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Chapter 16 - capitulo 16

La oscuridad dominaba el interior del complejo abandonado. Solo los haces de las linternas iluminaban pasillos largos y oxidados, llenos de polvo y telarañas que colgaban como fantasmas del pasado. El aire olía a humedad, óxido... y a algo más. Algo que nadie podía identificar con precisión, pero que ponía los nervios de todos de punta.

—¿Seguro que esto era parte del laboratorio principal? —preguntó Maya, deteniéndose junto a una puerta metálica cubierta de señales de advertencia.

—Según los planos en el diario, sí. Aquí se almacenaban muestras genéticas... y probablemente los embriones —respondió Tomás, ajustando sus lentes con manos temblorosas.

—Esto me da muy mala espina —susurró Darío, mirando de reojo una vieja cámara de seguridad apagada que colgaba torpemente del techo.

Félix, que encabezaba el grupo, sostenía un tubo de metal oxidado como arma improvisada. Sabía que no serviría de mucho si algo verdaderamente peligroso aparecía, pero al menos lo hacía sentir útil. Él no tenía el conocimiento científico de Tomás ni el entusiasmo infantil de Leo por los dinosaurios. Solo tenía instinto de protección.

—Manténganse juntos —dijo en voz baja—. Si encontramos algo útil, lo tomamos y nos largamos. Este lugar no me gusta.

Avanzaron por el pasillo hasta encontrar una puerta con un letrero que decía "Laboratorio de Bioingeniería: Acceso Restringido".

—Está rota… puedo abrirla —murmuró Leo, agachándose junto al panel.

Con habilidad, usó una herramienta que había guardado desde el barco para hacer palanca. La puerta chirrió y se abrió lentamente, revelando un amplio laboratorio iluminado tenuemente por una claraboya rota en el techo.

Dentro, todo parecía congelado en el tiempo: escritorios con papeles esparcidos, vitrinas con tubos de ensayo, y tanques de contención vacíos. En una esquina, un monitor parpadeaba débilmente, alimentado por una batería de emergencia que milagrosamente seguía activa.

—¡Miren eso! —exclamó Kiara, corriendo hacia un estante lleno de frascos etiquetados con códigos genéticos.

—No toques nada —ordenó Félix—. No sabemos qué tan peligrosos pueden ser esos químicos.

Tomás revisaba los nombres en los frascos con expresión fascinada.

—¡Aquí hay embriones de especies híbridas! Mira esto… "Proyecto Scorpius", "Spino-Raptor"… y este dice "D-Rex"… ¿Será el híbrido del que hablaba el diario?

—¿D-Rex? —repitió Leo, mirando a Tomás—. ¿Dreadaptor rex?

Tomás asintió lentamente.

—Sí. Este tiene su código… está vacío. Lo liberaron. O escapó.

El grupo guardó silencio.

Solo el zumbido leve del monitor, la respiración nerviosa de los adolescentes y los ecos de sus propios pasos llenaban el ambiente.

Félix se adelantó hacia una consola central.

—Quizá aquí encontremos algo más.

Presionó algunos botones. En la pantalla apareció una secuencia de video deteriorado: un espécimen encadenado, de forma vagamente reptiliana, pero con una postura erguida y una mirada inteligente y cruel. Tenía ojos amarillos penetrantes y una boca repleta de dientes irregulares. Su piel era gris oscura con manchas negras, y se movía con agilidad casi felina.

—Ese es él… —murmuró Kiara—. Ese es el híbrido.

El video cambió. El espécimen arrancaba sus ataduras. Gritos. Alarmas. Sangre.

Y luego… pantalla negra.

CRACK.

El sonido vino del pasillo.

Todos se congelaron.

—¿Lo oyeron? —susurró Darío.

—Sí —respondió Leo—. ¿Qué fue eso?

—Probablemente… un animal —dijo Tomás, aunque no lo creía.

Félix se acercó a la puerta lentamente. Apagó su linterna y alzó la mano para que los demás lo imitaran. En la penumbra, el grupo contuvo la respiración.

