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Chapter 2 - "EL CAOS FAMILIAR"

Narrado por Hinata.

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Una mañana, al abrir los ojos, lo primero que vi fue una luz dorada colándose por la ventana de mi habitación.

Se deslizaba entre las cortinas como si tuviera prisa por despertarme.

Me restregué los ojos, me senté en la cama y, con algo de pereza, me alisté para bajar a la cocina.

Al entrar, el olor a pan tostado y hierbas dulces me recibió con los brazos abiertos.

Y allí estaba ella.

Mi madre, Sakura Hoshino. Su cabello lacio de color violeta brillaba con la luz del sol, y sus ojos, igual de violetas, parecían espejos encantados que sabían todo… incluso lo que no querías que supieran.

Era hermosa. A veces tanto, que me preguntaba si de verdad era humana.

Junto a ella estaba mi padre, Ibuki Hoshino.

Serio como siempre, con el cabello castaño desordenado y la mirada profunda de alguien que ha visto más batallas que amaneceres.

Fuerte, orgulloso, e increíblemente táctico. Incluso al desayunar parecía estar calculando los movimientos del destino.

Madre me sonrió mientras removía una olla.

—Buenos días, princesa. ¿Soñaste con mundos imposibles otra vez?

—Mmm… creo que esta vez había una cabra gigante con capa… y hablaba raro —dije, frotándome la cabeza mientras me sentaba.

—Una visión profética, sin duda —bromeó madre—. ¿La cabra era más guapa que tu padre?

—¿¡Eh!? ¡Eso no estaba en la conversación! —dijo padre, frunciendo el ceño mientras sorbía su café con el ceño fruncido.

Una tercera voz se unió a la escena desde detrás de un libro.

—Si los sueños empiezan a tener lógica, deberías preocuparte.

Era Kenji. Mi hermano mayor por un año. Estaba sentado ya en la mesa, leyendo mientras desayunaba. Su tono era tan serio que no sabías si estaba bromeando o dando una advertencia de vida o muerte.

—Buenos días, señor lógica —dije mientras le sacaba la lengua.

—Buenos días, señorita caos —respondió sin apartar los ojos del libro.

—¿Y dónde está Edu? —preguntó padre de pronto, mirando alrededor.

Me llevé el dedo al mentón y respondí con una sonrisa torcida:

—Mmm… ¿Edu? ¿Nuestro hermano sobreprotector, payaso, coqueto, y probable criminal de la cocina? Seguramente está aún en su habitación… planeando cómo conquistar el mundo con dos tostadas, un cinturón y una túnica.

—Si ese niño vuelve a quemar la tostadora usando magia de fuego, lo haré limpiar el techo con un cepillo de dientes —gruñó mamá, con una sonrisa brillante pero que daba miedo.

—La vez pasada dijo que el pan "se sentía mejor dorado por combustión directa" —agregó Kenji, sin levantar la mirada.

—En su defensa, le quedó crocante —dije encogiéndome de hombros.

Azumi y Shizuka, nuestras sirvientas y tutoras, estaban en el patio desde temprano.

Azumi limpiaba su katana con una calma casi espiritual, mientras observaba el cielo como si planeara derribar meteoritos con una mirada.

Shizuka, por su parte, estaba tendiendo la ropa, aunque parecía más bien que estaba librando una guerra personal con una sábana que no quería quedarse quieta.

Al escucharnos hablar de Edu, ambas se asomaron por la puerta corrediza.

—De seguro está peleando otra vez con Zuzu —bramó Azumi, sin levantar la voz, pero con el filo del sarcasmo marcado en cada sílaba—. Si escuchan gritos, no es una invasión demoníaca. Es Edu perdiendo otra discusión con su gata.

—¡Nada más que lloriqueos incoherentes y quejidos! Siempre es lo mismo cada vez que esa bola de pelos lo aplasta —agregó Shizuka, cruzándose de brazos, indignada—. A este paso, la gata va a terminar dándole clases de esgrima.

—Tal vez ya lo hace —musitó Kenji, sin mirar arriba—. No me sorprendería si Zuzu tiene un título en estrategia de combate felino.

—¿Deberíamos intervenir? —preguntó mamá, fingiendo preocupación mientras limpiaba una taza.

