HIPO
Pasaron 2 días, no hubo señales de Camicazi. Empecé a preocuparme de ello porque no era para nada una situación fácil de llevar. Los vikingos llevábamos la guerra y el conflicto en la sangre y nuestra guerra contra los dragones era algo que llevaba siglos dentro de nuestros genes, nacíamos y crecíamos para matar dragones y la propuesta que yo traía era todo lo contrario. Me estremecía un poco al pensar que podría encontrar a Camicazi degollada en algún sumidero o en una playa. No es que ella me lo hubiera advertido, pero estaba pensando seriamente abandonar la isla si es que no me contactaba el día de hoy.
Una de las cosas que había aprendido de Camicazi y su tribu es que era sumamente celosas de la privacidad y el secretismo de su modo de vida y lo que hacía para sobrevivir. No eran precisamente una tribu establecida ya que eran más nómadas de lo que esperaba. Siempre estaban en movimiento, para comerciar ellas mismas lo que "obtenían". Eran básicamente una tribu de hábiles ladronas que saqueaban a cuanto desprevenido se les cruzaba por el camino y pillaban a cuanto ebrio y malviviente se descuidaba para comercio de esclavos fuera de las islas. Pero tenían un código muy claro de jamás desvalijar a la gente honrada o familias honorables. Tampoco se metían con niños y ancianos. Los piratas y saqueadores desalmados eran su principal objetivo, por lo que siempre estaban en movimiento para evitar ser encontradas.
No me desagradaba la idea de que fueran algo Así como la "justicia" tácita que le llega a todo el mundo, pero si sabía de muchos rumores de que a veces se les pasaba la mano con sus métodos. Era de las cosas que más me ponían los pelos de punta a la hora de tener que enfrentarme en algún momento con la grandísima Bertha. No podía negar que no quería seguir avanzando en mi camino sin saber dónde establecerme, pero tampoco quería parar en un lugar donde sería una extensión de lo que había dejado atrás en Berk.
—¡Hipo! —escuché la conocida voz de Camicazi, pero podía escuchar otros murmullos con ella, eso me puso nervioso.
No quería que esto se tornara en algo desagradable y que tuviera que salir corriendo en presencia de ella. Si había logrado reunir el coraje para hablar con su madre, debía por lo menos tener el valor para poder hablar con ella. Chimuelo no tardó en reaccionar a las voces poniéndose en guardia. Habíamos logrado adentrarnos en la cueva y ya no estábamos tan expuestos.
—Tranquilo amigo, debemos hacerle frente —el gorjeo que me dio me decía que debíamos huir de allí cuanto antes, pero debía aprender a confiar en mí. Cuando salí estaba ella con algunas mujeres con lanzas y arcos ceñidos en el pecho, supuse que se trataba de una comitiva, nada amigable, por cierto.
—Camicazi —ella me dio una media sonrisa que me puso en alerta sobre lo que podía estar pasando.
—Ellas son… —no tuve mucho tiempo que mi pierna aún no era del todo estable, cuando ya tenía sobre mí a las soldados con cuerdas y sus manos sobre mis hombros.
—Espera, que, que está pasando… —Camicazi cerraba los ojos y no podía creer que había sido tan idiota como para no haberme ido.
—Lo siento, Hipo —su voz era dubitativa y su mirada esquiva. Ya nada podía sorprenderme.
—Me diste tu palabra —ella no me miró, pero podía ver como jugueteaba con sus manos al frente.
—No depende de mí —esa parte podía entenderla, pero yo había impedido que Chimuelo la tomara para su cena.
—Tu palabra —le susurré con decepción y ya tenía las manos atadas y las chicas tenía una mira impasible. En ese momento sentí que Chimuelo iba a hacer su entrada, pero Camicazi se adelantó cuando no pudo contener su risa. Me sentí burlado, pero sabía que algún momento iba a tener que pagar por haberla empujado del acantilado.
—Es broma, suéltenlo, solo venimos a escoltarte, mi madre te recibirá, pero es necesario que uses esto —sentí que las cuerdas se aflojaron y la sonrisa algo forzada aparecía en los rostros de las chicas. Se notaba que estaban entrenadas, pero aún eran desconfiadas. Ella me lanzó una venda oscura, supongo que debían guardar su secretismo.
—Puedo con ello, supongo —una de ellas me vendó fuertemente, todo se volvió un poco incomodo.
—¡Esta todo bien, volveré pronto! —grité y casi podía ver a Camicazi sonriendo, pero sentía que se alejaba corriendo rumbo a la cueva, para volver después de un momento y sentí su mano tomando la mía.
—Toma mi mano —me susurró, pero no podía jugar con mi vida.
—Bromeas, tu madre me mataría, amo mi vida —ella me dio un codazo en las costillas y luego sentí que la presencia que estaba a mí costado opuesto tomó mi mano.
