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Chapter 4 - Capítulo 4:Primer encuentro

Capítulo 4:Primer encuentro

El helicóptero avanza con firmeza sobre la vasta extensión de bosque. Afuera, los árboles parecen olas verdes agitadas por el viento. El sol apenas se asoma en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja pálido.

Dentro de la cabina, todo vibra con el zumbido constante del motor. Nadie habla mucho. Enrico revisa el mapa. Forest tararea algo con los audífonos puestos. Kenneth afila su cuchillo con movimientos casi automáticos.

Richard no aparta la vista de Rebecca.

Ella está frente a él, abrochándose el arnés del asiento con eficiencia. Su rostro es distinto ahora: enfocado, frío, sin la suavidad que conoció unas horas antes. Es la Rebecca Chambers soldado, no la mujer que se aferró a él en la oscuridad de una habitación.

Aun así… las miradas se cruzan.

—No pensé verte otra vez —dice ella, sin alzar la voz.

—Yo no pensé que formaba parte de todo esto —responde Richard, con honestidad—. Pero... parece que alguien decidió que sí.

Rebecca lo estudia. Su expresión es difícil de leer: hay desconfianza, sí… pero también algo más profundo. Curiosidad.

El motor de toda mujer.

—¿Aún no recuerdas nada?

Richard sacude la cabeza, apenas.

—Solo sensaciones. Sé cómo usar un arma, cómo moverme. Tácticas, reflejos…

Ella desvía la mirada, vuelve a centrarse en el ventanal. El bosque se abre como una cicatriz verde bajo ellos.

—Y, aun así, estás aquí —murmura.

—¿Eso te molesta?

—No —dice, tras un silencio pesado—. Me confunde, no sé cómo sentirme con esto.

Él frunce el ceño.

—¿Por qué?

Rebecca no responde de inmediato. Sus ojos siguen el vaivén de los árboles allá abajo, como si buscara una respuesta que no la comprometa.

—Porque si esto fuera un sueño… preferiría no despertar.

Él la observa con intensidad. Por un momento, todo en su mente —la niebla, los vacíos, la sensación de no pertenecer en la vida de la mujer de enfrente— se detiene.

—No pienso irme —responde, suave pero firme—. Al menos no sin ti.

Ella no replica, pero su mano, enguantada, se estira apenas y roza los dedos de él. Un gesto mínimo. Casi imperceptible. Pero suficiente.

—Aterrizaremos en tres minutos —anuncia el piloto por la radio—. Revisen el equipo.

Rebecca se aparta. Se transforma por completo: mete la expresión en una caja y la guarda con llave. Revisa su mochila, el seguro de la pistola, la radio táctica.

Richard baja la mirada. Se ajusta el fusil, siente el peso del chaleco antibalas, del rol que no pidió y que apenas entiende… pero que, de alguna forma, le pertenece.

Enrico se pone de pie.

—Prepárense. Zona de descenso: claro 8-Delta, cerca del cañón norte. El área está relacionada con varios reportes de asesinatos… y desapariciones recientes. Posibles responsables armados. Queremos respuestas, no cadáveres. ¿Entendido?

—¡Sí, señor! —responden casi al unísono.

Forest le lanza una mirada a Richard y sonríe con malicia.

—Ey, novato… lograste flechar a la pequeña tigresa. No todos llegan tan lejos sin que les arranquen un ojo.

Rebecca lo fulmina con la mirada.

—¿Quieres que te asigne a patrullar con el perro rastreador y sin arma?

Forest ríe, pero levanta las manos en señal de rendición.

—Solo digo… a mí me costó 3 meses que me hable sin bufar.

Richard sonríe, sin decir nada. Finge ser parte del grupo, mientras la verdad de quien realmente es permanece oculta bajo capas de reflejos y silencios. Aún no sabe por qué fue traído a este mundo, ni por quién… solo que está aquí, y se quiere quedar.

El helicóptero comienza a descender. Todo vibra. La tensión sube. Afuera, el claro 8-Delta se acerca como la boca de un pozo.

Rebecca se pone el casco. Antes de bajar, lo mira por encima del hombro.

—Mantente cerca.

Richard asiente, apretando el fusil.

—Siempre.

Y sin mirar atrás, ambos saltan al suelo.

La calma se disuelve. La misión comienza.

El helicóptero se eleva y desaparece entre las copas de los árboles, dejando al equipo Bravo solo con el silencio del bosque.

