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Chapter 1 - Capítulo 1: Lugar desconocido.

N/A: recuerdo que en estados unidos aun con 18 años no puedes tomar bebidas alcohólicas, así que imaginemos que es la magia del resident evil.

Capítulo 1: Lugar desconocido.

*lugar: desconocido*

*hora: desconocida*

La habitación aún late con el eco de su cercanía. La luz plateada de la luna se cuela por la ventana entreabierta, formando motas danzantes sobre las sábanas revueltas y las prendas esparcidas como pétalos oscuros. Un ligero susurro de seda al deslizarse el edredón, un crujido tenue de la madera al incorporarse: él apoya la palma en el colchón, deja escapar un suave ah… que se diluye en el aire cargado de calor y recuerdos.

El aroma dulce y casi ahumado de su propio perfume—mezcla de vainilla y madera—se entrelaza con el ligero rastro de su propia excitación, creando un perfume íntimo que flota en la penumbra. Él desliza los dedos distrayéndole un mechón de cabello tras la oreja; un estremecimiento recorre la curva de su cuello, y un suspiro huidizo se escapa de sus labios, convocando la memoria de cada roce.

“Nunca imaginé terminar aquí esta noche” —susurra Richard, apoyando la mano en el marco de la cama—. Hace apenas horas, estaba perdido en otro mundo.

Rebecca, recostada de lado, deja escapar un murmullo perezoso mientras su cabello revuelto forma un lecho de oscuridad sobre la almohada. La sábana blanca se arquea donde yace su silueta: el contorno de su espalda, la curva suave de su cintura, el borde del sujetador carmesí asomando entre los pliegues. Todo habla de un instante robado al caos que los rodea.

Richard Aiken, exagente de fuerzas especiales, recordaba aún el sabor metálico de la culpa: la muerte de un compañero, la inesperada nueva vida que al parecer había tenido y ahora la hermosa joven que se encontraba al otro lado de su cama.

Todo había sucedido tan rápido, que ya no sabia si todo lo que había pasado fuera real o solo un remanente de la poca cordura que aún le quedaba.

Hace solo algunas horas aun se encontraba borrando todo el dolor que sentía bebiendo como un alcohólico sin esperanza.

Sus años de esfuerzo en las fuerzas especiales no habían valido nada.

Había perdido a su mejor amigo, a su *hermano* de misión y, junto a él, sus dos piernas.

No podía caminar, no tenia familia y mucho menos el apoyo del país que tanto había sacrificado por defender.

La última botella rodó vacía a sus pies, su aliento olía a fuego y abandono. Sintió un vacío en el pecho tan hondo que creyó que jamás volvería a latir. Dio un último sorbo, cerró los ojos… y el mundo se desvaneció.

Cuando despertó, todo era silencio. Un frío húmedo le acariciaba la nuca. Abrió los párpados con esfuerzo: yacía tendido sobre adoquines resbaladizos, bajo un cielo estrellado que no recordaba haber visto en mucho tiempo. No estaba en su habitación, ni su desordenada casa que no había tenido la capacidad de limpiar: estaba en un callejón angosto, entre paredes de ladrillo cubiertas de musgo, con un farol parpadeante a pocos metros de distancia.

Al incorporarse, su mano recorrió su torso: ya no llevaba el uniforme roto, sino una camisa oscura que no reconocía, ni los pantalones de combate. Giró sobre sí mismo y descubrió, colgando de un cordón al cuello, una placa brillante con el nombre:

“Richard Aiken”

“Equipo Bravo”

“S.T.A.R.S”

Debajo de su nombre colgaban varias placas de metal bruñido, cada una grabada con un nombre distinto y acompañada de una fotografía suya saludando a la cámara, se encontraba una escena que hace mucho no había visto.

Se encontraba sonriendo feliz.

En la foto se encontraban un grupo de personas ajenas, con rostros alegres y copas alzadas, como si celebraran su llegada, parecía ser una fiesta de bienvenida.

Todo lo tenía confundido…aun no creía que esto fuera verdad, todo parecía una escena confusa de un sueño confuso.

Pero, más allá de esas imágenes extrañas, algo que el frío empedrado del callejón no le permitió notar antes se impuso con fuerza. Sus piernas… ya no le enviaban aquel dolor punzante de meses atrás. El hormigueo eléctrico reemplazaba cualquier sensación de amputación.