—Entonces puedes tomar la mía, soy Lia —la voz de la chica era suave y hasta podría decir, delicada, pero no me daba confianza, no podía descuidarme.
—Mucho, mucho gusto, Hipo —no sé porque terminé titubeando, pero era tarde.
—¿Solo Hipo? —no podía decir más, tenía la esperanza de que mi nombre no fuera un impedimento para poder establecerme.
—Si, solo Hipo —sentí un ligero apretón en la mano.
—Veo que no eres nada tímido ahora —el susurró de Camicazi me hizo odiar mi suerte, iba a ser un largo trayecto.
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Los murmullos eran aterradores, se escuchaban risa, comentarios sobre colgarme de un palo para secarme al sol, como también casarme con alguna de las guerreras para procrear, todo muy variado, todo muy despiadado. En un momento el salón se quedó en completo silencio, pero podía escuchar algo que no se confundía. Una espada se blandía a mí alrededor. Nadie decía nada, solo traté de calmar mis nervios, de esto se trataba de haberse colado en la tribu de los Bog-Burglars.
—Así que eres Hipo —la voz era áspera, llenaba a cualquiera de temor, trate de no perder la compostura.
—Si señora —busque responder de la mejor manera, recordando las buenas costumbres.
—Silencio muchacho, no sabes que nadie más que Bertha habla aquí —era una voz diferente a la que habló inicialmente y tampoco se parecía a la de Lia. Sentía que en cualquier momento me darían una bofetada por hablar sin permiso.
—Claro, si, señora, está bien… ya me callé —las risas de fondo hicieron que me calmara un poco, haría pagar a Camicazi por esto.
—Me dice mi hija que tienes algo que ofrecernos —decidí que no les daría más motivos para burlarse.
—¡Responde muchacho! —llegó un golpe en el hombro.
—Oh vamos, decídanse ¿puedo o no hablar? —escuché algunas risotadas y el sonido de cuchillos chocándose.
—Madre, ya basta de bromas —la voz de Camicazi también sonaba divertida. Sentí las manos de alguien sobre mi cabeza desatando la venda. No me esperaba lo que vi. Pensé que Bertha tendría una cara quemada por lava, con ulceras o un ojo parchado. Pero estaba lejos de ser así. Era una mujer sumamente hermosa, tenía sentido ya que Camicazi se parecía mucho a ella, aún mantenía un par de facciones sumamente duras y una mirada acerada que te hacía temblar.
—Nosotras somos la tribu Bog-Burglars —miré a mí alrededor, todas eran mujeres medianamente jóvenes, pero detrás de ellas había mujeres mayores con un traje diferente al que poseían las mujeres guerreras, entendí en ese momento el sistema de esta tribu iba a ser algo interesante de ver.
—Oh —mire a Camicazi y podía adivinar que sabía que yo pensaba en que serían todas mujeres oscas y de aspecto desagradable. Tenía sentido que parte de su indumentaria fuera una mascaras con facciones horrendas, supongo que es parte de su acto.
—Te veo sorprendido ¿Qué esperabas encontrar? —titubee mientras miraba a todo lado y todas me miraban con gracia, especialmente las ancianas de la tribu que me miraban riéndose y cuchicheando entre ellas. —Supongo que faltan los huesos humanos colgados en las paredes o tal vez hombres encadenados como animales —trate de no sonreír demasiado, a todas parecía agradarles esa clase de cosas, no debía confiarme, parecían gente amable, pero podían descuartizarme al minuto siguiente.
—Bueno, vuestra reputación os precede —dije con el mayor de los respetos. Las historias que había escuchado de esta tribu era todo sangre, extremidades esparcidas, cabezas clavadas en estacas, saqueos, incendios y mucho horror. Sobre todo, para los hombres.
—Eso es solamente reputación, sin reputación no hay respeto, ya deberías saberlo, Hipo Horrendo Abadejo —cuando escuché mi nombre completo sentí que todo iba a ser diferente, sabían hijo de quien era, eso no era bueno para mis planes.
—Me conoces… —Bertha me miró con algo de simpatía por primera vez.
—Te oyes decepcionado por ello —asentí mientras pensaba en cómo podía llegar a buen puerto todo esto.
—No busco ser el hijo de alguien más, solo Hipo —ella me miró con sorpresa, para luego darme una mirada inquisitiva.
—¿Es cierto lo que dice mi hija? —tenía curiosidad por lo que Camicazi podría haberle dicho a su madre. No sé porque tenía un amor por las situaciones de peligro que puse mi mejor sonrisa.
—Eso depende ¿que soy bien parecido? —Bertha me miró con sorpresa por la osadía que acababa de demostrar y todas las mujeres de la sala no pudieron evitar reírse de lo mismo. Lo que me pareció raro fue que nadie se atrevió a decir lo contrario o negarlo y mucho menos a decir que no tenía nada de atractivo. Me preocupe.
