WebNovels

Chapter 3 - Capítulo 3 – El Ojo del Cazador

El cuerpo de Arra ardía por dentro. No era fiebre ni radiación: era algo más profundo, más primitivo.

Había perdido la noción del tiempo. El aura se había desvanecido hacía quién sabe cuánto, dejándolo tumbado en la arena con el rostro pegado al polvo caliente y la mente tan vacía como su estómago. No podía moverse. Solo respirar… y apenas.

Sintió las presencias antes de oírlas. Tres formas de vida se acercaban. No las veía, pero las percibía a través de los residuos de su aura: un eco tenue, inestable, de lo que había despertado. Su sexto sentido seguía allí, incompleto… pero suyo.

Una sombra cubrió su rostro.

—Está vivo —dijo una voz áspera—. Apenas, pero vive.

Unas manos firmes lo levantaron. Por un momento flotó entre el calor y la inconsciencia. Luego, la oscuridad.

---

Despertó bajo un techo de metal oxidado. La habitación era pequeña, sin ventanas. Una lámpara solar parpadeaba en una esquina. El aire olía a desinfectante, a sangre seca y sudor viejo.

Tenía vendas nuevas en los brazos y un tubo improvisado que lo hidrataba con un goteo lento.

Frente a él, un hombre lo observaba en silencio.

El Teniente.

Alto. Piel curtida por el sol. Ojos duros como piedra. La barba mal cuidada apenas ocultaba las cicatrices en su mandíbula. Su hombrera lo decía todo: Cazador, tres estrellas. Un hombre que había caminado más allá del yermo conocido… y regresado.

—Despertaste tu habilidad en plena zona radiactiva —dijo sin rodeos—. ¿Sabes lo que significa eso?

Arra intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondió. Su garganta era arena seca. Solo asintió.

—Tu energía Mentap se desbordó —continuó el Teniente—. No sabías cómo controlarla. Eso casi te mata. Pero también fue lo que te salvó.

Silencio.

—¿Tu nombre?

Arra forzó el aire por los labios.

—Arra… Santez.

Los ojos del Teniente se entrecerraron.

Santez. Un apellido que ya había escuchado antes. Uno que muchos preferían olvidar.

—Fortaleza 44 —murmuró—. El último de tu clan.

Arra no respondió. No era necesario.

—¿Sabes cuántos como tú sobreviven al Anillo y despiertan su energía Mentap sin entrenamiento?

—Ninguno —murmuró.

El Teniente esbozó una sonrisa seca, sin alegría.

—Exacto.

Se levantó. Caminó por la habitación como un lobo encerrado.

—Tu habilidad es… extraña. No brilla. No emite luz. Se manifiesta como vapor, apenas perceptible. Pero detectaste formas de vida. Ni muchos Especialistas logran eso.

—¿Me van a matar? —preguntó Arra.

—No. Ya no.

El Cazador se detuvo frente a él.

—Desde hoy estás bajo mi supervisión directa. El examen sigue, pero tú no regresarás con los demás. Serás transferido a un grupo especial. Uno que entrena fuera del circuito.

—¿Por qué?

—Porque despertaste algo que aún no entiendes. Y si no lo controlas, te va a matar.

El Teniente se dirigió a la puerta.

—Recupérate. En tres días partimos al desierto. No al Anillo. Al verdadero yermo. Vamos a la fortaleza de vigía. Donde los muertos se levantan… y los vivos se arrastran.

Antes de salir, dijo:

—Y recuerda, Santez… esto no es un privilegio. Es una condena.

La puerta se cerró con un chirrido.

---

Durante horas, Arra permaneció inmóvil, solo con sus pensamientos. "Una condena."

Recordaba lo que había sentido en el Anillo: el temblor del aura, la claridad súbita, la sensación de estar conectado con algo más grande. El aura se había agotado, sí, pero por un instante… lo fue todo.

Y ahora sabía lo que significaba esa energía. Sabía que podía sentir vidas ajenas dentro de un rango limitado. No verlas, sentirlas, como si respiraran dentro de su propio cuerpo.

Era aterrador. Y adictivo.

Los días siguientes fueron un borrón. Comidas racionadas. Caminatas supervisadas. Silencio. La palabra "Santez" se murmuraba como si fuera una advertencia.

El tercer día, al amanecer, lo despertó un golpe seco en la puerta.

—Muévete. Hora de partir —gruñó una voz.

Se vistió. Ropa térmica reforzada. Máscara con filtros múltiples. Gafas oscuras. Un cuchillo de supervivencia viejo, pero afilado.

Al salir, lo esperaba un transporte blindado. Largo. Angular. Revestido con placas oxidadas por tormentas pasadas.

El Teniente lo aguardaba, apoyado en la puerta lateral.

—Sube. Y no hables —ordenó.

Arra obedeció.

Dentro del vehículo, el aire era denso. Había otros tres pasajeros.

Un hombre tatuado de rostro. Otro sin brazo. Una mujer de piel oscura con ojos blancos, sin iris.

Ninguno habló.

El transporte rugió. Avanzó.

---

El paisaje era brutal. Dunas afiladas. Estructuras colapsadas de antiguas guerras. Criaturas petrificadas por la radiación, cuyos esqueletos decoraban el horizonte.

Una tormenta de ceniza se formaba en la distancia.

Después de siete horas, el Teniente rompió el silencio.

—Estás por entrar al desierto real. Aquí no hay vigilancia ni protocolos de rescate. Aquí, si tu Mentap se agota, mueres. Si no lo controlas, te desangra. Y si intentas esconderlo, otros lo notan.

Criaturas que cazan por el sabor de la energía Mentap.

Arra tragó saliva.

—¿Y ellos? —preguntó, señalando a los tres.

—Reclutas como tú. Despiertos. Ninguno ha despertado su habilidad. Todos sobrevivieron donde otros murieron. Algunos por inteligencia. Otros, por suerte.

El Teniente lo miró por primera vez durante el viaje.

—Pero tú no.

Tú lo lograste…

More Chapters