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Chapter 4 - CAPÍTULO 4 — Donde Mueren los Nombres

El viaje había sido largo. La arena que se extendía más allá de las murallas de la Fortaleza 75 no era la misma que cubría los patios interiores o los mercados de la Zona 2. Aquella arena viva y ardiente parecía respirar. Exhalaba calor durante el día y lo tragaba todo por las noches. En silencio, observaba, esperando que alguien cometiera un error.

Arra llegó con otros seis Despiertos. Habían sido seleccionados no solo por sobrevivir al Anillo, sino por haber despertado la energía Mentap, esa fuerza invisible y peligrosa que no todos podían tolerar. Lo sabían bien: no era un don. Era un riesgo, una grieta en la carne.

La base Mentap se alzaba a medias enterrada entre formaciones rocosas de obsidiana y tierra erosionada por la radiación. Desde el aire apenas era visible, protegida por el mismo desierto que amenazaba con tragársela. Su arquitectura era baja, reforzada con placas metálicas corroídas y ventilas selladas. No había ornamentos ni orgullo en sus muros: solo resistencia.

Nada más pisar el umbral, los recibió un hombre de rostro oculto tras un visor opaco y un respirador oxidado. No dijo su nombre. Solo los escaneó, uno por uno, como si buscara grietas en sus almas, y luego los guio por pasillos estrechos hacia una sala amplia, sin ventanas. Allí los esperaba el Teniente Cazador.

—Silencio —dijo apenas entraron—. El mundo ya gritó suficiente.

El Teniente caminó entre ellos, observando. Llevaba el uniforme gris de los Cazadores, con el símbolo del Fénix negro bordado en el hombro. Su brazo derecho estaba cubierto de injertos metálicos. Había sobrevivido muchas veces. Demasiadas.

—Escuchen bien, Despiertos. Afuera está el fin del mundo. Aquí dentro, aprenderán a no formar parte de él.

Activó un panel incrustado en la pared, y una esfera de cristal negro colgando del techo empezó a brillar con una vibración profunda, como si respirara. Arra sintió esa vibración en los huesos. Una corriente tibia recorrió su espalda.

En la pared se proyectó un diagrama: cinco círculos concéntricos. Cada uno representaba un nivel.

—Esta es la jerarquía Mentap. Una maldición con grados —dijo el Teniente—. Subir de nivel significa una sola cosa: soportar más sufrimiento que los demás. No hay atajos. No hay perdón.

1. Despiertos

—Aquí comienzan —explicó—. La energía Mentap ha respondido a su cuerpo. Pero no pueden controlarla. Surge como un reflejo, como un espasmo del alma. Algunos tienen habilidades únicas. Esas habilidades son irrepetibles, y nadie las elige. Se manifiestan solas... como lo hizo la de Arra.

Las miradas se giraron hacia él. Arra no se movió.

2. Potenciadores

—En este nivel, la energía Mentap no solo despierta: fortalece. El cuerpo cambia. Se vuelve más rápido, más fuerte, más resistente a la radiación. Pero duele. Cada célula se inflama con cada uso. Y no hay vuelta atrás: una vez se entra a este nivel, el cuerpo empieza a pudrirse por dentro si no se controla.

3. Cazadores

—Adaptados al desierto —el Teniente alzó la voz—. Pueden sobrevivir sin agua por días. Detectan cambios de presión, movimientos bajo la arena, y rastrean criaturas desde kilómetros. Son quienes patrullan fuera, quienes cazan monstruos y traen recursos. El nombre no es un título: es una sentencia.

4. Especialistas

—Aquí las habilidades únicas se perfeccionan. aprenden a solidificar el aire, a manipular calor, a alterar el equilibrio en el cuerpo de sus enemigos. Pero no hay entrenamiento sin consecuencias. El uso prolongado del Mentap acelera la descomposición muscular, genera migrañas permanentes, pérdida de sensibilidad, hemorragias internas. A veces los huesos se cristalizan.

5. Pioneros

—Los más raros —dijo el Teniente, ahora en un tono más grave—. Los únicos que pueden internarse días en el yermo sin morir. Estudian la radiación, descubren cosas que nadie más debería. Y regresan... diferentes. Si regresan.

Un silencio se apoderó del grupo.

—Usar Mentap... daña el cuerpo —dijo el Teniente—. Por eso, en combate, lo usamos al final. Solo si es necesario. Antes de eso: cuchillo, bastón, lanza, piedra, dientes. Primero el enemigo. Luego el entorno. Por último, ustedes mismos. Porque si usan su poder sin necesidad... se lo cobrarán.

