vlad lo dijo —pueden verlo— todos los malestares se disolvieron como un mal sueño que se disipa al abrir los ojos.

Mina fue la primera en avanzar, con pasos torpes pero decididos, seguida de Tsuyu y Momo, esta última caminando en silencio, con el ceño levemente fruncido.

Los pasillos eran largos, iluminados por luces pálidas que parecían agotadas por el paso de las horas. En un punto, vieron cómo Nezu desaparecía tras una puerta doble de acero opaco. Dudaron unos segundos, sin atreverse, y luego entraron tras él.

La vista que las recibió fue desoladora.

El cuerpo de Hades descansaba sobre una cama tipo UCI, rodeado por al menos cuatro máquinas. Varias mangueras y electrodos conectaban su pecho desnudo a monitores que emitían sonidos irregulares, como el murmullo mecánico de un corazón que no sabía si debía seguir latiendo. Ambas piernas estaban suspendidas en el aire con férulas de tracción esquelética, envueltas en yeso desde el muslo hasta el pie. Las vendas cubrían su torso por completo, manchadas aquí y allá por tonos cobrizos de sangre seca.

Su mandíbula estaba inmovilizada con un cabestrillo maxilofacial, y sobre su nariz, una cánula nasal de oxígeno suministraba un flujo constante de aire humidificado. Ambos brazos estaban enyesados hasta los dedos, colgando inmóviles a los costados, como si fueran extensiones olvidadas de un cuerpo que había dejado de reclamar movimiento.

Su rostro, aunque parcialmente cubierto por una venda que cruzaba la frente y rodeaba su cráneo, parecía dormido... pero no en paz. Era un descanso forzado, con los párpados apretados en una calma que se sentía demasiado absoluta. Como un cadáver aún tibio.

Inko estaba a un lado, sin moverse, vigilando con mirada vidriosa los frascos de nutrición parenteral conectados a una bomba intravenosa. No lloraba. Ya no tenía lágrimas.

Nezu, que apenas podía alcanzar el borde de la cama, alzó la vista hacia ella.

—¿Cómo estuvo la cirugía?

Inko suspiró, quebrada, con los ojos en algún punto intermedio entre el cuerpo de Hades y el techo.

—Su corazón se detuvo al menos tres veces. El brazo... el derecho, estuvo a segundos de ser amputado. Si no hubiéramos usado la droga B-Resonance, lo habríamos perdido.

Nezu bajó las orejas levemente y asintió.

—¿Y su estado actual?

—Está en coma —respondió, con esa clase de tono que no requiere explicación adicional—. La actividad cerebral es mínima. Temo que la sobreestimulación haya causado un daño profundo. Podría perder la memoria, desarrollar una enfermedad neurodegenerativa... o simplemente no despertar nunca. Quedar en estado vegetativo.

Nadie respondió. Tsuyu tragó saliva con fuerza. Momo dio un paso atrás y se cubrió la boca. Mina, sin importar las reglas, se acercó y tomó con suavidad una de las manos vendadas de Hades.

Nezu fue el único que logró mantener la compostura. Cerró su pequeña laptop y la dejó a un lado.

—La U.A. se hará responsable de todos los gastos médicos. Lo mantendremos con vida, pase lo que pase.

Y justo cuando la quietud volvió a asentarse, un monitor lateral, el del electroencefalograma (EEG), emitió un pitido más agudo, distinto.

Un pico eléctrico se alzó en la pantalla, débil pero presente. Los ojos de Inko se abrieron de par en par.

—Se... movió —susurró.

Los parpadeos siguieron. Leves. Inconstantes. Pero el alma de Hades, aunque rota, aún latía en algún rincón.

Su dedo índice, entre las vendas, tembló.

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