—¿Para qué? —respondí yo—. Zuzu le está haciendo un favor. Cada vez que le gana, Edu se vuelve más fuerte… o más dramático, depende del día.

—Yo voto por dramático —dijo Azumi, con una ceja alzada.

—¡Yo por dramáticamente inútil! —se rio Shizuka, divertida.

—No sean crueles —dijo papá finalmente, dejando la taza sobre la mesa—. Al menos él intenta. Aunque sí… tiene el talento para convertir una pelea con un gato en una ópera trágica.

—Una vez gritó "¡técnica prohibida de las siete vidas!" y se tropezó con una almohada —recordé, tapándome la boca para no reírme.

Todos estallamos en carcajadas.

Papá se sujetaba el estómago mientras sacudía la cabeza. Shizuka reía como si hubiera ganado una batalla, y Azumi… bueno, Azumi simplemente sonrió por el rabillo de los labios, lo cual en su escala emocional era el equivalente a una carcajada a carcajadas.

Yo, en cambio, me quedé en silencio.

Me limité a observarlos. A mamá sirviendo el té, a Kenji hojeando su libro sin dejar de escuchar, a papá fingiendo que no se le escapaban pequeñas sonrisas.

A Shizuka y Azumi intercambiando insultos disfrazados de bromas.

Todo tan… normal.

Tan cálido.

Tan vivo.

Y, sin embargo, en el fondo de mi pecho, sentí algo apretarse.

Un pequeño nudo.

Un eco que no venía de la risa.

Sabía que esa tranquilidad no iba a durar mucho.

No mientras Edu y Zuzu vivieran bajo el mismo techo.

Porque donde él iba, el caos le seguía como una sombra…

…y donde Zuzu iba, esa sombra aprendía a morder de vuelta.

Y como si fuera un castigo del destino,

Como si el universo hubiese escuchado mis pensamientos…

El caos comenzó.

—¡¡SUÉLTAME, ENGENDRO DE LAS TINIEBLAS!! —gritó una voz desde el pasillo.

Un segundo después, Edu irrumpió en la cocina rodando por el suelo con los brazos cubiertos de rasguños, la camiseta arrugada y el cabello hecho un desastre.

—¡¿¡TE PARECE NORMAL ROBARME LA TOALLA MIENTRAS ME BAÑO!?! —bramó, medio cubriéndose con lo que parecía una cortina vieja.

Zuzu —su gata, su sombra, su enemiga natural— lo perseguía flotando con gracia sobrenatural, sentada sobre una nube de energía oscura, con una expresión de absoluta victoria felina.

—Mraaau~ —maulló con burla, y dejó caer la toalla como si fuera el trofeo de una cacería ancestral.

—¡Te juro que esta vez sí te lanzo al otro plano dimensional! ¡Lo juro por mi shampoo!

Shizuka escupió el té de la risa.

—¡¿Otra vez lo venció en ropa interior?! —gritó mientras se sujetaba el abdomen.

—Merecido por andar coqueteándole al espejo —dijo Azumi, cruzándose de brazos, aunque en sus labios temblaba una sonrisa que luchaba por no salir.

Kenji apenas alzó la vista de su libro.

—Interesante. Zuzu tiene un 98% de victorias matutinas. El equilibrio del universo se mantiene.

—Edu, ¿te bañaste con la puerta sin seguro otra vez? —preguntó mamá con su sonrisa más peligrosa.

—¡La cerré! ¡Lo juro! ¡Pero ella…! ¡¡Ella atraviesa paredes!!

—Porque es una gata bendita —respondí yo, sonriendo con compasión fingida—. Y tú eres un payaso maldito.

—¡Soy una víctima! ¡Una víctima del sistema felino opresor! —gritó Edu, aún en el suelo, mientras Zuzu le pateaba suavemente la cabeza con una pata.

—Cuidado, hijo —dijo papá sin levantar la voz—. Si la haces enojar mucho, puede convertir tu ropa en vapor. Otra vez.

Edu se encogió al recordarlo.

Todos rieron de nuevo.

Yo también.

Tiempo después del caos, cuando las risas se habían calmado y el desayuno volvía a ocupar su lugar como centro del universo…

Edu, ya bañado, peinado (a su manera) y vestido con su chaqueta abierta al estilo "aventurero improvisado", se sentó con arrogancia en la mesa, cruzando los brazos detrás de la cabeza como si acabara de derrotar a un dragón.