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Rutina en la Base

Las habitaciones eran pequeñas, cada una con una litera, un cajón metálico y una ducha sin agua caliente. Compartían baños, comían dos veces al día, y solo podían hablar durante los primeros treinta minutos de la noche.

Emyli estaba en la litera de abajo, justo bajo la de Arra. Tenía cabello oscuro trenzado, cicatrices en los brazos y ojos que observaban más de lo que hablaban.

Esa noche, mientras el silencio caía como una manta de ceniza, ella le susurró:

—Tu habilidad... ¿cómo se siente?

—Como si una parte de mí saliera a buscar lo que mis ojos no pueden ver —respondió él—. No siempre la controlo. Me agota.

—Yo no tengo eso. Lo mío... congela la humedad. Mis dedos queman de frío cuando me altero. Puedo quebrar carne si la toco. Pero... no quiero hacerlo.

—¿Te da miedo?

—Sí. ¿A ti no?

—Me da más miedo no usarla cuando deba.

Se miraron desde sus literas, separados por la madera, unidos por el silencio. En ese momento, la base vibró levemente. Era el sistema de compresión activándose: una tormenta se aproximaba.

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Entrenamiento - Día Uno

El primer entrenamiento comenzó al amanecer. Fueron conducidos a un terreno exterior, cercado por paredes altas y sensores. El sol aún no había salido del todo, pero la temperatura ya marcaba 41 grados.

—Hoy no usarán el Mentap —dijo el instructor, otro Cazador con una pierna ortopédica—. Hoy pelearán como los humanos que aún son.

Les entregaron bastones de madera endurecida y los enfrentaron en duelos de uno contra uno. Nada de técnicas refinadas, solo instinto y dolor. Arra luchó contra un joven alto llamado Farel. Cada golpe de bastón era un mensaje: "sobrevive o muere".

—¡Guardia alta, idiota! —gritó el instructor a Arra, justo antes de que recibiera un golpe en la mandíbula.

El suelo estaba caliente. Cuando caían, la piel se pegaba.

Después vino el entrenamiento de lectura del terreno. Un cazador les enseñó a ver con los pies: cómo sentir vibraciones, cómo diferenciar un temblor causado por un gusano de nivel 1 o una criatura de nivel 3.

—En el desierto, la paciencia vale más que el agua —dijo el Cazador—. Si te mueves rápido, mueres rápido. Espera. Escucha. Mira. Luego actúa.

Cada tarde analizaban grabaciones de monstruos: su forma de emboscar, sus tiempos de reacción, sus debilidades. Luego hacían simulacros de caza en las afueras de la base, con armas reales, pero sin usar Mentap.

—La energía es el último recurso —repetían—. Porque cada vez que la usas... algo dentro de ti se rompe un poco más.

—¿Y cuál es la diferencia entre un Razo y un Mentap? —preguntó una de las chicas del grupo, una de cabello trenzado y mirada clavada en el suelo.

El Teniente giró lentamente.

—Los Razos luchan con el cuerpo. Nosotros, con algo que el cuerpo apenas comprende. A veces luchamos sin tocar. Pero un verdadero Mentap nunca confía solo en su don. Un arma bien afilada puede salvarte más veces que tu energía.

Arra apretó los puños al escuchar eso. Le recordó lo que su padre le decía: "La energía es para sobrevivir, no para lucirse. El cuchillo va primero, el aura después

Cada ejercicio terminaba con una reflexión del Teniente:

—"El Mentap es para cuando no hay otra opción. Si lo usas antes, mueres después."

El segundo día, les enseñaron a analizar a sus enemigos.

—"El desierto tiene reglas," dijo el Teniente, mostrándoles una criatura muerta —un Carroñero de Sangre, de nivel 2—. "Nunca corre dos veces hacia el mismo lugar. Si ves que lo hace, ya estás rodeado. Observa. Espera. Responde."

Arra comenzó a comprender que las lecciones eran más mentales que físicas. Dormían poco. Comían menos. Y sudaban hasta que la piel ardía.

En la noche del tercer día, se sentaron en círculo. Cada uno debía describir lo que había sentido al usar su energía Mentap por primera vez.

—Sentí que me tragaba —dijo uno.

—Yo escuché voces, pero no sabía si eran reales —dijo otra.

Arra esperó su turno. Cuando le tocó, habló con sinceridad:

—No escuché nada. Pero fue como recordar un olor antiguo. Mi aura se levantó cuando pensé que iba a morir. Y por un instante… supe que no estaba solo.

Hubo silencio.

El Teniente, desde la sombra, dijo:

—El desierto no te quiere muerto. Solo quiere saber si puedes respetarlo.

Y la conversación terminó.

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