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Chapter 35 - La Bestia Desencadenada

Ryuusei yacía en el suelo, su cuerpo hecho trizas, un borbotón de sangre oscura escapando de sus labios mientras su regeneración libraba una guerra perdida contra el colapso. Pero Aiko no iba a permitir que cayera sin más.

Sus ojos, transformados en dos abismos sin fondo, se clavaron en sus enemigos. Su energía oscura vibró en el aire con una calma aterradora.

—Ustedes… —murmuró Aiko, con una voz gutural—. No van a salir de aquí con vida.

En un instante, el mundo se volvió una pesadilla de sombras y presión. Un estallido de oscuridad surgió desde Aiko. La presión se volvió insoportable. Kenta, Daichi y Haru sintieron cómo si algo invisible les aplastara el pecho, forzándolos a sus rodillas.

—¡Retrocedan! —gritó Daichi, luchando contra la opresión.

Demasiado tarde.

Aiko desapareció en un parpadeo, moviéndose con la velocidad de un depredador primario. Cuando Haru parpadeó, ella ya estaba frente a él, su rostro un espectro de furia ciega.

Un destello de oscuridad. Un tajo veloz con su filo orgánico transformado.

El grito fue desgarrador.

El brazo de Haru, el que aún sostenía el arco, fue cercenado y cayó al suelo, separado de su cuerpo en un solo golpe limpio. La sangre brotó en un chorro escarlata. Haru se desplomó, con los ojos desorbitados por el shock y el dolor.

—¡HARU! —rugió Kenta, el horror en su voz se convirtió en furia. Se lanzó al ataque con sus guadañas.

Pero Aiko ya lo esperaba.

Con una fluidez letal, giró y le hundió la rodilla en el estómago con una fuerza sobrehumana. Kenta sintió cómo su interior se comprimía en un espasmo de dolor desgarrador. Un instante después, su cuerpo salió disparado contra una pared de ladrillos, derrumándola por completo en una lluvia de escombros y polvo.

Daichi no dudó. Con un rugido, cargó su Lanza del Juicio con toda su energía y la arremetió directo al corazón de Aiko.

Pero ella sonrió con esa expresión torcida de crueldad. Desvió la lanza y, con un giro brutal, le golpeó la mandíbula con el pomo de su arma.

El mundo de Daichi se sacudió. Su visión se nubló.

Y en ese instante, sintió el filo de la espada de Aiko atravesarle el costado, lentamente, deliberadamente.

—¡GAHHH!

Aiko se inclinó sobre él, susurrándole al oído con sádica diversión. El aliento que exhaló olía a sustancias químicas y a la muerte.

—¿Te duele? Quédate tranquilo… esto es solo el comienzo.

Con una fuerza monstruosa, alzó su cuerpo atravesado y lo estrelló contra el suelo como un muñeco de trapo. El impacto retumbó en el aire.

La batalla había dejado de ser un combate. Ahora era una masacre unilateral.

Kenta se arrastró fuera de los escombros de la pared, tosiendo sangre y fragmentos de mortero. Su cuerpo estaba magullado, pero su mente se había negado a sucumbir. Haru, mutilado, apenas podía mantenerse consciente, con sus dos brazos cercenados ahora. Daichi jadeaba, luchando por respirar con su herida abierta, sabiendo que su regeneración estaba en una carrera contra el veneno lento de Aiko.

Y en medio de todo, el cuerpo roto de Ryuusei…

Ryuusei reía.

Débil, quebrado, con sangre escurriendo de su boca, pero reía. Era una risa horrible, sin humor, la risa del Colapso Caótico que había logrado su objetivo: arrastrar a otros al abismo.

—Je… jejeje… has crecido un montón, Aiko —susurró, con la voz rasposa, observando la destrucción que su aliada había causado—. Una guerrera digna… una defensora absoluta.

Pero la batalla, increíblemente, aún no había terminado.

Kenta se levantó, tambaleante, con el rostro endurecido por la furia, la culpa y la desesperación.

—No… te saldrás con la tuya —su voz era un gruñido bajo y determinado.

Sus guadañas brillaron con un resplandor ardiente, la última reserva de su poder. Daichi, aunque herido de muerte por tercera vez, apretó los dientes y tomó su lanza. Haru, con una voluntad de hierro, alzó su arco usando el agarre de su mandíbula y el codo.

La pelea se había convertido en un sacrificio.

Aiko solo sonrió, saboreando el momento final.

Kenta, ignorando la voz de su cuerpo, se lanzó directamente contra Aiko. Su objetivo no era la victoria; era la supervivencia de sus amigos. Sus guadañas se balancearon en un arco amplio, buscando inmovilizar a Aiko.

Aiko, con la arrogancia de la fuerza superior, aceptó el desafío. El choque de su espada contra las guadañas de Kenta resonó como una campana de ejecución, y Kenta sintió que sus huesos se rompían por el impacto.

Mientras Aiko estaba distraída, Daichi usó su última reserva de energía. El dolor del veneno era cegador, pero su determinación era más fuerte.

—¡LANZA DE LUZ CERO! —gritó, su voz desgarrada, apuntando al suelo justo detrás de Aiko.

La lanza impactó, no con destrucción, sino con una onda de luz cegadora y paralizante. Aiko, aturdida por la luz, se tambaleó por un instante.

Ese instante fue todo lo que necesitó Haru. Con una calma que desmentía el dolor atroz, disparó su última flecha. No iba cargada de poder, sino de energía inhibidora.

La flecha, impulsada por la mandíbula y la tensión del codo, golpeó el cuello de Aiko. El efecto no fue físico; el golpe paralizó la oleada tóxica de su transformación.

Aiko soltó un rugido de dolor y rabia. El golpe la había paralizado por un instante. Kenta, aprovechando la interrupción, se retiró a duras penas, tambaleándose hacia Daichi.

—¡Vámonos! ¡Ahora! —Kenta jadeó, tirando de Daichi.

Haru se arrastró, su cuerpo temblando por la pérdida de sangre. Daichi y Kenta se ayudaron mutuamente, arrastrándose lejos. Su huida fue desordenada, desesperada. Kenta ni siquiera pudo recoger los restos de Haru.

Aiko se liberó del efecto inhibidor con un grito de pura furia, el suelo bajo sus pies resquebrajándose. Pero ya era demasiado tarde. Los tres sobrevivientes se habían desvanecido entre las sombras de las callejuelas.

Aiko se giró hacia Ryuusei, que seguía riendo débilmente, la fuerza destructiva en su cuerpo revirtiéndose lentamente mientras la regeneración ganaba terreno. La pérdida de extremidades había sido dramática, pero su poder lo salvaría.

—Lo hicieron bien… —susurró Ryuusei, con la voz llena de admiración cínica—. Solo… no lo suficiente.

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