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Chapter 10 - Decisiones Bajo la Luz de la Luna

El sol comenzaba a ocultarse tras los edificios cuando Kenji abandonó el aula vacía. El festival había terminado hacía horas, pero el eco de las risas y la música aún resonaba en su mente como una melodía lejana. Caminaba por el pasillo iluminado tenuemente, con las manos en los bolsillos y el corazón pesado. La jornada había sido un éxito, la banda había brillado, y sin embargo, había algo que no le permitía sentirse en paz.

Sacó el teléfono y escribió dos mensajes, breves pero cargados de significado: "Podemos hablar mañana, después de clases. Los tres." Se aseguró de enviarlos antes de guardar el dispositivo y cruzar la puerta principal. Una brisa fría le golpeó el rostro cuando salió, recordándole que la noche avanzaba sin prisa. Observó las luces que titilaban en el horizonte y respiró hondo. No podía seguir esquivando lo que se venía. Tarde o temprano, tendría que enfrentarlo.

Al llegar a casa, encontró un silencio extraño. Yuriko estaba en la cocina preparando té, mientras Kyoko lo esperaba en el sofá, con los brazos cruzados y los labios apretados. Su expresión lo dijo todo antes de pronunciar una sola palabra.

—¿Vas a seguir actuando como si nada? —su voz sonaba cargada de irritación y algo más profundo, una mezcla de preocupación y rabia contenida.

Kenji dejó la mochila en el suelo y se sentó en el sillón frente a ella, apoyando los codos en las rodillas.

—¿Qué quieres que haga, Kyoko? ¿Que salga corriendo y me esconda?

—Quiero que dejes de jugar con fuego —replicó ella, incorporándose un poco hacia adelante—. Sakura es una buena chica. Sawada… aunque parezca un iceberg, también lo es. ¿Qué crees que va a pasar si sigues así?

Kenji sostuvo su mirada, tranquilo por fuera, pero sintiendo cómo una presión invisible le rodeaba el pecho.

—No estoy jugando. Nunca lo estuve.

—Entonces explícame por qué las dos te miran como si fueras el protagonista de un maldito drama romántico —soltó Kyoko, levantando la voz—. ¡Todo el instituto habla de ti! Y ahora hasta mamá empieza a notarlo.

Kenji respiró hondo antes de responder.

—No puedo controlar lo que la gente dice, Kyoko. Y tampoco voy a pedirle a nadie que deje de sentir lo que siente.

Ella se quedó en silencio unos segundos, apretando los puños. Luego se levantó con un bufido y se dirigió hacia la escalera. Antes de subir, se detuvo y habló sin girarse.

—Solo recuerda algo, Kenji. Cuando hieres a alguien… no hay marcha atrás.

Las pisadas se perdieron por el pasillo, dejando tras de sí un silencio denso. Kenji se recostó en el sofá, cubriéndose los ojos con el antebrazo. No recordaba la última vez que se sintió tan atrapado. Había venido a este mundo con la idea de hacerlo todo bien, de ser la mejor versión de sí mismo, pero cada paso lo llevaba a un terreno más pantanoso.

La mañana siguiente llegó demasiado rápido. El instituto estaba lleno de restos del festival: carteles medio arrancados, papeles de colores en el suelo y estudiantes arrastrando cajas vacías. El murmullo habitual parecía teñido de cansancio, aunque los rumores sobre el espectáculo de la banda aún flotaban en el aire. Kenji llegó temprano, buscando algo de tranquilidad, pero no contó con que alguien lo estaría esperando.

—Kenji —la voz calmada de Miyamura lo alcanzó en el pasillo. El chico se acercó con las manos en los bolsillos y esa sonrisa ligera que parecía esconder más de lo que mostraba.

—¿Qué pasa? —preguntó Kenji, ajustando la correa de su mochila.

—Nada grave. Solo… ¿puedes acompañarme un momento?

Kenji lo siguió hasta la azotea, donde el viento soplaba con fuerza y el horizonte se extendía como un cuadro infinito. Miyamura se apoyó en la barandilla y lo miró en silencio durante un rato antes de hablar.

