WebNovels

Chapter 3 - Capítulo 1: Luciérnagas en Valméra

Estaba sola. O eso creía.

El aire en la habitación estaba cargado, denso, como si algo estuviera esperando. La luz de la lámpara titilaba, y el tic-tac del reloj sobre la mesa resonaba más fuerte de lo normal.

Mi mirada recorría la habitación. Nada. Nada que me pudiera inquietar.

Pero aun así, sentía que algo me observaba. O más bien, alguien.

Las sombras parecían alargarse. Estirándose hacia mí. Como si me rodearan, acechando. Pero al moverme, nada cambiaba. Solo el silencio.

Me levanté del sofá, caminando sin rumbo. Cada paso parecía más pesado que el anterior. Como si el suelo me retuviera, me empujara hacia algo que no quería ver.

Pasé la mano por el respaldo de la silla. La tela estaba más fría de lo que recordaba. Como si alguien la hubiera tocado. Pero no había nadie aquí. ¿O sí?

Me acerqué a la ventana, mirando la calle vacía. Las luces de la calle parpadeaban, solitarias. No había coches, ni gente.

Nada. Solo la quietud.

Pero no me sentía tranquila. Algo no estaba bien.

Volví a sentarme, el peso en mis hombros no cedió. Un cosquilleo recorrió mi espalda, como si alguien me estuviera mirando desde las sombras. Algo en el aire estaba diferente.

No lo veía, pero lo sentía. Como si estuviera allí, justo detrás de mí.

El tic-tac del reloj me parecía ahora más fuerte. El silencio me oprimía. Mi respiración se hacía más pesada.

El miedo comenzó a calar. A pesar de que no había nada, lo sabía. Estaba ahí. Vigilándome.

La tensión me recorrió, me paralizó. Cada paso que daba, cada movimiento, me sentía más observada.

Era una presencia. No era un fantasma. Era algo más. Algo vivo, algo que sabía más de lo que yo entendía.

Me levanté, volviendo a caminar por el pasillo. Las luces parpadeaban, pero no era la electricidad. Era algo más profundo, como si la casa misma estuviera respirando. Como si todo estuviera esperando.

Mi respiración se aceleró. El miedo apretó mi pecho.

¿Lo había sentido antes? Sí. Pero no así.

Algo estaba diferente. Algo había cambiado.

Me di vuelta, la sensación de ser observada seguía ahí, tan intensa, tan cercana.

Sabía que estaba allí. No lo veía, pero lo sentía. Siempre había estado ahí. Esperando.

Y no quería admitirlo, pero quizás... quizás deseaba que lo estuviera.

Cada rincón parecía respirarme encima.

El pasillo era más largo de lo que recordaba. Más angosto. Más frío.

Mis pies descalzos no hacían ruido, pero podía jurar que escuchaba otro par de pasos, imitando los míos.

Me detuve. Silencio.

Di otro paso. Otro sonido, apenas un segundo después del mío.

No quise voltear. No todavía.

Sabía que si lo hacía y no había nada, el miedo se iba a meter más profundo. Pero si sí había algo…

No terminé ese pensamiento.

Seguí caminando.

La puerta del fondo estaba entreabierta. No recordaba haberla dejado así. Siempre la cerraba. Siempre.

Mi corazón empezó a latir más fuerte, no por el miedo, sino por la certeza. No era imaginación. No era paranoia. Era algo real, tangible, que se me pegaba al cuerpo como humedad vieja.

Me acerqué a la puerta. Entré.

Solo puse la mano sobre la madera. Estaba caliente.

Me alejé un paso. El pasillo ya no era el mismo. Sentía que se cerraba detrás de mí, como si no me quisiera dejar volver.

Mi garganta estaba seca. Tragué saliva, pero no sirvió de nada.

La habitación seguía ahí. Oscura. Esperando.

Un ruido.

Atrás.

No me giré. No me atreví.

Quería correr. Salir de la casa. Romper algo. Llamar a alguien. A cualquiera. Pero no lo hice. No podía.

Porque aunque el cuerpo me temblaba, había algo que me retenía. Algo que dolía. Algo que deseaba entender.

Una parte de mí… lo conocía.

Sentí que me observaban desde adentro.

No era una presencia nueva. Era vieja. Antigua. Como si siempre hubiera estado en mí, dormida, esperando despertar.

Una sombra se movió. O creí que lo hizo.

Parpadeé.

Nada.

Pero el miedo ya no era miedo. Era otra cosa. Más íntima. Más perversa.

Y por primera vez, no quise escapar.

Quise quedarme.

Quise que se mostrara.

Quise que me tocara.

El aire se volvió más espeso. Me costaba respirar, pero no me importaba.

Ya no estaba segura de ser la única en esa casa.

Ni siquiera estaba segura de seguir siendo la misma.

Porque algo —algo oscuro y enorme— acababa de abrir los ojos dentro de mí.

Y me gustaba. Me gustaba. La sensación. El vértigo. El límite invisible entre el terror y el deseo.

Era como si todo lo que había negado hasta ahora, por fin se pusiera de pie dentro de mí.

Y no pensaba detenerlo.

Avancé. Un paso. Después otro.

La puerta crujó al tocarla de nuevo. Pero esta vez no me detuve. No tenía miedo del sonido. Tenía miedo del silencio que vendría después.

Entré.

La oscuridad no era completa. Había algo. Una figura. Una silueta apenas marcada por la luz filtrada del farol de la calle.

Y supe.

Supe que no estaba sola. Y que no lo estaría nunca más.

El aire estaba cargado. Con su olor. Con su presencia.

Y entonces lo escuché.

Esa noche salí. Necesitaba aire. Necesitaba alejarme. Terminé en el parque, en el centro de Valméra. La ciudad dormía, pero el cielo parecía en vela. Y ahí estaban. Las luciérnagas.

Pequeños destellos verdes, flotando como si alguien los hubiera sembrado uno a uno. Entre los árboles, entre las sombras. Bailaban. Me rodeaban. Me guiaban.

Siempre que las veía, algo se acomodaba dentro de mí. Como si me recordaran que no estaba sola. Que incluso en la oscuridad, había vida. Había belleza. Había algo esperando ser visto.

Me senté en la banca de siempre, la de madera gastada frente al lago. Las luciérnagas revoloteaban cerca, dibujando caminos invisibles. Y pensé en él. En la sombra. En lo que había sentido en esa casa.

More Chapters