Con el corazón encogido de esperanza, Richard colocó las palmas contra las angostas paredes de ladrillo y, con cuidado, se incorporó. Un temblor recorrió sus extremidades, y sintió cómo, por primera vez en tanto tiempo, sus pies se apoyaban firmes sobre el suelo. Dio un paso. Luego otro. Y el mundo pareció estallar en un torrente de emociones: alivio, incredulidad, una chispa de alegría que creía extinguida.

Con la silla de rueda, ahora olvidada en un rincón oscuro. Con cada zancada que daba una sonrisa se podía ver en su rostro.

Ahora por fin volvía a sentir una esperanza que no había vuelto a ver en mucho tiempo.

Paso a paso como los pasos de un bebe ahora se acercaba a un pequeño bar.

Con su extraño caminar parecía un ebrio más del montón, así que nadie le dio más de una mirada.

Al abrir la puerta, un golpe cálido de música lejana y parloteo apagado lo envolvió. El trasero de una vieja silla de bar chirrió cuando alguien le sirvió un trago sin apenas mirarlo.

“Otro vaso, Richard”—dijo con familiaridad el hombre tras la barra, un tipo recio de bigote descuidado.

Richard frunció el ceño. No sabía quién era esa persona, ni cómo podía conocer su nombre.

“Disculpa” —respondió, incrédulo—, “creo que te has equivocado de cliente”.

El cantinero arqueó una ceja, deja el vaso sobre la barra con un suave clac y asintió como si nada.

—¿Otro Scotch, Richard? —insistió, con ese tono de quien cree reconocer a un viejo amigo—. “Esta cortesía va por la casa”.

Richard negó con la cabeza, todavía sorprendido. El calor del bar lo envolvía mientras el murmullo de las conversaciones se hacía más nítido. Fue entonces cuando un resoplido más alto, cargado de resentimiento, llamó su atención.

Rebecca Chambers, apoyada en una esquina de la barra, apretaba el borde de su vaso con tanta fuerza que la madera crujía. Su uniforme medio desabrochado dejaba ver la palidez de su piel; los mechones sueltos de su cabello castaño caían sobre sus ojos marrones.

—¡Joder! —refunfuñó ella, sin ocultar su frustración—. “Demasiado joven para la misión de Arklay” … ¿¡Y qué tal si tengo más agallas que ellos!?

Richard, intrigado, retrocedió un paso en busca de un taburete libre. Tomó asiento a dos asientos de distancia de Rebecca, como quien no quiere alterar nada, pero no puede apartar la mirada. El cantinero, al verlo seguir ahí, simplemente asintió y se alejó silbando.

Rebecca pegó la frente contra la barra y murmuró en un tono tan bajo que apenas se entendía:

—Llevan meses asignándome papeles de oficina, y ahora que podría demostrar lo que valgo, me dejan de lado por ser “la niña” del equipo.

El sonido de un vaso al apoyarse con un plof resonó en escena; un instante después, ella alzó la mirada y descubrió a Richard observándola con una mezcla de curiosidad y empatía. Sus labios temblaron en una mueca indecisa:

—¿Tú me crees capaz? —preguntó, la voz cansada y ebria de Rebecca.

Richard la miró con solemnidad, dejó caer suavemente su vaso vacío sobre la barra y asintió.

* 20minutos después *

Los últimos clientes se dispersaban en sombras, y el bar se vaciaba en un murmullo amortiguado. Richard apoyó los codos en la barra y, mirando a Rebecca con suavidad, murmuró:

—Si te sirven de “niña” en el equipo Bravo , que al menos sepan que ellas aprenden rápido cuando se lo proponen.

Ella rió, despacio, con un brillo de determinación en los ojos:

“Eso intentaré. Gracias, Richard… por escucharme”.

—Siempre —respondió él—. No dejes que nadie te quite tu valor.

Él alzó la mirada hacia el cantinero, que les guiñó un ojo desde el otro extremo:

“Ya va siendo hora, tortolitos” —dijo con sorna—. “Que la policía no llegue antes que ustedes”.

Rebecca se incorporó, recuperando la chaqueta del respaldo de una silla, y Richard Salieron hombro con hombro al fresco de la noche.

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