Zuzu se subió a su hombro como si no acabara de intentar matarlo, y se acurrucó con descaro en su cuello.

—Hmpf. Esta casa debería tener una estatua mía en la entrada —declaró, antes de tomar un panecillo.

—Sí, con la leyenda: "Aquí duerme el mártir de los lunes" —respondí, sirviéndome jugo.

Edu giró hacia mí con una sonrisa ladeada y esa mirada que usaba cada vez que estaba a punto de decir algo que me haría querer esconderme.

—Buenos días, Hina. Tu cabello está más bonito que el cielo de anoche.

Yo me atraganté un poco.

—¡E-Edu…! —le respondí bajito, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—Lo digo en serio. Si el mundo se acaba hoy, al menos lo hizo después de ver tu sonrisa. —Y me guiñó el ojo.

—¡E-edu, no digas esas cosas de la nada…! —murmuré, cubriéndome la cara con ambas manos.

—Y mamá… —continuó, girando hacia ella sin perder ese tono meloso—. ¿Cómo haces para ser tan hermosa y aterradora al mismo tiempo? Eres un equilibrio imposible… como una flor con cuchillas.

Sakura dejó la tetera en la mesa con una sonrisa amplísima… y peligrosa.

—Awww, hijo mío… qué cosas tan lindas dices.

Aunque me gustaría que usaras esa misma energía para limpiar tu habitación y dejar de robarle las galletas a Azumi.

—Lo llamo "intercambio cultural" —respondió Edu con fingida inocencia.

Azumi arqueó una ceja desde su asiento en la cabecera.

—Interesante. Entonces supongo que si yo te meto un cuchillo entre los dedos mientras duermes, será "intercambio táctico".

—¡Wow, qué intensidad, Azumi-chan! Pensé que me querías más delicado —dijo Edu, con una mano sobre el pecho y fingiendo una puñalada emocional—. ¡Al menos invítame una taza de veneno antes de asesinarme!

Shizuka, que ya había terminado su comida, cruzó los brazos y lo miró con el ceño fruncido y las mejillas apenas sonrojadas.

—Deja de coquetear con todo lo que respira. ¡Eres peor que un demonio con permiso legal!

—¿Y si te dijera que sólo respiro porque tú estás cerca? —respondió él, con una sonrisa brillante.

—¡Tú…! ¡Hijo de—¡ —Shizuka se quedó trabada, roja como tomate—. ¡Tendrás limpieza de armario con cepillo de dientes por dos semanas, infeliz!

Zuzu, mientras tanto, estiró la patita y sin mirar siquiera, le robó un pedazo de carne del plato a Edu.

—¡Oye, oye! ¡¡Eso era mío, parásito doméstico!! —gritó, apuntándola.

Zuzu simplemente lo miró, masticando con tranquilidad felina, y luego le dio un zarpazo cariñoso a la nariz.

—Mraau. —Y se acomodó nuevamente en su hombro como reina del caos.

Papá, desde el otro lado de la mesa, soltó un leve suspiro.

—Esto deja en claro por qué Zuzu sigue siendo la más peligrosa de esta casa.

—Y la más eficiente en combate cuerpo a cuerpo —agregó Kenji sin levantar la vista—. Edu ha perdido ya cuatro batallas esta semana. Zuzu lleva el marcador 32 a 2.

—¡La estadística no refleja la pasión de mi alma en la pelea! —protestó Edu—. ¡Esas derrotas fueron estratégicas!

—Claro, claro… como las veces que fingiste desmayarte para que mamá no te regañara —solté con una sonrisa burlona.

Edu se giró hacia mí con expresión herida, llevándose una mano al pecho como si yo le hubiera clavado una espada entre las costillas.

—¡Hinata! ¡Pensé que estabas conmigo, no en mi contra! —bramó con el tono de un actor de tragedia de tercera categoría—. ¡Esta casa está planeando un golpe de estado en mi contra!

—Yo solo comenté lo obvio… —murmuré, encogiéndome de hombros con una sonrisa.

—¡Lo obvio sería apoyarme! ¡Sangre de mi sangre! ¡La traición tiene ojos fucsia! —siguió, señalándome con el dedo como si estuviera en juicio.

