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Chapter 9 - Capitulo 9

Al terminar el desayuno, aproveché la oportunidad de tener un adulto conmigo y le expresé a William las dos complicaciones que aún teníamos por resolver antes de partir: encontrar una nodriza para Dany y conseguir ciertos materiales importantes.

Con una capa nueva sobre los hombros y un paño de tela envuelto en la cabeza para ocultar mi cabello, volví a las calles junto con William, quien dirigía el camino. Caminamos un buen tramo hasta tomar una góndola que nos llevó hacia el oeste de la ciudad… rumbo al Puerto del Trapero.

—Y bien, William— dije, intentando sostenerme la capucha, ya que el viento del mar estaba haciendo de las suyas —¿vas a dejar el misterio y contarme a quién tienes en mente para ser la nodriza de Dany?

Él se rió entre dientes.

—Verá, su alteza: cuando quedé herido y necesitaba de un sanador, una mujer ayudó a Addam a arrastrarme hasta su casa, donde nos dio refugio. También tuvo la cortesía de ayudar a Addam a buscar un sanador de la Casa de las Manos Rojas, ya que él no habla bravosi y el chico estaba bastante perdido.

—¿Y ella simplemente brindó su ayuda… sin pedir nada a cambio?

—No nos pidió nada. Aun así, le di una pequeña bolsa de monedas por los dos días que nos quedamos allí— respondió.

Antes de poder sacarle más información, habíamos llegado al puerto, repleto de barcos procedentes de las Ciudades Libres, de Poniente y posiblemente de más allá. A diferencia del Puerto Púrpura, reservado solo para los barcos braavosis, el Puerto del Trapero estaba destinado a los navíos extranjeros. Este era mucho más pobre y tosco.

William se alejó unos metros hacia un puesto y comenzó a hablar con una persona. Yo, en cambio, examiné el puerto con ojo analítico.

Por casi todo el lugar se extendían pequeños muelles, atracaderos y antiguos embarcaderos grises, donde los pescadores atracaban tras terminar su faena en este día que comenzaba a tornarse bastante caluroso.

Abrí un poco mi capa, preguntándome por qué había tanta tranquilidad. Entonces me encontré con los ojos de una Dany serena, chupándose el dedo, envuelta en un fular de tela nueva contra mi pecho.

Sacudí la cabeza en negación y seguí observando.

En todo el Puerto del Trapero se extendían puestos improvisados. En ellos se vendía una extensa variedad de mariscos, aunque también había otros que ofrecían productos diversos.

Sin ni siquiera quitar mi vista del frente hice un movimiento rápido, extendí la mano hacia atrás y atrapé una muñeca pequeña y huesuda. Me di la vuelta, levantando al niño por el brazo atrapado hasta que su cara quedó a la altura de mis ojos. El muchacho pataleaba en el aire.

—¿Sabes que si te atrapan robando, te azotan?— dije, mirando de reojo a Ser William, que aún estaba distraído.

El niño dejó de moverse. Una sonrisa lobuna comenzó a formarse en mi rostro.

—Y si es un noble quien te atrapa, tiene derecho a pedirle a un guardia que te corte la mano… al menos aquí en Braavos— añadí, volviendo la mirada hacia el niño.

Este palideció a una velocidad alarmante.

—Pero para tu suerte, me agradan los niños— dije, bajándolo con suavidad al suelo. Con mi única mano libre, metí los dedos en el bolsillo y saqué algunas monedas, que le tendí.

El niño parecía dudar.

—Tranquilo, no te haré nada. Pero te recomiendo que dejes de robar… a menos que quieras perder una mano. No creo que el próximo que te atrape sea tan misericordioso como yo

El niño, que no aparentaba más de seis años, tomó las monedas con una rapidez que sorprendería a cualquier escarbato y salió corriendo.

Bueno, gracias a ese niño, ahora sé que mis instintos de guerra y batalla siguen tan afinados como siempre. Solo espero haberlo asustado lo suficiente como para que no siga robando, pensé, mientras un suspiro escapaba de mis labios.

Al levantar la vista, me encontré con la mirada de William.

—¿Y bien?— dije con una sonrisa burlona —¿Te quedarás ahí mirándome o ya encontraste a la mujer?

—Debió haberlo entregado, su alteza— respondió con un tono desaprobatorio.

Mi sonrisa desapareció.

—¿Entregar a un niño que solo está intentando sobrevivir como puede? ¿Solo porque sí? ¿Porque la ley lo dicta así?— solté, clavando los ojos en él —¿O tus juramentos te obligan a hacerlo, aunque sepas que no es lo correcto? ¿Lo harías?

Incliné ligeramente la cabeza hacia un lado, sin apartar la mirada.

—No tienes que responderme… porque en tus ojos ya obtuve la respuesta.

William se mantuvo en silencio, aunque pude notar cómo me evaluaba con la mirada. Hizo un gesto con la cabeza y comenzó a caminar, y yo lo seguí.

Llegamos a un puesto donde vendían pescado salado, una comida insípida pero la más barata que se podía encontrar. Una mujer atendía el puesto por la forma en que William la saludó, supuse que era a quien estábamos buscando. Se presentó como Neria, mientras William intercambiaba saludos cordiales con ella. Yo la examiné con atención.

