Capítulo 1
Tic... tac... tic... tac...
El reloj de péndulo colgado en la sala marcaba los últimos segundos antes de la medianoche. La madera crujía suavemente bajo su propio peso, y el sonido regular del péndulo era lo único que rompía la quietud.
Tic...tac...
Laziel Draeven estaba acostado, boca arriba, en su pequeña cama, con los ojos abiertos como si esperara que algo ocurriera. Su cuarto estaba oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna que se colaba por la rendija de la ventana.
La tenue iluminación resaltaba su rostro joven y tranquilo. Tenía el cabello castaño oscuro, lacio y un poco rebelde, que caía en mechones hasta la mitad de la frente. Su piel era clara, de tono ligeramente pálido por la falta de sol, y lo que más destacaba eran sus ojos gris celeste, suaves, brillantes y profundos. Eran del tipo de mirada transmite que calma, empatía… como si pudieras escucharte sin que dijeras nada.
En ese momento, sus pupilas no mostraron miedo, sino más bien una curiosa serenidad, propia de alguien que observa el mundo sin entenderlo pero tampoco temerle del todo.
Su madre dormía en la habitación contigua. Todo era normal. Todo debía ser normal.
TIC.
Tabla de contenidos.
El segundo pulsando la línea del número doce. Y entonces, como si el tiempo se quebrara, todo se detuvo.
No fue un simple sueño.
Fue un descenso absoluto y sin permiso hacia la oscuridad.
Una fuerza invisible arrastrará cada cuerpo humano —niños, ancianos, soldados, criminales, reyes— hacia un abismo insondable. Sin importar si tenían sueño o no, todos cayeron. Como si el mundo hubiera sido cubierto por un manto sagrado... o maldito.
Y durante veinticuatro horas exactas, no se escuchó ningún latido humano.
—
Un día después.
Un rayo de sol atravesó la persiana. Los pájaros no cantaban. El aire era más denso. El silencio era distinto... casi reverente.
Laziel se incorporó con dificultad. Le dolía la cabeza y el cuerpo le pesaba como si hubiera estado enterrado bajo tierra.
— ¿Qué... fue eso...? —murmuró, llevándose la mano al rostro.
Al mirar por la ventana, lo primero que notó fue que el cielo no era el mismo. Era más vasto, más lejano. Como si el planeta hubiera crecido. Pero no sólo eso.
A lo lejos, unas enormes barreras de energía pulsaban como si respiraran. Círculos de luz azulada envolvían tierras desconocidas.
Como muros místicos que dividían el planeta en regiones aisladas, invisibles antes de ese momento.
— Eso... no estaba ahí ayer... — dijo, aún con voz rasposa.
Su madre, Loana Ariane, aún dormía en la habitación contigua. Como muchos otros, aún no despertaba.
Laziel salió a la calle.
Los vecinos comenzaron a abrir sus puertas. Algunos lloraban. Otros observaban el cielo sin comprender. Nadie tenía respuestas. Nadie entendía por qué el mundo era ahora al menos diez veces más grande.
Un reportero local trataba de improvisar una transmisión, aunque las ondas estaban alteradas. La gente solo podía escuchar su voz:
> "...No hay registros de terremotos. No hubo explosiones. Nada fue advertido. Simplemente... el planeta cambió.
> Las barreras dividen ahora nuestro continente de lo que parecen ser nuevos territorios.
> Algunos expertos dicen que es como si diez mundos hubieran sido unidos en uno solo durante la noche…”
Las palabras caían como espadas.
Pero nadie podía negar lo evidente.
—
Laziel caminó hasta una pequeña colina en las afueras de Noctheran, la región donde vivía.
Desde allí, podía ver con claridad el inmenso anillo de energía que cercaba el continente. Era imposible romper.
Algunos adultos intentaron acercarse con herramientas y hasta armas de fuego. Las balas desaparecieron en contacto con la barrera.
Ningún sonido salía. Ningún objeto regresó.
Era como si el resto del mundo ya no existiera... o no quisiera ser alcanzado.
Y en su palma derecha, sin que él lo recordara, había aparecido una marca negra, delgada, como una escritura antigua que latía débilmente.
No se movía. No reaccionaba. No dolia.
Solo estaba ahí.
Y él… no sabía qué significaba.
Pero algo dentro de él le susurraba que esa marca no era una coincidencia. Y que el mundo que conocía había desaparecido para siempre.
—
En algún lugar bajo tierra, muy lejos de Noctheran, un grupo de seres observaba el despertar humano sin intervenir.
Sus ojos no eran humanos.
Sus cuerpos tampoco.
Y su reino no era visible a simple vista.