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Chapter 4 - CAPITULO 3

Cada noche, en los techos oxidados o en los pasillos húmedos del pozo de combate vacío, Escarlata entrenaba con un bastón de hierro torcido, largo como su brazo y pesado como sus recuerdos. No era un arma elegante pero tenía ritmo, decía Liora, era todo lo que uno necesitaba para sobrevivir en un mundo que nunca bailaba al compás.

—Cierra los ojos —decía ella—. No pienses en el bastón, escucha cómo corta el aire.

—Eso es poético, pero nada práctico —gruñía Escarlata.

—Exacto. La poesía es para los que ya no tienen miedo. Aprende a usarla.

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A la tercera semana, su cuerpo ya no respondía como antes. Se movía mejor, más rápido. No más brutalidad instintiva. Ahora había intención. Y más allá de eso, conciencia.

Escarlata empezaba a notar que su sombra reaccionaba con él. Cuando atacaba, se estiraba. Cuando esquivaba, se contraía. Cuando se enfocaba… parecía observar por él.

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La espadachín llegó una tarde, justo después de una tormenta ácida.

No usaba capa, ni armadura. Solo una túnica negra con detalles plateados, y un colgante con el sello del Círculo Solar, la orden de élite del castillo. Su cabello era blanco como hueso quemado, y sus ojos... completamente grises. Como si vieran a través del tiempo.

Se presentó sin anunciarse, en el centro del círculo de pelea.

—Escarlata del Matadero —dijo, como si recitara una línea ya escrita—. Has sido observado. Y ahora, has sido llamado.

—¿Por quién? —preguntó él desde la sombra de la entrada.

—Por quienes aún recuerdan lo que se oculta entre planos. Lucharás conmigo. Si resistes… recibirás una oferta. Si no, morirás aquí, donde naciste.

Desan, los guardias, y los apostadores estaban congelados. Nadie osaba interrumpir.

—¿Y si no quiero pelear? —preguntó Sai’Jax.

—No era una petición.

Y fue entonces cuando ella se movió.

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La espada no salió de su funda: simplemente apareció en su mano, como si el aire se la hubiera entregado. Un hilo de plata veloz cortó el espacio entre ellos, y Escarlata apenas pudo levantar el bastón para desviar el golpe.

El impacto lo empujó cinco pasos atrás con dolor en los hombros.

Ella no lo perseguía. Solo lo miraba.

—Eres lento —dijo ella.

—Y tú arrogante.

Volvió al ataque. Esta vez Escarlata giró, desvió, y trató de golpear a sus costados. Ella lo esquivó con gracia fluida, sin esfuerzo. La espada era una extensión de su cuerpo. Cada movimiento era danza de llena de precisión y letalidad.

Escarlata intentó alejarse, pero tropezó. Su sombra se estiró bruscamente. Y ahí… sucedió.

Por un instante, la sombra de ella tocó la suya.

Y en ese contacto… algo cambió.

Escarlata sintió un temblor en la nuca. Un vacío que se llenó de información. Su brazo se movió por instinto, copiando la curva de su movimiento anterior. Su pierna se colocó como la suya lo había hecho segundos antes.

—¿Qué… fue eso? —murmuró ella, ladeando la cabeza.

Él no contestó. No sabía cómo explicarlo.

Pero sabía algo con certeza: ahora comprendía cómo se movía ella.

No en teoría, no por observación. Lo sentía.

La segunda ronda fue diferente.

Escarlata ya no solo se defendía: contraatacaba.

Imitaba su cadencia, copiaba su equilibrio. Cuando ella daba un giro, él respondía con el mismo ángulo. No con la perfección de un maestro, pero sí con el instinto de alguien que ya conocía la coreografía.

—¿Estás usando mi estilo contra mí? —dijo la espadachina, jadeando levemente.

—No lo sé —respondió él, con sudor en la frente—. Pero no puedo controlar mis movimientos.

Ella cambió de táctica, volviéndose más errática. Cortes imprevisibles, saltos laterales, pero Escarlata se adaptaba y copiaba cada vez más rápido.

El bastón zumbaba como un rayo de hierro.

Una estocada, un giro y un cruce.

Clang —la espada y el bastón se encontraron de lleno. Centellas mágicas volaron.

La espadachín retrocedió por primera vez.

Sonreía. No por burla. Sino por respeto.

—Tu cuerpo no está hecho para mi estilo, pero tu sombra… sí lo está.

—¿Qué eres tú? —preguntó Escarlata.

—No importa, lo importante es quién podrías ser.

Ella apuntó su espada al suelo.

—El Vacío empieza a abrir sus ojos. Y no todos los que caminan bajo el cielo están listos. Pero tú podrías estarlo… si aceptas la invitación.

Escarlata respiraba con dificultad. Su sombra seguía vibrando, viva.

Liora miraba desde las alturas, el corazón en su puño.

—¿Y si no quiero ser lo que tú ves en mí? —preguntó él.

—Entonces, serás lo que tus sombras elijan por ti.

Ella desapareció en un solo parpadeo. Como si se hubiera deshecho entre dimensiones.

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Esa noche, Escarlata no durmió.

Tampoco entrenó.

Solo observó su sombra.

Y esta… le devolvía la mirada.

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