Pum... Pum... Pum...

Pasos. Lentos. Pesados. Pero no pesados como un T. rex, no. Eran sigilosos, precisos… como los de un cazador.

Maya se tapó la boca con ambas manos. Kiara abrazó a Darío. Leo temblaba. Tomás se agachó tras una mesa.

Félix susurró:

—¡Corran al otro extremo del laboratorio! ¡Ahora!

No hubo gritos. Solo pasos apresurados. Pero el ruido, aunque leve, fue suficiente.

Un estruendo metálico. El sonido de garras desgarrando la puerta.

¡CRAAAASH!

El híbrido entró.

Dreadaptor rex.

Era peor en la vida real.

Un cuerpo ágil, esbelto, pero musculoso. Sus ojos no miraban… cazaban. Olfateó el aire. Abrió sus fauces. Avanzó con lentitud.

Félix se interpuso.

—¡Oigan! ¡Oigan! ¡Corran! ¡No se detengan!

Se giró hacia la criatura, levantando el tubo de metal.

—¡Ven aquí, maldito bastardo…!

El híbrido rugió con un chillido agudo y penetrante. Se lanzó.

Félix gritó y atacó, pero fue inútil. El Dreadaptor rex lo embistió contra la pared. Lo alzó como si no pesara nada y lo partió en dos con sus fauces.

Sangre. Huesos. Silencio.

Los chicos corrían sin mirar atrás. Kiara tropezó, pero Darío la levantó. Tomás guiaba, gritando "¡Por aquí! ¡La salida trasera!".

Pero ya no sabían si había salida.

—¡Está detrás! —gritó Leo sin mirar.

El híbrido los perseguía con pasos veloces y medidos. Jugaba con ellos. Cazaba por placer.

Giraron por una pasarela de servicio. Subieron una escalera. La puerta al final estaba cerrada.

—¡No! ¡No! ¡No se abre! —gritó Maya.

Un rugido. Cerca.

—¡Agáchense! —gritó una voz.

¡Pshhhhhh!

Algo voló sobre sus cabezas. Un líquido pestilente se esparció en el aire sofocando ala criatura.

—¡Ahora, por aquí!

La voz venía de un túnel lateral.

Un hombre en bata sucia y chaqueta de cuero hizo señas. Tenía una máscara improvisada y sostenía un frasco roto.

—¡Rápido!

No había opción. Corrieron hacia él. El hombre los guió por un ducto estrecho. El híbrido se detuvo en la entrada… olfateó… pero se encogió y retrocedió, confundido por el olor.

El grupo emergió al fin en una especie de búnker subterráneo. Luz tenue. Respiraron.

—¿Quién… quién eres tú? —preguntó Tomás, aún sin aliento.

El hombre se quitó la máscara.

—Elías Rivas. Soy doctor en genética. Trabajé en esta isla… hasta que todo se fue al demonio.

Silencio.

—Ustedes no deberían estar aquí.

—Tampoco tú —dijo Leo, jadeando.

Elías rió con amargura.

—Yo ya no tengo adónde ir. Pero ustedes sí… si sobreviven.

Tomás lo miró.

—¿Qué fue eso?

—El Dreadaptor rex. Un error… un monstruo que nunca debió existir. Los escuchó entrar. Los olió. Quería jugar con ustedes antes de matarlos.

—Félix… —susurró Kiara—. Él… él nos salvó.

Elías asintió con tristeza.

—Y yo haré que su sacrificio no haya sido en vano.

Abrió una caja. Dentro, había frascos llenos de líquido amarillento.

—¿Eso qué es? —preguntó Maya, tapándose la nariz.

—Orina de T. rex —respondió Elías sin titubear—. Disfrazaremos nuestro olor. Aleja a carnívoros menores, incluso a los raptores. El híbrido no lo teme… pero lo confunde.

Leo lo miró con respeto y temor.

—¿Cómo sabes tanto?

—Porque fui parte del equipo que lo creó.

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