—¿Sabes? Antes de conocer a Kyoko, yo también pensaba que podía pasar la vida sin importarme nada. Sin involucrarme, sin dejar que nadie se acercara. Pero entonces apareció alguien que lo cambió todo.

Kenji se mantuvo quieto, esperando.

—Aprendí algo importante —continuó Miyamura, bajando la mirada hacia sus manos—. Cuando entras en la vida de alguien, ya no puedes fingir que no tienes responsabilidad. Porque para esa persona, tú ya eres parte de su mundo.

Kenji apretó los labios, sintiendo un nudo en el pecho.

—¿Estás diciendo que debería elegir?

—No —respondió Miyamura con calma—. Estoy diciendo que deberías ser honesto. Contigo… y con ellas.

El silencio volvió a apoderarse del lugar, roto solo por el viento. Kenji desvió la mirada hacia el cielo, dejando que las palabras se clavaran como pequeñas agujas en su conciencia.

—Suena fácil cuando lo dices así —murmuró con una sonrisa amarga.

—Nada que valga la pena es fácil —replicó Miyamura antes de alejarse, dejando a Kenji solo con sus pensamientos.

Durante el almuerzo, el aula se llenó de voces y risas. Kenji apenas probó bocado, su mente atrapada en la conversación de la azotea. Pero la calma duró poco. Marin irrumpió como un torbellino, arrastrando una bolsa enorme y con una sonrisa radiante.

—¡Kenji-kun! —exclamó, ignorando todas las miradas curiosas que se giraron hacia ella—. ¡Ven conmigo ahora mismo!

Kenji arqueó una ceja.

—¿Puedo al menos saber a dónde?

—¡A una sesión de fotos! —respondió, agitando la bolsa—. El comité quiere imágenes para el cartel del próximo evento, y adivina a quién eligieron como imagen principal.

Kenji soltó un suspiro resignado.

—Supongo que no soy yo, ¿verdad?

—¡Claro que eres tú! —Marin rió, sujetándolo del brazo—. Vamos, no tienes opción.

Antes de que pudiera reaccionar, ya lo estaba arrastrando por los pasillos. La gente se apartaba, murmurando mientras los seguía con la mirada. Llegaron al gimnasio, donde había un set improvisado con luces y un fondo blanco. Marin comenzó a sacar ropa de la bolsa con una energía desbordante.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Kenji, mirando la pila de prendas.

—¡Ropa para la sesión! No te preocupes, todo es elegante. Te verás increíble.

Kenji se cambió detrás de un biombo, sin discutir. Cuando salió, Marin lo miró de arriba abajo y silbó.

—Sabía que tenías presencia… pero esto es otra liga.

Las fotos comenzaron, y aunque Kenji posaba con naturalidad, podía sentir las miradas que se asomaban por la puerta. Entre ellas, dos que reconocería en cualquier parte: Sakura y Sawada. Una con ojos llenos de duda, la otra con un brillo tan intenso que parecía fuego contenido.

Cuando la sesión terminó, Kenji salió del gimnasio buscando aire. El sol se había ocultado, y la luna iluminaba el cielo con un resplandor frío. Caminó hacia el patio trasero, donde el silencio contrastaba con el bullicio del interior. Sacó el teléfono y revisó los mensajes: uno de Sakura, corto pero esperanzado; otro de Sawada, tan directo como un disparo. "Hablamos hoy. No lo postergues más."

Guardó el móvil, levantó la vista hacia la luna y respiró hondo.

—No puedo seguir esquivando esto… —susurró.

Un sonido detrás de él lo hizo girar. Dos siluetas se acercaban, recortadas contra la luz plateada. Sakura y Sawada, juntas, caminando hacia él con pasos firmes.

Kenji sintió cómo el tiempo se detenía. Dos caminos, dos destinos, y él en medio, sin saber si aquella noche sería el inicio de algo hermoso… o el preludio de una tormenta.

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