El claro es húmedo, encharcado por lluvias recientes. La niebla aún persiste entre los troncos altos, envolviendo todo con un velo denso, casi aceitoso. No hay cantos de aves. Solo un zumbido sordo, como si algo más respirara con ellos.

—Formación escalonada —ordena Enrico—. Forest y Kenneth, flancos. Richard, conmigo. Rebecca, mantente atrás, soporte médico y análisis.

—Entendido —responde ella, ajustándose la mochila.

Avanzan.

El suelo cruje bajo las botas. Hay ramas rotas. Marcas profundas en la tierra. Como si algo hubiera sido arrastrado.

Richard se agacha. Toca el rastro con dos dedos enguantados. Mira el arrastre, la dirección.

—Pesado… no fue una persona que caminó. Algo lo jaló. —Su voz es grave, segura. Natural.

Enrico lo observa, brevemente sorprendido.

—¿Fuiste rastreador?

Richard niega.

—No que yo recuerde.

—Lo haces como uno.

Avanzan más. En menos de cien metros encuentran el primer cuerpo.

Un oficial de policía. Uniforme desgarrado. El rostro... comido. Literalmente.

—Jesús… —susurra Kenneth.

Rebecca se arrodilla junto al cadáver.

—Signos de putrefacción avanzada… pero no es posible. Este tipo murió hace menos de 24 horas. No debería oler así. No debería estar así.

Forest traga saliva.

—¿Qué le pasó en el cuello? ¿Lo mordieron?

Richard levanta su rifle. Algo no cuadra. El aire huele mal. No a muerte común, sino a algo más rancio… como carne vieja mezclada con cobre.

—Silencio. Escuchen…

Todos callan.

Y entonces lo oyen.

El crujido. Como huesos golpeando entre sí. El roce lento de pies arrastrándose por la maleza. Un sonido húmedo, pegajoso, quebrado.

—Contacto —susurra Richard.

Emergen entre los árboles.

Cuerpos.

Cuatro. No. Cinco.

No corren. No gritan. Caminan lento, errático, con las cabezas ladeadas y los brazos colgando como marionetas rotas. Los ojos, lechosos, sin alma. Las bocas abiertas, emitiendo un quejido animal.

—¿Son… personas? —pregunta Rebecca, horrorizada.

—No —responde Richard, alzando el fusil—. No lo son.

Uno de ellos tiene una placa policial colgando aún del pecho… pero le falta medio rostro, y lo que queda cuelga como trapo mojado.

Enrico levanta el puño.

—¡No disparen sin orden!

Pero uno de los muertos gime más fuerte… y comienza a trotar torpemente hacia Kenneth.

—¡Mierda! —grita este, retrocediendo— ¡Nos atacan!

Y entonces, el caos.

Los muertos vivos se abalanzan con torpeza, pero con fuerza brutal. No sienten miedo. Ni dolor. No se detienen.

Kenneth cae hacia atrás cuando uno le rasga el brazo. Forest grita y abre fuego.

Pero Richard ya está en movimiento.

Su rifle se levanta, apunta con precisión letal. Tres disparos secos.

Bang. Bang. Bang.

Tres cabezas estallan con un ruido húmedo, cayendo al suelo como muñecos de trapo. Richard se gira, baja, patea al cuarto por la pierna, hace rodar el cuerpo y le clava la culata del arma en el cráneo, una y otra vez.

*Crack. Crack*

Silencio.

Sólo el jadeo del grupo.

Los cuerpos inmóviles.

Kenneth gime, sujetando su brazo herido.

—No era… un drogadicto. No era humano.

Rebecca ya está junto a él, desinfectando, vendando.

Enrico mira a Richard.

—Eso fue… eficiente.

Richard se sacude la sangre de la mejilla. No tiembla. No entra en pánico.

Los años de entrenamiento parecían salir a flote, cuando no dudo en quitar una vida.

—Apunté al centro de masa. No funcionó. Solo cayeron cuando les volé el cráneo.

Forest aún respira agitado.

—¿Cómo supiste?

Richard no contesta. Mira sus manos, ensangrentadas. Su cuerpo respondió antes que su mente. Como si ya hubiera combatido monstruos antes.

Rebecca se le queda viendo. No dice nada, pero la pregunta está en sus ojos.

¿Quién eres realmente?

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