—No me digas que le dijiste eso a tu madre —mire a Camicazi quien estaba con el rostro un tanto preocupado, pero se negaba a regalar nada.
—Yo… no lo hice —cuando se notó la duda en su voz me preocupé aún más. No quería que me vieran como un macho con el que podrían procrear. Bertha negó rápidamente.
—Bueno, bueno, lo importante es si puedes ayudarnos con el problema que tenemos —tenía algunas ideas en mente para ellas, pero no le ayudaría sin saber que no estaban buscando dañar a los dragones o tenerlos como bestias de carga domados para su propio beneficio.
—¿Qué problema es ese? —Bertha seguía mirándome con algo de incredulidad, como si lo que fuera que Camicazi le hubiese dicho no pudiera ser verdad.
—Como sabes, nosotras somos una tribu de mujeres —todas le dieron una mirada asesina a su propia líder. —Si, si, más que mujeres, somos guerreras —todas golpearon sus espada contra el suelo ruidosamente.
—Puedo ver eso —susurré con un fingido escalofrío.
—No podemos permanecer en un solo lugar porque siempre somos perseguidas por muchos enemigos —eso tenía sentido, la gente a la que saqueaban y robaban eran gente peligrosa, seguramente Marginados y Berserkers también les seguían el paso. Todo eso llevaba a la primera idea que se me ocurrió.
—De hecho, pensaba que podrían establecerse en una isla plagada de dragones territoriales, sería la mejor de las protecciones —aún debía empezar con mi exploración para conocer más sobre los dragones, pero en principio era una idea que podía ser una buena solución. Antes de llegar a la tribu establecida tendrían que abrirse paso a una hora de dragones. No había mejor protección.
—Mi hija dice que puedes domar dragones —la palabra no me gustó del todo. No pretendía amaestrar dragones, era más como una relación equitativa.
—No le diría domar, es más un entrenamiento para que haya un vínculo entre nosotros y los dragones —Bertha y el resto me miraban con la incredulidad que se esperaba de los vikingos sobre estos temas. El murmullo se iba acrecentando poco a poco.
—¿Cómo sabemos que no seremos traicionadas por esas bestias? —salió al frente una de las ancianas en la parte posterior.
—No lo sabes, primero debes ganarte la confianza, no simplemente pedir lealtad —le respondí lo mejor que pude, no quería ser irrespetuoso, pero no se trataba de pedir cosas a los dragones, sino una relación equilibrada.
—Muéstrame —susurró Bertha y saco su espada para ponerla sobre mi cuello. Todas se pusieron en guardia. Camicazi asintió y solté mi mejor grito.
—Chimueloooooooooooooooooooooooooooooooooo —más o menos debería tomarle unos minutos llegar a la velocidad que corría. Se podía sentir el silbido de Chimuelo en los alrededores.
—Furia nocturna —susurraron mientras Chimuelo hacía su aparición y gruñía con furia para ponerse detrás mío apuntando a Bertha su ataque de plasma que iba acrecentándose. Me hice un poco para atrás y miré a Camicazi en busca de ayuda. Ella se adelantó hacia donde estaba su madre.
—Tranquilas, no, no es necesario —luego ella misma avanzó hacia donde estábamos Chimuelo y yo y lo acarició ligeramente, aún no era la mejor de los tratos, pero sin duda sirvió para poder calmarlo un poco.
—Amigo, todo está bien —susurré tocando su cabeza para que se extinguiera el ataque de plasma, pero seguía en guardia.
—Entonces es posible —Bertha avanzó para mirar directamente a los ojos a Chimuelo. Intuí que no era la primera vez que sabía sobre gente montando dragones.
ASTRID
Me dolía todo, sentía que cada respiración era dolorosa.
No podía recordar mucho. Stormfly era lo único en lo que podía pensar.
Esta búsqueda estaba tomando cada ápice de fuerza que me quedaba, pero valía la pena, era algo que debía hacer, algo que tenía que hacer para poder dar con el paradero de Hipo, al menos quería escuchar de sus labios que no quería volver más a Berk.
—¿Quién…? —la persona que estaba frente a mí tenía una máscara que me impedía poder reconocerla. Pero podía sentir un aura tranquila y pacífica.
—Tienes suerte que soy amistosa, es peligroso andar montando un dragón —me entregó un depósito con agua, apenas podía moverme, pero hice mi mejor esfuerzo. No sabía ni siquiera cuanto tiempo había pasado desde que nos desplomamos.
—Stormfly… —susurré buscándola, no podía verla. Ella me señalo hacía otro lugar donde estaba mi dragón acurrucada.
—Ella está bien, solo necesitaba descansar y comer mucho —sabía que necesitaba mucho descanso, la había llevado hacia los límites.
—¿Tu? —ella negó rápidamente.
—También soy un jinete de dragón —luego de eso perdí fuerzas y caí desmayada.