Neria era una mujer de entre treinta y cinco y treinta y ocho años, de ojos grandes de color ámbar. Sus ojos eran muy expresivos, algo que noté en su conversación con William. Tenía el cabello oscuro, ondulado, y la piel ligeramente tostada, posiblemente por vivir y trabajar cerca del mar.

Al inclinarme ligeramente hacia un lado, pude notar, detrás de ella, una canasta llena de paja y tela. En su interior, un bebé más pequeño que Dany dormía plácidamente. Su hijo, pensé.

Mientras ellos dos hablaban, pude notar el aura de ambos, Neria tenía un aire de madre trabajadora, pero tranquila

Diferente a William, cuya presencia imponía de otra manera. Era un hombre ya entrado en los cuarenta, de rostro anguloso y curtido por los años, con una barba espesa salpicada de canas que no intentaba ocultar. Tenía el cabello castaño oscuro, con algunos mechones grises en las sienes, cayéndole en ondas descuidadas por encima de las orejas. Una cicatriz recién hecha le cruzaba el rostro desde el pómulo hasta la mandíbula, probablemente fruto de su última pelea con los mercenarios.

Sus ojos, de un azul opaco, observaban todo con una mezcla de cansancio y determinación. Vestía con sobriedad: una capa de tonos cálidos que conservaba mejor que su armadura, llena de marcas, raspaduras y el polvo de muchos caminos.

Según me había contado, había perdido su armadura de la Guardia Real cuando abandonamos Rocadragón.

Salí de mi análisis cuando escuché el rugido del Titán de Braavos, un ruido al que ya me había acostumbrado

Al prestar atención otra vez a William la mujer había aceptado el trabajo, incluyendo el hecho de marcharse de Braavos con nosotros.

Mientras William le daba instrucciones a Neria, me puse a merodear los alrededores, Al principio estaba escuchando rumores y noticias en la lengua común que abundaba en el Puerto del Trapero. Me acerqué a un puesto solo por curiosidad para escuchar la conversación de dos señoras sobre una festividad que se hará pronto…

Pero al puesto que me había acercado, había encontrado algo que hizo que mis pupilas se encogieran.

A máxima velocidad, busqué en mi palacio mental, intentando confirmar lo que veía. Resultó que no me equivocaba. Estiré la mano, tomé la planta y comencé a examinarla y olerla.

—¿Vas a comprar o no?— dijo el vendedor, sobresaltándome.

—Disculpa… ¿de dónde conseguiste esta planta?

—Ah, eso… creo que se consigue en los bosques de Qohor, aunque no es tan buena como el jengibre. Es más barata, pero te puede quitar los mareos. Aunque el efecto desaparece rápido… ¿la comprarás o no? Si no, entonces vete— dijo, haciendo un gesto de desdén con la mano.

Sentí cómo me tembló un ojo. Esta gente estúpida estaba usando el dictamo aún no evolucionado como un remedio para los mareos. ¡Y ni siquiera uno bueno, para colmo!

Respiré profundamente, intentando calmar la pequeña taquicardia que me provocaba tal sacrilegio.

—William— dije más agudo de lo que quería.

Él estuvo a mi lado en un instante, con una mirada que intentaba aparentar calma… mal disimulada. Le pedí que comprara todo el dictamo.

Mientras William lo hacía, con cara confundida, mi mente trabajaba tan rápido que avergonzaría a un colibrí.

Esto significaba muchas cosas. No solo el dictamo en sí: el hecho de que existiera aquí representaba la presencia de plantas mágicas. Y eso implicaba muchas más posibilidades que no me había replanteado hasta ahora.

Definitivamente, este mundo de los libros tenía mucha más magia de la que la serie mostró jamás.

Si el dictamo existe aquí, eso equivale a que existen nexos mágicos naturales, y si lugares así existen, como me confirmó la planta mágica que tengo en mis manos, eso significa que también hay animales mágicos. No sólo dragones, como presentaban en la serie.

Mientras más pensaba, más ideas y posibilidades locas llegaban a mi mente. No pude evitar frotarme las manos con avaricia.

Apenas William guardó el dictamo, lo agarré del brazo y lo llevé a rastras hacia una herrería, emocionado por las nuevas posibilidades.

Me detuve de golpe cuando la emoción fue borrada y reemplazada por mi instinto de supervivencia. Con una mirada calculadora y la mente afilada, examiné los alrededores, buscando el origen de esa sensación: la de ser observado con atención. Con demasiada atención para mi gusto.

—¿Alteza, qué sucede?— me preguntó William.

—Nada— respondí, guardando la daga que había sacado sin darme cuenta. —Sigamos con las compras— añadí, retomando el paso y tirando de William.

Aurion no lo vio.

Mientras se alejaba entre la multitud, con la mente ya en otra cosa, alguien lo observaba desde la penumbra de una callejuela cercana.

El hombre permanecía inmóvil, como si el bullicio del mercado no pudiera tocarlo. En su rostro flotaba una sonrisa irónica, apenas un gesto, como si supiera algo que nadie más comprendía.

Lo observó marcharse sin moverse un centímetro.

Luego, con una lentitud antinatural, se giró y desapareció tras una esquina.

Donde había un rostro, ahora había otro. Nadie pareció notarlo y Nadie lo miró dos veces.

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