Kenji suspiró, pasando la página de su libro.

—Si esto es un golpe de estado, es el más lento y ruidoso de la historia. El enemigo principal lleva un gato en el hombro con media tostada en la boca.

—¡Mi tostada! —gritó Edu, mirando su plato. Zuzu termino de comerce la tostada, lo miró desde su hombro y se lamió la pata con absoluto desinterés.

—Y otra vez se la roba —dijo Azumi, sin sorpresa.

—Esta revolución fue auspiciada por la Gata Suprema del Caos —añadió Shizuka, levantando su taza en señal de respeto fingido.

Mamá sonrió sin dejar de lavar los platos.

—Al menos no fue la mantequilla esta vez.

—¡El verdadero crimen aquí es la falta de lealtad familiar! —Edu levantó su silla como si fuera un escudo improvisado—. ¡Exijo un juicio justo ante el consejo de la mesa!

—Rechazado por mayoría —dijo papá, sin mirar.

—Segundo la moción —añadió Kenji.

—Aprobado —dije yo, guiñándole un ojo.

—¡Condenado a lavar los platos del desayuno, el almuerzo y la cena! —cantó Shizuka, golpeando la mesa como un martillo de jueza.

Edu dejó caer la silla.

—¡Maldito sea este sistema corrupto!

—Mraaau~ —ronroneó Zuzu, moviendo la cola con elegancia.

Y así, entre juegos de guerra imaginarios, acusaciones ridículas y tostadas robadas, terminamos el desayuno más caótico y divertido de la semana.

Despues del desayuno salimos al patio. El aire era puro, como si el cielo nos ofreciera un nuevo comienzo… aunque en esta casa, incluso los nuevos comienzos suelen llegar con una cucharada de caos.

Nuestra casa estaba ubicada en un rincón remoto de la región de Velhir, el reino de los hombres.

Vivíamos justo en la frontera entre la última aldea civilizada y un mar de campos que parecían no tener fin.

Los caminos de tierra se desdibujaban en el horizonte, como si el mundo mismo se rindiera ante el avance de la naturaleza.

Aunque habíamos salido muchas veces a este mismo lugar, nunca me aburría.

Me gustaba estar aquí.

Aquí, donde el viento canta sin prisa.

Donde los árboles murmuran secretos viejos.

Donde el mundo, por un instante, parecía olvidarse de las guerras, de los dioses y de los fragmentos.

—No es hermoso… —susurré, mirando el cielo limpio, con nubes dispersas y un sol que brillaba sin quemar.

Zuzu dormitaba sobre una viga de madera, totalmente indiferente al universo.

Kenji estaba sentado bajo un árbol, escribiendo en un cuaderno con la concentración de un alquimista.

Shizuka entrenaba con su espada en solitario, y Azumi observaba en silencio desde la sombra de la cerca, como un centinela de otro mundo.

Y Edu… bueno, Edu estaba a mi lado, haciéndose el interesante mientras fingía estirarse como calentamiento, aunque ya sabíamos que probablemente terminaría quejándose de una lesión que no existía.

Estábamos en medio de la nada… y, sin embargo, en el centro de todo lo que amaba.

Poco después, escuchamos pasos firmes acercándose desde la parte trasera de la casa.

No eran pasos ruidosos ni pesados. Eran precisos. Constantes. Medidos.

—Llegó el verdugo —murmuró Edu, ajustando su espada con una sonrisa nerviosa.

Era padre.

Su presencia bastaba para cambiar el aire, como si el viento mismo se pusiera en formación.

Llevaba su espada al cinto, y el cabello atado con una cinta de cuero.

Su expresión era la de siempre: firme, sin dureza, pero sin sonrisas vacías.

Un hombre que no necesitaba levantar la voz para hacerse respetar.

—¿Listos para la lección? —preguntó con tono calmo, casi solemne.

Edu dio un paso al frente, inflando el pecho.

—¡Por supuesto! Esta vez planeo vencer a la leyenda viviente. ¡Mi espíritu está a mil por hora!

—Tu espíritu quizás. Pero tu equilibrio parece dormido aún —respondió padre con una pequeña inclinación de cabeza, apenas perceptible… pero suficiente para que todos contuvieran una risa.

El entrenamiento familiar comenzó como todos los días.

Con disciplina… y con Edu quejándose en segundo plano mientras Zuzu se lamía una pata desde la rama de un árbol, observándolo con esa mirada de juicio felino que solo ella dominaba.

—Hoy repasaremos las Tres Grandes Sendas de la Espada —dijo papá con voz firme, empuñando una espada de madera mientras el viento le agitaba el cabello atado.

Su mirada recorrió el grupo.

Yo tragué saliva. Kenji giró una página de su cuaderno.

Edu bostezó con teatralidad exagerada como si fuera víctima de una injusticia ancestral.

Papá alzó la hoja hacia el cielo mientras hablaba.

—Entonces… ¿cuáles son estas tres sendas de la espada? —pregunté.

—Primero: la Senda de la Raíz Errante —dijo papá—. Defensa sólida. Resistencia mental. El equilibrio como escudo.

—Segundo: la Senda del Fénix Desatado —agregó Kenji, sin apartar la vista del libro—. Velocidad. Fluidez. Ritmo en movimiento.

—Y tercero: la Senda del Dios Eterno —dijo Edu con voz engolada, alzando su espada al cielo—. Ofensiva total. Golpes que buscan terminar el combate antes de que comience.

Papá no corrigió a ninguno. Solo asintió con la misma sobriedad de siempre.

Yo lo observé con atención. Su postura, su tono… su aura.

Era hipnótico. Un verdadero maestro del acero.

Pero entonces… una duda se me cruzó en la cabeza.

—¿Y Edu? —pregunté, volviéndome hacia mi hermano—. ¿Cuál de esas formas usa él?

Papá guardó silencio, como si meditara su respuesta.

Pero antes de que hablara, Kenji volvió a intervenir con su tono tranquilo:

—Edu no sigue ninguna de las tres.

—¡Oye! —protestó Edu, levantándose como si le hubieran arrojado veneno al orgullo.

Kenji cerró su cuaderno con calma y lo miró por encima de las lentes.

—Lo he observado muchas veces. No pelea con forma. Ni con cadencia. Ni con estructura. Pero tampoco improvisa al azar. Tiene su propio patrón… su propio caos.

Levantó su pluma con solemnidad, como si estuviera nombrando una constelación.

—La llamé: la Forma del Caos.

—¡Eso suena como el título de un manga protagonizado por mí! —exclamó Edu, inflando el pecho de inmediato.

Papá resopló con una leve sonrisa en la comisura de los labios.

—No es una forma reconocida. Pero es suya.

—La Forma del Caos, ¿eh…? —murmuré en voz baja, memorizando el nombre.

Edu alzó su espada con una pose ridícula, haciendo girar la hoja como si fuera una varita mágica.

—¡Y ahora la presentaré ante el mundo, con estilo incluido!

—A ver si puedes presentarte sin tropezarte —murmuró Azumi desde un costado sin levantar la vista de su libreta.

—¡Yo voto porque no pase del segundo golpe! —dijo Shizuka, afilando su burla como si fuera una daga.

—¡Solo están celosas de que me robe la mirada de todas las chicas con mi caos natural! —bramó Edu, haciendo una reverencia teatral hacia ningún público en particular.

—¡Mocoso insolente presumido! —dijeron ambas al unísono, señalándolo como si planearan ejecutarlo ahí mismo.

Azumi, sin poder evitarlo, se sonrojó apenas mientras giraba el rostro.

—Algún día… encontrarás a alguien que no puedas dominar con tu coquetería —dijo con frialdad fingida.

—Ya la tiene —intervine yo, con una sonrisa traviesa—. Se llama Zuzu.

Edu cruzó los brazos, chasqueó la lengua y murmuró:

—Técnicamente ella es una gata… con garras, y el alma de un demonio vengador. Pero sí, tiene más poder sobre mí que el 90% del reino…

Zuzu, desde su rama, bostezó sin emoción y le lanzó una bellota en la cabeza como si confirmara su estatus.

Papá dejó escapar una risa suave —, y asintió con los brazos cruzados.

—Comencemos el entrenamiento —dijo—. Que el caos no entrene solo.

Fue así como,

Entre entrenamiento de esgrima,

Risas que llenaban el aire,

Y un caos que ya era parte de nuestra rutina…

El día culminó.

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